martes, 26 de enero de 2021

Luz de agua

Segunda parte del Díptico de Gustavo Fontán - Online
 

Cuando hace pocas semanas, antes de que el año 20 terminara, Gustavo Fontán dio a conocer a través de las plataformas su corto Jardín de piedra (ver online acá), anticipó que se trataba de la primera de "dos pequeñas películas" originadas en una experiencia común: 

"Durante varios meses de este año sin sentido salí a la terraza para mirar los techos. Salía en distintos momentos del día, como en un rito, buscando tal vez en esos techos algún tipo de explicación. Algo que mitigue el desconsuelo".

Dos películas originadas en la experiencia de un año para el que nuestra generación no estaba preparada. Un tiempo de penuria y una tarea poética para mitigar el desconsuelo. No un plan de evasión sino la transfiguración del desaliento en una suerte de testimonio bienhechor, un trabajo con la materia misma de la ruina para poder tocarla, para hacerse compañero de ella, una huella lanzada hacia un futuro que permita comprender un sentido que todavía nos resulta esquivo. Este tiempo nos provocó una fractura brutal en la sensibilidad. No sabemos cuándo ni cómo termina, todavía en el punto ciego de un abismo. Más adelante podrá, quizás, aunque no es seguro quién, verse el desenlace.

Fontán decidió hacer cine para morar junto a la penuria. No para olvidarla, sino para morar en ella de modo que se nos haga compañera, una prueba de vida ante la cosa negra que nos alcanzó. A lo mejor, pensada de este lado, después de que llegó, la cosa negra se presentía, capaz hubo voces anteriores que avisaban lo que hoy puede deletrearse en silencio en las terrazas de piedra reseca y herrumbre, en los escombros, en las hojas muertas, los desechos de un tiempo que nos trajo hasta acá. Quizá un desconocido ya había golpeado a la puerta y nos había dicho que el verde de las hojas es tentativo y no supimos bien si desvariaba. El desvarío hoy se hizo presente. Es un abismo que nos pone entre lo que llegamos a ser y lo que se nos viene, cada uno lo capea como puede.


El tiempo de la historia que nos lleva como la corriente de un río no tiene noción de una piedad humana, toda ilusión de progreso fue eso, ilusión humana. Inmensidad de un río manso y despiadado. La esperanza radica en otra cosa: cuando una flor brota entre las piedras secas surge una fuerza que resiste con fragilidad invencible.

La decisión de Fontán de encarar este tránsito incierto a través de un díptico me llevó a preguntarme: ¿qué tiene el número 2? ¿Por qué no un tríptico, como una tradición persistente nos acostumbró a esperar el ritmo de la aparición de las cosas que surgen? Creo que el 3 es la conciliación, un puente entre dos posiciones, una mediación que cierra la fractura. Esto se encuentra en la concepción triádica de la unidad aristotélica y también en el ritmo de la dialéctica, las modalidades clásica y moderna del clasicismo. Si hay 3, hay conciliación y cierre. El 2 da cuenta de la imposiblidad de conciliar. Creo reconocer una tendencia del cine contemporáneo por dejar la fractura expuesta y negarse al 3, como si las películas no pudieran ya configurar unidad. Los momentos del díptico se paran uno frente al otro sin componer la fractura.


Algo entendí en estos meses de confinamiento en los que sentí en la carne el tironeo entre estar adentro y salir afuera: las horas de vigilia que paso adentro se ven interrumpidas por el ritmo del sueño. En sueños salgo al exterior que tengo cancelado en la vigilia. Soñar es una forma de respiración. 

La primera parte del díptico de Fontán, con su silencio plano, es como esas horas de la vigilia callada en las que nada se escucha. En Jardín de piedra el cine hacía aparecer el encierro de la mirada, agarrada a un punto fijo desde el que algo solo se dejaba ver. Luz de agua parte de esa misma perspectiva de la mirada confinada, la misma terraza seca y la herrumbre, como si comenzara el segundo capítulo de la serie, pero en seguida la dirección se desvía. Aparece el agua primero como lluvia, después como río, con la textura de la imagen analógica que alivia la sequedad digital. Unos intertextos mencionan una y otra vez a un desconocido que llama a la puerta, un visitante de los sueños. El antecendente de Jardín de Piedra no se borra, está presente como contraste necesario en los reflejos tornasolados de Luz de agua. Fontán hace aparecer el río, los reflejos involuntarios del sol sobre la lente, los destellos dorados y el rojo rabioso del río al atardecer. Y la voz de Godoy, el hombre del río, no sabemos si el mismo que vino a golpear la puerta u otro, que aparece en el sueño y cuenta una deriva y le pone nombre a esa cosa negra que se venía. En el grano de la imagen analógica hay polvo y todos los elementos se acarician, el agua es a la vez remanso y amenaza, la luz es una caricia cósmica, ese movimiento que en Jardín de piedra está interrumpido. 


No hay un final feliz, es el pasaje onírico en el que los restos de otro tiempo cobran vida, también la vuelta del cine fluvial de Fontán, como momento feliz de una inmersión amenazada, como un sueño que espera volver a despertar de esta vigilia seca. Se trata siempre del tiempo, porque las paredes resquebrajadas, la herrumbre y las hojas secas en la terraza también conjugaban un tiempo. Pero en Luz de agua el tiempo habla como un mundo al que resta volver, con la esperanza secreta de que ahí nos aguarda.

LUZ DE AGUA from alejandroinsomniafilms on Vimeo.

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