El oficiante mediático de la filosofía, Alejandro Rozitchner, y su esposa, la psicóloga Ximena Ianantuoni, son una pareja moderna, escéptica, divertida, atea. La religión es un peso que creen haberse sacado de encima, y en lugar de Max Weber por sus discusiones circulan Erich Fromm y Paulo Coelho. Supongo que preocupados por sus pequeños, que crecen en un mundo de fanáticos, supersticiosos y comunistas agazapados, el animador cultural y la psicóloga pusieron manos a la obra, dispuestos a salvar al resto del mundo de eso que alguien llamó el opio de los pueblos, la religión.
El resultado es Hijos sin Dios. Cómo criar chicos ateos (Editorial Sudamericana), un manual de autoayuda bajo formato de diálogo, ideal para traficar una pedagogía especular a la que pretenden combatir. Ale y Xime componen un matrimonio angustiado, y sus hijos, que no creen en nada, excepto en las promesas de mamá y papá, al parecer ya son discriminados en la salita rosa y la salita celeste del jardín de infantes. En en semanario, Ianantuoni contó parte del drama: “Alejandro, cuyos padres tienen orígenes judíos y católicos, es ateo desde siempre, en su familia no se profesaban religiones. En cambio yo tuve una formación religiosa, incluso tomé la comunión. Pero a medida que fui creciendo me di cuenta de que el único que está a cargo de uno es uno mismo y que nadie te salva de nada”.
Alejandro es hijo de León Rozitchner, profesor de filosofía, autor de varios libros, entre los que se destaca uno dedicado a la chirinada que los militares armaron en 1982 para intentar recuperar las Malvinas con resultados conocidos. El fue repudiado por intelectuales argentinos exiliados en México, muchos de los cuales apoyaban la guerra pero no a la dictadura, como si quienes tomaron el poder el 24 de marzo de 1976 hubieran sido un “ejército de ocupación” y los civiles, tristes víctimas. La realidad indica que ese golpe de Estado, con las excepciones de rigor, contó con la aprobación de la mayor parte de la sociedad. Pero no fuimos todos, fueron muchos.
Entretanto, cuenta la leyenda, Alejandro, asfixiado por la “personalidad” algo autoritaria de papá León, iba formando la propia, hasta que se destapó como animador radial y televisivo y como liberal rabioso. Rozitchner es nuestro Spinoza, nuestro antídoto contra las pasiones tristes. En sus talleres, boga que boga por romper con el sentido común, escribió libros con el locutor Mario Pergolini, con el músico Andrés Calamaro, ahora con su esposa. Su apoyo a la gestión de Menem, terminó con la paciencia de su padre, avergonzado de verlo como columnista de Mariano Grondona. Eran los Carozo y Narizota de la no ficción.
Hijos sin Dios… es un síntoma del estado actual del pensamiento en la Argentina. Para sus autores, la idea misma de dios es un obstáculo para desplegar un mundo propio, libre, sin coerciones. El libro cultiva el fetichismo -heredero del fascismo- de que insistir con sonsonetes sobre una tabula rasa, la mente de los niños, tiene efectos. En efecto, efectos tiene: pero no se sabe si los buscados. Hijos ateos, hijos homosexuales, hijos religiosos, hijos socialistas, hijos heterosexuales, hijos no peronistas, todo es posible de conseguir si se aplica un método.
El único método para estos liberales “libertarios” es no tener método: la disuasión por la permisividad; o lo que es lo mismo: miente, miente que algo quedará. Pero cuando digo “miente”, no digo que Rozitchner y señora mientan, sino algo peor: que crean que se puede no creer en nada. A diferencia del zen, cuya práctica es milenaria y se circunscribe, si no es una gimnasia new age, a una cultura y a un lenguaje que carece de las nociones de “antes”, “después”, de tiempos verbales y pronombres personales, el matrimonio imagina que no creer en nada es hacerse cargo de uno mismo, destetarse. El zen sostiene una política de la sustracción: cada vez menos creencia, hasta el grado cero de la creencia: romper la identificación con la nada, es el satori.
Y aunque Rozitchner diga que “ser ateo no quiere decir no creer en dios”, la definición canónica de ateísmo es la negación de la creencia en dios. El ateo no cree en nada, el ateísmo es la identificación a nada. Esta política de la adición no tiene salida: identificarse a nada es creer en todo… incluso en dios, pero como después de Nietszche, dios está muerto, en el universo del todo (dónde hasta la fecha nadie abolió las jerarquías) después de dios, ¿quiénes son los siguientes?: mamá y papá, que como auténticos liberales admiten que los niños no tienen que ser necesariamente como nosotros. Aunque el narcisismo se fracture, el clavo del final sería que los jóvenes tomaran los hábitos, pero como no está de moda es probable, no seguro, que se identifiquen a la bulimia, la obesidad, la anorexia, el individualismo, los antidepresivos o al ateísmo: todos productos de consumo.
Si dios está muerto, todo está permitido, incluso otro libro de la psicóloga y el filósofo de Socma. Por ejemplo, ocupándose del danés Soren Kierkegaard, quien decía que la herencia del padre es su pecado y que será la invención sobre cómo valerse de esa herencia la vía para que ésta no recaiga como maldición.
PABLO E. CHACÓN
Buenas, el blog se pone cada vez más interesante. A mi entender en la nota hay dos niveles: el de la crítica a lo que A. R representa en el campo intelectual-mediático argentino y luego la que se realizaría al contenido del libro. Sobre la primera no tengo nada que decir, probablemente sea cierto. En el segundo plano las cosas no me quedaron muy claras: bien: el ateísmo es la negación de la existencia de dios. Ahora, que el ateo no cree en nada...ya que menciona a Nietzsche, él hace la diferencia entre nihilismo negativo y positivo. Este segundo permite la creación en la nada, incluso la presenta como un desafio. Es cierto que posiblemente el libro sea una banalización de la creencia en Dios, pero ¿está tan mal la idea de que una instancia objetiva trascendente obtura la posibilidad de autotransformación subjetiva?. El único escepticismo posible no es el que hace zapping con cara de fastidio o compra cosas para paliar la angustia. También puede ser un compromiso de pensar con pasión y autonomía. Saludos.
ResponderEliminarJa, "filósofo de Socma". Me parece bien que se ponga sobre el tapete a este intelectual que tiene mucho de fiasco. Su liberalismo a ultranza y su psicologismo reduccionista son lamentables. Pero la comunidad lo acepta. Como bien dijo León, estos son los intelectuales que el sistema acoge con simpatía.
ResponderEliminarTengo que confesar que no leí nada de nada de Rozitchner. De modo que no puedo hablar con fundamento. Pero hay dos preguntas que me surgieron, después de leer el post:
ResponderEliminar1) Si es así como se lo presenta, ¿no será un poco desatinado comparar a este señor con Spinoza?
2) Si su definición del ateísmo es la que cita usted, Chacón, entonces habría que informarle a Rozitchner que la que él da, no corresponde al concepto de ateísmo sino al de "nihilismo", del latín "nihil" que significa nada.
A. Rozitchner is not alive.
ResponderEliminarDediquémonos a otras cosas.
Ni Rosichner ni Rosin!... Jorje Rosi!
ResponderEliminaril ninja bianco
Ja!
ResponderEliminarEste Chacon es un loquito.
Hay gente que todo lo que hace, como Alejandro, es para contrariar a su padre. Eso es normal mientras se es adolescente, pero ya es hora de que haga la suya y se deje de mortificar a los nenes. Nunca lo soporté y no voy a comenzar ahora.
ResponderEliminarMalena