viernes, 21 de noviembre de 2014

Lo atenuado

Javier Galarza (Poesía)


Una palabra –un fulgor, un vuelo, un fuego
una llamarada, una ráfaga estelar-,
y de nuevo oscuridad inmensa,
en el espacio vacío alrededor de mundo y yo.
George Trakl – Poemas estáticos

por Lilián Cámera

-¿Viste cómo está temblando el mundo? -pregunta Javier Galarza en su poema "Penitente"- ¿A qué volvería quien tuviera una historia o hiciera patria en el presente?

Dícese de lo atenuado como aquello que disminuye la intensidad, la gravedad o la importancia de algo. En medicina se aplica a la cepa de virus debilitados que se emplea para fabricar vacunas.

¿La palabra como herida que invoca un remanso? “Descansan las sendas que transitamos en silencio”

Pienso este libro de Javier como un camino en medio de la espesura, donde las sombras remarcan el vacilar de la luz, esa que apenas permite un “parcial cobijo, como una tienda de campaña,/que pronto debe hacer lugar a otra cosa. / Para que ningún sentido se cristalice. / O permanezca.”

En esa travesía están las marcas de un ejercicio en la adversidad que no se deniega, por el contrario se afirma en las preguntas, cuando intuimos que la escritura se prepara para el silencio. "¿Qué puede tu corazón contra los poderes del mundo?… Qué te dolió más. El primer golpe. O la primera caricia…¿Qué hacemos con todo esto?”.

Y la pasión por el exilio, como apuesta contra un tiempo feroz que no concede ni olvido ni perdón. “Ante la vastedad de la intemperie/… se transita “Como si se tratara de perder una ficción / Por no perderse dentro de esa ficción.”

Porque hay en Javier un habitar poético, una forma de estar en el mundo y es tiempo de resistir, de armar una morada con “Apenas restos de palabras como bujía o cerillas o tazas y candelabros”.

Entonces el poema es la cifra del extravío “cada letra como una llave,/un código o una trampa,/ que aumenta / la magia y el error/” artefacto luminoso que atenta contra “Esa morosa/fidelidad a una costumbre/sin la altura de la vida” que despliegan los que no pueden bucear en la profundidad de la piel.

Caminos, no obras al decir de Martín Heidegger. Derrotero del que se dispone a un andar sin tregua “Te dolieron los pies lejos de los pies / Casi en otra persona.” A través de andenes, en los márgenes donde “Crecen los bordados de la niebla. / Entre cada día y su misterio”. La tarea quieta que acontece para quien “No se salva porque no quiere perpetuar,/no teme perder porque está perdido,/ se da porque no se tiene."

Velar cierto dolor ante la potencia del texto que desnuda (pienso en esa detonación que fue su primer libro El silencio continente) no para conformarse ni para desandar la huella sino para llevar la vida más allá de ese lugar donde no es posible vivir, esa frontera de la que hablaba Marina Tsvetáieva en su Poema del fin y que Javier transforma en “Que ni tu vida te pertenezca es ya de por sí una liberación”.

Porque ha llegado el momento de tensar la lona y el desierto se asoma como territorio posible del naufragio: “Esta es la canción/ de los que vivimos/en el borde de la ciudad. / Y aprendemos a perder”.

Porque “un poeta venera el aullido de sus lobos” y “lo solo y desprovisto / debe seguir probando formas, / posando la yema de los dedos en la belleza, / para aprender a perderla”.

“Porque pobre puedo escucharte. / Sólo en otro puedo mirar”.

Y la nostalgia es una comarca para fundar otro resguardo “Vuelve aún el mundo, como un espía, / a la casa de tus mañanas olvidadas”.

Restituir el silencio, regenerar ese espacio de lucidez para enfrentar la noche, “Cargado / como quien despierta/ con rastros del alba en el calibre”. Donación de ese claro en la espesura que es mundo y también velo.

Entonces sí, adelgazamiento que propicia un nosotros, “morir en alguien más”, fragmentos de la guerra que “rasga el blanco de la hoja” para decir que “quedan los poemas, / eso abierto que mantiene / el pulso animal de nuestra vida”.

En el transcurso de ese viaje habrá tiempo para “la maleta con tu espejo” para preguntarse “Qué ruido hace un hombre al romperse / Cuánto tarda en caer”. Para callar porque “Decimos cosas como las tormentas arrecian porque qué podemos/saber de todo eso. O de estar a salvo".

En el transcurso de ese viaje es posible calibrar el ojo de quien ha bordeado el abismo y necesita templar las armas para seguir. En los dobleces de esa senda nos es dado el encuentro con la palabra que guía, con el Maestro que llenó su “atado de mañanas / entre las piedras” para no olvidar al cuerpo que tiembla “tocado de miradas/hacia donde acaso / toda escritura sea sagrada.

Y en el final cifrar el canto del “un animal viejo que se aparta de la manada” como un acto de fe en esa espera, para alzar la voz en toda su dimensión de resistencia:

qué venga la ceguera, qué venga
qué entre la noche, qué entre


Javier Galarza es poeta. Nació en 1968 en Buenos Aires. Entre 1997 y 2000 dirigió la revista Vestite y Andate. Publicó los libros Pequeña guía para sobrevivir en las ciudades (2001) con arte de Gastón Pérsico, El silencio continente (2008), Reversión (2010, Tropofonía, Belo Horizonte), Refracción (añosluz, 2012) y Cuerpos textualizados (Letra Viva, 2014, en coautoría con Natalia Litvinova). Desde el año 2004 es Profesor Asociado de la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, donde dio cursos sobre Hölderlin, Rilke y Paul Celan. Escribió notas y ensayos sobre Osip Mandelstam y Alejandra Pizarnik. Se dedica a la enseñanza y a la investigación literaria.

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