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Cuando en su momento vi Nazareno Cruz y el lobo, quedé atónito, estupefacto, por la insólita intensidad de sus imágenes, por su puesta en escena de una originalidad radical y peronista, por la insolencia con la que se zambullía en un mar de sentimientos desbordados: era, para mí, demasiado. Y, reconociendo su grandeza, no podía entonces dar cuenta de toda ella. Inmediatamente leí una crítica escrita con mala leche por un periodista de La Opinión, Enrique Raab, al que se le puede reconocer su valor cívico y su prosa incisiva y a la vez advertir sus prejuicios de clase disfrazados de "buen gusto" para protegerse de la estridencia populista de Favio. Fue sencillamente incapaz de apreciar una obra mayor como el Nazareno. Y empeñó toda su destreza para la injuria en demolerla. Raab hizo de su reseña una pieza ingeniosa y mezquina.
Para mi mirada ingenua de entonces, la saña (no la hazaña) de Raab logró hacer tambalear la primera impresión que tuve de la película. Después de leerla, empecé a tratar de persuadirme de que Nazareno no era tan buena como me había parecido. Cuando quise sistematizar mis apreciaciones sobre la filmografía de Favio, Nazareno quedó descolocada y repetí por años que era la más floja de sus películas, lejos de las excelencias de la primera trilogía en blanco y negro (Crónica de un niño solo, El Romance del Aniceto y la Francisa, El dependiente); incluso un paso atrás de las otras dos de su trilogía en color (¡populista!), Juan Moreira y Soñar Soñar. Esta terminó por ser una valoración canónica del Favio cineasta: el bueno era el de las tres primeras, modernistas y minoritarias, y el otro, el desbordado por la euforia peronista, ya no era muy bueno. Como Nazareno quedó pegada al período de Isabel Martínez, fue fácil endilgarle sospechas. Raab llegó a asociar la gritona banda sonora de la película (asumida por Favio desde el mismo subtítulo: Las palomas y los gritos) con los tambores del fascismo. El tiempo pasó, hoy se recuerda a Raab como un tipo refinado y una víctima de la dictadura (había sido militante del PRT), pero su reseña de Nazareno es una curiosidad arqueológica y Nazareno Cruz y el Lobo es una película viva que aguarda nuevas revisiones.
Algo se acomodó en mí esta semana: el viernes en la casa del Bicentenario logré una recuperación propiciada por Gabo Ferro, que presentó la película con una intervención breve, precisa y bella. Me había llamado la atención que él hubiera elegido presentar Nazareno cuando lo invitaron a participar del ciclo. ¿Por qué eligió justo la más floja? -pensé. Lo que Gabo hizo fue sortear las trampas del buen gusto que habían enfadado el juicio de Raab hace 40 años y acercarse a la comprensión de la obra con desenfado. Su mirada de la obra de Favio es amplia, abarca también su faceta de cantor popular y su militancia peronista. No un cineasta que por otro lado es cantante y además peronista, sino un sujeto en el que estos tres aspectos se iluminan en forma recíproca: para entender al peronista que era hay que revisar sus películas y sus canciones, para comprender la compleja unidad de su filmografía hay que tener en cuenta que a través de ella Favio elaboró su traumática identidad política. El trauma histórico -no un trauma privado, sino el producto de una historia que aún podemos comprender y hasta padecer, porque esta historia no ha terminado- al que Favio responde con su obra y su militancia no es pacífico y no podría serlo. Las fracturas de su carrera están puntuadas por la historia argentina: el comienzo anómalo en los 60, el estallido primaveral del 73, el exilio en el 76 y la larguísima pausa hasta volver con Gatica... En los años de Juan Moreira, Nazareno y Soñar soñar, Favio se acerca al núcleo incandescente del peronismo desde una voluntad poética, no primariamente estética ni siquiera ética. Favio es un cineasta superdotado y un peronista atribulado. Ni el artista ni su obra van a salir indemnes de esa cercanía: pero el trauma es tan productivo (como suele pasar con el peronismo) como para ayudar a Favio a forjar las formas cinematográficas más originales que el cine argentino haya logrado. Estoy empezando a pensar que Nazareno es su obra maestra.
Estas ideas que expongo un poco rápido le deben mucho a la mirada que el viernes propuso Gabo. En su charla empezó evocando un recuerdo infantil: su primer contacto con Nazareno fue a los cinco años, cuando escuchó de boca de su hermano mayor -que tenía quince- una canción que al principio de la película canta el personaje de Fidelia, la extraña y hermosa niña que no crece:
Un bichito colorado do do
ha matado a su mujer jer jer
con un cuchillito
de punta alfiler
le sacó las tripas
y se puso a vender
a veinte a veinte
las tripas calientes
de mi mujer.
Gabo aprendió la canción a hurtadillas de su hermano y después la llevó a sus compañeritos de escuela. La maestra lo sancionó y citaron a sus padres. Entonces aprendió que había canciones inconvenientes. Desde ese arranque tan personal, Gabo pasó a un análisis que permite comprender Nazareno como la forma que encontró Favio para atravesar la tribulación del peronismo: muerto Perón, con Isabel en la presidencia, López Rega, el Rodrigazo (la película se estrena al día siguiente del plan de Celestino Rodrigo), los sindicatos, las organizaciones armadas, el movimiento vivía una especie de implosión, y la película, desde el rayo que irrumpe en su comienzo estremecedor, da cuenta de ese mundo de inestabilidad y desmesura. No hace falta adherir a la posición política de Favio para comprender la grandeza de su obra ni para admirar la fidelidad de su compromiso.
Compromiso, fidelidad, militancia son conceptos a los que Gabo acude para analizar la película, traspasando cualquier valla que se quiera interponer entre la forma artística y el contenido político. Quizá este mismo vínculo para pensar el rol político de Favio, su condición social y su poderío artístico pueda emplearse para comprender el rechazo estético (no ético ni poético) que Favio despierta en una sensibilidad gorila como la de Raab. Se trata de un trauma histórico al que nadie puede escapar y del que nadie sale con el traje impecable.
Gabo es, además de músico, un pensador agudo, con una conciencia política inusual entre músicos coetáneos. Su mirada de historiador es extramente serena incluso para tratar asuntos tan tortuosos como el peronismo de los 70. Ojalá él quiera publicar por escrito las tesis sobre Favio que expuso el viernes pasado. A mí me sirvieron de aperitivo para el manjar de cine que nos ofrece Nazareno, sobre la que necesito volver a escribir.
En La otra.-radio del domingo hablamos de Nazareno y de la presentación de Gabo, escuchamos canciones de Favio, de Gabo con Miss Bolivia y de Jovanoti. Y conversamos del bluff de Mariano Obarrio en La Nación del domingo. para escuchar el audio del programa, clickear acá.
POSTDATA: En la Casa del Bicentenario se está presentando una exposición sobre la vida y la obra de Leonardo Favio. En el marco de esta exposición, los viernes y sábados de febrero se lleva a cabo el ciclo de cine y música Favio en el patio: una programación que incluye la proyección de algunas de sus películas, y recitales de músicos que abordarán el repertorio del autor desde sus particulares enfoques. Todas las películas tienen una presentación a cargo de invitados especiales; los sábados se hacen recitales donde varios músicos ofrecen sus versiones de Favio:
PROGRAMACIÓN:
Viernes 14 a las 20: Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más… (1966). Presenta: Luis Ortega.
Viernes 21 a las 20: Juan Moreira (1973). Presenta: Miguel Rep.
Viernes 28 a las 20: Crónica de un niño solo (1964). Presenta: Cristian Aldana.
¡Jovanoti! ¡Cuervo, me hacés sentir viejo!
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