sábado, 17 de mayo de 2014

Pesadilla americana: el cine de David Lynch

Domingo a la medianoche en La otra.-radio. FM La Tribu. 88,7. Online







por Pablo Suárez *

Hay cineastas contemporáneos que tienen algunas películas en su filmografía que son casi indiscutiblemente las más significativas, por eso señalar cuáles son esas películas no es una tarea tan delicada. Al pensar en Woody Allen, es fácil ver que Annie Hall, Manhattan, y Crimes and Misdemeanors bien pueden ser sus tres mejores películas; y desde entonces, de muy bueno poco y nada. En la obra un poco despareja del interesantísimo Robert Altman, el cuadro de honor estaría formado por Nashville, M.A.S.H, Mc Cabe & Mrs. Miller y The Long Goodbye, aunque acá la situación es más debatible. En el caso de Gus Van Sant, películas como Elephant, Mi mundo privado y Mala noche son casi con certeza los hitos de su filmografía. Todos estos realizadores han hecho películas geniales, al menos un par cada uno; también algunas sobresalientes; otras, mediocres; y unas cuantas, muy fallidas. De todos modos, las mejores no aburren ni envejecen nunca.

Pero el panorama no es nada simple al examinar la obra de grandes maestros del cine como Carl Theodor Dreyer, Andrei Tarkovsky, Rainer Werner Fassbinder, Robert Bresson, Alfred Hitchcock, Luis Buñuel, o John Cassavetes. En sus películas hay una mayor diversidad y mucha más audacia. Hay más para ver. Cada película tiene una búsqueda propia, una personalidad singular. Todas, o casi todas, dan cuenta de un autor muy creativo que siempre, o casi siempre, va más allá de lo esperable. Todos son cineastas inigualables con universos propios que no se parecen a los de nadie. Entonces, ¿cómo elegir sus mejores películas si el corpus fílmico es tan rico? ¿Cómo no dejar obras únicas de lado? Es decir, ¿cómo elegir lo mejor dentro de tanto tan bueno?

David Lynch, quien sin duda pertenece al segundo grupo, tiene prácticamente la mitad de su filmografía en competencia por el premio a mejor película. Para algunos, su ópera prima Eraserhead, un pesadillesco y sombrío descenso a un mundo de cuerpos enfermos y cabezas alucinadas, jamás fue igualada en tanto obra artesanal y de vanguardia por ninguna de sus otras películas. Se sabe que el mismo Stanley Kubrick dijo que Eraserhead era su película favorita y que era la única que le hubiera gustado filmar. Otros eligen a Blue Velvet, con su mundo radiante y bucólico amenazado por crímenes oscuros y deseos inconfesables, como la consagración temprana del director. Es que Blue Velvet es una película con una narrativa relativamente accesible (en comparación con Lost Highway, Mulholland Dr. e Inland Empire), y sin embargo tiene múltiples niveles de lectura que hacen que siga siendo, aun después de varios visionados, tan atrapante como misteriosa.

Para muchos, Mulholland Drive es la ganadora indiscutible. Por un lado, hay una mirada lúcida sobre identidades desplazadas y dualidades intolerables que, tarde o temprano, entran en conflicto de un modo fulminante. Por otro lado, está la pérdida de la inocencia y el dolor que la acompaña. Sueños que buscan protagonismo en los espejismos de Hollywood. Y la ficción como fuga. Con una sofisticación narrativa asombrosa y un ritmo tan fluido como intenso, Mulholland Dr. es una película con varias películas en su interior, todas bien solapadas e impredecibles. Pero si de sueños, visiones, y alucinaciones se trata, Inland Empire es la que más transita estos terrenos inciertos y resbaladizos, sin fronteras claras, con mucho vacío y una oscuridad aterradora. Nuevamente, Hollywood es la arena para el drama, pero el drama esta vez es íntimo. Es perturbador. Con la excusa de ser una película, Inland Empire es, en realidad, una experiencia surrealista e hipnótica que se reinventa a sí misma continuamente.

Como todo genuino artista postmoderno, Lynch abreva de numerosas fuentes. De las vanguardias históricas, el Surrealismo Francés y el Expresionismo Alemán; de los géneros cinematográficos, el melodrama, la road movie, el film noir, la estudiantina, la biopic, y el cine de terror; de la pintura, Edward Hopper, Francis Bacon, Norman Rockwell, Jackson Pollock y Henri Rousseau; del cine de autor, Ingmar Bergman, Federico Fellini, Jacques Tati y Alfred Hitchcock; de la televisión, las sitcoms y la telenovela; del teatro, el absurdo y Beckett; y de la música, los años ´50 y ´60, el rock and roll y el pop.

Estos son solamente algunos de los elementos más visibles que mezcla, arma, desarma, transforma y conjuga con sus propias obsesiones, fantasías y ensoñaciones. Igual que Cortázar, Lynch se mueve con naturalidad en el territorio de lo fantástico sin distinguirlo demasiado del territorio de lo real: “Mi realidad es una realidad donde lo fantástico y lo real se entrecruzan cotidianamente”, en palabras del escritor que bien podrían ser del cineasta.

Lynch siempre rehúsa interpretar sus películas. Y pide que el espectador deje un poco de lado la comprensión intelectual racional, y en cambio se deje llevar por la asociación libre. O pensarlas, pero de un modo más espontáneo. Más que nada, sentirlas. Como las grandes películas de la historia del cine, sus películas tienen amplias posibilidades de lectura que no son excluyentes. En cada nuevo visionado siempre se ve algo nuevo.

Por eso, este libro * busca ser una aproximación a su obra, sin lecturas cerradas. Sería absurdo. En cambio, el objetivo es brindar información para establecer relaciones entre sus películas, observar el desarrollo de su carrera y proporcionar algunas claves de lectura. Sobre todo, compartir impresiones e ideas y acompañar al lector en su recorrido por la filmografía de uno de los grandes directores contemporáneos que está más allá de cualquier clasificación. Es que David Lynch, ya se sabe, es único y maravilloso.

* NOTA DEL EDITOR: El texto de este post es el prefacio del libro Pesadilla Americana. El cine de David Lynch, de Pablo Suárez. Su autor estará con nosotros este domingo a la medianoche.



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