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por Martín Farina
por Martín Farina
El sol
El Sol es una película Argentina de animación del director Ayar Blasco (2010), que fue seleccionada para participar en el Festival de Rotterdam y pudo verse también en el Bafici. Entre las voces de sus personajes se destacan el Dr. Tangalanga, Sofia Gala y Dvina Gloria. La historia cuenta la supervivencia de diferentes grupos étnicos made in Argentina luego de que un desastre nuclear destruyera el mundo. Con el lenguaje vulgar y soez que caracteriza a la figura del Dr. Tanglanga, la película transita sus minutos a través de un paisaje visual que registra la devastación en clave medio oriente, o por lo menos de la representación cinematográfica que de esos lugares comúnmente se tiene. Entre el surrealismo, la lisérgia y la cotidianidad discursiva del universo porteño, la película descubre lentamente un tiempo sobre el cuál situarse, y a mi parecer, con éxito en ese aspecto. El conflicto que acompaña a este tiempo visual, es la convivencia (o no convivencia) indefinida entre los humanos, los mutantes, y los demócratas agrupados bajo el lema de “poblar“. También hay papas gigantes radioactivas, y una historia de amor pre adolescente que se deshilacha sin efecto entre aventuras cuasi mitológicas y viajes sin sentido con ínfulas de revelación. Resulta una experiencia interesante la forma en que conviven los procedimientos propiamente cinematográficos, junto con la singular puesta en escena animada que hace de su austeridad una virtud más que una escasez. Hay una conjunción virtuosa entre la intemporalidad y la inverosimilitud, que pueblan al infinito mundo de la animación con un resultado que nos acerca a un tipo de experiencia estilística y autóctona, que lejos de ser un mero capricho de diseñador 3D traza un puente entre ambos mundos, poco explorado por estos pagos.
Nestor Frenkel tiene la singular virtud de lograr entablar diálogos -dentro del universo documental- entre ciertos procedimientos cinematográficos más próximos al cine denominado “de autor“, con aquellos típicos del cine masivo. Estoy pensando al cine de autor, en términos generales, como una propuesta que conlleva una mayor carga de subjetividad tanto en la composición de los planos como en las exigencias al espectador para que complete aquellas cosas que están faltando decir; mientras que pienso los procedimientos masivos vinculados a la narración clásica, en donde se ofrecen continuamente pistas que mantengan bien despierta la atención para no perder pisada a lo ya dicho y anunciar lo que está por venir.
En El gran simulador, la película sobre el legendario ilusionista René Lavand, Frenkel se vale de múltiples procedimientos para poner en escena el universo del personaje en cuestión, y allí, sin eludir la -algo quizás tediosa- parte de la información, logra que sea ésta absorbida en varios y diferentes niveles de performance que alcanzan a configurar un todo más complejo, desplegado en gran cantidad de particularidades exquisitas. El resultado es una gran aproximación a la vida del artista a través cine, y a la vez, a la del cine a través del artista.
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