por Daniel Cholakian
"Hacia 2005, la intención estadounidense de constituir un modelo de dominación estatal permanente en Irak parecía fracasar. Esto generó grietas en su pretensión hegemónica. Más allá de la fuerza militar, EEUU no pudo imponer un nombre y un sentido único a las diversos actores de la región. Lo que no lograron fue imponer la idea de que toda resistencia iraquí se concentraba en Al Qaeda, ni establecer entre esta organización y Hezbollah o Hamas una identidad única y con ello diluir todas las otredades existentes. Esto se hizo particularmente evidente durante la invasión israelí al Líbano.
"Entre esas fisuras en la hegemonía discursiva, apareció el sujeto palestino, como un particular dentro de ese universal demonizado, como una identidad diversa entre tanto demonio indefinido. Y aunque aquí analizamos tal aparición en el cine, este no fue en el único espacio donde la misma se consumó.
"Hanna Arendt desarrolló el concepto de aparición en relación con la vida política. Con cada nacimiento, un ser diverso aparece frente a los otros siendo a la vez similar y diferente a ellos. El momento clave es aquel en que un grupo de humanos dice ‘nosotros’. En esa operación de creación de identidad y diferenciación se enuncia el conflicto. En la medida en que grupos con identidades diversas establezcan relaciones entre ellos, en un marco donde se incluya la posibilidad de diálogo, esas relaciones serán relaciones políticas. Para que un grupo humano pueda constituirse en ese espacio de aparición, es esencial hacerse visible ante los demás.
"Si la aparición funciona como inicio de lo político, es evidente que el cine es un espacio privilegiado para esas apariciones. A partir de 2003 se han producido una importante cantidad de películas en las que los palestinos asumen el lugar del emisor. Allí “aparecen”, en tanto pronuncian el “nosotros” arendtiano. Su misma aparición constituye una praxis política. Recuerdo a Edward Said: “En el plano internacional, cuando Palestina intenta narrar su historia y contar en términos dramáticos y creíbles su historia interrumpida y su relación con la historia de Israel, se le ataca sistemáticamente. Nunca ha habido una película importante sobre Palestina”. Frente a una larga lista de títulos de origen norteamericano que desde antaño profundizan la indiferenciación del “árabe terrorista”, hacia 2003 comienzan a distribuirse a nivel mundial películas donde esa tendencia universalizante es claramente contradicha. A una operación hegemónica, se le opone una contra-hegemónica. El impacto de esta aparición se evidencia en el hecho de que Domicilio privado llegara a ser candidata al Oscar, aunque finalmente fuera rechazada por cuestiones reglamentarias; Paraíso ahora fue finalista en la candidatura, además de ganar el Globo de Oro". (Fragmento de la nota "La «aparición» de los palestinos en el cine como praxis política", publicada en el número 21 de revista La otra)
por José Miccio
"En su celebrado autorretrato, Godard descubre una secreta simpatía entre la estrella de David y una tecnología de audio (el estéreo). Especula, entonces, con un triángulo que se despliega dos veces: los nazis lo habrían proyectado sobre el pueblo judío y luego el estado de Israel lo habría hecho sobre Palestina. Esta geometría volcada sobre la vida política certifica una equivalencia que es motivo de disputa permanente; por esta razón, Sivan y Khleifi [los directores del film Ruta 181] la asumen hasta el escándalo. Así, mueven las piezas, y ponen a Palestina en el lugar del pueblo judío y a su película en el lugar de Shoah. El cartel con que Lanzmann empieza su trabajo refiere la instalación de colonos alemanes en zonas polacas y el cambio de topónimos propio de las conquistas: Chelmno se convierte en Kulmhef, Lodz en Litzmannstadt, Kolo en Warthbrücken. En los primeros minutos de Ruta 181, los directores insisten en hacer preguntas sobre los nombres de los lugares que visitan: Masmiye se ha convertido en Bnei Re’em, Qastina en Qiryat Mal’achi; el borrado de esos signos se resume en las palabras de una mujer árabe: “cambian todos los nombres”. En una gran escena, Lanzmann envuelve en travellings una fábrica y hace que la marca de un camión -Saurer– ocupe la pantalla; edita esas imágenes con la lectura –a su cargo– de un documento nazi que promueve algunos cambios técnicos para los vehículos que se usan como cámaras de gas. Su intertexto en Ruta 181 es la visita que hacen los directores a la fábrica que vende a Israel el alambre –que ningún otro Estado usa, “tal vez por razones humanitarias”- para sus líneas de demarcación. Los polacos de Lanzmann, que ocupan las casas judías y a quienes el director pregunta por sus dueños anteriores, se convierten en los judíos de Sivan, que ocupan las casas árabes y a quienes también se les pide que hablen del pasado. Con la historia del gueto palestino de Lod se asocian las políticas de Israel con las políticas nazis. Así, una y otra vez, una imagen convoca a otra. Pero la correspondencia que –debido a la fama de su modelo– se destaca por sobre las demás es la que se establece con la escena de Shoah protagonizada por el peluquero de Treblinka. Quien habla mientras usa las tijeras es ahora un palestino. Acusa, primero, a un general israelí de mentir en sus libros: la población de Lod no se retiró por su cuenta; fue masacrada. Cuenta, enseguida, de casas confiscadas, robos y violaciones. Y luego, de cómo fue obligado a cremar los cadáveres de trescientas personas de su pueblo. La escena en realidad condensa dos testimonios de Shoah: visualmente, el del mencionado peluquero; verbalmente, el del hombre que trabajaba en los hornos de Auschwitz. En el cierre de este fragmento, tres planos de rieles -como los que Lanzmann filma hasta el dolor en el presente de Auschwitz- subrayan esto último.
"Remisiones tan sistemáticas convierten al palestino en el judío del judío. «No hay que comparar sino lo que es comparable», advertía Vidal-Naquet en un libro que Sivan seguramente conoce. Daba este ejemplo, entre otros: «…la expulsión de los palestinos no puede compararse con la deportación nazi, y la matanza de Deir-Yassin por parte de los hombres del Irgpun y del grupo Stern (9 y 10 de abril de 1948) puede asimilarse a Oradour pero no a Auschwitz»". (Fragmento de la nota "Eyal Sivan. A contrapelo", publicada en el número 21 de revista La otra)
La parte de cine está muy buena en la revista, incluyendo este trabajo. Martha
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