viernes, 5 de abril de 2019

BAFICI devaluado I: Os verdes anos

(Paulo Rocha, Portugal, 1963)


por Oscar Cuervo

Podía ver una sola película en la primera jornada del BAFICI devaluado y tenía que optar entre una serie de nombres y títulos desconocidos para mí. Tuve buena puntería: me guió mi fe por el cine portugués. Y resultó que Paulo Rocha vendría a ser el iniciador del novo cinema português y Os verdes anos esa película con la que todo empezó, hace 56 años.

El misterio del cine portugués es algo que no logré todavía desentrañar, pero me gusta pensar que radica en la dulzura de su lengua o en la geografía escarpada de Lisboa. Seguro que estoy equivocado, pero déjenme pensarlo así. Incluso cuando directores de otras nacionalidades filman algo en Portugal (Sokurov, Kelemen, Wenders), producen obras impregnadas de una cadencia melancólica que yo asocio a estos dos elementos: la dulzura de la lengua y la geografía escarpada.

Ahora bien, yo hasta ayer no sabía -me doy el lujo de ignorar muchas cosas porque todavía tengo tiempo de aprender- que el que comenzó con esta cascada de belleza que no termina nunca fue Paulo Rocha y lo hizo con esta película. En el año 1963, o sea: en sincronía con los novos cinemas que brotaban por todos lados.

Lo que tiene Os verdes anos es una inocencia que conmueve para mirar las cosas harto conocidas. Harto conocidas como los jóvenes que llegan del campo a la ciudad, jóvenes que viven una rebelión aún tímida contra el mundo adulto, la ciudad moderna en la que las presencias se vuelven anónimas, la dura distancia que se impone entre las mucamas y sus señoras burguesas, la tensión entre la prepotencia de la modernidad capitalista y la inercia feudal, la ira contenida en las horas del trabajo asalariado y las ganas de huir. En 1963 Rocha filma todo esto con una mirada inocente, es decir, como quien acaba de llegar a la ciudad y va aprendiendo los códigos de su funcionamiento, las distancias entre los monoblocks y los baldíos, entre el día y la noche ciudadanos, entre los charcos y el cielo.

Desde el plano inicial hasta el último, en un blanco y negro de delicadeza atónita, el ritmo del descubrimiento de la ciudad, Lisboa, no cualquier otra, va pautando el trayecto de los personajes: el joven zapatero y la mucama joven. Rocha no necesita enfatizar nada hasta su final abrupto, que interrumpe esa fluidez lograda para poner un punto de detención. 

Todo lo que hay que ver en cada plano de Os verdes anos es el diálogo entre los espacios y los cuerpos, un contrapunto que cada tanto produce un acorde de melancolía sobria. Esa limpieza en la mirada de Rocha, la elegancia de cada decisión formal, es su mejor estrategia para abrirnos ese tiempo: el Portugal de los 60. No hay referencias directas a una situación política, pero el orden impuesto con engañosa naturalidad deja asomar restos de una violencia que finalmente emerge. Con en El dinero de Bresson o El por qué de la locura del señor R de Fassbinder, Os verdes anos podría integrar un conjunto de películas de finales abruptos que terminan por definir la forma de una violencia latente.

Pero habiendo visto solo esta película de Rocha, puedo asegurar que su planteo cinematográfico es singular, no es como Bresson, como Fassbinder ni como algún otro: se trata de un autor, algo que se reconoce no luego de recopilar constantes estilísticas o temáticas que atraviesan toda una filmografía sino en unos pocos planos. 

Hay cineastas que se constituyen como autores en unos pocos planos capaces de anunciar un cine posible. Así, vemos las películas que vendrán entre las hendijas de una secuencia a otra. 

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