miércoles, 9 de mayo de 2018

La calma y la tormenta



"Fui a Plaza de Mayo a registrar la tremenda no-reacción de ustedes ante los anuncios del día que traerán mas pobreza y miseria. Esas luces que se ven pasando por las imágenes de la plaza no son sus opiniones en facebook pasando velozmente por la internete, es que saque las fotos en velocidad baja para crear ese simpático efecto con las luces de los autos. Les aviso que ni la policía fue, ya que sabían de la reacción predecible de este lado de 'la grieta'".
Alfonso Sierra

Alfonso Sierra es uno de los grandes cronistas gráficos de esta etapa de retroceso del campo popular en la era del macrismo. Sus registros fotográficos son muy necesarios para pulsar el estado de la calle. A menudo parece estar, como los grandes goleadores, en el lugar justo y en el momento oportuno para hacer el gol, capturando la imagen que condensa todos los significados de una jornada. Pero además de gran fotógrafo, Alfonso también tiene sus opiniones, que no necesariamente quedan plasmadas en las fotos. Opinando, no siempre es un crack. En el texto que cito, que va como comentario de la foto que él mismo sacó, expresa la ansiedad que atraviesa a muchos compañeros en tiempos difíciles. Parece que muchos esperan, ante el descalabro de las últimas dos semanas, que el pueblo se lance a las calles a hacer una pueblada que rubrique los sucesos vertiginosos con una imagen tranquilizadora para los ansiosos.

Yo pienso que no es un tiempo propicio para los ansiosos, porque estamos asistiendo al resquebrajamiento gradual e implacable del orden inicial que había diseñado el régimen para transitar el período macrista. Hace apenas 6 meses los analistas políticos oficiales centraban sus reflexiones en la "segura" reelección de macri y en la interna desatada alrededor de quién sería su compañere de fórmula. 

El tiempo es veloz y hoy el macrismo ha desnudado que su tremenda codicia de clase es superada por la sorprendente ineficacia de gestión. ¡Una derecha que no sabe manejar el día a día y parece desmoronarse ante contingencias muy previsibles, como la suba de un punto en la tasa de interés de la Reserva Federal yanqui o el lógico hastío de parte del electorado macrista con el truco de la zanahoria y el burro! Lo raro sería que estas cosas no hubieran pasado: el triunfo de Trump hacía previsible el giro de la política económica norteamericana y en ese entonces costaba entender la pesadumbre con que la noticia era recibida por una parte del campo popular, como si la gestión de Hillary Clinton pudiera significar una mejora relativa para nuestros intereses nacionales, cuando es precisamente la derrota de los demócratas el primer gran escollo que encontró el macrismo para la consecución de sus planes. 

Igual con la caída de la aprobación del gato en las encuestas: parece que muchos, tanto entre los opinators oficiales como entre nuestros propios compañeros, se hubieran comprado el mito de la imbatibilidad del esquema marquetinero cambiemita y creyeran que realmente todos los ultrajes a la dignidad popular pudieran licuarse mediante maniobras de troll centers o aparición de escuchas telefónicas mal habidas. Poca confianza en el peso de la materialidad. 

Verbitsky dijo anoche en el programa de Bercovich (hoy por hoy, el mejor programa político de la tv argentina): "Me parece que la realidad virtual puede funcionar mientras el piso no queme, mientras la realidad real no prevalezca. (...) Va a haber paros todo el tiempo, movilizaciones todo el tiempo, esto así no es gobernable". Verbitsky lo dice con su habitual tono sereno y parece claro que habla alguien que vivió muchísimas situaciones de crisis políticas a lo largo de su vida. Creo que esa serenidad en la mirada de los acontecimientos es más lúcida que el apremio de los que esperan el estallido inminente del pueblo en las calles. No solo porque el estallido siempre significa mucha muerte joven y pobre, sino porque el tiempo es un insumo imprescindible de la política. 

Por más que algo sea evidente para un sector hiper-informado y conectado hasta la saturación, las relaciones de fuerza solo varían cuando los sectores más rezagados empiezan a advertir que el proyecto dominante no les conviene. La resistencia peronista se prolongó entre 1955 y 1973 y solo a comienzos de la década del 70 el repudio de la dictadura se hizo masivo. Las Madres dieron vueltas varios años alrededor de la Pirámide hasta que el pueblo reconoció su autoridad cívica. El neoliberalismo hizo estragos desde la dictadura hasta fin de 2001, recién cuando la clase media salió a la calle a unirse con el reclamo de los desocupados. ¿Por qué razón esta vez tendría que ser diferente?

El macrismo está en su momento de mayor debilidad, no solo desde que asumió el poder, sino desde antes: ya era muy poderoso durante los últimos años del gobierno de Cristina y se terminó de configurar con la muy funcional muerte de Nisman. Recién ahora acumuló un significativo desgaste en su gestión gubernamental nociva y para colmo ineficaz. Lo que aceleró la crisis, luego de su notable victoria electoral de octubre pasado, es una seguidilla asombrosa de errores propios, junto con una resistencia popular tenaz, permanente y microsegmentada. El pueblo se comió varias piñas no solo del régimen, sino de muchos que fueron elegidos para oponérsele e incluso de representantes sindicales que se supone que estaban ahí para defender a sus afiliados. El pueblo viene peleando no solo contra un rival que es un peleador sucio y tramposo, sino también contra un árbitro que juega para el otro y contra su propio team que se vendió a la contra. Y en estos meses no hubo un solo día en que pequeñas multitudes no se movilizaran y le dieran al gobierno algún golpecito al hígado que obligara al  rival a jugar al "gradualismo". Ahora los golpecitos al hígado le empiezan a doler al macrismo y está esperando que suene la campana para que termine el round, que viene perdiendo por puntos. 

El dilema entre gradualistas y partidarios del shock es una discusión del enemigo sobre cómo avanzar sin despertar la reacción popular. Gradualistas y shockeadores están ambos equivocados porque el plan es estructuralmente inconsistente, con independencia de la velocidad con que se lo quiera aplicar. Entonces los factores decisivos de esta crisis declarada son dos: la incompetencia oficial que sobrestimó sus propias capacidades para gestionar el conflicto y la firmeza popular para mantenernos movilizados a pesar de las defecciones en nuestro propio campo.

¿A qué viene el apuro por ver una pueblada? Cada sector la está peleando en su lugar todos los días y, dado el despiste oficial, esa marea social va en crecimiento. Probablemente no sea esta la noche en que se produzca la articulación unitaria de tantos frentes de lucha. Probablemente el ritmo de la resistencia popular no concuerde con el de las convenciones electorales, ni sea tan necesario determinar ahora la fórmula de candidatos a presidente y vice, ni el nombre del frente electoral. Probablemente una salida a la calle masiva, atropellada y estruendosa pudiera ahora volverse funcional al régimen, porque el estado de organización popular no está aún lo suficientemente maduro y la masa crítica reunida no sea aún la suficiente para cambiar las relaciones de fuerzas. Quizá sea este el momento ni de llorar ni de cantar victoria, sino de observar y pensar cómo se van abriendo las grietas de una muralla enemiga que parecía inexpugnable.

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