por Alejandro Ricagno
para Benjamín, felliniano de nueva generación
Cuando se anunció que la sala Lugones del Teatro San Martín programaría la filmografía completa de Fellini -¡en copias nuevas completas y en fílmico!-, me dije: oportunidad para rever en pantalla grande algunas joyas que no disfruto en su formato original desde hace años, como Amarcord, o Fellini Roma, o la increíble Los payasos, por ejemplo. Pero a la vez me pregunté: ¿y aquellas que no me gustaron mucho cuando las vi, y que son invisibles en video o DVD (Satyricon, Casanova, La ciudad de las mujeres)? ¿qué me parecerán, ahora? Y aquellas otras, más datadas como Ocho y medio o La dolce vita, ¿seguirán siendo datadas o por gracia del tiempo mismo habrán rejuvenecido milagrosamente? Porque, tanto como es cierto que de todas las artes ninguna envejece tan rápido como el cine, también es cierto que hay films (pocos) que, datados en un momento, se reponen con fuerza a su propia edad y resurgen una, dos décadas después, toadamente rejuvenecidos.
Alguna vez trataré de ser mas claro sobre este punto.
Porque esta es una verdad revelada y no puede explicarse.
Con excepción del corto Agenzia matrimoniale, del film colectivo Amore in cittá -que junto a sus otros cortometrajes, el divertido La tentaciones del Doctor Antonio, de Bocaccio 70, y el genialmente oscuro Toby Dammit de Historias extraordinarias, se pasan el domingo próximo- he visto toda su filmografía. Y siempre en cine.
Por cuestiones generacionales, su primeros films -esto es hasta Amarcord, que es del 73, pero que vi apenas dos años después- los he visto en funciones de reposición en la vieja Cinemateca de Hebraica en los 70, en la misma Lugones, en cine clubs de barrios, incluido el propio que tenía en Bernal. De hecho, mi primer Fellini, fue en el 74, a los 12 años, en el bien amado cine club Skermo, en Quilmes. Era nada más y nada menos que La Strada, película con que mis viejos machacaban durante mi niñez como una de las mejores de la historia del cine. Y tenían razón. Zampanó y Gelsomina y la música de la trompeta de Nino Rota, marcaron para siempre mi temprano corazón cinéfilo.
La vi miles de veces, desde entonces. En cine, en video, en dvd, en tele. La última vez había sido para escribir un artículo que se incluyó en un libro homenaje a Fellini, cuando se cumplían dos años de su muerte. Los sueños de la memoria, se llamó la compilación a cargo de Lugi Volta editada por Corregidor en el 96; un libro que he perdido. Pedido al amable lector: si alguien lo llega a tener o encontrar en una mesa de saldo, avísenme. Porque hoy no sé qué decía yo en ese artículo del que solo recuerdo tema y el título: "Un maravilloso colibrí; Giuletta Masina en la obra de Federico Fellini". Supongo que sería una suerte de homenaje más literario que analítico, más fervoroso que distanciado, y absolutamente fanatizado por la imagen angélica de Giuletta Masina. Desde el descubrimiento de Gelsomina, he sido fanático de Giuletta; desde Luces de Varieté hasta Ginger y Fred, incluso en el film más fallido de la dupla, Giulietta de los espíritus.
Cabiria
¿Ven, lo que ella consigue? Ayer volví a ver a Gelsomina diciendo: il matto esta male y se me caen las lágrimas y hace me vaya de tema. O no. Porque comprobé que La Strada resiste todavía. Y uno no puede dejar de emocionarse, ni con ella ni con el llanto final de Zampanó.
Para los que no la vieron nunca, preparen los pañuelos con Las noches de Cabiria.
Decía que me iba de tema. O no. Porque el tema tiene que ver con la revisión de los clásicos personales. Y para mí, Fellini es un clásico personal. Incluso de aquellas obras que no me gustaron del todo, como Giuletta, o que las directamente cuasi aborrecí como Casanova y Las voces de la luna. Yo esperaba los estrenos de Fellini como algunos esperan que su equipo salga campeón, o como algunos esperan hoy el próximo Spielberg, o tal vez el próximo Cameron.(Podría ser peor: como esperar con ansiedad el próximo film de los hermanos Farrelly). Las veía en salas de estreno, y volvía verlas en cine cuandolas volvían a pasar. Mientras mitigaba la espera del próximo estreno y volvía verlas en cine cuando las volvían a pasar. Mientras mitigaba la espera del próximo estreno, frecuentaba la reposiciones de las películas de su periodo anterior: el que va de los años 50 a los 70: La Strada, Los inútiles, La dolce vita, Ocho y medio. Es decir, me volvía compinche del Fellini de antes de que yo naciera. Y luego me acompañaron casi al compás de mi vida Amarcord, Los payasos, Roma (ésta es del 72 y la vi unos cuatro años después) y todo lo que vino de ahí en más.
Quiero decir: yo era contemporáneo de cierto mundo que Fellini retrataba todavía, o mejor dicho, era contemporáneo de un mundo perdido que Fellini soñaba por aquellos años, que podíamos caracterizar como “los años oníricos”. Sueños que podían ser amables, nostálgicos y agridulces como en Amarcord, o de cierto extrañamiento como en Roma, o directamente rozar la pesadilla como La ciudad de las mujeres o Ensayo de orquesta.
Fui contemporáneo del cine de Fellini cuando hacía “películas de Fellini”. Del Fellini que a veces se repetía, que parecía no querer ese mundo de la contemporaneidad, que yo por entonces estaba descubriendo. Creo que Fellini, con su nostalgia de un mundo perdido, en mi adolescencia, me adelantó mi propia nostalgia. No es que “me la hizo comprender”; me la adelantó, literalmente. Y una nostalgia de no se sabía qué. Una nostalgia ajena que se volvía personal. No sé si eso es bueno. No sé si está bien. No sé si agradecérselo o mandarlo a la mierda. Creo que ambas cosas a la vez. Y sé que eso es inseparable de una manera sanguínea de mi educación cinéfila. Y hasta de mi educación onírica. Uno sueña distinto después de ver a Fellini. Y también eso marca una diferencia.
Con la llegada del video home, y las cada vez menos frecuentes reposiciones en sala, sumado al desgaste de las copias en fílmico disponibles en el país, dejé de ver a Fellini en pantalla grande. Y cuando las veía en video, salvo excepciones, me enojaba. No sentía esa vibra. Cuando daba clases a alumnos en una TV chica, con alguna película suya, les decía que iban a ver un “Fellini de bolsillo”. Y que ese Fellini, entonces, era un “Fellini por la mitad”, un ocho y medio, sin el ocho. No con todas sus películas sucede esto. El primer periodo, más cercano al neorrealismo, se puede ver en cualquier pantalla, en cualquier soporte, sin que pierda fuerza. Pero creo que partir de La dolce vita, la Experiencia Fellini debe ser en cine y con la textura del fílmico, es inigualable. Con Tarkosvski me pasa lo mismo. Celuloide y pantalla entera. O Nada. O, para no parecer un viejo choto, en un high definition de puta madre, cosa que me parece imposible. Y hasta antifelliniana, ahora que lo pienso. Federico reclama su cine en el cine. Con público.
Pero esta nota que va y viene, y es que no tiene claro adonde apunta- más allá del deseo de los fellinianos y los antifellinianos -que los hay: una vez Axel Kutchevasky, el productor de El secreto de sus ojos, el adaptador al “argento” de la sitcom Casado con hijos, me dijo, en la época que regenteaba el video club Mondo Macabro, que había más cine en una del chanta de Jesús Franco que en cualquiera de Fellini. Y muchos consumidores de cine trash, lo sé, huyen como de la peste de Fellini, (cine viejo, dicen), sobre todo el del primer período. Alguna de esa clase de gente da clases de cine. ¡Transmiten eso a los pendejos futuros cineastas o futuros críticos! ¡¡¡Dio mio!!! Fin de le enésima digresión. Más allá del deseo, decía, de que la mayor cantidad de gente posible, revea o vea por primera vez en pantalla grande la obra del mago de Rímini, esta nota no quiere parecerse al último Fellini. Uno que ya no quiere ni comprende a este mundo, y se refugia cada vez más en la nostalgia del propio pasado. Esta nota se revisa a si misma mientras es escrita.
Amarcord
Por eso: no creo que toda la obra de Fellini se conserve fresca y cautivante con la misma potencia. Me pregunto qué impresión me dará el viernes La dolce vita, que cuando la vi por primera vez ya era un clásico, y pese a sus muchas escenas irrepetibles, icónicas, inolvidables, a mí, consumidor de pasados ajenos, ya me parecía por entonces, a mediados de los 70, como un Gran Película Datada. (Aunque acabo de comprobar que Luces de varieté y La strada hacen reír y emocionar todavía a una platea llena que, cosa curiosa, aplaudió las dos veces en el final de la proyección. ¿Su periodo neorrealista estará más vivo que el de los años 70? Pero Amarcord es posterior y vive siempre que se proyecte donde se la proyecte. Incluso y sobre todo en la memoria. Y contra la memoria. Se renueva, quiero decir. Y el que diga que no, es ciego y no pregunta por el aspecto de un barco en alta mar. O está muerto. Otra no hay.
Los payasos no tiene fecha de vencimiento ni de filmación. Miren si no el fragmento al final de esta nota. Que va y viene, discontinua. Un circo de ideas, de imágenes.
¿Entonces? ¿El Fellini de los 70 y el de los 80 es solamente un fantasma del pasado?
No. Esperen unos días y les digo claramente, confusamente, che cosa é.
Toby Dammit
Creo, decía, que no toda su obra vibra hoy de la misma manera. Pero siempre vibra. Episódica, lateralmente. Creo que su última etapa, con excepción de esa gran elegía que es Ginger y Fred, roza la autocaricatura, pero con mucho de crueldad y de piedad al mismo tiempo, como en La entrevista en el recuento de Mastroianni y Ekberg. Incluso en sus films más expresamente negros, desagradables y desangelados (La ciudad de las mujeres, Casanova, Las voces de la luna) hay secuencias, raptos de una imaginería irrepetible, exuberante, única. El baile final de Casanova con la muñeca, que vale toda la película, es un ejemplo.
Entonces verlas, sí, todas, verlas todas otra vez, me digo. Y les digo. Sobre todo, a los que no se criaron con Fellini, a ver qué pasa. A ver qué les pasa. Porque algo, seguro, les va pasar.
En el corto La Riccota de Pasolini (episodio de clara influencia felliniana, por otra parte) éste la hace decir a Orson Welles en el papel de director que en su opinión “Fellini, baila”. Se trata, entonces de ver cómo vuelve a bailar hoy Federico. Para quienes. Cómo bailamos los que vivimos media vida con él y sus circos, gordas y fantasmas. Y cómo los que vivieron juntos (como mis viejos) la vida entera con sus películas. Y sobre todo aquellos que (para mi alegría, e imagino, también del propio Federico) comienzan a verlo bailar y quedan también embelesados. Como mi amigo Benjamín, el cinéfilo chileno, al que está dedicada esta nota, que tiene 20 años y quiere que esta retrospectiva no termine nunca. Quiere que Fellini, desde donde sea, siga filmando…
También desde aquí, invito a aquellos, mis enemigos, los del prejuicio antifelliano.
Caros míos, véanlas. Porque estoy seguro de que en alguna secuencia no podrán dejar de estar como en un sueño, sin saber dónde, perdidos, en una neblina acompañada de la música de Nino Rota como guía. Puede que sean dos, tres minutos, en una película de dos horas. Después, si quieren, de vuelta a casa, pueden alquilar Avatar, para olvidar aquellos sueños demasiado humanos. Pero apuesto a que los restos diurnos fellinianos tienen más fuerza que la animación ecológica.
(Después de la revisión completa del ciclo, prometo seguir escribiendo sobre esto.
De la revisión de los clásicos de la mía gioventú.
No era la megliore.
Tan solo una gioventú).
Datos completos del ciclo acá.
Si en los cursos teníamos que lidiar con compañeros desubicados para los cuales Fellini era un innombrable. me parece gente irrelevante no sé quién inventó eso, pero son tipos que segregan, insignificantes.
ResponderEliminarSupongo que eso tiene que ver con un prejucio que se comenzó a instalar en los años 80. Y creo que también tiene que ver - insisto- con el tipo de soporte con que cierta generaión "descubrió" a Fellini. Pero también es cierto que el Fellini de los años 80 y parte de los 70 (sospecho, auno no le he comprobado) no es justamente el mejor, ni el que ha soportado mejor los años. Además cuando "lo Felliniano o Felinesco" ya está instalado, como un categoría, (incluso yo mismo la utilizo en la nota) es difícl de dilucidar la originalidad entre la hojarasca o el lugar común. Si se ha conocido subproductos o feas imitaciones que dicen Esto es fellianino, y no se conoce o se conoce mal el original, entonces eso empieza a parecer un cliche
ResponderEliminar( por ejemplo, circo mas gorda tetonas= Feliniano. Como decir burocarcia u oficinas infinitas= kafakiano. Pero es no es ni Fellini, ni Kafka.
Pero es cierto que muchos de los que ahora anadan por los 30, 30 y pico, diez años atrás, no reivindicaban a Fellini.
Por ahora vengo bien: me perdí dos, pero que habi visto muchas veces: Los inútiles, y El jeque blanco. Los inutieles la recuero bastante, de El jeque cuyo última revision la hice en el año 96 y en video, la tengo menos presente.
Ayer volvi a ver El cuentero, su pelicula más negra de su etapa neorrealista. Ahora estoy por entrar a Las noches de cabiria, con su pañuela respectivo, por las dudas.
Fui a ver Las noches de Cabiria, creo que es la única que me faltaba ver. Copia óptima. Tengo mis reservas hacia el film. Exceso de sensiblería chaplinesca para conmovernos por todos los medios con la pureza angélica de Cabiria y la maldad con que la tratan. Me molestan los subrayados victimistas. De vez en cuando afloran momentos mágicos que nos recuerdan que hay un gran cineasta, pero algo arruinado por querer despertar compasión hacia el personaje.
ResponderEliminarLlegué a la conclusión de que me gusta más el Fellini que odia a sus protagonistas (La dolce vita, Los inútiles) que el que dice quererlos.
Lástima que no puedo ir todos los días, me voy a perder casi todas.
Buenas
ResponderEliminarFellini!!!
Amarcord, esa imagen que subiste es irrepetible, me hace acordar a mi adolescencia y claro que Fellini toma esa etapa de su vida como leit motiv del film.
Creo que muchos estamos agradecidos a ese inmenso y a su vez materno inmenso para de pechos.
Saludos
Oscar: Casi te diría No te permito!!! Pero es una objeción que he escuchado más de una vez. Lo de la sensibleria chaplinesca en Cabiria (y tanbién en la Strada). Y es casi un límite en el corazon de la amisrad. Da vero. Más adelante lo discutimos. Porque para mí Cabiria, es una de las voces que ME HABLAN, o en todo caso es Uno de los OJOS que me hablan, sensibilidad - que no sensibleria- chaplinesca incluida. Evidentemente esa pelicula no te habla a vos. Casi te podria decir como esa publicidad que detetasmos del Bafici: si no es para vos....
ResponderEliminarDe la dolce vita no te puedo decir nada porque no consegui entradas.Y hace años que no le reveo. Hay que sacar con anticipaciñon porque está inusitadamente solicitado el ciclo.
Il bidone es uno de eso films en qu Fellini parece odiar a sus protagonistas. Y me gusta en su dureza pero no me conmueve.
en fin.
Igual vengo de otra conmoción; fui a ver la obra que escribió Santiago Loza y dirigio Diego Lerman: Nada del amor me produce envidia con la genial Maria Merlino. Un must! Una joya!
Pero no se, a lo mejor te parece sensiblera, con los tangos a lo Libertad Lamarque. je.
saludos
Mañana no creo que vaya , salvo a la salida si puedo, porque estare viendo Otto e mezzo.
y VIVAN CABIRIA, y Masina; pese a te!!!
La objeción no se resuelve mediante apelaciones a la amistad: el subrayado patético está, más allá de cómo te caiga o cómo me caiga. Por supuesto que a vos te habla ese y a mí no: no le creo. le creo más a su posición odiosa respe cto de Guido (así se llamaba el protagonista de La dolce...?). Y los motivos por los que no le creo los puedo desarrollar en un análisis, más allá de las afinidades personales.
ResponderEliminarsaludos
Nada del amor me produce envidia es una de las mejores obras pero tambien es una que por determinadas circunstancias, no pude cubrir. Espero que mi salud mejore porque me estoy perdiendo joyitas como estas.
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