sábado, 17 de abril de 2010

Bafici a punto de enmudecer



por Lilián Cámera

El Predio, de Jonathan Perel

El Predio es el nombre para designar una operación que podríamos asimilar a la raspadura de un hueso: despojado hasta el punto de enmudecer, el ojo se asoma a la Escuela de Mecánica de la Armada, hurgando en su deterioro. No hay testimonios ni se cuentan historias; las instalaciones, por eso mismo, adquieren un peso demoledor.

Como en las películas donde la maldad se concentra en una casa donde pasaron hechos terribles, el recorte de una sombra en el jardín descuidado, las persianas bajas o la herrumbre, las placas faltantes, tratan de decir algo sobre lo que no cesó jamás de ocurrir: sin posibilidad de duelo todo es un eterno presente.

Trasladarse por los senderos, captar la luz de una ventana o el sonido de los trabajadores que realizan arreglos es una manera de asomarse a ese miedo que subyace en lo cotidiano. Los planos estáticos de los lugares elegidos, más que una revelación, insinúan una huella, rastros que permanecen depurados por un proceso de supresión en las imágenes y un silencio opresivo en la mayoría de las escenas.

Lo que quedan son las preguntas, el debate que deberemos plantearnos, ¿qué hacer con estos lugares? ¿Los convertiremos en museos? ¿En centros culturales? ¿Organizaremos exhibiciones de cine? ¿Festivales? ¿Bibliotecas? ¿Instalaciones? Perel se asoma a esas posibilidades, muestra las reuniones que se van dando en el Espacio para la Memoria, grupos de personas viendo cine, una artista visual que planta papas, buscando que algo germine allí en la tierra más negra. La vida parece fluir, pese a las fotos estáticas que se balancean al compás de la brisa. Una obra de otro artista avanza sobre las paredes, se vale de las marcas en ellas para generar inquietantes figuras tumorales. En un momento se escucha música de fondo mientras una niña dibuja, acostada en el suelo. En otro, Blanca, hermana de Mario Santucho, agradece al ex Presidente Kirchner por ser el único que impulso la búsqueda de su cuerpo y el de Benito Arteaga.

Una reja entreabierta muestra el pase incesante de los autos, al otro lado, la salida que, parafraseando el título de una de las recomendables películas del Bafici, nos aleja de ese lugar donde “en fin, el silencio todo lo ocupaba”.

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