Por Liliana Piñeiro
Ver por primera vez el mar. Y no porque no lo haya visto antes. Pero bajo el cielo austral, todo se ilumina diferente: el azul toma el color de las profundidades. A veces es intenso y se atempera en un celeste suave, hasta brillar como un aguamarina Y otras toma prestado el gris de las nubes y lo convierte en plata. Pero siempre, a cierta hora, el azul es noche. Misteriosos, los colores arrasan la experiencia desde el amanecer, cuando el sol se eleva sobre el mar y los ojos se duelen de belleza.
Más allá, los lobos marinos y sus crías conviven con las gaviotas y los cormoranes, mientras los humanos miramos desde lejos, apenas redimidos en un gesto de fascinación respetuosa por las especies que nos acompañan. Y hay benditas zonas de silencio: el sonido del agua es música suficiente para el pensamiento.
¿Cuántas veces nos detenemos a mirar, a escuchar la maravilla del mundo? Pensé en Sokurov, con su capacidad de asombro intacta y su cámara fija auscultando matices en el mismo paisaje, los pequeños movimientos de la luz. Abriendo delicadamente nuestros ojos a la ínfima variación de lo sagrado.
¿Efectos del cine? ¿Madryn? No lo sé, pero por primera vez el mar se desvistió, íntimo y azul, para mis ojos.
Gracias.
Fascinación respetuosa, silencio, sagrado, azul profundo, una combinación entre el ojo y la memoria de algo que supimos tener y vamos perdiendo a veces en el fragor urbano: esa sorpresa que apenas dura un instante y nos llega mar adentro.
ResponderEliminarabrazo
Lilián
Agradecida por el comentario poético.
ResponderEliminarEn el fragor urbano, está bueno hacerse un rato para mirar de otra manera...
Liliana, me encantó tu mirada sobre el azul profundo.
ResponderEliminarLiliana, me encantó tu mirada sobre el azul profundo.
ResponderEliminarEstrella: ese azul hace efectos, sin duda.
ResponderEliminarSaludos
Bellos esos azules que nos invitan.
ResponderEliminarSu efecto tranquilizador resulta curioso y desde allí nos empuñan... para continuar.
Saludos enormes querida Liliana
Vanesa Aldunate