lunes, 4 de febrero de 2008
FASSBINDER: Yo soy la felicidad del mundo
A propósito de la amplia retrospectiva del la obra cinematográfica de Rainer Werner Fassbinder que está realizando la Sala Lugones del Teatro Municipal San Martín. Ver
http://www.teatrosanmartin.com.ar/cine/fassbindder_1_0.html
En sólo 16 años de actividad artística Rainer Werner Fassbinder hace una cantidad de películas tan asombrosa –44 en total, entre largos, cortos, miniseries y unitarios de TV– como para que cualquier intento de analizar su obra esté obligado a referirse ante todo a su desmesurada productividad: este texto parece que no será la excepción. Pero si esta nota se centrara en la cantidad, quedaría ligada a un rasgo exterior de su obra: ¿acaso se lo comprende mejor por el hecho de que filmara mucho? Sin embargo, hay algo en su ritmo de producción que lo distingue en un sentido más íntimo, un temple Fassbinder de vivir haciendo cine, que consiste en no poder esperar: arte engendrado en estado de desesperación. Fassbinder es un desesperado, niño carente de amor, joven promesa, muchacho entre dulce y feroz, amado por mujeres y hombres, führer de grupos anarquistas, astuto director de actores, referente político de una generación que descree de la política, objetado a derecha e izquierda, alcohólico, drogadicto, narcisista patológico. Todavía hoy sus películas prolongan la onda expansiva de su paso por el mundo. Su obra ha derribado la pared que separa lo público de lo privado; por eso, la política, la psicología o la crítica de arte son disciplinas ineficaces para entablar un diálogo (vaya ambición) con él.
El cine es su medio de vida, en todo el sentido de la palabra. Tarkovski dio una vez un solo consejo a los jóvenes cineastas: que filmen de la misma manera en que viven, que no disocien sus películas de su existencia. Fassbinder es el único que toma esta recomendación al pie de la letra: para él no hay vida fuera de su obra. Cuando el 10 de junio de 1982 lo encuentran muerto en su habitación, devastado por las píldoras, el alcohol y la cocaína, en su lecho hay papeles de al menos seis proyectos: la vida de la revolucionaria Rosa Luxemburgo; una ópera en coautoría con su músico Peer Raben; la puesta teatral de Un tranvía llamado deseo; un proyecto para TV, y un largometraje en etapa de preproducción titulado Yo soy la felicidad del mundo, que cuenta la historia de cuatro individuos que fracasan como detectives y triunfan como estrellas de rock. En ese momento, Querelle, la que en definitiva será su última película, todavía está en proceso de edición.
En una entrevista de 1971 Fassbinder dice: “El trabajo puede ser el único tema que hay. ¿Qué otro? La mayoría de la gente trabaja cada día a lo largo de cincuenta años de vida, y sigue trabajando cuando vuelve a casa. Difícilmente esta gente tenga una vida privada de la que hablar. Se podría decir que el trabajo es su vida”. Van Gogh, en una carta a su hermano Theo, da en la tecla: “siento hasta el extremo de quedar moralmente aplastado y físicamente aniquilado la necesidad de producir”. Vincent lo llama “el mal de producir”. Este mal es verdaderamente un bien, porque abre la desesperación que, de otra manera, quedaría confinada al mundo privado.
El mundo privado no es aún el mundo íntimo. Abrir la desesperación no significa exponerla a la mirada ávida de los chismosos. En cuanto a Fassbinder, el periodismo amarillo ya contó sus miserias privadas. Pero con todo eso no se abre un milímetro la desesperación de la manera en que el cine de Fassbinder sí lo hace. Abrir la desesperación es hacer salir a la luz (a la luz íntima de la que el arte es capaz, no a la luz pública que amplifica sin límites los sucesos del día) lo que la desesperación es.
Las películas de Fassbinder exponen casi siempre casos desesperados. Pero si su cine abre la desesperación, no es principalmente por la temática que toca, sino porque en sus películas la desesperación es puesta a trabajar. Fassbinder abre la desesperación porque la pone en obra; es decir, despliega su energía, no como mera ostentación de fuerza, sino en el antiguo sentido de energeia: la verdad abriéndose paso a través de un mundo que, por otra parte, está cerrándose continuamente.
Para que la verdad se abra paso no alcanza con un artista genial: hace falta que el espectador esté dispuesto a colaborar. No es posible percibir el trabajo del artista cuando se lo considera como un ciclo clausurado. De esta manera se lo desactiva, reduciéndolo a una serie de rasgos previsibles que el autor ha esparcido aquí y allá, siempre idéntico a sí mismo. Y el espectador viene detrás, recogiendo esas migajas. Pero el cine de Fassbinder no está hecho: está haciéndose. Si el espectador hace su parte, puede seguir los movimientos de esa obra. En ese caso, la cantidad de películas, los cambios de registro, de tonalidad, de “género”, que se advierten de un film a otro, aparecen ya no como mero activismo, como un simple gusto por la cantidad o por la variedad, sino como seriedad para con la obra. Y ese compromiso reclama (espera, ama) una actitud análoga del espectador. (continuará)
OSCAR ALBERTO CUERVO
Muy interesnte el texto, y el tema del trabajo. La relación de Fassbinder con el trabajo también da que pensar cuando dice, ante la pregunta de alguien que lo reportea, que sin sus películas "malas" no habría llegado a sus películas "buenas"; como si en en el fondo, para él, todas fueran buenas.
ResponderEliminarEs que es casi cierto que todas fueron buenas, o al menos que al ver cada una de sus películas tenemos que volver a revisar nuestra idea de que es una película buena. Whity, por ejemplo, en su momento fue rechazada. Pero hoy se puede ver -además de las obvias referencias temáticas a Sirk y a Duelo al sol - como un boceto de el tipo de puesta en escena que va a refinar en Querelle.
ResponderEliminar¿Cuáles son las malas de Fassbinder? (O al menos las que yo no puedo tragar). ¿Niklashausen, La tercera generación, el epílogo de Berlin... El asado de Satán? Y pará de contar. El resto es entre interesante y extraordinario.
Estuve viendo su comentario y me parecio muy, demasiado diria, coherente, sobre todo conceptualmente, tiene conocimientos de cine y todavia no le ha llegado la hora de la miopia...
ResponderEliminarPero si es tan coherente, ¿Porq Ricagno no esta en la radio?
Pero TRAINGANLO A RICAGNO DE VUELTA A LA RADIO... O si q la cosa se va a poner mas angustiosa q Kierkegaard y Neustad juntos!!!