sábado, 10 de septiembre de 2011

Desde Chile

El domingo a la medianoche en FM La Tribu. 88,7


por Daniel Cholakian

¿Qué define la modernidad de una sociedad? ¿Sus autopistas amplias, señalizadas, laberínticas? ¿Sus puentes ajustados al movimiento de los camiones, los autos importados, las salidas de las plantas fabriles? ¿Sus baldíos despejados de intrusos indeseables? ¿Sus enormes edificios comerciales y financieros? ¿Su extensa y bien estructurada red de subtes que lleva y trae trabajadores a través de la ciudad, de modo limpio, prolijo, cómodo y confiable?

¿O la modernidad de una sociedad se define por la posibilidad de acceso de su población de un modo igualitario a la educación y a la salud? ¿Por la extensión geográfica de sus escuelas públicas, la garantía estatal de contenidos básicos que no son mínimos? ¿Por la garantía y la obligatoriedad de la educación secundaria? ¿Por una Universidad gratuita y de alta calidad, capaz no solo de formar profesionales aptos para el mercado del trabajo –y del consumo–, sino también investigadores que produzcan tanto un conocimiento para el desarrollo como la ampliación del espacio social del saber?

Si tuvieran que optar por un modelo de modernidad ¿con cuál se quedarían?

Acabo de arribar a Santiago de Chile por primera vez en mi vida. Conocía esta sociedad por el discurso de otros. Textos académicos, reportajes, notas periodísticas, relatos de viajeros. Muchos argentinos que han llegado especialmente por motivos de trabajo me hablaron maravillas de eso que ya vi. Viajé del aeropuerto al centro de la ciudad en colectivo y subterráneo sin ningún problema. Fácil, cómodo, confiable y relativamente barato. Entré a la ciudad por autopistas perfectas, inmaculadas, que incluso en su traza imitan el paisaje montañoso. Las plantas fabriles está allí incólumes ante el ruido de autos y camiones, enormes, pintadas, casi bonitas.

Eso, me decían los viajeros, es envidiable.


Pero vine a Santiago a comprender un poco más y desde cerca la situación política planteada a raíz del conflicto estudiantil. Un país donde el gasto en educación superior es del 2% del PBI, pero ese porcentaje es soportado en su mayoría (el 85%) por los particulares, es decir: las familias. Y el costo anual de la universidad representa, según el nivel de ingresos familiar, hasta el 50% de los ingresos de las mismas.

Cito a José Brunner: “En el caso de Chile, la implantación político institucional de un régimen de mercado para la educación superior tuvo lugar a comienzos de los años 1980, mediante una serie de cambios legislativos y el impulso de políticas de inspiración neo-liberal, de “privatización” si se quiere, adoptadas por un gobierno militar. Se estableció allí, inicialmente un marco institucional con bajas barreras de entrada para los proveedores independientes (a condición de que fueran políticamente aceptables para el gobierno), al mismo tiempo que se limitó el radio de acción geográfico de las dos universidades estatales pre existentes. El mercado debía operar sin mayores restricciones para el comportamiento de las instituciones con escasas exigencias de información, control de calidad y rendición de cuentas. Simultáneamente se redujo de manera drástica el financiamiento directo a las instituciones estatales y privadas dependientes; se impuso a las instituciones la obligación de cobrar aranceles de matrícula que debían reflejar el costo real de impartir los diferentes programas; se favoreció una política de financiamiento de la demanda (pero con reducidos recursos destinados para ese efecto) y se crearon nuevos instrumentos – de carácter competitivo – para el financiamiento de la investigación” 1.

Esa precisa descripción histórico-política del modo en que se llegó al estado actual de la educación en Chile –que vale no solo para la educación superior, sino también para la primaria y secundaria– incluye a los intentos de poner parches, subsidios, ajustes, regulaciones que no se cumplen de los cinco gobiernos de la concertación.

Lo que está en crisis en estos momentos es el modelo político que se instauró con el pinochetismo y no se ha quebrado. Tal vez por primera vez este régimen de dominación ampliamente desigual está siendo efectivamente impugnado y contrastado por la voluntad popular en las calles. El momento es propicio y la causa es justa.

Si les parece bien, el domingo a la medianoche (0:00 horas del lunes) en La otra.-radio (acá se escuchará on line) hablamos de eso. Yo estaré apenas regresando de la marcha del 11 de septiembre, de ese 11 de septiembre trágico que suele taparse. El recuerdo del golpe de estado a Salvador Allende.

Mientras tanto me pregunto: yo estudié en la escuela pública, allá en mi barrio de Caballito; pasé por el Pellegrini –dependiente de la UBA-; estudié ingeniería en la misma universidad pública y, si bien no me recibí, con los conocimientos que adquirí hace casi 25 años mantengo a mi familia; después estudié cine, en la escuela -igualmente pública- del Instituto Nacional de Cinematografía; finalmente, después de los 40, pude ingresar a la carrera de Ciencias Sociales de la UBA, donde unos años después salí sociólogo. Nunca puse un peso.

¿Quién debería envidiar a quién?

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1 - José Joaquín Brunner, “El sistema de educación superior en Chile: un enfoque de economía política comparada” en Revista da avaliacao da Educacao Superior, Campinas, Octubre 2007

1 comentario:

  1. Se nos pone la piel de gallina. Los que tenemos mas de ... algunos años sentimos que allí estaba el futuro.

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