por Oscar A. Cuervo
Escuchar una voz, ese es el tema del seminario sobre Kierkegaard que empiezo a dictar el próximo miércoles en la Fundación de Fernández Couto. Me alegro de haber encontrado este título, porque me resulta muy rendidor, lleno de sugestiones y posibles derivaciones. Se podrían haber destacado unos cuantos conceptos más previsiblemente relacionados con la temática kierkegaardiana, como por ejemplo los referidos a la fe, la angustia, la desesperación, la filosofía existencial, la libertad... Pero creo que todos ellos son muy previsibles y además se los puede encontrar en muchos otros autores de filosofía y también de literatura. En cambio, creo que el tema de la voz (una clave importantísima en Kierkegaard) ha sido muy poco tratado.
Temor y temblor, que me sigue pareciendo el libro imprescindible para comprender a Kierkegaard, gira alrededor de la escucha de una voz. O mejor dicho de dos, o quizá de tres voces. El célebre relato de Abraham e Isaac, del Génesis del Antiguo Testamento: Isaac es el hijo de la vejez de Abraham, un regalo de Dios. Pero, una madrugada, Abraham escucha la voz que le dice “ve y toma a tu hijo, tu único, llevalo a la cima del Monte Moriah y ahí me lo entregas en sacrificio”. Y todo el mundo sabe cómo sigue, supongo. Pero el libro de Kierkegaard no trata directamente de la experiencia de Abraham, sino de la de otro hombre, uno que ha leído en el Génesis el relato de Abraham y se obsesiona con él: ¿cómo se puede escuchar una voz que va dirigida a mí y a nadie más? ¿soy capaz de responder “acá estoy” cuando una voz me llama por mi propio nombre? ¿de dónde sale la certeza de que es a mí, y a nadie más que a mí, que se le está dirigiendo la palabra? ¿alguna vez sentiste eso, que hay una voz que te llama a vos y a nadie más, y que si no respondés a esa voz el llamado queda flotando en el vacío? ¿sos capaz de soportar ese vacío en el que una palabra dirigida sólo a vos quedará sin responder? ¿o lo que toda tu vida has escuchado son voces que podrían estar dirigidas a vos o a cualquier otro, a las que no era necesario en absoluto responder “acá estoy”? ¿nunca te llamaron por tu propio nombre? ¿sólo acudiste a llamadas que podían ser dirigidas a vos pero también a algún otro? Alrededor de esa incertidumbre de la escucha gira Temor y temblor, la de un hombre que se obsesiona con la historia de Abraham, que escucha la historia de Abraham y siente que a él le habla, aunque de un modo distinto a como la voz le habló a Abraham.
El hombre obsesionado se pregunta: ¿cómo se hace para ser capaz de escuchar esa voz y reconocerse en ese llamado, es decir: obedecer a una voz?. “Obedecer” no es una palabra que en el mundo contemporáneo goce de mucho prestigio, se la asocia a la sumisión, a la esclavitud y al modelo de relación autoritario. Pero “obedecer” viene de ob audire, oboedire, de audio, "escucho", pero, por sobre todo, de predisponerse a escuchar, de ser capaz de escuchar. En Temor y temblor, el hombre que durante muchos años de su vida se obsesiona con la historia de Abraham, el que dice que desearía comprender la capacidad que tuvo Abraham de escuchar la voz que se le dirigía únicamente, ese hombre opina que sólo se puede creer en virtud del absurdo, que sólo absurdamente se puede uno hacer cargo de un tal llamado. Pero lejos de querer burlarse de la predisposición de Abraham, lejos de condenar como una locura la firmeza y hasta la alegría con las que Abraham tomó a su hijo, montó en el burro y viajó durante tres días y tres noches a la cima del monte a sacrificarlo, lejos de despreciar o abominar la resolución de Abraham, el hombre obsesionado admira, hasta podríamos decir: envidia secretamente a Abraham. Envidia que a Abraham esa voz lo haya llamado, al menos una vez en la vida, por su propio nombre. Y admira que Abraham haya respondido “acá estoy” y haya obedecido a la voz.
Vista desde afuera, la historia de Abraham es la de un loco: alguien que escucha voces, que, para colmo, le piden que haga cosas terribles. Escuchar voces es considerado por la psicopatología actual un síntoma de la psicosis (a menos que la voz que se dirige a mí sea una voz de verdad). En cambio, el hombre cautivado por la historia de Abraham, aunque no llegue a comprenderla, sería, desde el punto de vista de la psicopatológía, un simple neurótico.
Es interesante que la palabra que usa el hombre obsesionado para referise a la voz que Abraham escuchó sea “absurdo”. Dice este hombre: “y sin embargo Abraham creyó, en virtud del absurdo”. Es interesante, digo, porque también en la palabra “absurdo” se halla oculta la cuestión de la escucha: ab surdus, lo relativo a ser sordo, a la sordera. En realidad ese absurdo es la forma en que el hombre obsesionado escucha la voz que le habla a Abraham. Es una paradoja: porque no sucede simplemente que esa voz no existe para el obsesionado, él se da cuenta de que la voz habla, pero a la vez se reconoce sordo para ella.
¿Escuchamos voces?
Claro, todos somos oyentes, conversamos, charlamos, chateamos, mensajeamos, maileamos. Pero ¿una voz dirigida a mí y sólo a mí? Un día se me ocurrió que pensar no es otra cosa que escuchar. Cuando pienso, en el pensamiento, escucho una voz. No se trata de una voz que resuene en el aire, sino que sólo yo estoy oyendo en este preciso momento. Por ejemplo: esto que estoy escribiendo. Livianamente se podría decir que escribo palabras que se me ocurren, pero no es verdad: son palabras que yo no elijo, son frases que yo no invento, sino que escucho: me hablan. A veces, me dicen largas frases de un solo tirón, otras me dicen algo que no acierto a comprender, o a oir. Entonces paro de escribir y espero unos segundos, para ver si puedo escuchar bien lo que esa voz me dice.
Y la cortamos acá. De estas cuestiones tratará el seminario Kierkegaard 2009, “Escuchar una voz”, que empieza el próximo miércoles 15 de abril a las 18:30 horas en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, ubicada en Pte. Uriburu 1345, 1° piso (Informes: 4822-4690 / 4823-4941. Email: fepa@fepa.org.ar).
Temor y temblor, que me sigue pareciendo el libro imprescindible para comprender a Kierkegaard, gira alrededor de la escucha de una voz. O mejor dicho de dos, o quizá de tres voces. El célebre relato de Abraham e Isaac, del Génesis del Antiguo Testamento: Isaac es el hijo de la vejez de Abraham, un regalo de Dios. Pero, una madrugada, Abraham escucha la voz que le dice “ve y toma a tu hijo, tu único, llevalo a la cima del Monte Moriah y ahí me lo entregas en sacrificio”. Y todo el mundo sabe cómo sigue, supongo. Pero el libro de Kierkegaard no trata directamente de la experiencia de Abraham, sino de la de otro hombre, uno que ha leído en el Génesis el relato de Abraham y se obsesiona con él: ¿cómo se puede escuchar una voz que va dirigida a mí y a nadie más? ¿soy capaz de responder “acá estoy” cuando una voz me llama por mi propio nombre? ¿de dónde sale la certeza de que es a mí, y a nadie más que a mí, que se le está dirigiendo la palabra? ¿alguna vez sentiste eso, que hay una voz que te llama a vos y a nadie más, y que si no respondés a esa voz el llamado queda flotando en el vacío? ¿sos capaz de soportar ese vacío en el que una palabra dirigida sólo a vos quedará sin responder? ¿o lo que toda tu vida has escuchado son voces que podrían estar dirigidas a vos o a cualquier otro, a las que no era necesario en absoluto responder “acá estoy”? ¿nunca te llamaron por tu propio nombre? ¿sólo acudiste a llamadas que podían ser dirigidas a vos pero también a algún otro? Alrededor de esa incertidumbre de la escucha gira Temor y temblor, la de un hombre que se obsesiona con la historia de Abraham, que escucha la historia de Abraham y siente que a él le habla, aunque de un modo distinto a como la voz le habló a Abraham.
El hombre obsesionado se pregunta: ¿cómo se hace para ser capaz de escuchar esa voz y reconocerse en ese llamado, es decir: obedecer a una voz?. “Obedecer” no es una palabra que en el mundo contemporáneo goce de mucho prestigio, se la asocia a la sumisión, a la esclavitud y al modelo de relación autoritario. Pero “obedecer” viene de ob audire, oboedire, de audio, "escucho", pero, por sobre todo, de predisponerse a escuchar, de ser capaz de escuchar. En Temor y temblor, el hombre que durante muchos años de su vida se obsesiona con la historia de Abraham, el que dice que desearía comprender la capacidad que tuvo Abraham de escuchar la voz que se le dirigía únicamente, ese hombre opina que sólo se puede creer en virtud del absurdo, que sólo absurdamente se puede uno hacer cargo de un tal llamado. Pero lejos de querer burlarse de la predisposición de Abraham, lejos de condenar como una locura la firmeza y hasta la alegría con las que Abraham tomó a su hijo, montó en el burro y viajó durante tres días y tres noches a la cima del monte a sacrificarlo, lejos de despreciar o abominar la resolución de Abraham, el hombre obsesionado admira, hasta podríamos decir: envidia secretamente a Abraham. Envidia que a Abraham esa voz lo haya llamado, al menos una vez en la vida, por su propio nombre. Y admira que Abraham haya respondido “acá estoy” y haya obedecido a la voz.
Vista desde afuera, la historia de Abraham es la de un loco: alguien que escucha voces, que, para colmo, le piden que haga cosas terribles. Escuchar voces es considerado por la psicopatología actual un síntoma de la psicosis (a menos que la voz que se dirige a mí sea una voz de verdad). En cambio, el hombre cautivado por la historia de Abraham, aunque no llegue a comprenderla, sería, desde el punto de vista de la psicopatológía, un simple neurótico.
Es interesante que la palabra que usa el hombre obsesionado para referise a la voz que Abraham escuchó sea “absurdo”. Dice este hombre: “y sin embargo Abraham creyó, en virtud del absurdo”. Es interesante, digo, porque también en la palabra “absurdo” se halla oculta la cuestión de la escucha: ab surdus, lo relativo a ser sordo, a la sordera. En realidad ese absurdo es la forma en que el hombre obsesionado escucha la voz que le habla a Abraham. Es una paradoja: porque no sucede simplemente que esa voz no existe para el obsesionado, él se da cuenta de que la voz habla, pero a la vez se reconoce sordo para ella.
¿Escuchamos voces?
Claro, todos somos oyentes, conversamos, charlamos, chateamos, mensajeamos, maileamos. Pero ¿una voz dirigida a mí y sólo a mí? Un día se me ocurrió que pensar no es otra cosa que escuchar. Cuando pienso, en el pensamiento, escucho una voz. No se trata de una voz que resuene en el aire, sino que sólo yo estoy oyendo en este preciso momento. Por ejemplo: esto que estoy escribiendo. Livianamente se podría decir que escribo palabras que se me ocurren, pero no es verdad: son palabras que yo no elijo, son frases que yo no invento, sino que escucho: me hablan. A veces, me dicen largas frases de un solo tirón, otras me dicen algo que no acierto a comprender, o a oir. Entonces paro de escribir y espero unos segundos, para ver si puedo escuchar bien lo que esa voz me dice.
Y la cortamos acá. De estas cuestiones tratará el seminario Kierkegaard 2009, “Escuchar una voz”, que empieza el próximo miércoles 15 de abril a las 18:30 horas en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, ubicada en Pte. Uriburu 1345, 1° piso (Informes: 4822-4690 / 4823-4941. Email: fepa@fepa.org.ar).
Muy bueno este texto, Oscar. Y el concepto de "escuchar una voz", tal como lo planteás, me deja pensando. ¡Queremos más!
ResponderEliminarGracias, Andrés.
ResponderEliminarEsto seguirá en cualquier momnento.
saludos
wowwwwww!!!!!!!!! me super encanta el formato nuevo!!!!!! qué cambio!!!!!!!!! quedó genial!!!!!!!!!
ResponderEliminarun beso grande.
Gracias, Juli!
ResponderEliminarViste, está lindo. Hay que ponerse lindo.
Es tan bueno tu texto que lo volví a leer y hasta me hizo pensar si pensar no debiera... leer a Kierkegaard.
ResponderEliminarsaluti
A
Andrés:
ResponderEliminarbueno, gracias de nuevo. Y por supuesto que tenés que leer a Kierkegaard.
salud!
Espero poder hacer el curso. Me interesa Kierkegaard. La Fundación es medio cara, pero veré si me hacen algún descuento por ser (eterna)estudiante. Espero que no sean discriminadores yt no hagan descuento sólo a los de la UBA!
ResponderEliminarMuy bueno ésto, aunque no diré que lo entiendo del todo. Es que creo que no pasa por el entendimiento ...común.Es como que hay que colocarse en una dimensión poética.
ResponderEliminarA la poesía uno no le exige entenderla poque es de otra naturaleza.
Bueno, no sé si es así la cosa.
tratándose de la Filosofía: un enigma. Todo un enigma para mí.
yo espero también poder concurrir, la única cuestión puede ser la planteada por Mariana, a mí ni siquiera la de estudiante de la UBA.
ResponderEliminary anónimo de las 23.19 anda acertado: esto tiene dimensión poética, por eso me interesa mucho más.
saludos
Lilián
Anónimo, Lilián y Mariana T.:
ResponderEliminarSupongo que puede que tenga dimensión poética y también algo de enigma. De todos modos, no se trata de un asunto ni esotérico ni místico, ni tampoco de una disciplina especializada. Se trata solamente (y nada menos) que de abrirse a la comprensión de lo que significa escuchar, de interrogarse ante todo a sí mismo qué voces cada uno escucha, si existe una voz ante la que uno diga: "acá estoy". Se trata de algo que escapa a toda especialización y a toda doctrina mistérica: se trata también de escucharse.
El año pasado leí "Temor y temblor" e hice una lectura totalmente distinta, mas por el lado de la moral y su justificación. Esta tuya se ubica antes. No "lo que dice", sino en el hecho de "que dice". Excelente mirada (o mejor, escucha).
ResponderEliminarLamento que me sea imposible concurrir, pero espero poder seguirlo desde acá. Como Abraham te digo "acá estoy".
Abrazo
La herida:
ResponderEliminarla obra de Kierkegaard se distingue de otras obras filosóficas en las que la enunciación es un mero vehículo para trasmitir un enunciado. No se sabe qué voz es la que habla en la Fenomenología del Espíritu de Hegel o en la Crítica de la razón Pura de Kant, como si la voz que habla fuera lo de menos o como si en ellas hablara directamente el propio Espíritu o la misma Razón Pura. Pero en toda comunicación (no sólo en la filosófica) siempre hay una voz particular que toma la palabra. A la filosofía le llevó muchos siglos descubrir este problema; incluso identificar esta cuestión sobre la cual yo entiendo que no se ha pensado lo suficiente: que al pensar, en el pensamiento, una voz (o varias voces, si querés) nos habla. Se tiende a naturalizar que el pensamiento es algo así como una emanación del interior de una subjetividad humana (y cada uno de nosotros ha llegado a convencerse de ser un sujeto "que" piensa), sin ser capaces de reconocer una experiencia accesible: que al pensar oimos una voz que nos habla, del mismo modo que al estar escribiendo este mensaje esto siguiendo a una voz que me dicta. Vos podrás decir que aquí "voz" está usado en sentido figurado y no en sentido propio. Entonces podemos volver a preguntarnos: ¿pero qué es una voz en sentido propio? ¿dónde existen propiamente las voces sino en la escucha? La voz no es una serie de ondas sonoras (eso es sonido o ruido, pero no voz), sino aquello que existe en la escucha para la escucha, lo cual no quiere decir que la escucha inventa la voz: no, sólo la escucha y eso es posible porque la voz le habla.
Justo venía en le bondi leyendo las obras completas de San Agustín, el capítulo titulado "verbum cordis". La magnífica explicación de "los dos verbos" (el de Dios y el del hombre) que se despliega en el "De Trinitate".
ResponderEliminarCasualidad o no ya que las relaciones entre Agustín y Kierkegaard son múltiples y ricas.
Yo conozco mucho mas del primero que del segundo, así que lo que decís me suma par ampliar el horizonte.
Gracias, abrazo y suerte en el curso.
Qué interesante esto... me hace recordar también al relato de Samuel en la biblia.
ResponderEliminarCreo que todos tenemos esa o esas voces personales, o no, que te murmuran todo el tiempo. Esas voces no sólo se conforman con eso, sino que te persiguen a lo largo de la vida, desaparecen y vuelven a encontrarte (o tal vez una las busque)
Vos preguntas en este relato ¿alguna vez sentiste eso, que hay una voz que te llama a vos y a nadie más, y que si no respondés a esa voz el llamado queda flotando en el vacío?
no creo en las casualidades... me planteo cosas muy fuertes por estos tiempos y esta pregunta me sensibiliza. Algo me llama, y esta vez creo que debo obedecer.
Existe la posibilidad de que la frase "todos tenemos una misión en la vida" sea cierta? Estamos acá para cumplir o aprender algo??... la verdad no lo se, pero las voces están, y aveces tienen los mismos sonidos de hace un tiempo atrás.
No he leído este libro, pero desde ya que lo voy a conseguir. Muchas Gracias Oscar.