viernes, 28 de octubre de 2011

No hay que dar por el pito más que lo que el pito vale

Otra mirada sobre El estudiante


por Gabriel Medina *

Al enterarme de una película con eje en la política universitaria y cuyo principal escenario era mi propia facultad, me abstuve de leer comentarios de la crítica especializada que pudieran sesgar mi mirada sobre el film, e intenté reiteradas veces asistir a su proyección, ante la singular sorpresa de encontrarme con la taquilla completamente agotada. Evidentemente un hallazgo de la película es montarse sobre una temática que garantiza un nicho de mercado cautivo tan extenso como la matrícula de la Facultad de Sociales y aledañas... Ya algo tardíamente di con mi función y constaté cómo mis expectativas se iban desmoronando.

La película no es sobre la militancia, tema tan mentado por estos extraños y afortunados días que nos tocan vivir, sino sobre las afiebradas fantasías a las que el cualunquismo mediopelaje trata de reacomodarse desde el naufragio de la vulgata antipolítica pre 2001 que alimento la épica del “que se vayan todos”. En tiempos en los que militancia y compromiso ya han dejado de ser palabras pronunciadas con pudor para reinscribirse en una dinámica de recuperación de la política como herramienta de transformación, la película podría, legítimamente, interrogarse por:

- El grado de alienación que la practica militante genera.
- La subcultura y los microclimas que en los colectivos políticos se producen.
- Los líimites éticos en las estrategias de posicionamiento, acumulación y disputa de poder.
- La paulatina y quizá conflictiva instrumentalización de las relaciones interpersonales para finalidades políticas...

En lugar de esto, el relato se limita a hacer una aproximación, no sin bastante mala leche, sobre lo que se sospecha que en definitiva la política encubre. Ilustra y ratifica de modo más o menos ágil y llevadero que: a) la política es el mundo de los negocios y la traición; b) en la universidad los militantes no estudian; c) se ingresa a la militancia universitaria para garchar. Es decir, tematiza afirmativamente todos y cada uno de los lugares comunes del más anquilosado repertorio del sentido común doñarosista.

Decía Santiago Mitre, su realizador, en Tiempo Argentino: “Es un relato básico bastante universal: la historia de alguien que llega a un lugar que desconoce, entra en contacto con una serie de reglas que va aprendiendo y va ascendiendo en esa estructura, hasta verse enfrentado a una decisión final (…). Hace poco escribieron en un medio norteamericano que el protagonista era ‘una especie de Anakin Skywalker universitario’”. Claro, los gringos que se fascinan con “la participación política en la universidad” que no se centra en partuzas de fraternities conocen bastante de cerca cómo se estructura un relato etnocéntrico. El dispositivo de enunciación introduce a la audiencia en los universos en los que se intenta abrevar a través de la figura de un outsider. Así es como Hollywood narra El Salvador o Panamá, con un periodista yanqui llegando para ver qué pasa y que finalmente termina protagonizando el proceso. Del mismo modo, Okupas en estas latitudes nos introducía en el submundo de la exclusión en la figura de Rodrigo de la Serna, un joven palermitano emprendiendo una aventura marginal. En Sol negro teníamos a un abogaducho de clase media que de pronto descubría los horrores de la cárcel. El mecanismo es descubrir este universo novedoso junto con el protagonista. Aquí Roque es un joven del interior que llega para estudiar, se aloja en una pensión, se enamora de una profesora y… ¡zas! Ella lo convierte en un temerario operador político, no necesariamente en un militante…

Curiosamente, y a pesar de su proximidad fonética, poca gente repara en la familiaridad entre las palabras “militancia” y “milicia”. Esta disociación es entendible en un país como el nuestro, en el que la vinculación entre las FFAA y la vida política ha sido aborrecible. Sin embargo, el término latino “miles”, que luego es retomado para la práctica política moderna, originalmente designa justamente eso: un ejército. La militancia no es otra cosa que la organización (etimológicamente: en línea o en fila) a través de la cual se confronta. ¿A qué voy con esta digresión? Si bien hoy en día, neoliberalismo mediante, han proliferado discursos postmodernos que hablan de “militantes de la vida” para designar a librepensadores bien intencionados que pueden ser propaladores de ideología sin que esto cristalice necesariamente en ningún tipo de organización colectiva, no obstante, el presupuesto sobre la militancia es que ésta se ejerce necesariamente en una organización o colectivo desde el cual se apuntala un proyecto político. En la película sin embargo, la política es retratada como una carrera individual en el seno de una “comunidad de intereses”, en la que la traición parece la única regla invariante. Esta tesis -que motoriza toda la historia- es de una ingenuidad pasmosa, no porque el mundo político no sea también, como acaso buena parte del mundo que habitamos, sitio de individualismos y mezquindades, sino porque la acumulación y ejercicio de la política implica necesariamente la movilización de fuerzas sociales, fuerzas que solo pueden generarse mediante la organización colectiva. Es decir, se ejerce mediante agrupaciones humanos que en ningún caso resistirían el constante trafico de prebendas personales (como los que en el film se retratan); sino que, en todo caso, las “traiciones” o acuerdos (siempre “frágiles y coyunturales”) se dan entre facciones con un sentido acaso mas estratégico. Hacer eje, por ejemplo, en la supuesta traición de un dirigente que se pasa a otra agrupación es, a las claras, no entender cómo funciona la acumulación política en el claustro estudiantil, que, lejos de apreciar candidaturas, se da el lujo de votar agrupaciones como si fueran marcas registradas. Es en esta situación nebulosa y difícilmente filmografiable donde la película pierde toda su veracidad, por lo menos para quienes conocemos de cerca la dinámica política de la universidad.


Pero en tren de este mismo recorte (Roque es retratado casi exclusivamente rosqueando y garchando) es que se desplaza también toda la dimensión sacrificial que el compromiso militante entraña. No aparecen en el relato las reuniones infinitas ni las noches de desvelo. Las madrugadas escribiendo volantes, los días volanteando, pintando y pegando carteles (en rigor, aparece un “troskito” con una cinta adhesiva y unos volantes, y el chico ni de lejos parece haber pegado un afiche en su puta vida) o pasando a hablar por todos los cursos de cada turno. La movilización, las asambleas, los actos, el trabajo de extensión con tareas comunitarias en los barrios… pareciera que todo eso va en piloto automático. No están presentes la resignación de la vida personal, del tiempo de ocio, de las amistades o la pareja. Lo único, lo importante, es la rosca…

Otras tantas muestras del desconocimiento van desde los discursos de asamblea que, si bien tienen aires de cierta retórica posible, están bastante lejos de los tópicos aludidos mas comúnmente (ya a esta altura bastante estereotipados para que puedan ser capturados por cualquier habitúe) así como del énfasis histriónico en el que los oradores universitarios superan a cualquiera de estos actores. De las supuestas vinculaciones con el gobierno que, dicho sea de paso, es retratado infinitamente más conocedor de la realidad universitaria de lo que cualquier gestión de gobierno podría llegar a pescar, además de endilgarle pretensiones irrisorias para un estado, como es el manejo del laboratorio, currito privado de las cátedras por antonomasia...

Revisando artículos encontré algunas observaciones como la de los compañeros de MU, quienes hablan de la obra como la película que "desmonta el modo de hacer política en democracia" (¿?). Por lo menos, no es así en la universidad en la que lo ideológico y lo discursivo siguen siendo el principal catalizador de la militancia estudiantil que se puede arrogar el conjunto de los caucásicos sobrealimentados que gozan el privilegio de una educación financiada por el sudor del pueblo trabajador, (lo cual también viene a dar cuenta del nivel masturbatorio y endogámico de las discusiones políticas en la burbuja académica de hoy día). Sí coincidiré con ellos en el oído fino que el director ha tenido para con la expresión “esto es política”, que resuena contundentemente tres veces en el film. Me parece un acierto de la película el retomar ese latiguillo, que efectivamente funciona de modo cotidiano como clausura y justificativo para cualquier cosa.

Otra cosa que también acecha en buena parte de la película es el fantasma del peronismo, fenómeno ineludible si en estas latitudes uno quiere aproximarse a la política; y la verdad es que, después de muchas sensaciones ambiguas, encontré en un párrafo de la reseña que desde La otra se hizo en ocasión del Bafici, una caracterización impecable:

“…la negación del peronismo como actor de la política argentina. Los peronistas carecen de identidad propia, pueden pasar de partido en partido y de cargo en cargo, pero además son los otros, los no nombrados, los no representados. Sin ningún pudor, la voz del peronismo es puesta en personajes que, en el mejor de los casos, admiten con sorna haber sido durante tres horas peronistas. ¿Es menor que el discurso del 1º de mayo de 1974, en el cual Perón calificó de idiotas e imberbes a los Montoneros, sea dicho por un militante de la agrupación de centro izquierda? ¿O que la marcha peronista sea cantada como cierre de una borrachera entre dos supuestos izquierdistas que apenas rozaron al movimiento? No lo es. La desapropiación de su voz al peronismo, el traslado del enunciador sin modificar el enunciado, lo vacía de contenido, lo dispara a un lugar de la estética alejado del sentido político. He aquí una operación calculada, que remite ciertamente a las otras intervenciones políticas del grupo en que podemos inscribir a Mitre.” (Leer completo acá)

Finalmente, El estudiante es un film de actuaciones brillantes y una estética de ameno decadentismo, pero que, bajo la pretensión de aproximarse a un fenómeno tan complejo, delicado y al mismo tiempo concreto y contundente como la política universitaria, no para de hacer agua. Trabajar con la sospecha de lo peor es su estrategia más atractiva y certera a la hora de cosechar elogios del snobismo vernáculo, aun a riesgo de envenenar irresponsablemente un mundo que, ni por lejos, está habitado por santos, pero cuyas motivaciones y gramáticas de funcionamiento son muy otras que las que aquí se retratan, más desde el prejuicio que desde el desconocimiento. Y es que es a fuerza de impostar la testimonialidad sobre “las corruptelas” que esto que podría ser apenas una cinta ágil y entretenida se convierte en la película más sobrevalorada del año.

* Publicado originalmente en el blog Derivas de un Hombre del Conurbano en Capital)

5 comentarios:

  1. Hola! Qué bueno este aporte. No he visto aun esta película y como ya ha sido disuctida , me dejé estar. Pero Anoche salía del CCROJAS Y ME PROPUSE IR AL CINE DE AL LADO A VERLA. eSTA NOTA ME DECIDE.
    gRACIAS. mARTHA

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  2. Interesante aporte. Pero me parece que comete un error: todo la crítica está pensada en torno a la idea de que para retratar la política universitaria (más específicamente de Sociales) el relato ficcional tiene que necesariamente ser realista, es decir alineado con lo que el autor de la nota asume es la vara de la verdad: la suya.

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  3. Pedro:
    la película juega como otras que produce Llinás, con un doble standard: desde el mismo título hay una pretensión de enfocar un objeto,. "el estudiante". Continuamente hay marcas referenciales: "la política es así", lo ex-peronistas, las asambleas, el discurso militante. Ataca como un retrato de las prácticas políticas universitarias y se defiende como una ficción (lo hicieron en Secuestro y Muerte). No asume su caracter de intervención políitca cuando se la cuestiona por ese lado. Pero ES una intervención política, obviamente.

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  4. Martha: Gracias por elogio de qué esta nota te persuada a ver la peli. Aunque la idea era mas bien a la inversa… ;)

    Pedro: Reconozco que el texto es un poco sanguíneo, justamente por tratarse de un relato que pretende aproximarse a un ámbito que me es absolutamente próximo. Y es por estar atravesado por esta experiencia que necesito impugnar el verosímil construido. Por que la tesis a confirmar durante todo el relato esta erguida sobre un acopio de especulaciones del sentido común muy caras a quienes nos abocamos a la militancia en el ámbito académico. A diferencia del autor yo si me hago cargo de la responsabilidad sobre los discursos que pongo en circulación, así se contrabandeen estos bajo la inocente excusa de la expresión artística o el placer lúdico de narrar una historia. Y respecto a creerse que la propia es la vara de la verdad… ¿Cómo escribir sino creyendo esto? Luego pueden venir las discusiones y las argumentaciones exegéticas o apologéticas. Pero sostener sostener la corrección política del relativismo ad infibnitum sobre lo que se pretende expresar, en el preciso momento en el que se lo esta haciendo, no contribuye mucho ni a parir ideas ni a sostener posiciones. Quelevachacher…

    Oscar: Gracias por republicar la reseña en tu blog. Respecto a lo que decís y sin querer pecar de chupamedias, acuerdo punto por punto. Nos vemos mañana en la radio.

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  5. Hecho, entonces: mañana Gabriel Medina en La otra.-radio.

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