miércoles, 4 de marzo de 2009

Conversaciones sobre medio oriente y antisemitismo II


Conversación entre Daniel Cholakian y Oscar A. Cuervo

O. C.: En nuestra conversación anterior llegamos a la declaración de la independencia del estado de Israel en 1948. De ahí, podríamos disparar la conversación hacia atrás o hacia adelante. Pero propongo que nos quedemos un poco más en esta transición: sería interesante explicitar el proceso que va desde el mandato británico hacia la resolución 181. Podríamos revisar el rol ocupado por los diversos actores que fueron complicando el conflicto, agregándole quizá otros intereses que no fueron los del pueblo palestino ni los del pueblo judío disputándose un mismo teritorio. Es posible que otros apostaran a instrumentar estas aspiraciones, llamémosle “nacionales”, con diversos fines: económicos (¿quizá por ser una zona petrolífera?) o geopolíticos, por tratarse de un espacio en el cual conviniera tener bases militares. ¿Fue acordada la resolución 181 por las potencias vencedoras de la segunda guerra? ¿tuvieron participación activa palestinos y judíos -digo judíos porque todavía no sé si antes de la declaración de la independencia podemos usar el gentilicio “israelíes”- en esa decisión? ¿Estaban legítimamente representados los intereses de ambos pueblos? ¿A quiénes se les puede atribuir el rol de autores de esta resolución? Porque parecería que la resolución no es producto de un acuerdo, sino de una imposición. ¿Me equivoco?

D. C.: Venimos hablando sobre cuestiones políticas e históricas que nos pueden ayudar a pensar con libertad respecto de la legitimidad del estado de Israel. Ahora bien, ¿qué hubo entre aquel deseo comunitario, el proyecto sionista de Herzl, y el modo en que se llega a la propuesta de partición del territorio en dos estados? Cito a Scholo Ben Ami, ministro de relaciones exteriores israelí durante los acuerdos de Camp David: “Por erráticas que fueran las políticas británicas, el estado judío fue fruto de las condiciones favorables creadas por el Mandato” [1] . ¿Qué intereses movieron a Reino Unido a favorecer la creación del estado de Israel? En principio, yo negaría la importancia del petróleo en la cuestión. Para la primera mitad del siglo XX no era un tema que pudiera desencadenar conflictos como en la actualidad. Las compañias occidentales dominaban la explotación según sus intereses, y recién hacia 1951 en Irán se generará la primer crisis internacional del petróleo, a partir de la política petrolera llevada a cabo por el gobierno del primer ministro Mossadeq. En general, el apoyo a la constitución del estado judío está más basado en cuestiones políticas, como la capacidad diplomática y de lobby de los grupos sionistas, cierto recelo hacia los árabes de parte las potencias occidentales y, finalizada la segunda Guerra mundial, la impronta ineludible del holocausto. En mayo de 1947, ante la ONU, el jefe de la delegación de la URSS, Andrei Gromyko, después de describir el sufrimiento impuesto a los judíos en la segunda guerra, declaró: “Cabe preguntar si, ante la grave situación que atraviesan cientos de miles de judíos sobrevivientes de la guerra, podrán las Naciones Unidas desentenderse del destino de estas gentes desarraigadas de sus países y hogares. (...) El hecho de que ningún país de Europa Occidental haya sido capaz de garantizar la defensa de los derechos elementales del pueblo judío, ni de compensarle siquiera por los actos de violencia sufridos por parte de los verdugos fascistas, explica el anhelo de los judíos de crear un estado propio. Sería una injusticia no tomarlo en cuenta y negar al pueblo judío el derecho de realizar tal anhelo.” [2]
Hay otras cuestiones centrales de la época. En Medio Oriente se estaba consolidando el proceso de descolonización. Inglaterra veía cómo se cuestionaba su poder en Egipto (en 1952 ascendía al poder Nasser), en Irak empezaban las revueltas, y Jordania acababa de declararse independiente (aún con influencia británica). EEUU, erigida como primera potencia internacional, cambió los modos de manejar las relaciones internacionales. Ninguna potencia que dominara la region trataría de mantener relaciones coloniales. Tanto EEUU como la URSS alentaron procesos de descolonización, promoviendo la formación de estados aliados, sumisos o definitivamente satélites. No olvidemos que apenas 2 años antes se habían firmado los acuerdos de Yalta y la división del mundo en dos bloques desencadenaba una carrera. Este panorama, como contexto y no como sobredeterminación, favoreció la instauración de muchos nuevos estados, entre ellos Israel.
En el interior del territorio lo que ocurrió fue que, a medida que se desarrollaba el mandato y la inmigración judía se consolidaba, los habitantes árabes presionaban a la autoridad colonial, incluso con revueltas armadas. Lograron que se impusieran leyes de restricción del ingreso de los migrantes y de la compra de tierras. Aun cuando se impusieron cuotas para ambas cuestiones y se integró a los árabes en órganos consultivos, la situación entre árabes y judíos fue volviéndose más tensa. Por impericia o voluntad, el Reino Unido fue incapaz de controlar la situación, y cada grupo entendió que sólo podía confiar en sus propias fuerzas. Ya a fines de los años ’30 los diferentes grupos políticos, árabes o judíos, consideraban que la solución al problema necesariamente excluía a los otros. La violencia se había instalado en sus relaciones y ambos se preparaban para dirimir la cuestión por la vía armada. Sea para sostener sus derechos en la región que ocupaban originalmente o para evitar ser exterminados (ambas apreciaciones puramente subjetivas), árabes y judíos se armaron.
Los ingleses, en las revueltas que hubo entre 1937 y 1939, se encargaron de diezmar con violencia inusitada a las milicias árabes, mientras los judíos, tanto de izquierda como de derecha, pudieron constituir guerrillas entrenadas y armadas muy superiores a sus rivales. Esto fue decisivo para las hostilidades previas a la partición y central para la victoria militar israelí durante la guerra de 1947/48.
En el terreno internacional, EEUU y URSS apoyaban la conformación del estado de Israel, mientras el Reino Unido reconocía su incapacidad para solucionar la cuestión. Entonces la ONU conforma la UNSCOP, una comisión encargada de elaborar una propuesta para resolver el problema palestino. Esta comisión, sin presencia de las potencias mundiales, pero respondiendo a los intereses de EEUU y la URSS, presenta, luego de seis meses de análisis, la propuesta de partición en dos estados. Según el historiador israelí Ilan Pappe, los miembros de la UNSCOP “No tenían experiencia en Oriente Próximo ni conocían la situación de Palestina, y además habían inspeccionado la zona de un modo muy superficial. Al parecer les impresionó más la visita a los campos europeos de acogida a los supervivientes del Holocausto que todo lo que vieron en Palestina. (…) Los hábiles y bien preparados emisarios sionistas habían proporcionado a la UNSCOP un plan de partición muy acabado. (…) Pese a todo, la UNSCOP conocía la firme y unánime oposición de los palestinos a la partición. Para los palestinos -dirigentes políticos y población- la partición era absolutamente inaceptable y no muy distinta, a su entender, de la división de Argelia entre colonos franceses y población indígena”. Hubo representantes de la Agencia Judía en la comisión política de la Asamblea de la ONU, mientras los intereses árabes estuvieron representados por los poco poderosos países árabes recién independizados. Sin embargo, durante la votación por la propuesta presentada por la UNSCOP, que debía ser refrendada por los 2/3 de los miembros votantes, la elección no fue fácil para el frente comandado por las dos grandes potencias. Se pudo confirmar la propuesta sólo después de que, tras dos votaciones fallidas, Haití, Liberia y Filipinas cambiaran su oposición por un apoyo, respondiendo a la presión de EEUU.

Así fue como la resolución -que otorgaba un 56% del territorio a los judíos que representaban un 32% de la población- se aprobó. Más allá de la discusión sobre la calidad de las tierras comprendidas en tal división -porque los israelíes aducen que su porción incluye los 13.000 km2 del desierto de Neguev, el 45% del total del territorio-, lo cierto es que esta resolución nunca se cumplió. Un día antes de que venciera el mandato Israel declaró su independencia. En ese momento, 1948, comenzó la primer guerra árabe israelí, que terminó con una victoria de las fuerzas sionistas.
Lamentablemente desde entonces el conflicto bélico ha sido constante. Y así como entonces los países árabes declaraban abiertamente que su intención era eliminar la presencia sionista de la región, los dirigentes de la naciente Israel, también contrarios a la resolución 181, entendieron que ese era sólo el comienzo del sueño y que la expansión era una tarea para el futuro. La política fue claramente reemplazada por la acción militar; las relaciones entre estos actores, partidos, estados, refugiados, vencedores y vencidos, ha seguido el curso tomado desde entonces.

O. C.: Se me ocurre un interrogante de índole más filosófica, las relaciones entre los conceptos de pueblo, nación, estado y territorio. Muchas veces nos deslizamos sin advertirlo de una a otra noción, pero pareciera que no son sinónimos, cada una se funda en criterios diversos. Lo más fácil de entender es que un pueblo habita históricamente un territorio y que esa historia de algún modo legitima el mapa y la constitución jurídica de un estado. Eso parecería lo más usual. ¿Quizá haya en el caso judío una excepcionalidad, la noción de un pueblo que atraviesa las épocas con una identidad desterritorializada? Están los judíos de Europa central que hablan en idish, que es un dialecto del alemán; hay comunidades judías en la península ibérica que hablan ladino; y en Etiopía hay judíos que parecen no compartir nada (ni lengua, ni cultura, ni etnia) con los otros llamados también judíos, ¿excepto el libro sagrado, la Torah? De aquí sale una plularidad de sentidos para la noción de “identidad judía”. Parece una identidad construida sobreponiéndose a muchas diferencias. No sé si esta identidad fue construida retrospectivamente por el proyecto sionista, si está propiciada por actores externos al conflicto a los que les interesa construir una nacionalidad uniendo restos dispersos, o si el proyecto de unidad identitaria es algo que ha pervivido con fuerza a través de la historia desde tiempos antiguos. ¿Qué es lo que consolida esa unidad, ya que no la lengua ni las culturas en que estos distintos “judaísmos” se hallaban? ¿El Libro Sagrado? ¿Ser judío es adoptar ese Libro? ¿O se puede suprimir la referencia al Libro y que quede un judaísmo no religioso?
¿Podemos encarar este asunto en nuestra conversación o tendremos que pedirle ayuda a un tercero? ¿Cómo seguimos?
(continuará)
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[1] Ben Amí, Schlomo, Cicatrices de Guerra, heridas de paz, Ediciones B, Barcelona 2006, p.23.

[2] Varios, Informe sobre el medio oriente, Ed. OSA, Buenos Aires, 1968.

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