Antojo Foucault 2
"Está la idea de que el propio arte, trátese de la literatura, la pintura o la música, debe establecer con lo real una relación que ya no es del orden de la ornamentación, de la imitación, sino del orden de la puesta al desnudo, del desenmascaramiento, la depuración, la excavación, la reducción violenta a lo elemental de la existencia. Esta práctica del arte como puesta al desnudo y reducción a lo elemental de la existencia es algo que se marca de manera cada vez más patente a partir, sin duda, del siglo XIX. El arte (Baudelaire, Flaubert, Manet) se constituye como lugar de irrupción de lo sumergido, del abajo, aquello que, en una cultura, no tiene derecho o, al menos, posibilidad de expresión. Y en esa medida, hay un antiplatonismo del arte moderno. Si han visto este invierno la exposición de Manet, la cosa salta a la vista: hay un antiplatonismo del arte moderno que fue el gran escándalo de Manet y que, creo, sin ser la caracterización de todo arte posible en la actualidad, representó una tendencia profunda que encontramos de Manet a Francis Bacon, de Baudelaire a Samuel Beckett o Burroughs. Antiplatonismo: el arte como lugar de irrupción de lo elemental, puesta al desnudo de la existencia.
Mañana a la medianoche, Antojo, en FM La Tribu. Y más tarde, a la 1:00 am del lunes, seguimos buscando la canción del verano.
Édouard Manet
"Está la idea de que el propio arte, trátese de la literatura, la pintura o la música, debe establecer con lo real una relación que ya no es del orden de la ornamentación, de la imitación, sino del orden de la puesta al desnudo, del desenmascaramiento, la depuración, la excavación, la reducción violenta a lo elemental de la existencia. Esta práctica del arte como puesta al desnudo y reducción a lo elemental de la existencia es algo que se marca de manera cada vez más patente a partir, sin duda, del siglo XIX. El arte (Baudelaire, Flaubert, Manet) se constituye como lugar de irrupción de lo sumergido, del abajo, aquello que, en una cultura, no tiene derecho o, al menos, posibilidad de expresión. Y en esa medida, hay un antiplatonismo del arte moderno. Si han visto este invierno la exposición de Manet, la cosa salta a la vista: hay un antiplatonismo del arte moderno que fue el gran escándalo de Manet y que, creo, sin ser la caracterización de todo arte posible en la actualidad, representó una tendencia profunda que encontramos de Manet a Francis Bacon, de Baudelaire a Samuel Beckett o Burroughs. Antiplatonismo: el arte como lugar de irrupción de lo elemental, puesta al desnudo de la existencia.
"Y por eso mismo el arte establece con la cultura, las normas sociales, los valores y los cánones estéticos, una relación polémica de reducción, rechazo y agresión. Esto es lo que hace el arte moderno desde el siglo XIX, un movimiento por el cual, de manera incesante, cada regla postulada, deducida, inducida, inferida a partir de cada uno de los actos precedentes, resulta rechazada y negada por el acto siguiente. En toda forma de arte hay una suerte de cinismo permanente respecto a cualquier arte adquirido. Es lo que podríamos llamar el caracter antiaristotélico del arte moderno.
"El arte moderno, antiplatónico y antiaristotélico: reducción, puesta al desnudo de lo elemental de la existencia; negativa, rechazo perpetuo de toda forma ya adquirida. En estos dos aspectos, el arte moderno tiene una función que cabría de calificar de esencialmente anticultural. Hay que oponer, al consenso de la cultura, el coraje del arte en su verdad bárbara. Y si no es sólo en el arte, es sobre todo en él donde se concentran, en el mundo modreno, en nuestro mundo, las formas más intensas de un decir veraz que tiene el coraje de correr el riesgo de ofender. Podríamos hacer con respecto al arte moderno una historia del cinismo como modo de vida ligado a una manifestación de la verdad, como puede hacerse con respecto a los movimientos revolucionarios o con respecto a la espiritualidad cristiana".
En las conversaciones cotidianas usamos la palabra cinismo para calificar despectivamente la actitud del que descree de la sinceridad, el que ridiculiza y se burla de la confianza en las personas. Tildamos de cínico al que parece estar de vuelta de todo, al canchero que siempre descree con un gesto socarrón. Es una curiosa mutación semántica. El cinismo ha sido una posición filosófica nacida en la antigüedad griega, caracterizada por un apego extremo a la verdad, pero por sobre todo, por vivir en consecuencia con una verdad practicada antes que dicha. Los cínicos como Diógenes eran personajes excéntricos por el coraje con que sostenían su pensamiento, en abierto desafío a su comunidad, razón por la cual se exponían al rechazo de todos. Por eso, no es raro que el último libro de Foucault, titulado El coraje de la verdad, dedique su segunda mitad a analizar el cinismo como el arte de vivir verdaderamente, actitud existencial nacida hace muchos siglos pero que, según Foucault, atraviesa toda la historia de Occidente, hasta la actualidad.
"Hay que oponer, al consenso de la cultura, el coraje del arte en su verdad bárbara" condensa Foucault en una frase cortante el escándalo del arte moderno. Ni bien leí esta hermosa frase me vino a la cabeza una que se repite obstinadamente Jean-Luc Godard en sus Histoire(s) du cinéma. Godard, nuestro cínico.
"El arte moderno, antiplatónico y antiaristotélico: reducción, puesta al desnudo de lo elemental de la existencia; negativa, rechazo perpetuo de toda forma ya adquirida. En estos dos aspectos, el arte moderno tiene una función que cabría de calificar de esencialmente anticultural. Hay que oponer, al consenso de la cultura, el coraje del arte en su verdad bárbara. Y si no es sólo en el arte, es sobre todo en él donde se concentran, en el mundo modreno, en nuestro mundo, las formas más intensas de un decir veraz que tiene el coraje de correr el riesgo de ofender. Podríamos hacer con respecto al arte moderno una historia del cinismo como modo de vida ligado a una manifestación de la verdad, como puede hacerse con respecto a los movimientos revolucionarios o con respecto a la espiritualidad cristiana".
Michel Foucault, El coraje de la verdad
En las conversaciones cotidianas usamos la palabra cinismo para calificar despectivamente la actitud del que descree de la sinceridad, el que ridiculiza y se burla de la confianza en las personas. Tildamos de cínico al que parece estar de vuelta de todo, al canchero que siempre descree con un gesto socarrón. Es una curiosa mutación semántica. El cinismo ha sido una posición filosófica nacida en la antigüedad griega, caracterizada por un apego extremo a la verdad, pero por sobre todo, por vivir en consecuencia con una verdad practicada antes que dicha. Los cínicos como Diógenes eran personajes excéntricos por el coraje con que sostenían su pensamiento, en abierto desafío a su comunidad, razón por la cual se exponían al rechazo de todos. Por eso, no es raro que el último libro de Foucault, titulado El coraje de la verdad, dedique su segunda mitad a analizar el cinismo como el arte de vivir verdaderamente, actitud existencial nacida hace muchos siglos pero que, según Foucault, atraviesa toda la historia de Occidente, hasta la actualidad.
"Hay que oponer, al consenso de la cultura, el coraje del arte en su verdad bárbara" condensa Foucault en una frase cortante el escándalo del arte moderno. Ni bien leí esta hermosa frase me vino a la cabeza una que se repite obstinadamente Jean-Luc Godard en sus Histoire(s) du cinéma. Godard, nuestro cínico.
Mañana a la medianoche, Antojo, en FM La Tribu. Y más tarde, a la 1:00 am del lunes, seguimos buscando la canción del verano.
Esa reducción, esa puesta al desnudo de lo elemental de la existencia...
ResponderEliminarFoucault genial
Impresionante Manet
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