por José Miccio
I
Es medianoche. Salgo de ver Nanayo, la última película de Naomi Kawase. Es mi función número diez. Pasaron antes las mediocres Old partner y Louise-Michel, la apenas (esta palabra que viene ahora es casi propiedad de Jorge García, según él mismo sostiene) decorosa Moon, las interesantes The house of devil, Karaoke y Guy and Madeline on a Park Beanch, la decepcionante She, a Chinese y la estupenda copia en 35mm de El relojero de Saint Paul, el debut de Tavernier sobre novela de Simenon y guión de Aurenche y Bost, los enemigos que Truffaut eligió hace unos cincuenta años para su célebre, influyente y hoy por hoy agobiante Una cierta tendencia del cine francés. A diferencia de los largometrajes anteriores de Kawase, Nanayo no trascurre en Nara sino en algún lugar de Tailandia. Un detalle – espero no exagerar – liga los lugares: al llegar a la ciudad, su protagonista busca – me pregunto para qué: la autoría es un asunto tonto a veces - un hotel que se llama Nara no sé cuánto y al que no arribará nunca: un bosque es el escenario de casi todo el film. Hay evidentes relaciones entre esta y sus dos películas previas, Shara y El secreto del bosque: el espacio, la desaparición de un niño, una ceremonia comunitaria, la familia, la aventura espiritual. El de Kawase es un cine estimable, muy celebrado en general, que incluye también algunos documentales breves, cercanos al ensayo, el diario y demás registros de la primera persona. A mi humilde entender, sin embargo, Suzaku, su debut (visto, dicho sea de paso, en la primera edición de este festival), es todavía hoy el mejor trabajo de la directora japonesa.
II
Camino unas cuadras por la avenida Luro, preguntándome qué ocurre con Kawase - que es capaz de filmar con maestría el vuelo de una garza y de claudicar con demasiada frecuencia ante el espiritualismo más pueril -, y encuentro para mi sorpresa dos símbolos de Mar del Plata, frente a frente: el barco Olitas y el teatro Colón. La sorpresa procede de lo inesperado de semejante encuentro, avatar pequeñito de aquel otro, protagonizado por una máquina de escribir y un paraguas hace un par de siglos. Lo imprevisto es en primer lugar el horario de esta coincidencia, porque en las despedidas de soltero – el único uso nocturno de la nave del que tengo noticia - nadie se detiene en la puerta del teatro para exhibir el botín prematrimonial en bolas y regado de mostaza a los amigos de la zarzuela o a los curtidos en los conciertos de la orquesta municipal. La ausencia del ratón Mickey y las chicas superpoderosas - arengadores profesionales de los paseantes – es comprensible, pero la música que sale de los altoparlantes– rock, no pachanga – contribuye al extrañamiento. Me acerco un poco bordeando la fila de los que esperan – muy jóvenes casi todos - y noto la luz de algún reflector entre el tumulto educado de la entrada. No entiendo demasiado. El problema es que no sé qué se proyecta en la medianoche del Colón porque olvidé la grilla en casa y me da vergüenza preguntar. Retomo mi camino y lanzo la hipótesis más sencilla: debe haber alguien famoso por ahí.
III
Sin embargo, no hay celebridades este año en Mar del Plata, excepto que se incluya en esa categoría a Juan José Campanella, miembro del jurado de la competencia oficial. El ajuste llegó a todos lados: menos películas, menos salas, menos invitados, menos cotillón, ningún diario de festival. Hace unas semanas, en la conferencia de prensa previa al inicio de la muestra, un periodista le preguntó a Martínez Suárez si habría estrellas invitadas; “Por supuesto - contestó el viejo - vendrá mi hermana”. Pero es medianoche de un día de semana: demasiado tarde para Mirtha. Por otra parte, no hay ningún homenaje planificado y ninguna de sus películas forma parte del programa. Varias de sus comedias – La vendedora de fantasías, la extraordinaria Vidalita – engalanarían cualquier festival sin temor por el pasado, pero por ahora de la Legrand solo se pueden ver fotos en el hall del teatro Auditorium, en la muestra que celebra los cincuenta años de la edición de 1959. En las fotos dominan las fiestas elegantes y las estampas camperas, adecuado mejunje de glamour y tradición nacional. Graciela Borges lleva las riendas de un sulki, Harriet Andersson es hermosa, el tren de las estrellas lleva elegantes actrices de Europa del este y Duilio Marzio abraza a una actriz alemana acá y besa a una austríaca allá. A pesar de la presencia de un serio Andrzej Munk, esta es la fantasía de un cine como el que retratan – ya en decadencia - David Viñas y el propio Martínez Suárez en Dar la cara, filmada apenas tres años después.
IV
A ese hall que evoca los fantasmas de un pasado de estrellas llegaron un día antes, a las doce del mediodía, José Campusano y sus muchachos, los responsables de Vikingo, mi película número diez y hasta el momento mi preferida. Con un admirable desinterés por las formas correctas y varios momentos memorables, este western de conurbano es un antídoto posible para el cine cobarde que circula por el festival. Su ars poética la dice Aguirre, un personaje de antología: “Me gusta la moto que rueda, no la de exposición”. Y vaya si rueda Vikingo. Campusano – un tipo de cuero y tatuaje, como sus personajes - sabe que su imagen es firme y que su cine es novedoso, pero creo que sabe algo más importante: que una película debe asumir riesgos, aun – sobre todo - a costa del buen gusto, la mediana elegancia y la falsa desobediencia. Sospecho que se hablará mucho de esa imagen, indudablemente seductora. Y es que en verdad resulta tentador elogiar cierta desprolijidad de la película – sobre todo la de sus flashbacks - y relacionarla con su nombre y con el tipo que lleva cuernos en el afiche; como si dijéramos: han llegado los bárbaros. De los vestidos de gala y los trajes de etiqueta del 59 a este Auditorium lleno de tachas y camperas con nombres de bandas heavy, todo es contraste. Pero los adversarios de Vikingo no están en el pasado sino acá mismo. Y los roles están en realidad dados vuelta: Campusano y sus motociclistas son los defensores del cine frente a esa barbarie silenciosa de películas como She, a Chinese, que ganan prestigiosos premios y se parecen a tantas otras: juntas, conforman buena parte de la grilla de los festivales y les dan ese tono de medianía que los caracteriza últimamente.
V
Llego a casa cerca de las doce y media. Reviso la grilla y me entero de la proyección de medianoche en el Colón: pasan Kapanga todoterreno, del grupo Farsa Producciones, hacedores de bizarradas varias. De manera que lo más probable es que el grupo de Quilmes y la gente de Farsa hayan arribado al paquete teatro en el barquito turístico. Es una adecuada performance, y todos deben haberla pasado de maravillas. Como en el Auditorium, también acá hay un contraste. Pero es de otro orden y su alcance – sospecho – es anecdótico. Ambos son, igualmente, emblemas de un festival indudablemente variado. De un lado a otro, de Kawase a Kapanga, se mueve su programación. Pero hasta ahora la única sacudida, la única ola verdadera, se llama Vikingo.
Extraño Mar del Plata no tanto por un festival que esta vez no me logró seducir como por lo bonita que debe estar la ciudad y lo lindo que es caminar por la diagonal rumbo a las salas Del Paseo o ir a las mañanas al Auditorium; y extraño no ver a los amigos como José, Diego, los pibes de Parador Retiro que andan por ahí, o cruzarme a Jorge García, Castagna y cruzar comentarios sobre las películas. Ay, extraño eso y las caminatas nocturnas por la rambla y el teatro Colón, las extraño.
ResponderEliminarPero este año las jornadas Kierkegaard (que estuvieron buenísimas) y otras obligaciones en la UBA me retuvieron acá y la oferta cinematográfica del hermano de Chiquita no lograron moverme.
Y por lo que cuenta José, aún no tengo la sensación de estar perdiéndome algo grandioso. Si lo mejor fue Campusano... Yo vi la del año pasado de Campusano en Mar del Plata y me pareció algo horrendo artísticamente y políticamente sórdido. Sé que los críticos (incluso algunos respetables, como el mismo Jorge Garcia) dijeron palabras como "coraje", "riesgo" o "autenticidad" para referirse a Vil Romance. Yo la fui a ver junto con Andrés Di Tella y a él mismo hubo cosas que le parecieron rescatables. En todo caso, hay algo que se me escapa en el cine de Campusano y sospecho que se me va a seguir escapando. Lo premiaron en el festival de Río Negro hace poco y cualquiera de las películas con las que competía se lo merecían con creces antes que la horrenda Vil Romance.
Supongo que algo debe tener que ver cierto hastío que describe muy bien José Miccio en su reseña, un poco de fastidio que produce el lánguido espiritualismo new age de Kawase y cosas por el estilo, lo que hace que uno se despierte ante la fealdad morbosa de Campusano como si se tratara de algo real. Esa es mi hipótesis. Creo que fuera del contexto Kawase, de aquí a unos años, Campusano está destinado a alguna trasnoche de cine bizarro.
Pero seguramente tienen razón todos los demás y yo estoy equivocado.
Hola, Oscar. En Mar del Plata hace un calor de mil demonios y las grandes películas se hacen desear. Igualmente, la programación es correcta. El inconveniente está ahí, con toda probabilidad: la medianía agobia.
ResponderEliminarYo no vi "Vil romance", pero las virtudes de "Vikingo" no son tan coyunturales como tu hipótesis plantea. Dependen, sí, de un contexto; pero siempre es así.
Los marginales de Campusano conviven malamente entre sí. Su película los divide en dos grupos y hace que entre ellos se muevan sus dos personajes más interesantes: los que no pertenecen del todo, lo que están en tránsito. De un lado están los motociclistas; del otro, los pibes chorros. Sus líderes se oponen y se espejan más de una vez. Apenas empieza la película conocemos la manera en que el dinero llega a cada uno: Vikingo es afilador; el pibe asalta a una pareja de jubilados. Ambos viven en el mismo barrio. Y tienen un pacto: el pibe permite que los hijos de Vikingo entren y salgan cuando quieran y Vikingo deja que el pibe haga sus negocios sin intervenir. Todo sucede así: no hay señales de la ley; su borramiento, justamente, hace que el código del western sobresalga un poco más.
Una escena memorable es aquella en que Aguirre y la familia de Vikingo hablan de música: los adultos escuchan heavy; los pibes, cumbia; y alguien menciona a Quilapayún.
Por supuesto "Vikingo" generará sus polémicas. Sobre todo, por la representación del grupo de pibes.
Y de su futuro, qué decir. "Tomorrow never knows"
Te mando un abrazo
Tenes que correjir parciales oscar?
ResponderEliminarAnimo!
Besos desde mardel.
Bien, entonces deberé dejar en suspenso mi aversión a Vil Romance y ver Vikingo. Dale, si podés mandá más reseñas!
ResponderEliminarun abrazo
acá hay más reseñas de pelis, aunque entiendo que el blog no sea de tu agrado. besos.
ResponderEliminarhttp://seminariogargarella.blogspot.com/2009/11/paso-fugaz-por-marpla.html
Adhiero al pedido de Oscar, siempre es un placer leer las notas de Miccio, tanto en el blog como en la revista, es uno de los mejores críticos argentinos.
ResponderEliminarAndrea, gracias por tus generosas palabras.
ResponderEliminar