Otras voces: hoy a las 19:30 en la Biblioteca Popular, Crespo, Entre Ríos
por Oscar Cuervo
Una idea sobrevuela a través del libro que escribí sobre Kierkegaard, que fue concebido como una invitación a leer a este autor: ¿qué puede decirnos él a nosotros, incluso más allá de sus propósitos?
Kierkegaard es el pensador de la falla. Esto no sería extraño dado que, después de todo, la filosofía, desde sus inicios, siempre brotó de la experiencia de una falla: se piensa cuando se siente un temblor en el suelo, una precariedad propia, una grieta en la pared. Se piensa ahí donde no se sabe. Toda la historia de la filosofía brota, entonces, de la falla. Es cierto que los filósofos muchas veces intentaron tapar sus grietas una vez que las descubrieron. Y ahí parece estar lo propio de Kierkegaard: este pensador prefirió dejar sus grietas expuestas; para esto ideó una forma de escritura, una textura, que haga visibles sus grietas.
Esta historia, que nunca termina de dejarse atrás, va tomado diferente formas en cada época. Y la época de Kierkegaard (¿nuestra época, todavía?) es la de la falla de la modernidad. Su pensamiento no cesa de señalar la inseguridad sobre la que se apoya la distinción, típica de nuestra época, entre lo general y lo individual; dicho en términos políticos: entre lo público y lo privado. La persona fracturada entre uno y otro polo, la experiencia del ser humano disociado en lo más íntimo.
Hay filósofos que reivindican los derechos del individuo y otros que toman partido por lo general. Erróneamente se vinculó a Kierkegaard con la posición de un individualismo extremo: lo que muestra que no se entendió su planteo. Kierkegaard impugna la oposición tajante entre lo general y lo individual. No es en manera alguna un individualista, puesto que su esfuerzo de pensamiento se encamina a nombrar, con la máxima precisión posible, la experiencia de la singularidad. El singular (Enkelte) no es un individuo. En la palabra “individuo” se alude a la unidad in-divisible de un yo que se conforma consigo mismo, un sujeto consistente, que sólo busca su interés egoísta. Pero con la figura del singular Kierkegaard señala la inconsistencia del yo, su doble desesperación: el querer ser sí mismo y el no querer ser sí mismo, la finitud del ser humano que advierte esos límites con una inquietud insaciable y muchas veces ocultada. Cuando Kierkegaard dice “el yo es una síntesis de finitud e infinitud” habla de una tensión insistente.
Y no se trata de que alguna vez en la historia del pensamiento occidental el yo hubiera aparecido como una unidad serena y que, después de un tiempo, esa firmeza empezó a agrietarse: al comienzo de la Segunda Meditación Metafísica, Descartes, cuando está a punto de descubrir la "certeza" del yo, escribe: “he quedado suspendido en un estado de posibilidad. Incluso asoma el temor de ya no poder olvidar estas dudas”. He aquí la grieta. La "certeza" del Ego se funda en el temor de no poder olvidar las dudas, de no poder cerrar la grieta. Sin ese temor (ese temblor), el Ego no se habría alzado. “Estoy cierto de mi inquietud, por lo tanto soy”: esa es la fórmula del yo con el que Descartes da comienzo a la filosofía moderna.
Es conocida la continuación de esa historia: desde ese temor toma impulso la necesidad de tapar la grieta. Eso lo intenta Descartes y lo sigue intentando Hegel, un siglo y medio después. La filosofía aparece, en la época de Kierkegaard, como la empresa de construcción de una pared lisa e impenetrable. Y Kierkegaard protesta contra ese alisamiento, quiere dejar expuestas las fracturas. Por entre las grietas del muro se filtran voces.
¿Las querremos escuchar?
no conozco mucho la obra de kierkegard, pero me pareció fascinante este texto. pensaba ir a la presentación pero acabo de notar que es en entre ríos... (estoy en bs as). de todos modos hace un tiempo vengo siguiendo el blog, supongo que ya me enteraré cuando esté por acá. gracias, saludos.
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