jueves, 23 de abril de 2015

Paradojas: traición de la tradición e innovación involuntaria


por Oscar Cuervo

El cristianismo adoptó como suya la idea de la fijeza de la Tierra, un tema que no encontraba su origen en las Escrituras, dado que el judeo-cristianismo no desarrolló una cosmología propia. Dos factores hicieron que la adaptación del saber griego a la visión de la cristiandad de la alta Edad Media fuera trabajosa. 

Por un lado, los escolásticos conocieron los textos de Aristóteles en su traducción árabe y lo retradujeron en latín, lo que significa que hicieron la interpretación de una interpretación, en la que Aristóteles y el pensamiento griego ya quedaban profundamente alterados. 

Por otro, el orden en que fueron conociéndose los textos antiguos a través de las traducciones árabes fue azaroso: no se conocía con precisión la época en la que cada uno de ellos había sido escrito. Algunas ideas aristotélicas habían variado a lo largo de su vida y por ende no necesariamente pensaba lo mismo en sus libros de juventud y en los de madurez. 

El pensamiento de Aristóteles era problemático y contradictorio, pero los escolásticos se propusieron hacer con sus textos una doctrina unívoca y consistente, por lo cual se vieron forzados a reinterpretarlo y produjeron una filosofía nueva que, en nombre de la fidelidad a la tradición, la traicionaba involuntariamente. Esta lectura de textos discrepantes, bajo el supuesto –errado- de que esos textos en el fondo querían decir lo mismo, habilitó una práctica de discusión para interpretar y despejar aparentes contradicciones y permitió una apertura a considerar diversas variantes interpretativas. 

(...) Por encima de toda objeción empírica, la visión aristotélica de la naturaleza fue finalmente aceptada como un saber verdadero, lo cual llevó a que los escolásticos adoptaran un criterio de autoridad que tomaba a Aristóteles como “Magister”, en cuyo nombre se zanjaba toda posible discusión.

Durante los años más dogmáticos de la Escolástica (sobre todo los siglos XIII y XIV), si en medio de una discusión entre posiciones contrapuestas se encontraba algún dicho del Magister que inclinara la balanza hacia una de las opiniones, la discusión terminaba con el "Magister dixit…” (el Maestro dijo… tal cosa”) y ya no había nada más que discutir. 

El hecho de que el Maestro fuera un pagano justificaba que no hubiera experimentado la “revelación” de la fe cristiana, pero su inteligencia prodigiosa, pensaban los escolásticos posteriores a Tomás, señalaba el punto más alto al que una inteligencia humana puede llegar sin la ayuda de Dios. Si al saber mundano de Aristóteles le sumamos la fe en Cristo, se creía, tenemos la mejor de las combinaciones posibles: la suma de una verdad natural y una sobrenatural, que en última instancia no pueden ser contradictorias. Una única verdad tradicional, heredada de los antiguos, que solo requería saber leerla en aquellos textos en los que estaba fijada: las Sagradas Escrituras y los libros filosóficos y científicos de Aristóteles. 

De allí que el irónico resultado de un movimiento innovador como la Escolástica desembocara en un principio de autoridad dogmática y, lo que nos resulta hoy no menos sorprendente, que la Iglesia terminara defendiendo la idea de una Tierra fija como parte de la doctrina cristiana.

(Fragmento del post "El cielo gira o gira el mundo", que se puede leer completo en el blog Un Largo, clickeando acá).

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