domingo, 17 de mayo de 2020

Unos zapatos y el mundo en el que algo ya no funciona

Patologías Culturales - Arte y Verdad III - 16 de mayo de 2020


[Viene de acá] En la era del funcionamiento total, ¿podemos pensar el arte como algo que "funciona"? ¿Cuál es el lugar que ocupa el arte en nuestro propio funcionamiento? ¿Acaso una obra puede ayudarnos a funcionar? Pero ¿qué mundo es este donde el mandato irrevocable es que todo tiene que funcionar, el arte mismo, nosotros mismos?

Entendámonos: la época del funcionamiento total no implica necesariamente que todo funciona, porque de hecho percibimos que algo no funciona. Sin embargo, el mandato es categórico y totalizante: todo lo que hoy pugna por ser se rige por su cumplimiento de la orden de funcionar. Preguntarnos por la posibilidad de que el arte no funcione, asomarnos a un abismo en el que algo en nuestra existencia no funcione puede dejar a la vista el revés de trama del funcionamiento total: el terror. El suelo nos falta. ¿Y si no funcionamos?

Después de tantos años de que estas preguntas fueron hechas (Heidegger, El origen de la obra de arte, 1936), en medio de una pandemia hasta hace poco imprevisible  -qué confiados parecíamos estar sobre el funcionamiento del mundo-, es tan ruidosa como nunca la voz de imposición de los grandes poderes mundiales para que el funcionamiento no pare, tanto como su impotencia ante la sospecha de que este mundo magnífico podría dejar de funcionar por la aparición de algo inesperado. No un cataclismo de enorme magnitud, sino la irrupción de un ente microscópico, capaz de hacer tambalear la estructura completa del funcionamiento.

¿Y si al sentir el arte como una rasgadura a través de la cual se filtra lo incalculable, lo renuente a funcionar, Van Gogh hubiera dado no con su propio límite, sino con el límite del mundo que ordena el funcionamiento total, cuya imposibilidad de cumplimiento lo llevara al terror? ¿Y si por aquella época de la prepotencia de la revolución industrial aparecieran deambulando por Europa todos estos locos malditos juntos que sintieron el terror que esconde el mandato del funcionamiento? Nietzsche sentía el terror casi al mismo tiempo en que Van Gogh pintaba el campo de trigo cuyo cielo se cubre de cuervos color borravino.


Treinta años después de haberse hecho estas preguntas por primera vez, Heidegger todavía se topa con lo mismo. Años 60, en la célebre entrevista con la revista SPIEGEL Heidegger insiste en señalar la extrema ambivalencia de la situación mundial en la que todo tiene que funcionar.

SPIEGEL: Sin embargo, se le podría objetar de manera completamente ingenua: pero, ¿qué es lo que está aquí dominado? Todo funciona. Cada vez se construyen más centrales eléctricas. Cada vez se producirá con mayor destreza. En la parte del mundo altamente tecnificado los hombres están bien atendidos. Vivimos en un estado de bienestar. ¿Qué falta en realidad?

HEIDEGGER: Todo funciona. Esta es precisamente la intemperie, que todo funciona y que el funcionamiento lleva siempre a más funcionamiento, que la técnica arranca al hombre de la tierra cada vez más y lo desarraiga. No sé si usted se espantó, pero yo desde luego me espanté cuando vi las fotos de la Tierra desde la Luna. Ya no necesitamos bombas atómicas, el desarraigo del hombre es un hecho. Sólo nos quedan puras relaciones técnicas. Donde el hombre vive ya no es la Tierra.

La pregunta del periodista de SPIEGEL revela una suficiencia ante los cuestionamientos de Heidegger que hacen aparecer al filósofo fuera de lugar. En el corázón de la Europa rica donde -casi- todo funciona, ¿qué plantea este hombre como objeción ante el funcionamiento irrestricto? Treinta años antes -estamos moviéndonos en círculos- en sus lecciones de Introducción a la metafísica, Heidegger había elegido precisamente para hacer aparecer la falla ante el funcionamiento total la extrañeza por un cuadro de Van Gogh:

"Aquel cuadro de Van Gogh: un par de zapatos rústicos, nada más. De hecho, esa imagen no representa nada. Sin embargo, uno se encuentra enseguida a solas con lo que hay ahí, como si uno mismo, al caer la tarde otoñal, regresara cansado del campo a casa, con el pico en la mano y a la débil luz de las últimas brasas de la hojarasca de papa quemada. ¿Qué es aquí lo que hay? ¿La tela? ¿Los trazos del pincel? ¿Las manchas de color?". (Ver más sobre estas cuestiones acá).


¿Dónde está la obra? ¿En la tela? ¿En la materia de las pinturas con la que luchaba Van Gogh para obtener sus azules, sus amarillos? ¿En el nervio con el que manejaba el pincel cuya presión todavía se percibe? ¿En el impulso que lo movía a pintar sin parar y sin poder él saber bien por qué? ¿Colgado en la pared del museo? ¿En nuestra mirada que se alínea con la suya cuando nos detenemos a observar con extrañeza esos zapatos? ¿En los zapatos? ¿Los zapatos de quién? ¿Qué es la obra misma que suscita todas estas preguntas?

En Patologías Culturales de ayer a la tarde nos preguntábamos, en esta conversación que venimos manteniendo con Maxi Diomedi desde hace ya varias semanas: “¿No estaremos violentando al arte si le exigiéramos funcionar de la misma manera en que se lo exigimos a la naturaleza, a los ríos, a los bosques, a los campos y a nosotros mismos? ¿El arte no será eso que se resiste al funcionamiento? ¿Pedirle al arte que funcione no será violentarlo?”. Pueden escuchar la conversación radial en el siguiente fragmento radial:


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En el resto del programa ustedes pueden escuchar la entrevista que Maxi Diomedi le hizo a Sergio Alejandro Pujol, autor de El año de Artaud. Rock y política en 1973. También Jimena García Blaya, Soledad Pérez Tranmar y Valeria Martinez hicieron un primer balance de la extraña y estimulante edición del Festival Internacional de Danza Emergente (fide.ba) realizada por estos días íntegramente on line. Escuchen el programa completo acá:


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