jueves, 15 de abril de 2021

Se acabó lo que se daba

Horacio no era el amigo


La racionalidad política de las medidas que Alberto anunció anoche confirma que no podés gobernar cediendo todo a los poderes que te quieren voltear, porque te van a voltear más rápido si abandonás a los que te eligieron. La lección alfonsinista: el pueblo acude a tu llamado hasta ver que terminás haciendo lo contrario de lo que decís. Un resto de racionalidad en esta sociedad permite abrigar una esperanza de que la calamidad no resulte tan alta como en sociedades cercanas.

Además de resolver nuestros dilemas principistas en favor del sistema sanitario, por añadidura vino el efecto pragmático: los que anoche caceroleaban por las medidas restrictivas anunciadas, incluida la suspensión de las clases presenciales en las que estaban hostilmente empeñados tanto el larretismo como el propio ministro de educación de Nación Nicolás Trotta, dentro de unos días cacerolearían de todos modos por el colapso sanitario, si llegara a producirse. No se gobierna teniéndoles miedo a estos televidentes neurasténicos ni a los que los estimulan con una campaña mediática terrorista.

Lo que sucedió anoche es un pequeño triunfo de la racionalidad política en medio de una calamidad mayor. Esta calamidad ni siquiera es argentina. Lo que está crujiendo es la civilización planetaria y la está haciendo crujir la primera pandemia auténticamente global de la historia. La calamidad no radica solamente en el poder del daño del virus, sino en que el bicho se coló por las rajaduras del sistema. Lo que se está tambaleando es la civilización planetaria tal como la conocimos, la llamada vida moderna. El sueño del progreso engendra monstruos. No es la ya conocida anomalía argentina. El modo de vida diseñado a partir del desarrollo tecnológico consumista se topó de pronto con un alien que atraviesa con su rayo despiadado todas su precariedad. Si alguna enseñanza dejan estos meses de espanto, es que el mundo moderno -del que la postmodernidad es su versión indexada- es precario y se inclina con más facilidad hacia el espanto que hacia el cálculo de bienestar distribuido entre la mayor cantidad de personas, tal como lo soñó cándidamente el utilitarismo. El monstruo no es el virus, sino el mundo sacudido por el virus.

Argentina intentaba salir de la calamidad macrista, estábamos a punto de tomarnos un respiro después de cuatro años de crueldad ejercida con arrogancia y torpeza, cuando apareció una calamidad mayor. Porque nuestro instrumento para protegernos del daño producido por el orden mundial y el lugar que nuestras clases dominantes nos propusieron dentro de ese orden fue -quiero decir: fue y todavía sigue siendo- el peronismo.  El peronismo, con el liderazgo de Cristina y la capacidad popular de resistencia, venció a esa constelación del poder desquiciada. ¿Cómo habría sido un gobierno del Frente de Todos sin pandemia? Es una pregunta  imaginaria, más vale no perder tiempo en eso, porque ahora lo que hay es la pandemia que sacude la estantería de un mundo precario. El peronismo estaba preparado para muchas cosas pero nada estaba preparado para la pandemia, que todavía no sabemos cómo y cuándo termina. Tampoco quién va a quedar para contar el desenlace. 

¿Cómo hubiera sido la pandemia gobernada por el macrismo? No lo sabemos, pero da miedo pensarlo. Un botón de muestra lo tuvimos por el sinuoso boicot que Larreta empezó a ejercitar al poco tiempo de aparecer sentado en la famosa mesa de tres junto a Kicillof y Alberto. El presidente vio en el comienzo una posibilidad de "cerrar la grieta" frente a la amenaza exterior, suponiendo que todos iban a reaccionar razonablemente para preservar la comunidad organizada. Se hizo mucha fuerza para mantener esa ilusión hasta ayer. Revisen la penosas apariciones de Trotta y hagan toda la fuerza que puedan para distinguirlo del discurso larretista. Hoy el ministro hijo, de un represor militar, aparece como la pieza mellada de ese forzamiento. En La otra marcamos desde mayo pasado que Larreta actuaba como el enemigo cerca, que estaba ahí para corroer el plan sanitario. Alberto no lo supo o no lo quiso ver hasta ayer.

Esta semana la cosa se puso tan fiera, los enemigos tan hostiles, el negacionismo tan intenso, la curva tan empinada, los muertos tantos como para que fuera evidente que la ilusión albertista de lograr esa sutura se viera imposible. Alberto tenía que elegir y eligió bien. Las restricciones rigen para el AMBA que es el núcleo inestable por el que siempre empieza todo.

Esta historia no ha terminado.

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