el vuelo y la dilución de los límites
por Ludmila Barbero
En la poesía de Vanesa Aldunate, coautora junto con Liliana Piñeiro y Lilián Cámera de Moebius, aparece una imagen del pasado “emancipado” y “haciéndose cargo del presente.” Es un ayer liberado de la potestad paterna que pasa a ocupar el lugar de padre del “hoy”. Lo “guardado en baúl de oscuras luciérnagas calladas” ejerce su influjo sobre una actualidad en la que la sangre derretida sirve para “pintar nuevamente.” (1) “El tiempo diluye” (P: 59), y el recuerdo siempre está por ser desdibujado, a pesar de la imposibilidad de desasirnos de las luciérnagas que iluminan desde nuestros baúles. Existe un deseo de volver a lo arcaico a través de un regreso a los dioses antiguos “Que recuperes los dioses y el ocaso.” y del retorno al seno de la naturaleza. La locura se insinúa como camino, en la medida en que fertiliza el material que descompone, a partir del que algo nuevo puede ser construido. La demencia, como el “coctel intoxicado” (P: 55), involucra un viaje más allá de los límites de la civilidad, un vuelo en el que los márgenes dejan de ser percibidos por aquél que lo emprende.
En Liliana Piñeiro también aparece el tema de las barreras: en ella se canta desde la grieta, a partir de aquello que pugna por salir de su encierro y cuya contención se torna cada vez más inestable: “(…) lo encerrado en el cuerpo golpea contra el borde pulido y barnizado. Lustrada educación. (…) El paisaje interior: aguas embravecidas sobre un territorio agrietado.” (P: 17). La barbarie tiene una superficie brillante, pulida, “culta” (P: 11), pero existen poros que pueden ser atravesados. La literatura también tiene sus grietas, problematizadas por la mirada indagatoria del “yo” poético: “Y agujereó el papel, para ver del otro lado.” Surge entonces la pregunta sobre los límites “¿De cuáles bordes está hecho?” Pero “La desventura de una pregunta le borra la cara”, de modo tal que el margen aparece puesto en duda: del otro lado puede pasar lo mismo que ocurre en el plano de la escritura.
La relación es ambigua: “Zurce la voz” (P: 9). La voz zurce y es zurcida. Remienda remedando aquel no reflejado más allá del papel. En el poema “escena en el tren”, que describe la contingente intimidad de dos cuerpos familiares, la “solidez” es vista como “plenitud embobada.” (P: 41). El lenguaje poético no puede ser concebido sino como discontinuidad, como “Canción desorbitada, falta de fundamentos, insensata.” En todo caso, si existe en ella un fundamento es el del intersticio. Del banquete suculento de los signos no queda nada asimilable “para las digestiones fáciles” (P: 13), nada que uno pueda delimitar sin dificultad, evitando que algo ajeno a ese sentido que hemos creído asido se cuele por las fisuras de nuestro artificio de univocidad.
En Lilián Cámera, la relectura de cuentos infantiles como “Caperucita roja” en “prenda”, y mitos clásicos en “calíope”, así como también el trabajo con materiales provenientes de la ciencia ficción, dan cuenta de una errática desde la que el pasado sirve para pensar el presente, no a partir de la emulación sino desde una diseminación que permite producir nuevos sentidos. En “nómada” se nos señala en tono apodíctico que “vacilarán los nombres de las cosas” y que “su desnudez romperá diques.” La vestimenta y el nombre marcan límites, designan y encierran. La ausencia de vestido tiene como correlato un “fiel goteo de disfraces” (P: 107), que ya no pueden dejar de mostrarnos su plural contingencia. El viaje del nómade puede en este sentido relacionarse con el vuelo de Vanesa. En “plural”, el sujeto que se desliza en la ambigüedad de un ellos-nosotros-ustedes se muestra incapaz “de asir un horizonte cuadrado”, que implicaría reconocer una unidad a la que someterse. En oposición a ella surge la pugna por “la camisa abierta a las avispas sin reina.” (P: 113), aunque se corra el riesgo de ser la “única avispa en el túnel.”
La escritura no permite coser “el tajo con mentiras” (P: 117), sino únicamente el errar “buceando en los renglones como un dedo / brutal en la vagina anónima.” (P: 119). Se construye a través de costuras y de puntadas que más que ocultar exhiben el tajo. Es a partir de él que las tres poetas escriben su Moebius, geometría de la dilución de los límites. Desde él se inscribe la pregunta: “¿bastará (…) la lengua del hijo/ que habla desde el yo intrusado?” (P: 130).
(1) Liliana Piñeiro, Vanesa Aldunate, Lilián Cámera, Moebius, MERIDIANA poesía.
A Ludmila Barbero y a La Otra:
ResponderEliminarGracias.
Un cariño grande a las tres y a Oscar y muchas gracias por el espacio. Que tengan un muy buen 2010!!
ResponderEliminarEsa misma nota está en la revista Como Loca Mala, ¿en que revista salió originalmente, en La Otra o en La Loca?
ResponderEliminarwww.comolocamala.com.ar
Saludos!
Juan: efectivamente, esta nota salió publicada por primera vez en la revista Como Loca Mala. Tal vez fue un error no citar la fuente, y sólo mencionar a su autora.
ResponderEliminarEn nombre de mis compañeras de Meridiana y en el mío propio, hago extensivo el agradecimiento a dicha publicación.
Liliana Piñeiro