martes, 24 de julio de 2012

El molino y la cruz


por Liliana Piñeiro

Las pinturas hablan, dicen, son una cosa viva que interpela al corazón. Así lo plantea el director ruso Aleksandr Sokurov, y así parece entenderlo el polaco Lech Majewski, en su obra El molino y la cruz (2011). Tomando como punto de referencia la pintura de Pieter Brueghel Camino al calvario (1564), el film logra, a través de un trabajo estético magistral, la ambientación del Flandes del siglo XVI bajo la dominación española, escenario donde tienen lugar las diversas escenas que conforman el cuadro.

Majewski crea una ficción donde, por medio de unas pocas reflexiones, Brueghel explica a su amigo y mecenas Jonghelinck el proceso de creación de su obra a través de los distintos bocetos. La vida familiar del pintor, las persecuciones religiosas, los bufones bailando, las escenas de seducción, las ejecuciones: todas las costumbres de la época desfilan ante sus ojos para ser inmortalizadas en el dibujo. A medida que avanza el film, la realidad y la representación de la realidad se acoplan como amantes que ya no pueden separarse. Pacientemente, como una araña que construye su tela, somos atrapados y sumergidos en el cuadro. Las escenas se suceden casi sin palabras y, oculta en el centro, apenas perceptible (como son los misterios, antes de ser develados), la procesión hacia el calvario es el calvario: Cristo es crucificado nuevamente, y el drama de la humanidad se desarrolla mientras sobrevuelan, amenazantes, los cuervos.

Hay algo de Dios escondido en cada creador. El gran molinero del cielo que muele la harina con la que se construye el mundo. La tortura y el erotismo, la condena y la maternidad: las historias son fragmentos crueles y amorosos, una argamasa que une la vida y de la muerte. Incansables, las aspas del molino son una cruz que gira… y sólo se detiene para que el pintor le robe al tiempo el momento inefable de la creación y Majewski, en un magnífico juego de cajas chinas, construya a su vez una pintura. Y, a fuerza de belleza, la ponga otra vez en movimiento.

1 comentario:

  1. Quizo el destino que en el corto lapso de 24 horas, asistiese a dos films en cartelera. Uno de ellos es la saga de acción y suspenso denominada “ El Legado Bourne”. La otra, una película sobre el famoso cuadro del pintor holandés Pieter Bruegel, recreado en vivo, por el director de cine Lech Majewski. Me voy a extender a éste último film en el siguiente comentario.
    Estuve al tanto de las buenas críticas vertidas durante su estreno a pesar de provenir de una crítica especializada por el concepto artístico; que muchas veces se ve reñido de la expectativa media del espectador de cine. Sabía de la inexistencia de diálogos entre los actores. El film discurriría por la introspección que brinda la voz en off del pensamiento de los personajes.
    Hasta leí en un suplemento literario, que el director fue consultado por la actriz del film Charlotte Rampling, de la necesidad de participar en el envío…
    Me sorprendió favorablemente, el tipo de narrativa visual alejada del concepto usual del cine.
    Las imágenes van corporizándose a través de la pantalla, tal cual lo harían en el lienzo del artista. Y esta, para mí es una concepción novedosa. Lejos del “dogma” al que estamos acostumbrado, esta construcción dónde los personajes secundarios son meras figuras de representación, dónde los simbolismos y la fina ironía están a la orden del día, dónde los escasos tres personajes reflexionan sobre su destino de injuria en la opresión inquisidora de la España del siglo XVI. Quien asiste al film, verá una época sombría. Creo que pocas veces se ha podido retratar con tanto virtuosismo, a una sociedad tan alejada del concepto romántico que normalmente se le atribuye. Quizás Passolini en sus retratos de la Italia renacentista abordó el tema. Esa locura lacónica de una vida signada por contrastes. Lo bizarro como elemento característico, el desapego por la vida y esa resignación por el mandato superior de las instituciones.
    Es muy interesante observar el sarcasmo sutil, sob pena de ser enjuiciado, que el pintor declama en su obra a modo de alegato. Una obra encomendada que responde a la visión de un artista, sincronizada con el pensamiento de un político subyugado de la Flandes ocupada. Las voces en español antiguo que irrumpen las escenas de violencia son una analogía del legado romano en la crucifixión. Personalmente al ser un retrato tan fidedigno de la antigüedad, hubiese preferido que el film adoptase al holandés antiguo en detrimento del inglés accesible. Con la lectura pormenorizada de cada una de las escenas de composición, nos es posible adentrarnos en la mente del artista. Tantas veces incomprendidos, cómo es el caso de Hieronymus Bosch su antecesor, posteriormente Pieter Huys, o el propio Dalí en el siglo XX.
    Creo que la película en definitiva, sorprende por el punto de vista narrativo. Un monólogo interior a tres voces atravesado por una historia chica, si se quiere, que es la ejecución de una obra pictórica., en el marco de un pensamiento secular amordazado por el dogma de fe. O lo que es peor, la tergiversación con que obraron sus representantes…

    Esteban Silva

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