Me acuerdo de que cuando se estrenó Vidas al límite, la película que mostraba a los comandos norteamericanos especializados en desarmar bombas en Irak (los hurt lockers del título original; esto es, en el léxico militar que Bigelow gusta de hacer suyo, los "reductores de daño"), había críticos de cine que elogiaban el presunto distanciamiento con que la directora filmaba la guerra, cosa que el punto de vista adoptado por la cámara en todo momento desmentía. La confusión de estos críticos, de algún modo ellos mismos reductores del daño que produce el cine de propaganda bélica que Bigelow cultiva, radicaba en que llamaban distanciamiento a lo que en realidad era escamoteo. El territorio iraquí está minado de bombas que los norteamericanos antes arrojaron. Esta premisa es escamoteada al espectador de Vidas al límite. La parquedad del film está regida por este elisión: se trata de que el espectador no comprenda qué hacen los americanos en Irak ni de dónde salen esas bombas cuyo daño deben reducir. La directora nos coloca en la mirada urgida del comando especial, del que no se espera que entienda, sino que desactive. En un espacio dramático saturado de densidad geo-política como el Irak invadido por los EEUU, Bigelow eligió filmar a los reductores de daño como temerarios -y en el fondo valiosos- servidores públicos a los que el pueblo iraquí no terminaba de reconocer su arrojo. Ningún distanciamiento entonces.
Para advertir esto no hacía falta esperar los breves discursos con que Bigelow y su guionista Mark Boal agradecieron los 9 Oscars recibidos (película, director y guión original, entre otros):
"Quisiera dedicarle esto a los hombres y mujeres que arriesgan sus vidas en Irak, Afganistán y alrdedor del mundo" dijo Kathryn Bigelow.
"Quiero dar las gracias y dedicar esto a nuestras tropas, a las 115.000 personas que siguen en Irak, a los 120.000 de Afganistán y a los más de 30.000 heridos y 4.000 que no lograron volver a sus hogares" dijo Mark Boal.
¿Distanciamiento? ¿Neutralidad valorativa? ¿Fenomenología de la subjetividad bélica? No: propaganda.
La noche más oscura (Zero Dark Thirty, la hora 0:30, otra vez en el código militar, hora en que los comandos norteamericanos asesinan a Osama Bin Laden) vuelve a reunir las destrezas técnicas de Bigelow y Boal para ofrecernos otra sofisticada propaganda del poder imperial. Hay que admitir que aquí directora y guionista van por más: ya no se trata solo de valorar la temeridad de los reductores de daños, sino de lograr empatía con los que producen e incrementan esos daños: torturadores, ejecutores sumarios y diseñadores de los planes de la CIA en los países que Norteamérica invade y asuela.
La película se encarga de simplificar el trabajo de interpretación crítica desde su brutal comienzo. Pantalla en negro y voces en off de víctimas del ataque a las Torres Gemelas, narrando por teléfono sus últimos minutos de vida a seres queridos. El ataque terrorista del 11N es el supuesto dramático de gran parte de la producción hollywoodense de la última década. Si Bigelow y Boal dejan este supuesto a la vista es para despejar toda ambigüedad -y complicarle la vida a los críticos que pretenden interpretar la película prescindiendo de su obvio fin propagandístico. Lo que viene inmediatamente después de ese golpe bajo son varias sesiones de tortura en las que agentes de la CIA someten a prisioneros a los que se imputan (sin que sea necesario probar nada, obvio) vínculos con el atentado. En el interrogatorio los diálogos se encargan de dejar claro que a los torturadores no les interesa tanto determinar la culpabilidad por ese acto terrorista como impedir que se produzcan otros que -según ellos dicen saber de antemano- se están preparando... ¡contra España e Inglaterra! Estupenda premonición. El arranque no puede ser más burdo, la justificación de la tortura habitualmente esgrimida por los defensores del terrorismo de estado: ¿y vos qué harías si tenés prisionero a un terrorista que sabe dónde está la bomba que va a matar a cientos de personas de un momento a otro? La sequedad emocional que se atribuye al cine de Bigelow (que muchas veces se usa como argumento para despolitizar la interpretación) está impregnada por este chantaje inicial. Neutralidad imposible, dado que la película nos ha hecho familiares a las víctimas.
La clave de la eficacia del cine de propaganda radica en la construcción de un punto de vista. Y es aquí donde Bigelow y Boal innovan. La figura del héroe patriótico clásico es desechada. Los hechos son aquí observados desde el punto de vista de Maya, una joven agente de la CIA que se empeña a lo largo de una década en seguir la pista que conduzca hacia la ejecución sumaria de Osama Bin Laden, a quien la película atribuye, haciendo suyo el relato oficial norteamericano, el atentado de las Torres. Dado que se nos solicita dar crédito a esta premisa, se vuelve un poco difícil abstraer la dimensión política del film sin hacernos los tontos, como prefieren muchos críticos que dejan en suspenso el significado moral de la tortura, la invasión y el asesinato y corren detrás de una forma estética abstracta..
De la protagonista apenas conocemos su tenacidad incansable, su rigor profesional (un presunto rescate de la ética hawksiana que alinearía a Bigelow con el cine clásico, coartada perfecta para escaparse de las marcas históricas reales de la narración) y algunos raptos de sensibilidad. Por lo demás, Maya no parece tener vida ni deseos fuera de la misión de encontrar a Bin Laden para matarlo. En las primeras sesiones de tortura Bigelow se encarga de mostrarnos planos de Maya ligeramente conmovida, no mucho, un poquito, apartando la vista por momentos, aunque con su presencia y su silencio convalide los procedimientos de sus colegas de la CIA, además de aprovechar los datos que se le extraen a los torturados para seguir adelante con su investigación. Digamos que a Maya y sus colegas la tortura no les brinda un placer sádico, sino un cierto incordio: son gente civilizada y culta que se ve obligada a apelar a actos desagradables debidos a la barbarie del enemigo que los agrede. La tortura de la CIA es así puramente defensiva. El mentado profesionalismo se acerca más al de Adolf Eichmann que a los héroes de Howard Hawks: son jóvenes profesionales tratando de hacer bien su trabajo. Uno de los compañeros, un muchacho de barba, pelo largo y sensibilidad cosmopolita, pedirá ser trasladado a otro destino, porque ya tuvo que torturar a varias decenas de prisioneros y se encuentra un poco harto, pobre. Al final, cuando la misión se haya llevado a cabo y las fuerzas yanquis dispongan un avión para el solo regreso de Maya, ella se permitirá relajarse y dejar rodar unas lágrimas. Epílogo pudorosamente sentimental para la consecución de un operativo ejecutado con frialdad quirúrgica (se habrán matado a un puñado de personas, las mínimas indispensables para llegar a Bin Laden). Los agentes de la CIA tienen un trabajo desagradable pero no son felices.
De la protagonista apenas conocemos su tenacidad incansable, su rigor profesional (un presunto rescate de la ética hawksiana que alinearía a Bigelow con el cine clásico, coartada perfecta para escaparse de las marcas históricas reales de la narración) y algunos raptos de sensibilidad. Por lo demás, Maya no parece tener vida ni deseos fuera de la misión de encontrar a Bin Laden para matarlo. En las primeras sesiones de tortura Bigelow se encarga de mostrarnos planos de Maya ligeramente conmovida, no mucho, un poquito, apartando la vista por momentos, aunque con su presencia y su silencio convalide los procedimientos de sus colegas de la CIA, además de aprovechar los datos que se le extraen a los torturados para seguir adelante con su investigación. Digamos que a Maya y sus colegas la tortura no les brinda un placer sádico, sino un cierto incordio: son gente civilizada y culta que se ve obligada a apelar a actos desagradables debidos a la barbarie del enemigo que los agrede. La tortura de la CIA es así puramente defensiva. El mentado profesionalismo se acerca más al de Adolf Eichmann que a los héroes de Howard Hawks: son jóvenes profesionales tratando de hacer bien su trabajo. Uno de los compañeros, un muchacho de barba, pelo largo y sensibilidad cosmopolita, pedirá ser trasladado a otro destino, porque ya tuvo que torturar a varias decenas de prisioneros y se encuentra un poco harto, pobre. Al final, cuando la misión se haya llevado a cabo y las fuerzas yanquis dispongan un avión para el solo regreso de Maya, ella se permitirá relajarse y dejar rodar unas lágrimas. Epílogo pudorosamente sentimental para la consecución de un operativo ejecutado con frialdad quirúrgica (se habrán matado a un puñado de personas, las mínimas indispensables para llegar a Bin Laden). Los agentes de la CIA tienen un trabajo desagradable pero no son felices.
La construcción de este punto de vista es algo difícil: hay que dotar a torturadores, asesinos y tecnócratas del asesinato de un discreto glamour que los distancie de los brutales héroes patrioteros de otras épocas. Las nuevas generaciones ya no se sentirían tan cómodas con el mood excesivo de Rambo, el coronel Kilgore o Dirty Harry, estereotipos ya avejentados a los que el feeling contemporáneo sería renuente. Bigelow parece la encargada de diseñar el caracter de un nuevo tipo de combatientes, más desapasionados y más técnicos.
El resultado no logra esconder del todo sus fisuras. Los tercios en los que se divide la película están fracturados por saltos que conspiran contra un pretendido clasicismo estilístico y dejan muchas lagunas narrativas. Las fracturas no responden a una osadía estética: son efectos colaterales de la función propagandística a la que la narración debe subordinarse. Si el primer tercio de la película está consagrado a las torturas que la CIA necesita para llegar a Osama, la segunda parte responde al momento burocrático, en el cual el deseo de Maya de llegar a la guarida terrorista se va a ver diferido por las dilaciones del poder político. La oposición entre personajes de acción y burócratas que retardan la ejecución del plan es un tópico común al cine fascista. Este tramo le sirve a la película para humanizar a los agentes de la CIA, remozar de algún modo la imagen cinematográfica que había quedado dañada desde Vietnam. Así vamos a tener oportunidad de ver a estos agentes en el trabajo cotidiano más rutinario, en salidas de shopping y conversaciones relajadas que de pronto se ven interrumpidas por las bombas islámicas. Son genocidas cool, de una elegancia casual, jóvenes, liberales, francos, cultos y tranquilos. Aman a los animales, torturan con cierto desgano, apenas lo indispensable, y se estresan después de una jornada de trabajo intenso. Hay entre ellos mujeres como Maya, también negros, latinos: un conjunto multicultural que los acerca a jóvenes audiencias a las que Bigelow se dirige. Esta humanización de la CIA puede reconocerse también en Argo, otra de las películas que intentan remozar el concepto del cine de propaganda imperial y la imagen de la CIA, que también se ganó el aplauso del establishment crítico.
La fractura de la película se deja ver con mayor evidencia en la tercera parte, cuando finalmente la jefatura de la CIA habilita el operativo para asesinar a Osama. Para filmar la acción de los comandos, Bigelow debe despegarse del punto de vista de Maya al que se atuvo durante más de dos horas e irse al lugar del operativo. Los comandos están caracterizados de una forma similar a los personajes de las dos primeras partes: hacen su trabajo con profesionalismo, sin pasión, con una limpieza técnica que impregna la tonalidad misma de la película. Como esta larga secuencia transcurre de noche, es prácticamente imposible identificar a los personajes, pero es evidente que la cámara adopta el punto de vista de los comandos: nos movemos con ellos, con ellos entramos a la guarida de Bin Laden, lo buscamos, nos cruzamos con esas sombras que se mueven en la oscuridad (son los integrantes del clan de Osama y Bigelow los filma como cucarachas que se esconden en rincones oscuros para salvarse del insecticida). En unas cuantas escenas vemos a través de las miras infrarrojas que los comandos usan para moverse en la oscuridad. Acá la película adopta esa textura nerviosa y a la vez seca que caracterizó a Vivir al límite. Un poco a la manera de los Policías en Acción nos ponemos en los ojos de las Fuerzas del Orden en los momentos en que se internan en el Reino del Caos (aunque Bigelow elude usar mayúsculas). Se nota mucho que la directora filma estas escenas con mayor vocación que el resto de la película, las casi dos horas previas que han quedado un poco afectadas por la falta de vigor de los cabildeos burocráticos. El problema es que para eso la película se desentiende de su protagonista, hasta casi hacernos olvidar de ella. Ahora se trata de cazar a Bin Laden. El recurso para disimular esta fractura en el punto de vista es volver de tanto en tanto al cuartel central desde el que Maya y un ejército de tecnócratas sigue la acción de los comandos. Recurso camp que desentona con el realismo pretendido, un poco a la manera de viejas series como El tunel del tiempo, Maya y sus colegas miran grandes pantallas que trasmiten el operativo. La película recoge algunas veces las expresiones de tensión o sorpresa de ella, que solo funcionan comentarios sin incidencia sobre la acción.
Una vez que se haya liquidado al "objetivo", Maya será convocada a reconocer al cadáver. Trámite curioso, puesto que si ella ideó el plan que conduce hacia la guarida de Bin Laden, nunca en su vida se lo cruzó personalmente, por lo que no parece más capacitada para reconocerlo que cualquier otro, incluso nosotros, que haya visto al terrorista en fotos. El reconocimiento implica una última escena de tensión. Maya va a la morgue y tiene que abrir la bolsa que enfunda al cadáver. La cámara no muestra el rostro del muerto para que nostros lo reconozcamos, sino el gesto de asentimiento de Maya, indicando que efectivamente es Bin Laden. No existe ninguna razón para explicar por qué no pudimos ver la cara del muerto a través de los ojos de los comandos en el instante de la ejecución, cuando Maya estaba lejos de la escena. Tampoco existe razón para que ahora no veamos lo que ella ve. Así como antes la película nos reclamó que creamos que Al Qaeda es responsable del atentado o que los torturados eran efectivamente miembros de Al Qaeda, ahora se nos pide que aceptemos la confirmación de Maya sin ver el cadáver con nuestros propios ojos.
Una parte importante de la crítica destaca que Bigelow filma la película en un tono "casi documental" o "casi periodístico" (se dicen ambas cosas, como si fueran lo mismo), lejos de la épica usual en el cine bélico. La misma película impone esa impresión al valerse de una retórica "verista": cámara en mano siempre nerviosa, mucho más movediza en el tramo final, fotografía opaca, una musicalización también agazapada en acordes de baja frecuencia, lejos de la orquestación habitual. Otro recurso cercano al "documental" o al "reporte periodístico": hay carteles indicadores de lugar, día y hora de cada secuencia, con una precisión que no añade ningún valor dramático a la información, precisión de la que la película curiosamente se desentiende en las conexiones claves del relato, como el vínculo de Osama y Al Qaeda con el atentado, el vínculo de los torturados con el mismo hecho, la identidad del asesinado, la razón por la que se decide liquidarlo en lugar de apresarlo... Para todo esto (en definitiva, lo más importante desde el punto de vista político con el que la película histeriquea) parece que no nos queda otra más que aceptar la versión oficial yanki, que Bigelow no cuestiona ni por asomo. Si la película abunda en indicios circunstanciales que no agregan comprensión alguna de los hechos, ¿por qué nos retacea la información clave?
Ese retaceo es interpretado como distancia emocional. Hay una crítica entusiasta que celebra este escamoteo como un rasgo de la modernidad de Bigelow, una presunta neutralidad respecto del uso de la tortura, la invasión y la ejecución sumaria que deja en manos del espectador la valoración. Si Bigelow quería distanciarnos y contarnos la alienación profesional de una mujer sin vida propia más allá de la muerte de Osama, ¿por qué la película no se quedó con ella y en cambio nos llevó a ver el operativo al lado de los comandos? Respuesta: porque una película sobre la muerte de Osama sin escenas de acción no es viable para el Box Office ni es lo que Bigelow entusiasma filmar. Sería muy osado artísticamente que Maya se quede esperando el resultado sin ver nada y que después reciba un txt y una foto por celular, pero esa película es imposible en Hollywood actual. Esta inconsistencia repite una característica del estilo Bigelow que ya se podía reconocer en Vidas al límite: nos produce la sensación de conocer los detalles y a la vez nos escamotea la visión de conjunto. Mientras tanto, no hace falta que aprobemos o desaprobemos nada de lo que se nos muestra. Más bien constatamos la eficacia técnica de un procedimiento cuyo sentido último no parece concernirnos.
El resultado no logra esconder del todo sus fisuras. Los tercios en los que se divide la película están fracturados por saltos que conspiran contra un pretendido clasicismo estilístico y dejan muchas lagunas narrativas. Las fracturas no responden a una osadía estética: son efectos colaterales de la función propagandística a la que la narración debe subordinarse. Si el primer tercio de la película está consagrado a las torturas que la CIA necesita para llegar a Osama, la segunda parte responde al momento burocrático, en el cual el deseo de Maya de llegar a la guarida terrorista se va a ver diferido por las dilaciones del poder político. La oposición entre personajes de acción y burócratas que retardan la ejecución del plan es un tópico común al cine fascista. Este tramo le sirve a la película para humanizar a los agentes de la CIA, remozar de algún modo la imagen cinematográfica que había quedado dañada desde Vietnam. Así vamos a tener oportunidad de ver a estos agentes en el trabajo cotidiano más rutinario, en salidas de shopping y conversaciones relajadas que de pronto se ven interrumpidas por las bombas islámicas. Son genocidas cool, de una elegancia casual, jóvenes, liberales, francos, cultos y tranquilos. Aman a los animales, torturan con cierto desgano, apenas lo indispensable, y se estresan después de una jornada de trabajo intenso. Hay entre ellos mujeres como Maya, también negros, latinos: un conjunto multicultural que los acerca a jóvenes audiencias a las que Bigelow se dirige. Esta humanización de la CIA puede reconocerse también en Argo, otra de las películas que intentan remozar el concepto del cine de propaganda imperial y la imagen de la CIA, que también se ganó el aplauso del establishment crítico.
La fractura de la película se deja ver con mayor evidencia en la tercera parte, cuando finalmente la jefatura de la CIA habilita el operativo para asesinar a Osama. Para filmar la acción de los comandos, Bigelow debe despegarse del punto de vista de Maya al que se atuvo durante más de dos horas e irse al lugar del operativo. Los comandos están caracterizados de una forma similar a los personajes de las dos primeras partes: hacen su trabajo con profesionalismo, sin pasión, con una limpieza técnica que impregna la tonalidad misma de la película. Como esta larga secuencia transcurre de noche, es prácticamente imposible identificar a los personajes, pero es evidente que la cámara adopta el punto de vista de los comandos: nos movemos con ellos, con ellos entramos a la guarida de Bin Laden, lo buscamos, nos cruzamos con esas sombras que se mueven en la oscuridad (son los integrantes del clan de Osama y Bigelow los filma como cucarachas que se esconden en rincones oscuros para salvarse del insecticida). En unas cuantas escenas vemos a través de las miras infrarrojas que los comandos usan para moverse en la oscuridad. Acá la película adopta esa textura nerviosa y a la vez seca que caracterizó a Vivir al límite. Un poco a la manera de los Policías en Acción nos ponemos en los ojos de las Fuerzas del Orden en los momentos en que se internan en el Reino del Caos (aunque Bigelow elude usar mayúsculas). Se nota mucho que la directora filma estas escenas con mayor vocación que el resto de la película, las casi dos horas previas que han quedado un poco afectadas por la falta de vigor de los cabildeos burocráticos. El problema es que para eso la película se desentiende de su protagonista, hasta casi hacernos olvidar de ella. Ahora se trata de cazar a Bin Laden. El recurso para disimular esta fractura en el punto de vista es volver de tanto en tanto al cuartel central desde el que Maya y un ejército de tecnócratas sigue la acción de los comandos. Recurso camp que desentona con el realismo pretendido, un poco a la manera de viejas series como El tunel del tiempo, Maya y sus colegas miran grandes pantallas que trasmiten el operativo. La película recoge algunas veces las expresiones de tensión o sorpresa de ella, que solo funcionan comentarios sin incidencia sobre la acción.
Una vez que se haya liquidado al "objetivo", Maya será convocada a reconocer al cadáver. Trámite curioso, puesto que si ella ideó el plan que conduce hacia la guarida de Bin Laden, nunca en su vida se lo cruzó personalmente, por lo que no parece más capacitada para reconocerlo que cualquier otro, incluso nosotros, que haya visto al terrorista en fotos. El reconocimiento implica una última escena de tensión. Maya va a la morgue y tiene que abrir la bolsa que enfunda al cadáver. La cámara no muestra el rostro del muerto para que nostros lo reconozcamos, sino el gesto de asentimiento de Maya, indicando que efectivamente es Bin Laden. No existe ninguna razón para explicar por qué no pudimos ver la cara del muerto a través de los ojos de los comandos en el instante de la ejecución, cuando Maya estaba lejos de la escena. Tampoco existe razón para que ahora no veamos lo que ella ve. Así como antes la película nos reclamó que creamos que Al Qaeda es responsable del atentado o que los torturados eran efectivamente miembros de Al Qaeda, ahora se nos pide que aceptemos la confirmación de Maya sin ver el cadáver con nuestros propios ojos.
Una parte importante de la crítica destaca que Bigelow filma la película en un tono "casi documental" o "casi periodístico" (se dicen ambas cosas, como si fueran lo mismo), lejos de la épica usual en el cine bélico. La misma película impone esa impresión al valerse de una retórica "verista": cámara en mano siempre nerviosa, mucho más movediza en el tramo final, fotografía opaca, una musicalización también agazapada en acordes de baja frecuencia, lejos de la orquestación habitual. Otro recurso cercano al "documental" o al "reporte periodístico": hay carteles indicadores de lugar, día y hora de cada secuencia, con una precisión que no añade ningún valor dramático a la información, precisión de la que la película curiosamente se desentiende en las conexiones claves del relato, como el vínculo de Osama y Al Qaeda con el atentado, el vínculo de los torturados con el mismo hecho, la identidad del asesinado, la razón por la que se decide liquidarlo en lugar de apresarlo... Para todo esto (en definitiva, lo más importante desde el punto de vista político con el que la película histeriquea) parece que no nos queda otra más que aceptar la versión oficial yanki, que Bigelow no cuestiona ni por asomo. Si la película abunda en indicios circunstanciales que no agregan comprensión alguna de los hechos, ¿por qué nos retacea la información clave?
Ese retaceo es interpretado como distancia emocional. Hay una crítica entusiasta que celebra este escamoteo como un rasgo de la modernidad de Bigelow, una presunta neutralidad respecto del uso de la tortura, la invasión y la ejecución sumaria que deja en manos del espectador la valoración. Si Bigelow quería distanciarnos y contarnos la alienación profesional de una mujer sin vida propia más allá de la muerte de Osama, ¿por qué la película no se quedó con ella y en cambio nos llevó a ver el operativo al lado de los comandos? Respuesta: porque una película sobre la muerte de Osama sin escenas de acción no es viable para el Box Office ni es lo que Bigelow entusiasma filmar. Sería muy osado artísticamente que Maya se quede esperando el resultado sin ver nada y que después reciba un txt y una foto por celular, pero esa película es imposible en Hollywood actual. Esta inconsistencia repite una característica del estilo Bigelow que ya se podía reconocer en Vidas al límite: nos produce la sensación de conocer los detalles y a la vez nos escamotea la visión de conjunto. Mientras tanto, no hace falta que aprobemos o desaprobemos nada de lo que se nos muestra. Más bien constatamos la eficacia técnica de un procedimiento cuyo sentido último no parece concernirnos.
La técnica es más importante que el alma.
No sabemos si al ver el corte final de su película Bigelow derramó una lágrima.
Hace cosa de un par de meses, enganché empezada una entrevista en visión 7 internacional. Al parecer, el entrevistado era una especie de de especializado en esto que llamás la "propaganda" en las películas yanquis. Llegué a escucharlo hablar de "lavadas de cara" que el cine de allá históricamente hizo de todas las intervenciones militares de EEUU.
ResponderEliminarAlgo que me llamó la atención, es que incluso hablaba de una suerte de "productoras fantasmas", que se creaban específicamente para films en particular, y luego desaparecían. Decía que hasta Spielberg les había llegado a enviar un guión (desconociendo la naturaleza de la "productora")
No logré acordarme más del nombre del entrevistado. Ni de la página de internet que (creo) decía que administraba, que trataba sobre estos temas.
¿Alguien por casualidad se acordará?
Otra anécdota: me acuerdo que alrededor de finales de los noventa, principios de los 2000, vi en un programa de TV sobre videojuegos, que mostraba una de las habituales muestras que se hacen en EEUU, donde cada empresa tiene su stand, muestra sus productos, etc.
Una de los stands era de... el ejército. Un tipo con traje de soldado, atrás de él un tanque, hablaba de que el ejército quería (algo así como) darse a conocer, publicitarse (o sea: reclutar, en términos marketineros) a través de los videojuegos. No recuerdo si mostraban o nombraron algún título
específico.
Pero siempre me resultó llamativo, (yo era un videojugador casi compulsivo por aquellos tiempos), cómo a partir de la década de los 2000, cada vez más se popularizaban los famosos FPS ("first person shooters") con temáticas estrictamente militares, sobre guerras reales, en donde el punto de vista era siempre del soldado de la US Army, o Marines, o alguna que otra subdivisión secreta. Cantidad de juegos con la franquicia "Tom Clancy", etc.
No es raro que en la actualidad algunos de estos juegos desarrollen su historia en Venezuela, en las favelas de Brazil -no sé si también en la selva Amazónica- etc.
Se anuncia que la próxima película de Bigelow podría ser en la Triple Frontera, con agentes yankis persiguiendo narco terroristas. Está algo molesta porque los gobiernos de la región demoran en dar autorizaciòn para filmar.
ResponderEliminarAlfre, si no me equivoco el sitio web al que te referís es http://www.huellasdeeua.com.ar/
ResponderEliminarOScar muy buena la nota. Parece que la historia se repite y la crítica, en muchos casos bien preparada, ve lo que circula globalmente que tiene que ver. Algo parecido, aunque con menos violencia emocional e intelectual, me pasó con "Argo"
Saludos, Daniel.
Muy buen analisis. No vi la pelicula todavia, no se si quiero. Me pregunto si lo de no mostrar la cara de "Osama" es tb parte de la asepsia, de "matar al malo" pero sin ofender a "tantos otros musulmanes buenos"
ResponderEliminarEEUU es un reino de zombies. No parece haber gente ahí sino autómatas. Nadie va a invadirlos, van a continuar masacrándose a tiros sin saber ya muy bien por qué. Todos sus valores giran alrededor de la justificación, el embellecimiento, la venta de su violenta podredumbre.
ResponderEliminarNo puede ser de otro modo en un país cuyos gobernantes hace rato se han declarado enemigos del género humano.
Perdón, me olvidé de lo fundamental: excelente el análisis. No quiero perder mi tiempo viendo esa bosta, pero la descripción es más que suficiente. Me gusta sobre todo el contraste entre el viejo cine reaganiano de los ochenta, más bien baratón, y esto que parece técnicamente más logrado.
ResponderEliminarNo hay más que ver a KB, una mujer que parece un maniquí reseco. Hizo "Punto límite", peliculita entretenida, y nada mas.
era sabido que iba a ser una película de mierd*...
ResponderEliminarcambiaste el último párrafo...
Esta crítica asume que las fisuras en el relato oficial que exhibe ZDTh son errores de la película; aspectos que Bigelow no vio, o no supo resolver. El problema es que esto es imposible saberlo. No sabemos qué quiso hacer Bigelow, sabemos lo que hizo. Por eso la crítica moral de su persona no sirve, no es viable. Sea como sea, las fisuras están allí y son muy evidentes.
ResponderEliminar(Personalmente, se me complica mucho imaginar que Bigelow no sea consciente de esas fisuras, verdaderos agujeros negros. Si asumiera la crítica/ficción sobre su moral, diría más bien que ella quería hacer la película a toda costa y esta era la manera que tenía de hacerla. Necesitaba la colaboración de la CIA, de modo que no podía apartarse de la versión oficial, entonces introdujo estas hendijas en el relato como forma de hacer un guiño a la conciencia bienpensante de parte de Hollywood y de los espectadores del mundo. Creo que es posible que Bigelow haya obrado cínicamente, en este sentido.
Julieta, ¿cómo que cambié el párrafo?
ResponderEliminarAhora bien, además de que este razonamiento es puramente especulativo y de que, por lo tanto, puede ser perfectamente erróneo;) yo no escribo para Hollywood, ni para Bigelow y su familia, ni para el mundo.
ResponderEliminarEscribo aquí en Argentina, más precisamente en Buenos Aires. Y cualquier cosa que diga estará enderezada a funcionar como crítica de esta, mi sociedad y mi cultura. Y creo que esta sociedad tiene hoy un fuerte problema en torno a la asunción de responsabilidades y deberes individuales y colectivos, frente a unos supuestos derechos que se proclaman de modo insistente en el vacío. Esta cultura nació como resultado de la retirada del Estado (1976-2001/2) de la vida pública y supone una marco general de anomia, muy complicado de revertir como instancia de formación de subjetividad (Si tengo tiempo, apoyaré este argumento en un conocido artículo de Nacho Lewkowicz y Cristina Corea, de fines de los `90)
Quizá, en otras latitudes, sea mejor poner el acento en la mala voluntad inicial de la película. No lo sé. Recientemente, escuchaba una crítica radial madrileña que ve en la película un síntoma del hundimiento cultural de la sociedad estadounidense. Me pareció una mirada más ajustada y una interpretación más productiva que la que quiere que ZDTh sea pura convalidación.
En todo caso, aquí, prefiero llamar la atención sobre la responsabilidad que tenemos al mirar. Porque aquí, se puede repartir la bengala, encenderla y luego decir que se es una víctima del incendio (sirve contrastar con lo sucedido en Brasil). Y digo esto no para negar la responsabilidad política, sino para sostener que ella sólo puede aparecer de modo consistente como resultado de una sociedad en la que los individuos asumen sus responsabilidades en primera instancia.
Aquí, la instancia política no funciona como espacio común donde todos tenemos deberes de los que derivan nuestros derechos, sino como instancia de descarga de la sociedad en un lugar que pretende percibir como fuera de ella (“el gobierno”; “los políticos”) y frente al que se autovictimiza:
Amplias franjas de la población rehúsan pagar impuestos, pero lamentan que no se invierta más en seguridad.
Los supermercadistas dicen que ellos podrían, como movidos por una fuerza superior, a pesar de los acuerdos, provocar desabastecimiento. Y el gobierno es culpable.
El dólar ilegal sube porque Dios lo ha querido así . Si con eso nos va mal, la culpa la tiene el gobierno.
“Los empresarios tienen que adaptarse a la corrupción de los gobiernos” (Del Sel dixit). Y la culpa, evidentemente, una vez más, la tiene el gobierno.
Y así…
Yo no sé qué quiso mostrar y qué quiso ocultar Bigelow. Sé qué película estoy viendo. Creo que tiene enormes problemas, como toda construcción narrativa que pretenda que puede recomponer la verdad pasada tal como fue. Si me apuran, le desconfío a las intenciones.
No obstante, aquí, y frente a una mayoría de público que asumo tan proclive a desentenderse de sus deberes y a descargar en otras instancias las culpas (un público, por otra parte, que desconfía de la política local como del demonio, pero que, ahora, ¿podría comprar el relato de la CIA?), prefiero llamar la atención sobre la propia responsabilidad frente a la película: ¿qué quieren ver para saber que la tortura está mal?; ¿no es suficiente que se torture? ¿Vos le viste la cara a Bin Laden?
Les Herbes Folles: yo no hago una crítica moral de la película ni tampoco importa qué era lo que quiso hacer o por qué lo hizo. Analizo la película formalmente, detecto sus fracturas e inconsistencias y subrayo su sentido políitico, que muchísimos críticos esquivan, resguardándose en un análisis abstracto e intemporal, que pasa de largo evidencias ineludibles que la pelíucla muestra. Es decir: critico también las criticas puramente esteticistas de la película que desalojan su dimensión políitca.
ResponderEliminarAhora bien, además de que este razonamiento es puramente especulativo y de que, por lo tanto, puede ser perfectamente erróneo;) yo no escribo para Hollywood, ni para Bigelow y su familia, ni para el mundo.
ResponderEliminarEscribo aquí en Argentina, más precisamente en Buenos Aires. Y cualquier cosa que diga estará enderezada a funcionar como crítica de esta, mi sociedad y mi cultura. Y creo que esta sociedad tiene hoy un fuerte problema en torno a la asunción de responsabilidades y deberes individuales y colectivos, frente a unos supuestos derechos que se proclaman de modo insistente en el vacío. Esta cultura nació como resultado de la retirada del Estado (1976-2001/2) de la vida pública y supone una marco general de anomia, muy complicado de revertir como instancia de formación de subjetividad (Si tengo tiempo, apoyaré este argumento en un conocido artículo de Nacho Lewkowicz y Cristina Corea, de fines de los `90)
Quizá, en otras latitudes, sea mejor poner el acento en la mala voluntad inicial de la película. No lo sé. Recientemente, escuchaba una crítica radial madrileña que ve en la película un síntoma del hundimiento cultural de la sociedad estadounidense. Me pareció una mirada más ajustada y una interpretación más productiva que la que quiere que ZDTh sea pura convalidación.
En todo caso, aquí, prefiero llamar la atención sobre la responsabilidad que tenemos al mirar. Porque aquí, se puede repartir la bengala, encenderla y luego decir que se es una víctima del incendio (sirve contrastar con lo sucedido en Brasil). Y digo esto no para negar la responsabilidad política, sino para sostener que ella sólo puede aparecer de modo consistente como resultado de una sociedad en la que los individuos asumen sus responsabilidades en primera instancia.
Aquí, la instancia política no funciona como espacio común donde todos tenemos deberes de los que derivan nuestros derechos, sino como instancia de descarga de la sociedad en un lugar que pretende percibir como fuera de ella (“el gobierno”; “los políticos”) y frente al que se autovictimiza:
Amplias franjas de la población rehúsan pagar impuestos, pero lamentan que no se invierta más en seguridad.
Los supermercadistas dicen que ellos podrían, como movidos por una fuerza superior, a pesar de los acuerdos, provocar desabastecimiento. Y el gobierno es culpable.
El dólar ilegal sube porque Dios lo ha querido así . Si con eso nos va mal, la culpa la tiene el gobierno.
“Los empresarios tienen que adaptarse a la corrupción de los gobiernos” (Del Sel dixit). Y la culpa, evidentemente, una vez más, la tiene el gobierno.
Y así…
Yo no sé qué quiso mostrar y qué quiso ocultar Bigelow. Sé qué película estoy viendo. Creo que tiene enormes problemas, como toda construcción narrativa que pretenda que puede recomponer la verdad pasada tal como fue. Si me apuran, le desconfío a las intenciones.
No obstante, aquí, y frente a una mayoría de público que asumo tan proclive a desentenderse de sus deberes y a descargar en otras instancias las culpas (un público, por otra parte, que desconfía de la política local como del demonio, pero que, ahora, ¿podría comprar el relato de la CIA?), prefiero llamar la atención sobre la propia responsabilidad frente a la película: ¿qué quieren ver para saber que la tortura está mal?; ¿no es suficiente que se torture? ¿Vos le viste la cara a Bin Laden?
Comparto muchas de las observaciones que hacés en tu crítica. Y veo que no es una crítica moral ingenua, ni externa. Hay un fuera de campo radical que es más que objetable, condenable.
ResponderEliminarPrefiero, sin embargo, concentrarme en la película que Bigelow hizo, no en la que creo que debió o pudo haber hecho.
Me parece las fisuras de la película no pueden ser casuales y naufrago en el intento de interpretarlas desde la intención de Bigelow, o de Boal o, incluso, desde la razón de Estado.
Me pregunté, entonces, por qué se me había dado por hacer esa "defensa" tan engañosa que hice, pero defensa al fin, de ZDTh. Y me dí cuenta de que mi preocupación era otra. Era la que aparece en el segundo post que mandé. Mi preocupación es siempre Argentina. Sólo eso.
Muchas gracias Daniel.
ResponderEliminarEsa era la página nomás. La entrevista en V7 internacional la encontré en youtube, buscando el nombre del autor del libro, que era Fabio Nigra.
Acá la entrevista, para el que la quiera ver: http://www.youtube.com/watch?v=2ScPjesRuDM
Digo, ¿cuánto jugo que hay para exprimir en toda esta área, para un programa que fuera de "análisis de medios", no?
Les Herbes Folles: ojo, yo no objeto ni condeno la película, ni me interesan las intenciones. La propaganda no está en las intenciones de Bigelow sino en la superficie de la película. Sí me dedico a refutar a algunas críticas que tratan de esquivar la dimensión política del film o a suavizarlo, cuando es detectable en lo que la película muestra y en lo que omite, un sesgo político duro. Discrepo con la tesis que habla de un Test de Rosarch en el que cada uno ve lo que quiere. No es que "yo quiera" ver una naturalización de la tortura, la invasión militar y las ejecuciones sumarias, es que en la película todo esto está naturalizado y esta naturalización explica sus elisiones e inconsistencias estructurales. Ahora yo no condeno moralmente a la película, por mí Bigelow puede hacer la película que quiera. Mi interés es interpretarla.
ResponderEliminarRespecto de "...no sabemos qué quiso hacer Bigelow...", mo etoy tan de acuerdo.
ResponderEliminarUna obra cualquiera existe en un contexto, es más, diría que existe gracias a ese contexto (en otro contexto sería otra obra). Y yo creo que el contexto ofrece suficientes indicios sobre lo que quiso hacer Bigelow, aunque este dato no sea necesariamente central.
Sabemos por ejemplo que existe una intervención ya muy visible del complejo militar-industrial yanqui y sus aparatos de inteligencia en el cine, intervención bienvenida por muchos directores como KB que se benefician de altos presupuestos y amplia colaboración.
También sabemos que las "fisuras" en su relato (podríamos llamarlas "mentiras") apuntan sospechosamente en una dirección propagandística, convirtiendo a los Dan Mitrione en simpáticos muchachitos, quizás lo más repugnante. Nunca el cine de propaganda imperial había llegado tan lejos en su degradación. Comparado con estos soretes, hasta Rambo es un tipo respetable.
Y también tenemos las declaraciones de la propia KB homenajeando a todos los soldados y mercenarios del imperio que se jodieron merecidamente.
Así que si a algún árabe indignado se le ocurre desmontar a este maniquí llamado Katryn Bigelow y a sus secuaces, incluso de manera concreta y expeditiva, un servidor no lo lamentará.
la critica que haces a la peli es una obra maestra. Fantastica. La he puesto en mi blog, saludos.
ResponderEliminarhttp://anticapitalismo666.blogspot.com.es/2013/05/fantastica-critica-un-panfleto-fascista.html
por cierto, ni harry calahan ni rambo, son comparables a ésto.
ResponderEliminarHarry solo mataba a criminales que querian matar a alguien, o matarle a él, en defensa propia.
Rambo fue torturado en una comisaria de policia por fascistas. No le considero un fascista.
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