miércoles, 27 de diciembre de 2017

Simulacro, simulación y grieta

Ilustración: Carmen Cuervo

por Hernán Sassi
fines de diciembre de 2017

I

Un amor no empieza con la primera salida o el primer beso, mojones pavotes que imponen efemérides de pareja que seguimos con la aceptación resignada con la que celebramos rituales vacíos, como la navidad sin ir más lejos. Tampoco termina cuando alguien dice “basta”. Los acontecimientos históricos también descreen de almanaques. Siglo largo el diecinueve, corto el veinte. Los cien días de gracia de la gestión presidencial pueden dilatarse hasta una elección de medio término tras la cual, vencedor, el presidente se envalentona y apura el trote, acelera aún más la transferencia de recursos de pobres a ricos mandando al congreso un paquete de ajuste a los que ayer nomás birló con reparación histórica, apretando gobernadores tibios con chequera en mano para garantizar noche sin sobresaltos. Hasta ahí llega la gracia, hasta que la noche deja de ser plácida y trae desconcierto y hasta alarma.

En este interregno celestial de globos amarillos y pompas de jabón (burbuja financiera que le llaman), hemos asistido a una república del diálogo y el consenso (con presos políticos incluidos) sostenida a base de sinceramiento (o tarifazo), ascetismo de la ciudadanía (o fin de fiesta), y sobre todo, sostenida a golpes de creencia (fuerte, inquebrantable, según parecía), en particular, en la promesa de una felicidad futura pero próxima, utópica se diría, tanto como las mentadas “pobreza cero” y “lluvia de inversiones”, una promesa en la que confía la mayoría (hoy no tan silenciosa) con la fe del carbonero. He aquí el punto ciego que no podemos explicar desde el campo popular. No hay engaño alguno. Todo está a la vista. Transparente como el agua. Aún así, se cree.

Si es así, es porque Cambiemos no solo ganó en las urnas, sino también ganó la batalla cultural que no es otra cosa que la batalla por la cultura. Si bien el Excel revela la misma receta económica archiconocida del neoliberalismo que supimos conseguir, hay sabiduría política y comunicacional a raudales en estos buenos muchachos. Tanta (y a tanta distancia estamos de ella) que da asco.

Nos encontramos en un limbo en el que “no existe ni la nueva ni la vieja política” (Paula Bertol) (1). Como “no cree[n] en la ideología porque la ideología es la neurosis de la historia” (Alejandro Rozitchner), no son un partido, menos un movimiento. Se trata más bien de un “espacio” o una App (2) que, como tal, requiere cada tanto un “upgrade” (Mauricio Macri). La App busca “superar la tensión y los prejuicios” (Francisco Javier Quintana) porque, tan sencillo es, “lo bueno para el otro es lo bueno para mí” (Claudio Avruj). Al tiempo que ve “la política como servicio” (Alejandro Rozitchner), dispone “buena onda” (Horacio Rodríguez Larreta) e invoca “alegre prepotencia del trabajo” (Enrique Avogadro). Frente a vagos y mal entretenidos, propone esfuerzo y éxito garantizado: meritocracia y emprendedurismo. Frente a líderes que remitían orgullosamente a un pasado un tanto lejano (el de la juventud maravillosa) y admonitoriamente a uno cercano (el menemato y el de la Alianza), la aplicación “da por cerrado el Siglo XX”: ahora “no nos une el pasado” (Marcos Peña), “estamos enamorados de futuro” (Marcos Peña) pues “lo mejor está por venir” (José Torello). Frente a dementes que cancelan deuda con organismos internacionales y despilfarraban dinero duplicando presupuesto educativo y sueldos de los investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y, por si fuera poco, lanzan satélites al espacio, hay una “alternativa acorde al tiempo que vivimos” que hace “lo que hay que hacer”, como reza el slogan de campaña, “en base a un gobierno serio” (Federico Pinedo); una alternativa, en definitiva, que brega por un “país normal” (Mauricio Macri).

Hasta aquí, el simulacro, la fachada tras la cual no hay nada sino el desierto de lo real. En fin, la “derecha democrática” que (no) describía (y menos así) un periodista de cuyo nombre no quiero acordarme.

En el limbo basta con el simulacro. Por eso el gobierno no tuvo que recurrir a simulación de ataque tanto para derogar la ley de medios cuanto para meter por la ventana a jueces de la Corte que, entre otras cosas, garanticen mejor vida a milicos en galera por crímenes de lesa humanidad. Es que este gobierno también contó (y cuenta) con su viento de cola, y hasta hubo (y hay) “lugar para equivocarse” (Laura Alonso). Es más, fue el gobierno quien hizo de ese lugar una estrategia, la del “si pasa, pasa”.

Tengo malas noticias. Hay que darlas no obstante sean estos tiempos navideños. Los reyes magos son los padres y aquellos globos amarillos, hoy que la aplicación tiene ya dos años de rodaje, dejaron de serlo; no son siquiera un simulacro de globos, son huevos nomás. Como sabemos, una tortilla se hace rompiéndolos. Es que el modelo no cierra (con la gente afuera) sin represión. Llegó la hora de romperlos. Ahora sucede lo imposible: hay grieta en el simulacro. El relato parece quebrarse, y el velo, caerse. La App necesita un upgrade: se activa Simulación 2.0.

II

Entre tantas definiciones hirientes que menoscababan sus virtudes de líder y hasta su inequívoca centralidad como figura en la política argentina de los últimos años, innumerables veces se dijo que Cristina Kirchner no era sino una actriz, “gran actriz”, se agregaba como elogio borgeano. Histriónica y altisonante como Evita, con dedo en alto propio de cura en sermón encendido y por qué no de General que echa imberbes de una plaza (aunque ella más que echarlos, sabía acogerlos con gusto), pastoral y hasta dicharachera como Néstor Kirchner; incluso, en sus últimas apariciones, cuando no ejercía ya la presidencia y se la paseaba por Comodoro Pi –como en tiempos de inquisición al reo– para regocijo de cuervos mediáticos y demás resentidos, se la caracterizó de arteramente mansa y calma ni más ni menos que como Heidi, ese lobo con piel de cordero. Dramaturga antes que actriz, Cristina, esa que hace años echó a rodar un nombre de pila como Mauricio –así lo quisieron ella y él–, escribió no pocas y buenas páginas de la historia reciente. Si fue actriz, va de suyo que sus actuaciones palidecieron al final de su gestión: el otrora pueblo, la más cercana “gente”, en definitiva, el actual consumidor/usuario vio la mascarada y clickeó el cambio. No se dio cuenta en ese entonces (ni ahora) de que el partido era más fácil: ¡era por abajo! Cosas que pasan. No será la primera ni la última vez que se tire un tiro a los pies.

En la política argentina actual la actriz no está sola en el escenario. Son varios los actores que la acompañan. Y han dado prueba de ser muy buenos por cierto. Eso sí.

En la escena hoy cunde la sobreactuación, y más aún, la simulación.

Antes que nada, el saqueador proyecta. Primero proyecta que son otros los que roban y no falta uno que le regala en bandeja la escena patética en un monasterio en el que buscaba esconder bolsos con dólares timados al Estado. Proyecta él, que puso en marcha un blanqueo de dinero mal habido para los buenos amigos (algunos de los cuales están en carteras ministeriales haciendo pingües negocios con el Estado) y dispuso la ingeniería financiera para que la fuga de divisas crezca exponencialmente, si a paraísos fiscales, mejor. Segundo, con la pequeña ayuda de un juez, el que vino por todo deja ver que ex-funcionarios, ayunos de gestión hace ya dos años, pueden entorpecer causas, y si no comanda la cacería de opositores, al menos –habida cuenta de su gusto por el laissez faire– deja hacer. No le basta. Ahora simula un abismo inminente, abismo que un service que la va de periodista en horario prime time, confirma: “Argentina emite deuda y administra la trampa” (3). El presidente mismo es quien, sin ambages, le dice a don Longobardi: “Si esto no cambia, explota”. Tampoco basta. Se simula hasta una guerra con traición a la patria incluida que merece un escarmiento desmedido porque “al enemigo ni justicia”. Nunca basta. Para el perverso no hay sosiego. Con sobreactuación de lujo, la fiscal de la República o loca de atar que ajusta la App a la politiquería vernácula –gritando y poniendo en ridículo a la propia tropa, cuando es necesario–, simula que ante la desaparición de un submarino es imperioso revisar las irregularidades en los procesos de reparación de la flota de mar y submarinos para encontrar a los responsables (¿de la desaparición?). Los correveidiles cuentan que ya marcha una denuncia por asociación ilícita a ex-funcionarios K. Sobran jueces que dicten preventivas. Temen no estar a tono “al tiempo que vivimos”. 

El perverso simula ataques a las instituciones. Las ve por todos lados. Está paranoico. “¿Estás nervioso?”, le diría el walking dead Néstor Kirchner patinando la “s” final con sonrisita pícara para asustarlo aún más; así de infernales son esos muertos que vos matáis cuando vuelven del más allá. Cuando sucede lo imprevisto en el Sur, esto es, cuando aparece un desaparecido en democracia, la sobreactuación se desata y el perverso no sabe qué decir. Es que, como dice Jorge Asis, “se ve que (el gobierno) no tiene problema hasta que aparece un problema. Ahí tienen una cierta dificultad para la toma de decisiones” (4). Se llega a inventar un grupo terrorista, la RAM, caterva temible sobre la que el mismo Jorge Asis, twitea: “Creo que no existe RAM”. Cuando sucede lo esperable, esto es, cuando gendarmes fusilan por la espalda a un joven en refriega confusa según los grandes medios o en avanzada impiadosa según el sentido común, que es, como se sabe, el menos común de los sentidos, los ecos de lo acontecido en esa nueva Patagonia rebelde impactan: con magnífica sobreactuación de la Vicepresidenta incluida, nos enteramos de que hay mapuches que portan “armas” y son una amenaza, y no latente; hay nuevo enemigo interno. El fusilado en esa avanzada no habla como habló el cuerpo de un tal Santiago Maldonado acorralado en operativo ilegal y obligado a un curso de natación intensivo a ritmo de metralla. El allanamiento posterior al asesinato con bala de plomo de Rafael Nahuel arroja que no había rastro alguno de armas mapuches, más allá de algunas ramitas puntiagudas que por esos lados abundan, ramitas que no dañan Robocops por más que las tiren con fuerza estos insumisos salidos del fondo de los tiempos. Lo único que se encontró en ese allanamiento tras el asesinato del joven mapuche fue un reguero de casquillos de proyectiles de gendarmería. Mientras tanto, en la Metrópoli la simulación se redobla: hay turbas de forajidos que buscan impedir sesionar a los legisladores fuera del recinto y no faltan legisladores que quieren impedirlo dentro. Se simula la toma del poder y mientras se encarcela a mansalva, incluso a periodistas, se amenaza con iniciar acciones penales contra los legisladores por intento destituyente. Cuesta simular paz y amor, y más aún poner cara de yo no fui, como cuando estaba intacto el simulacro y nadie pestañaba. El Jefe de Ministros lo intenta en rueda de prensa, pero está nervioso (y no es él solo que lo está; el propio presidente, cuentan, estalla de furia en Casa Rosada), apunta y dispara a diputados kirchneristas por "convertirse en piqueteros dentro del recinto".

Cuando llovían piedras en la plaza y había griterío en el recinto, aunque confusa, la escena era clara: los violentos son (siempre) ellos, estén afuera o adentro. Ahora bien, cuando en una noche larga, muy larga, se baten cacerolas, el de la lengua del ultraje no registra el mensaje, no comprende; no sabe, no contesta. El perverso vuelve a traspirar. Googlea buscando ayuda. La App se queda “pensando”. El perverso se espanta al escuchar: “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”, rémora de un tiempo ido. “¿Qué es esto?” es la pregunta que cunde en palacio sin un Martínez Estrada con quien cruzar ceños fruncidos, sin ese señor porque lo saben –no son estúpidos, no tienen una pizca de estúpidos–, saben que precisamente él, así como les espetó a quienes bombardearon una plaza y fusilaron en un basural a fieles de aquel que prefería el tiempo a la sangre “Ustedes son peor que el tirano”, hoy les diría: “Ojo que ustedes son peores que la yegua”. La papa quema. El simulador se hace el desentendido. Ya lo dijo Asis, no sabe qué hacer cuando una papa quema. Lo que atina a hacer ahora es simular, simular que no hay papa, ergo que nada quema, y que ese humo en los alrededores del Congreso no es más que fuego de artificio.

El amo juega al esclavo. Lo viene haciendo en estos tiempos lisos y sin épica en que garpa hacerse el manso (quizá Trump, cocorito de cresta roja, sea la excepción de la regla). Así lo ha hecho el gobierno. Le sale fenómeno. Pero algo se ha quebrado. Ahora se afana para que no le pase lo que a la actriz caída en desgracia. Teme el “¡se nota mucho!” de Don Niembro. “Si se ve la mascarada, están fritos” les avisa un ecuatoriano de pelo teñido y cara de bonachón, el verdadero ingeniero o más bien el desarrollador de la App que vive en un castillo amurallado de libros, lejos del mundanal ruido, lejos del batir de cacerolas en barrios capitalinos donde el PRO arrasó en elecciones hace menos de dos meses.

Es sabido: la nafta no apaga el fuego, lo aviva. La templanza zen que imprime la App no puede acallar el avasallamiento de poderes, los carpetazos, la estigmatización (de los K, del sindicalismo in toto, de todo el/la que se les oponga), el silenciamiento de voces críticas con lapidación incluida, su propio “Nunca más” (“no vuelven más” corean cada dos por tres con regocijo y ojos encendidos) y la represión. A propósito de la última, de este sol que intenta tapar con las manos de la prensa afín: las herramientas represivas del Estado se desatan. Entre manifestaciones varias y protestas por cierre de fábricas y más fábricas, hay 200 detenidos en 10 días. No asombra: en sus dos años de gobierno Cambiemos cuenta con el mayor pico represivo desde 1983 (5). Y para colmo (¡bingo!, ¡cerrame la 5!), "el beneficio de la duda siempre lo tiene que tener la fuerza de seguridad" (6), según declaró la Vicepresidenta en actuación descollante ante el mismísimo hombre-rata.

Quien ha sembrado vientos, no puede esperar otra cosa que estas tempestades decembrinas. Son, a no sorprenderse, el retorno de lo reprimido.

III

En las grietas está Dios que acecha.
Jorge Luis Borges

Hay cenizas en el viento y es diciembre en Argentina. Pero a no apresurarse. Los tiempos rotos no saben de efemérides. No conocen almanaques.

No todos los diciembres son iguales. Si así fuera, lo que importa –lo sabemos con Marx, Nietzsche, Freud, Deleuze y Borges que gritan “attenti al lupo” en cada repetición–, lo que importa es la diferencia en esa repetición. Así como la App, si bien se le parece, no es el neoliberalismo de los 70 ni el de los 90, este diciembre no es el de 2001. Hubo unión con aires de “piquete y cacerola la lucha es una sola”. Pero no hubo multitud que diga “basta” ni 39 cuerpos camino a la morgue.

El de este mes fue un acto de resistencia. Sin la trascendencia de la primavera de Praga cuando ésta moría, pero fue mucho, pues veníamos de tierra arrasada en estos dos años y meta mirar pal costado. De ahí que uno tienda a esta comparación que no es sino una demasía. En realidad, fue resistencia al menos como lo fue la manifestación contra el 2x1. No es poca cosa. Y no son poca cosa dos golpes en un año. La App todavía está “pensando”.

Así como hay violencia(s) –la violencia de arriba que engendra la violencia de abajo, sobre todo–, hay grieta(s). Está la que cruza de unitarios y federales a macristas y K, pasando por peronistas y antiperonistas, en definitiva, la que aunque se presente como “un puente entre dos mundos” (7) (Carmen Polledo), viene a profundizar la App antes que a restañar, y está la que se ha abierto en este diciembre raro de tan parecido a otros, raro como un dejà vu, la que forzó a la sobreactuación, a la simulación.

A diferencia de no pocos exponentes de la App, que son expertos simuladores del talento, diría Ramos Mejía, el campo popular no sabe simular. Es bruto por naturaleza. Esto es, dice lo que piensa (verdades, algunas veces) sin pensar o, mejor dicho, pensando con las tripas. En este diciembre habló, gritó, caceroleó. Actuó en la batalla por la cultura, en concreto, por la cultura que forjamos o dejamos pulverizar, que a veces es lo mismo. Repito: no es poca cosa. Pero no es suficiente. Es mucho. ¿Basta para escribir la primera página de un nuevo capítulo de las multitudes argentinas que hemos iniciado en 2017?

La App está “pensando”.

El campo popular también. Ya descansó demasiado, fiesta incluida.

No es poca cosa.

Termina el año y hay partido abierto. Falta para definiciones, pero cuidado con la repetición. Veamos en ella la diferencia. Es por abajo, ¡eh!



NOTAS

(1) Peña, Marcos; Rozitchner, Alejandro (Comp.). Estamos. Una invitación abierta, Buenos Aires, Planeta, 2013. Todos los entrecomillados del párrafo responden a este libro-presentación de Cambiemos, en su mayoría, al índice.

(2) La hipótesis es de Gustavo Varela en http://www.so-compa.com/politica/cambiemos-una-manera/

(3) http://marcelolongobardi.radiomitre.com.ar/nota/29917/


(4) http://www.lanacion.com.ar/2088904-quien-es-el-angel-exterminador-de-la-politica-argentina-segun-jorge-asis

(5) http://www.correpi.org/2017/12/21/dos-anos-de-gobierno-de-cambiemos-el-mayor-pico-represivo-desde-1983/

(6) http://www.perfil.com/politica/michetti-el-beneficio-de-la-duda-siempre-lo-debe-tener-la-fuerza-de-seguridad.phtml

(7) Peña, Marcos; Rozitchner, Alejandro (Comp.). Estamos. Una invitación abierta, Buenos Aires, Planeta, 2013.

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