martes, 10 de enero de 2012

Intercambio de almas


por Martha Silva

Esta es una de esas películas en las que no debe revelarse el final, ni tampoco ciertos giros del relato. ¿ Qué hacer entonces? Referirse una vez más a la tarea perfecta que cumple Paul Giamatti en el papel de un actor denominado… Paul Giamatti, que sufre intensamente ante la próxima y tremenda responsabilidad de encarnar al Tío Vania de Chejov en el teatro. Ante esta perspectiva está alterado, tiene insomnio y no confía sus pesares ni siquiera a su esposa, una excelente Emily Watson. Esto último -ya de entrada- indica que algo anda mal en sus relaciones.

Apela entonces a una mutación de su alma. Nada más y nada menos.

Paralelamente a la adquisición de un alma de mejor calidad que supla la que tiene, hay algunos toques jocosos que van a ir virando, poco a poco hacia un relato de mayor complejidad. El actor se va a encontrar con una joven que viaja desde Rusia contrabandeando las almas en cuestión. Ella lo va a ayudar en la ímproba tarea de recuperar la suya.

El film pone en tela de juicio todos los intentos del ser humano para anularse como persona y la incapacidad para aceptarse con los errores que comete. Y de soportar además cierta dosis de padecimientos con la que deberá cargar ineludiblemente.

La directora Shophie Barthes -que nada tiene que ver con Roland- tiene muy buenos propósitos, que no alcanza a cumplir en su totalidad. Su impericia se pone de manifiesto en ciertos tramos un tanto confusos de la narración. Suele ocurrir en las operas primas.

Pero Giamatti sí cumple con una excelente y pareja labor actoral que fue premiada oportunamente en el Festival de Karlovy Vary.

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