jueves, 27 de diciembre de 2018

La caída de la ilusión macrista: las cosas podrían empezar a ponerse interesantes de un momento a otro


La cosa es así: Cambiemos está en serios problemas porque su construcción a largo plazo ya fracasó. Para un proyecto político esto implica que solo puede ofrecer penurias al pueblo y para subsistir depende del grado de fragmentación, desaliento y desorientación popular. La ingeniería política neoliberal está totalmente entregada a generar esa degradación de la vida popular. Otros, antes que el macrismo, lo intentaron. Las series largas de la historia argentina (el 55, el 66, el 76, el menemismo, la Alianza) indica que no lo lograron. Ningún determinismo histórico asegura que siempre será así, pero no son pocos los indicios recientes que muestran una sólida inteligencia de las organizaciones populares -el "riesgo país" del populismo: el freno al 2 x 1 que sacudió a una Corte recién estrenada; los docentes bonaerenses, la inédita energía de los movimientos feministas; un estado de movilización incalculable por la Big Data. No todavía detrás de una opción electoral, pero las elecciones no son el non plus ultra de las luchas populares, como el permanente bombardeo de encuestas de intención de voto y segundas vueltas que propagan los medios corporativos quieren hacernos creer, sino instancias que periodizan una lucha que nunca termina. 

La cosa es así: muchos confunden el programa de negocios de los integrantes del gabinete de Cambiemos con el proyecto político de Cambiemos. El equipo va a terminar este período con sus fortunas acrecentadas, pero su proyecto político no para de dar síntomas de crisis. Los poderes fácticos que apostaron todo al macrismo se debaten entre diversas salidas, todas ellas admiten el fracaso de lo que se conoció como macrismo. Los resultados de la gestión son catastróficos. El gobierno neoliberal, aperturista y ajustador no solo bajó el salario real, las jubilaciones, deterioró la salud y la educación públicas -lo que era previsible- sino que aumentó dramáticamente la inflación -la baja de la inflación se supone una especialidad de este tipo de regímenes- y no atrajo ninguna inversión productiva -al menos en el plano ideal eso es lo que la derecha quiere lograr. Los cuantiosos créditos que un prestador de última instancia como el FMI vuelcan en el último año se fugan más rápido que lo que entran, tienden a enriquecer a un sector de los grandes especuladores y a sostener con instrumentos de vida asistida a macri, "hasta que se les ocurra algo mejor". Tampoco esta derecha logró en tres años ordenar la calle o disminuir los índices de la delincuencia. Para una visión de derecha dura, el macrismo ha sido ineficaz.

La cosa es así: una interpretación de los resultados de 2015 decía que Cambiemos era el otro partido emergente de la crisis de 2001, aparte del kirchnerismo. Muchos de estos intérpretes se apresuraron a escribir libros en los que se sorprendían por el deterioro súbito del kirchnerismo y admiraban la eficacia de la nueva derecha. Estas apreciaciones no se estarían verificando. El kirchnerismo persiste como problema permanente para los poderes fácticos, locales y trasnacionales (el "riesgo Crisitna"): ofrece las dificultades para su desarticulación que no ha mostrado el PT en Brasil, por ejemplo. Mal que les pese a muchos, el kirchnerismo es un poder popular persistente. De ahí su contínua evocación en los medios oficiales, no por un artilugio duranbarbesco para polarizar y capitalizar el descontento en favor del inepto macri, con dificultades para capitalizar algo fuera de la herencia de Franco. Para una mirada desapasionada el kirchnerismo aparece hoy más vital que el macrismo. Una diferencia: el kirchnerismo se mantiene a pesar de un impresionante aparato de propaganda que le dispara las 24 horas del día; mientras el macrismo se sostiene con un debilitamiento permanente a pesar de un poderoso blindaje mediático full time. Ese aparente "empate" indica en realidad una desigualdad. El llano y el poder real. Esta relación de fuerzas desmiente a peronólogos y kirchnerólogos que postulan a un movimiento que solo puede sostenerse al cobijo del estado, cosa de la que el kirchnerismo no goza, sin haberse debilitado en los últimos tres años.

La cosa es así: hay signos de las variables que se le escapan con cada vez mayor frecuencia al actual poder político. El riesgo país, que es un instrumento de los inversores internacionales, aumenta hasta niveles inesperados para un gobierno amigable con los mercados (¿o será que estos gobiernos son precisamente los que hacen aumentar el riesgo país hasta destruir esos países puestos en riesgo?). Esto significa que los mismos poderes a los que el macrismo quiere complacer no le corresponden su amor. Significa que la fuga de capitales va a incrementarse en los próximos meses, que el crédito internacional se va a encarecer, que ninguna reforma impulsada desde el estado atraerá inversión alguna. La ilusión de un año electoral financiado por los poderes trasnacionales para cobijar a un gobierno amigable es fantasmal. El mundo no parece muy preocupado por cobijar ningún proyecto político en absoluto en Argentina, ni siquiera uno que les responda con obediencia.

La cosa es así: hay una coalición política triunfante en 2015 y 2017 que se agrieta, vacila, expulsa a sectores que inicialmente se le alinearon, se contradicen, se pegan codazos. Un dato objetivo es repetido sin pudor por la propia prensa oficial (los mismos que decían que la reelección estaba asegurada, hace menos de un año): Vidal no quiere compartir boleta con macri porque cree (sabe) que le va a restar votos. Con un sector del establishment que hasta hace poco los apoyaba en bloque, ahora evalúan la posibilidad de que Vidal se despegue de un presidente piantavotos. Es una salida tacticista nerviosa: por lo menos tratan de desenganchar una presunta boleta encabezada por Cristina de la de las intendencias y la gobernación. No se sabe cómo puede seguir esto. Si temen el efecto arrastre del nombre de Cristina en provincia de Buenos Aires, no se ve cómo incluso un triunfo de Vidal como gobernadora dentro de unos meses evitaría un triunfo posterior de Cristina en las generales. Les podría salir bien si todos los planetas, muchísimos, se les alínean, pero también arriesgan todo. Por ejemplo: que ni aún el desenganche de la boleta garantice el triunfo en la gobernación o, en una hipótesis mejor, que Vidal se quede con la provincia en condiciones muy difíciles para mantener su gobernabilidad, sin poder garantizar un triunfo del mismo signo a nivel nacional. Separar las boletas de los intendentes de una supuesta boleta de Cristina (aunque ella no haya manifestado todavía su decisión a una candidatura presidencial) no debilitaría a Cristina (a la que los intendentes necesitan en sus distritos) sino a los intendentes. Lo que no asegura esta especulación es que los beneficiarios sean los intendentes de Cambiemos. Por ejemplo, un gobierno de Vidal conviviendo con una administración nacional adversa a ese proyecto podría constituir el deterioro terminal de la figura en la que la derecha guarda las mayores esperanzas.

La cosa es así: pero hay algo más. Para que el desdoblamiento sea posible, el vidalismo tiene que contar con el apoyo del massismo. Si Massa apoya esa movida claramente funcional al oficialismo, se desdibuja su perfil opositor. Si el experimento no sale bien, no solo Vidal sino el propio Massa obran como fusibles de macri. Esta maniobra electoral, que de ningún modo asegura la viabilidad del proyecto de ajuste en el próximo período (¿qué provincia gobernaría una reelecta Vidal, en medio de un ajuste feroz?), es inconsistente con otro ensayo que le adjudica de manera inverosímil una alta intención de votos a Massa. Esta hipótesis solo se sostendría con un perfil muy opositor que hasta ahora Massa no supo o no quiso asumir. Una conjetura no desechable sugiere que estas movidas en el banco de suplentes oficial tiene como objetivo apresurar la definición de candidaturas del frente opositor (peronismo, kirchnerismo, otras fuerzas democráticas y populares). La intención sería trasmitir la zozobra oficial hacia la oposición. La designación de las candidaturas opositoras es algo que desvela al oficialismo porque no acaban de diseñar una táctica electoral, prácticamente su única especialidad. El kirchnerismo y el peronismo no pueden diferir indefinidamente la designación de las candidaturas o el mecanismo para su selección, pero no deben hacerlo por el ritmo que le marca el oficialismo.

¿Qué apura al macrismo? La certeza cada vez mayor de que solo puede trasmitir malas noticias y esperar que alguna desgracia (provocada por los operadores oficiales del régimen) se desencadene sobre la figura persistente de Cristina. Las previsiones objetivas indican que una fuerte devaluación puede desencadenarse durante el verano. ¿Cuánto tardará el dolar en llegar a $60? ¿Cuánto están dispuestos a esperar los únicos generadores de dólares de la economía argentina -los grandes exportadores de los productos agrarios- antes de liquidar sus divisas a un precio que les resulte ventajoso? Los sectores sojeros ya no parecen sentirse atados a la suerte de macri. ¿Cuánto tardaría una nueva devaluación en disparar un rebote inflacionario? ¿Cómo puede repercutir todo esto en un año electoral? 

Algunos compañeros, ante este panorama borrascoso, se ponen ansiosos y anhelan un estallido social que alivie su ansiedad. Pero este estallido se paga con nuestros muertos. La única salida hacia un gobierno popular estable, que no vuele por los aires como el de Dilma al poco tiempo de ganar, es la organización popular. ¿Va a coincidir el tiempo de la organización popular con los tiempos electorales? La política no es una ciencia exacta.

No te vayas, las cosas podrían empezar a ponerse interesantes de un momento a otro.

7 comentarios:

  1. Oscar: muy buen análisis. Sólo una acotación: no hace falta el estallido social para pagar con muertos...ya estamos pagando con muertos: los del gatillo fácil, los de la inseguridad y la violencia que provocan sus políticas, los desamparados que los parte un rayo porque duermen en la calle, los jubilados que no tienen para comprar un remedio, etc, etc. Todas muertes ligadas a las decisiones nefastas que toma este gobierno.
    Besos. Erica.

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    1. Erica: lamentablemente tenés razón de que este sistema (el capitalista, más allá del propio macrismo) mata cotidianamente. Nuestra historia indica que los estallidos sociales los pagamos con un aumento exponencial de violencia contra el pueblo. Ellos fugan sus capitales y ni siquiera garantizamos que un gobierno popular canalice el descontento. No solo Argentina 2001-2002 sino la primavera árabe o los chalecos amarillos franceses corren el riesgo de que los estallidos sean la alfombra que se le tiende a la ultra derecha para que "ponga orden". Así que trato de trasmitir que la expectativa de estallidos no es nuestra mejor opción, sino la protesta social organizada. Saludos

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  2. Oscar, acuerdo con tu visión de adónde nos puede llevar el estallido social. Pero con respecto a lo que decís al comienzo, que el capitalismo mata, si claro, pero durante el kirchnerismo seguimos dentro del capitalismo y sin embargo las medidas tomadas x nestor y cristina fueron construyendo una realidad más amable y comprometida con lo popular. Dentro del capitalismo puede gobernarse de muchas maneras. Se que es un poco obvio lo que digo, pero igual quería resaltar ese punto. Beso.

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  3. Erica: vas bifurcando las cuestiones. El capitalismo también mataba durante el kirchnerismo, mal que nos pese, gatillo fácil, inseguridad , desamparados que los parte un rayo porque duermen en la calle los hubo también en esos años, aunque con un régimen neoliberal manejando el estado esas muertes crecen exponencialmente. Lo que no creo es que haya contabilizar la muerte cuando se trata de cuidar la vida. No tenemos que hacer un ejercicio contable de cuántas vidas cuesta un estallido, porque es seguro que en un estallido solo mueren los nuestros. Eso es lo que está en el centro de mi planteo, no cuestiono la movilización ni la organización popular, cuestiono la ansiedad psicológica de los que quieren aliviarse con un estallido sin tener en cuenta esas vidas que ponemos. Si viviste la crisis de 2001 sabrás que además de todos los muertos de las políticas neoliberales estuvieron los muertos del estallido, así que no concibo un cálculo que plantee "bueno, en un estallido muere gente, pero en la vida cotidiana neoliberal también". Me parece que el deseo de estallido es un ansia pequeño burguesa y a eso el pueblo le opone la organización de la resistencia cotidiana.
    Saludos

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  4. Oscar, no voy a discutir el futuro cercano, si vendría bien o no un estallido en 2019. Eso lo dejo para los argentinos; quizás podríamos cambiar impresiones sobre ello en persona, pero sería una conversación muy larga... La razón por la que dejo este comentário es que de tu nota y de tus respuestas a Erica, me pareció que consideras un estallido social un mal en si mismo - y si es así, divergimos.

    Te hablo aquí de un pasado también cercano: que suponés que hubiera sucedido en la Argentina de no haberse dado el estallido del 2001? Si De la Rúa hubiera llegado al término de su mandato, o incluso si Duhalde hubiena logrado hacerlo?

    Te hablo también del presente no de Argentina, sino de mi país de nacimiento. Hace no mucho, Jorge Beinstein publicó una nota en que dice que situaciones limítrofes, como las que Vds vivieron entonces y nosotros vivimos ahora, pueden terminar en explosión o implosión. Agrego yo: Argentina explotó, Brasil esta implodiendo.

    Te puedo asegurar que la implosión es mucho, pero mucho más violenta, además de no resultar en nada de nuevo ni de bueno. Brasil no tiene, no tuvo y todo hace creer que no tendrá un estallido social. Pero tiene, para cada 100 mil habitantes, 30 asesinatos (Argentina, 9) y 25 violaciones (te dejo acá el enlace de una nota mía al respeto: https://www.resistir.info/brasil/homicidios_jun18.html). Eso no es porque el capitalismo mata, ni siquiera porque el neoliberalismo mata más: es porque hay situaciones que si no se resuelven con un estallido, desembocan en algo mucho peor.

    Que un pueblo sea capaz de un estallido, es una muestra de vitalidad. Yo, sin eso, no alcanzo a compreender la excepcionalidad argentina: para mí, el 2001 con su efecto escarmiento sobre la clase política y otras élites del Estado (como la judicial) es la clave de esa excepcionalidad y de una de sus mejores derivaciones: la mayor consistencia del kirchnerismo como experiencia política, si se lo compara a eses tibios progresismos sudamericanos.

    La imagen del helicóptero es gloriosa y fundacional, motivo de envidia y admiración. De ahí no resulta, por supuesto, que pueda o deba repetirse cada tanto. Pero evitar el estallido tampoco debe volverse un objetivo de nadie que no sea parte del gobierno. La obsesión - no solo de tal o cual corriente política, sino de la inmensa mayoría de la sociedad - por evitar rupturas y salvar apariencias de institucionalidad hundió a mi país.

    Un estallido es algo que si hay que pasar, y cuando haya que pasar, que pase. No creo que hay que buscarlo, pero asociarse (en más de un sentido) al gobierno en la obsesión por frenarlo, como buscan hacer tantas organizaciones sociales argentinas (seguro leíste una nota de Verbitsky de las última que publicó em P-12, titulada "Garrote y Chequera") solo conduce a la implosión.

    (En todo lo demás, tu análisis me pareció notablemente bueno.)

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  5. Fe de erratas: Argentina no tiene 9 homicídios por 100 mil habitantes, sino 6, si se utiliza la metodología por la cual Brasil tiene 30. Esa diferencia abismal seguramente tiene múltiples causales, pero no puedo dejar de creer que una de ellas, y no de las menos importantes, radica en la capacidad que los argentinos mostraron, en el 2001, de dar dirección política a sus malestares, mientras en Brasil y otras partes (México ha sido un caso reciente), ellos emergen bajo la forma de desbordes de violencia sin rumbo, dirección ni propósito.

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  6. Henríque: el estallido que derribó a De La Rúa tuvo un precipitante, la incautación de los depósitos bancarios de la clase media. En Argentina contemporánea los estallidos han sido fomentados por la derecha más concentrada, porque un programa de ultraajuste solo se sostiene políticamente luego de una crisis de gobernabilidad. El problema político del macrismo es que asumió sin que, a diferencia de los gobiernos posteriores a la dictadura, Cristina se fuera con una crisis de gobernabilidad, por lo que solo pudo implementar un ajuste parcial. Y lo que mas les interesa, la reforma laboral y la provisional, están aún pendientes. Esto hace que los sectores populares hayan mantenido una alta conflictividad social cuyo manejo errático decepcionó a los poderes trasnacionales que creían ver en macri a el líder neoliberal del cono sur. La contradicción política interna del proyecto Cambiemos es que ha hecho todo para generar la crisis que antecede al ajuste, por lo que uno de suz mayores problemas radica en su propia naturaleza. Esa naturaleza contradictoria del macrismo está interiormente ligada al grado de organización popular, la verdadera pesada herencia de los tan mentados últimos 70 años. Por ejemplo, en un momento de gran fortaleza política, la movilización popular organizada -no un estallido- hace retroceder nada menos que a la Corte Suprema. Es en la calle, es con las multitudes organizadas, eligiendo el día, la hora, el lugar y las consignas. Ahí comenzó a gestarse la crisis de una Corte Suprema que hoy se encuentra en estado de fractura. La organización popular a veces no lo puede todo, por ejemplo, no pudo sacarse de encima a una conducción cegetista claudicante. Pero cada vez que en Argentina se puede algo es gracias a la organización popular y no a los estallidos. El período que se abrió con la caída de De La Rúa, que también fue empujado por un golpe de mercado, por corporaciones mediáticas que convocaban al cacerolazo y por ahorristas desencajados que luego pidieron a Cristina poder comprar dólares, instaló una consigna cualunquista, el "que se vayan todos". Por supuesto, no se fueron todos. En esos meses de asambleas que se fueron disolviendo por desgaste, la represión no aminoró. Las elecciones de 2003 las ganó Menem y fue una absoluta contingencia que saliera segundo Nestor. También resultó imprevisible que Nestor y Cristina no capitularan inmediatamente ante el pliego de condiciones que pretendieron imponerles desde el diario La Nación. Nestor y Cristina no fueron emergentes del "que se vayan todos" sino de una ininterrumpida tradición peronistas.
    No pretendo sacar una ley general sobre !a maldad permanente de los estallidos, pero los ejemplos de estallidos capitalizados por la ultraderecha son numerosos. Un estallido solo puede ser deseable si hay un poder popular consolidado que !o canalice inmediatamente, pero quizás si ese poder existe también se puede ahorrar la sangre que se derrama en los estallidos, que es siempre nuestra sangre.
    En el caso de Brasil, no sé. Quizá lo que faltó no fue un estallido social, sino una resistencia organizada. Y Dilma generó las condiciones de su propia ingobernabilidad.
    Faltan 10 meses para las elecciones y el tiempo para organizar un frente popular no sobra. Estamos en eso. Un estallido pronto sofocado por el poder represivo del macrismo podría darle paradójicamente oxígeno para llegar a octubre en mejores condiciones.

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