por Liliana Piñeiro
A veces, las buenas películas decantan al día siguiente. Y con Montoneros, una historia, el documental que el sábado presentó La Otra con la presencia de su director, Andrés Di Tella, algo así sucedió en mi caso. El debate posterior estuvo interesante (inclusive el que siguió en la cena y el café que algunos compartimos): se habló de la realización del film, de la obtención de los testimonios, de la responsabilidad política de la conducción de Montoneros, de su demonización, de la moral militante, de lo que pasó en el cautiverio de los presos políticos durante la dictadura, de la relación entre torturador y torturado, etc., etc. Un gran aporte de esta película (se estrenó en 1994) fue instalar un tema de la historia reciente de nuestro país que aún nos duele, y que resulta difícil de procesar para los que hemos atravesado la década del setenta, con sus ideales y contradicciones, su violencia y su tragedia.
A través de la historia de Ana, una militante de la Organización, vamos siguiendo los acontecimientos de la época. El relato, alejado del heroísmo, conserva la frescura de los ideales, la elección juvenil, el enamoramiento y el progresivo compromiso con una causa revolucionaria, el cual se fue dando, por momentos, en forma confusa e indiscernible, como sucedía en gran parte de los jóvenes de esa generación.
Montoneros, una historia posibilita múltiples abordajes, pero quisiera destacar aquí una escena que me impactó profundamente. Al ser perseguidos por los militares, Ana y su marido Juan, ambos militantes, deciden huir por los techos de las viviendas vecinas. La persecución se hace extenuante, y al límite de sus fuerzas Ana, muy lastimada, le dice a Juan que no puede más, que prefiere entregarse. Juan apoya su pistola en la cabeza de su compañera y le dice: “Si no seguís, te mato”. Recordando esas palabras, Ana, conmovida, manifiesta que ese fue un acto de amor, que gracias a eso sigue viva.
Por supuesto, se debatió sobre esa escena, dada la ambigüedad y la tensión extrema que la misma plantea. ¿Hay amor allí, cuando se amenaza la vida? ¿Intentó Juan, con dureza, obligar a Ana a mantenerse dentro de las normas de la Organización (era preferible suicidarse a entregarse), por temor a que se convirtiera en una delatora? Y en ese caso, ¿no estaba Juan preservándose a sí mismo, frente al peligro de ser “marcado” por su compañera? ¿O se trataba solamente de una intervención fuerte, intentando provocar la reacción de la desfalleciente Ana, lo cual, finalmente, sucedió? En un primer momento, aposté por esta última interpretación: muy probablemente, Juan no hubiera matado a su mujer si ésta no hubiese podido seguir. Pero hoy, con cierta distancia, arriesgo otra pregunta (y otra mirada) sobre este suceso. En el caso de que Juan, desesperado, hubiese apretado el gatillo, ¿podría considerarse un acto de amor? A esa altura se tenía ya conocimiento, entre los militantes, de las espantosas torturas a los que se los sometía, buscando datos sobre los compañeros. ¿Qué destino esperaba a Ana si se entregaba? Seguramente, el mismo que ya habían sufrido otros. ¿No era preferible morir a atravesar semejante sufrimiento?
A partir de esta escena recordé otra, que se plantea en La Condición Humana, la excelente novela de André Malraux. En un campo de concentración, los presos políticos, detenidos tras fracasar la revuelta china de 1927, esperan ser ajusticiados de manera cruel: se los arroja vivos a la caldera de una locomotora. En esas circunstancias, Katow, quien por su posición en la organización revolucionaria tenía cianuro para suicidarse (nótese la similitud del procedimiento que empleara Montoneros) se conmueve por el terror de sus dos compañeros y decide entregarles su única dosis. Si bien en este caso la grandeza es evidente (asume Katow el suplicio para evitárselo a sus compañeros), se podría pensar también que Juan estaría dispuesto a cargar sobre su conciencia el asesinato de Ana para evitarle un terrible sufrimiento.
En realidad, no sabremos nunca las motivaciones de semejante actitud, pero uno de los grandes méritos de esta película radica en suscitar preguntas acerca de los actos humanos que resultan de difícil comprensión. Y las formas del amor entran, sin duda, en esta categoría.
Qué suerte hacer una película y que 15 años después todavía este viva, tan viva que merece un comentario tan bueno como este. Gracias Liliana.
ResponderEliminarAndrés
No lo comenté ayer, pero mi referente mientras hacía la película era Dostoievsky. Justo había leído Los poseídos ( Los condenados según la traducción) y, en la investigación, cada vez que aparecía una historia como esta de Ana y Juan en la terraza, la anotaba en mi cuaderno con una "D" de Dostoievsky.
ResponderEliminarMuy bueno todo.
ResponderEliminarLamento que la grippe no me haya dejado moverme. Aun estoy en casa , pero leo los mensajes.
Saludos
Martha
excelente comentario, liliana. realmente muy bueno.
ResponderEliminarbesos.
Muy buen comentario, ya estoy bajando la peli, lástima que no puedo ir los sábados. Los aportes de meridiana en la otra son extraordinarios. Saludos, Esteban.
ResponderEliminarLiliana: es imposible leer tremenda nota y seguir con el resto del día sin que algo... se te pegue, quizás una pregunta, quizás una duda, quizás un autoreproche.
ResponderEliminarLuego de leer tu nota...las visiones cambian, la interpretación, la postura que se adopta. Como siempre tus notas son excelentes y atentas. Nada escapa a ese, tu, ojo y tu piel.
Te mando un saludo y un aplauso enorme.
Vanesa Aldunate
Agradecida por todos los comentarios.
ResponderEliminarY Andrés: si tomaste como referencia a Dostoievski...no podrías haber elegido mejor. Es uno de mis escritores preferidos.
saludos!