Es solo rock and roll pero ¿nos gusta? La otra.-radio, para escuchar clickeando acá.
Si tenés códigos, si "desactivás una operación del gobierno" tuiteando que el Lagomarsino que merodeaba en una manifestación en Tribunales durante la primera sentencia de Cromañón en 2009, eras vos, Lagomarsino te da una entrevista, vía Rusconi, de cinco páginas. único medio local. Eso sí, tenés que trabajar para la Rolling Stone, publicación del grupo La Nación. Pablo Plotkin es el periodista que consiguió esa entrevista y es con quien fue confundido, por su parecido (dice Plotkin, yo no lo conozco) con el joven informático. Una entrevista que se parece bastante a una bioepic rococó, con alguna pregunta que amaga a incisiva, pero que termina construyendo una imagen de "pibe común" que se encontró sin saber cómo, en medio de la muerte de Nisman, quien se mató, hasta hora, con la pistola que Lagomarsino le llevó.
Es interesante observar el efecto desdoblamiento de la figura de Carlos "el Moro" Rodríguez, en dos párrafos distintos *, donde la sensación es que estamos ante dos Rodríguez diferentes. Será la mezcla de rock y política de la revista, por la cual asistimos al raro caso de "Los Rodríguez".
Recorre la nota cierto aroma a instalción de pistas falsas. El final no tiene desperdicios: Lagomarsino dice que los abogados le preguntan "¿Cómo hiciste eso?" en relación al arma, se desprende; y él responde: "Hagamos una cosa: te doy mis 41 lucas y media, esos 41 y medio gastados, andá ese sábado a lo de Nisman y fijate vos qué hacés. Hay que ponerse en los zapatos del otro. Casi todos hubieran hecho lo mismo que yo" Tal cual, casi todos. No todos. Radiografía de un pibe de barrio que no sabe bien cómo llegó a donde llegó.
El título, insospechable: "El sospechoso imperfecto". Es indudable que la derecha sabe cómo permear en las clases medias jóvenes y relativamente jóvenes para instalar temas de impacto social.
* Primera aparición de Rodríguez: "Lagomarsino llamó entonces a Carlos Rodríguez, un amigo que trabajaba en la Policía Aeronáutica (el hermano del Moro era cliente de él). Le contó que le habían regalado una pistola y le preguntó cómo registrarla. Rodríguez le dijo que anotara el modelo y el número de serie y que fuera al RENAR (Registro nacional de Armas). Una vez que tuvo la credencial de usuario, fue con Rodríguez al Tiro Federal de San Fernando y aprendió lo básico. (...)"
Segunda aparición de Rodríguez: "A mediados de la década del 2000, el mismo hombre que le había enseñado a usar la pistola, Carlos Rodríguez, fue quien lo contactó con el juez Jorge Brugo, que necesitaba asistencia técnica. Lagomarsino ya no recuerda si fue Rodríguez o Brugo la persona que lo recomendó ante un fiscal general joven, un abogado exitoso que había saltado de los juzgados de Morón a liderar, por decisión del presidente Néstor Kirchner, la investigación criminal más pesada del país: el atentado a la AMIA, una masacre que llevaba una década de pistas falsas e impunidad".
NOTA DEL EDITOR: Hace tiempo que venimos preguntándonos qué significa la Rolling Stone como exponente de una ya no contracultura, que lleva a uno de los destinos posibles del rock. Hace poco el director de la edición argentina de RS se jactaba de haber sido muy bien recibido por la plana mayor de la franquicia en un reciente viaje a NY. La RS argentina es, para los dueños de la marca, la edición que más se acerca al espíritu original de la revista y, según él mismo responsable de la edición local se jactaba, la versión más exitosa de la franquicia fuera de la norteamericana. Como bien dice Conrado Yasenza, la RS es editada en Argentina por el Grupo La Nación. El moverse entre estas dos lealtades no ocasiona ningún conflicto al grupo de periodistas que hacen la versión local.
Este último número parece haber tocado un límite. La entrevista a Diego Lagomarsino, por el momento el único imputado en el caso Nisman, pone a la revista en un terreno extraño, pero quizás esperable: como si se hubieran estado acercando paulatinamente a este punto desde hace años. Los extensos reportajes que siempre trajo la revista eran unos de sus puntos fuertes, tanto en la edición americana como en la argentina. Hay una cierta estructura de "behind the scene" que parece permitirnos acceder a una cierta de intimidad de algún personaje notorio: un rockstar, alguna celebridad del campo de la cultura, los medios o el deporte, un protagonista ya consagrado de algún hito histórico. Lagomarsino no responde a ese perfil. No es una notoriedad que llega a ser entrevistada por su talento o por tener una personalidad descollante. Es un actor involuntario de un proceso cuyo término todavía se ignora. Lo que la nota firmada por Pablo Plotkin se dedica a remarcar con insistencia es que Lagomarsino es prácticamente un hombre sin atributos, ni siquiera descolla en las cuestiones informáticas que se le atribuyen. La nota se esfuerza por hacernos pensar que el entrevistado es un chabón como cualquiera, o, mejor aún, que se parece mucho a cualquier lector de la revista. Plotkin apela a recursos retóricos para hacernos sentir cerca de Lagomarsino: un tipo sensible, abrumado por hechos que no termina de comprender, como si una serie de contingencias lo hubiera ubicado en la fiscalía de Nisman con un sueldo altísimo; como si una serie de insensibles deslizamientos lo hubieran ido llevando a la escena del crimen, como si su voluntad no hubiese tenido intervención en el detalle incómodo de que el arma que él guardó por años fuera la que disparó la bala que mató a Nisman.
Hay un candor que la nota intenta: un candor del entrevistado con el que el entrevistador y la misma revista empatizan fuertemente. Una de las frases que Lagomarsino dice y que el editor incluye en un destacado en tipografía grande parece una invocación directa al lector, una solicitud de comprensión: "Te doy los 41 y medio que ganaba, andá ese sábado y fijate vos qué hacés. Hay que ponerse en los zapatos del otro. Casi todos hubieran hecho lo mismo que yo" dice el asesor informático y parece convencer a Plotkin y al mismo tiempo a los editores, que a la vez quieren hacernos poner en el lugar de él para preguntarnos si nosotros también no podríamos ser capaces de ser colaboradores informáticos del fiscal que reporta a la Embajada de los EEUU y de prestarle el arma con la que se va a matar o van a matarlo. Hay que ponerse en los zapatos del otro.
La identificación en la que quedan alineados el imputado, el periodista, la revista y, se intenta, también el lector parece originarse en códigos compartidos: Lagomarsino es un muchacho sensible, que padece este "momento difícil" escuchando "Ciudad de pobres corazones" o piensa su dilema existencial apelando a una canción de Peter Gabriel o un capítulo de los Simpson. Casi es un lector cualquiera de la Rolling Stone al que la maldita grieta que se ha instalado en el país lo llevó a estar en el centro de atención de todos. Plotkin llega a decir: "Más allá de su rol en la muerte de Nisman, la experiencia reciente de Lagomarsino resume de una manera casi grotesca los mecanismos del poder para arrinconar a un ciudadano y dibujarle un perfil criminal en base a una serie de datos cuanto menos dudosos". Plotkin, empleado del centenario diario de la familia Mitre, parece mantenerse completamente cándido acerca de la naturaleza de ese poder que invoca. El hecho de que el periodista se parezca físicamente al imputado y que hayan sido confundidos en un video parece surtir un efecto de identificación poderosa en Plotkin, como si él pudiera ser Lagomarsino, y como si para aliviar el peso de esa empatía Plotkin tratara de hacernos sentir a nosotros, sus lectores, parecidos a ambos.
Todo muy lindo, muy sentimental y humanista. Pero, fuera del retrato empático cincelado por Plotkin, no hay en la nota ninguna novedad periodística que vaya más allá de lo que el mismo imputado había dicho en su única conferencia de prensa secundado por su abogado. La nota no profundiza en ningún aspecto del contexto político en el que el caso se desenvuelve. Casi a desgano Plotkin dice que el padre de una víctima de Cromañón reconoce que Lagomarsino hace varios años se infiltró en su casa, presentándose como un ingenuo fotógrafo que estaba preparando una exposición sobre aquella tragedia. Plotkin lo menciona como al pasar sin darle más crédito, porque la posibilidad de que su entrevistado fuera desde muy joven un espía arruinaría su creación literaria.
Y aún así, la nota tiene un anclaje periodístico: en una serie de fotos acompañadas de epígrafes muy breves, la revista abandona el tono confesional para narrar el "caso Nisman" en términos idénticos a los que lo hace el diario La Nación:
"Conmoción política: cuatro días antes de su muerte, Nisman presentó una denuncia contra la Presidenta por un supuesto pacto de encubrimiento del atentado a la AMIA. El 26 de enero Cristina habló por cadena nacional y deslizó sus hipótesis. El 18 de febrero una multitud marchó en silencio en homenaje al fiscal".
Así nomás Plotkin o los editores de la revista cuentan que son las cosas. No les merece problematizar el sentido de la marcha ni les hace falta aclarar nada acerca de los cuestionamientos que el propio poder judicial hizo a la denuncia de Nisman. Con el mismo candor que le creen a Lagomarsino, Plotkin o la RS le creen a los fiscales y medios opositores convocantes del 18F que hicieron una marcha de "homenaje" al fiscal.
Como un canto rodado. Es solo rock and roll pero me gusta. (OAC)
Para escuchar el programa La otra.-radio analizamos estas curiosas y tardías relaciones entre rock y política, pueden clickear acá.
En el transcurso del programa, escuchamos y analizamos canciones de Charly García, Babasónicos, Andrés Calamaro, Surales, Luca Prodan, Sumo y Palo Pandolfo. Además, leímos textos de Pier Paolo Pasolini y Mariano Llinás.
Este último número parece haber tocado un límite. La entrevista a Diego Lagomarsino, por el momento el único imputado en el caso Nisman, pone a la revista en un terreno extraño, pero quizás esperable: como si se hubieran estado acercando paulatinamente a este punto desde hace años. Los extensos reportajes que siempre trajo la revista eran unos de sus puntos fuertes, tanto en la edición americana como en la argentina. Hay una cierta estructura de "behind the scene" que parece permitirnos acceder a una cierta de intimidad de algún personaje notorio: un rockstar, alguna celebridad del campo de la cultura, los medios o el deporte, un protagonista ya consagrado de algún hito histórico. Lagomarsino no responde a ese perfil. No es una notoriedad que llega a ser entrevistada por su talento o por tener una personalidad descollante. Es un actor involuntario de un proceso cuyo término todavía se ignora. Lo que la nota firmada por Pablo Plotkin se dedica a remarcar con insistencia es que Lagomarsino es prácticamente un hombre sin atributos, ni siquiera descolla en las cuestiones informáticas que se le atribuyen. La nota se esfuerza por hacernos pensar que el entrevistado es un chabón como cualquiera, o, mejor aún, que se parece mucho a cualquier lector de la revista. Plotkin apela a recursos retóricos para hacernos sentir cerca de Lagomarsino: un tipo sensible, abrumado por hechos que no termina de comprender, como si una serie de contingencias lo hubiera ubicado en la fiscalía de Nisman con un sueldo altísimo; como si una serie de insensibles deslizamientos lo hubieran ido llevando a la escena del crimen, como si su voluntad no hubiese tenido intervención en el detalle incómodo de que el arma que él guardó por años fuera la que disparó la bala que mató a Nisman.
Hay un candor que la nota intenta: un candor del entrevistado con el que el entrevistador y la misma revista empatizan fuertemente. Una de las frases que Lagomarsino dice y que el editor incluye en un destacado en tipografía grande parece una invocación directa al lector, una solicitud de comprensión: "Te doy los 41 y medio que ganaba, andá ese sábado y fijate vos qué hacés. Hay que ponerse en los zapatos del otro. Casi todos hubieran hecho lo mismo que yo" dice el asesor informático y parece convencer a Plotkin y al mismo tiempo a los editores, que a la vez quieren hacernos poner en el lugar de él para preguntarnos si nosotros también no podríamos ser capaces de ser colaboradores informáticos del fiscal que reporta a la Embajada de los EEUU y de prestarle el arma con la que se va a matar o van a matarlo. Hay que ponerse en los zapatos del otro.
La identificación en la que quedan alineados el imputado, el periodista, la revista y, se intenta, también el lector parece originarse en códigos compartidos: Lagomarsino es un muchacho sensible, que padece este "momento difícil" escuchando "Ciudad de pobres corazones" o piensa su dilema existencial apelando a una canción de Peter Gabriel o un capítulo de los Simpson. Casi es un lector cualquiera de la Rolling Stone al que la maldita grieta que se ha instalado en el país lo llevó a estar en el centro de atención de todos. Plotkin llega a decir: "Más allá de su rol en la muerte de Nisman, la experiencia reciente de Lagomarsino resume de una manera casi grotesca los mecanismos del poder para arrinconar a un ciudadano y dibujarle un perfil criminal en base a una serie de datos cuanto menos dudosos". Plotkin, empleado del centenario diario de la familia Mitre, parece mantenerse completamente cándido acerca de la naturaleza de ese poder que invoca. El hecho de que el periodista se parezca físicamente al imputado y que hayan sido confundidos en un video parece surtir un efecto de identificación poderosa en Plotkin, como si él pudiera ser Lagomarsino, y como si para aliviar el peso de esa empatía Plotkin tratara de hacernos sentir a nosotros, sus lectores, parecidos a ambos.
Todo muy lindo, muy sentimental y humanista. Pero, fuera del retrato empático cincelado por Plotkin, no hay en la nota ninguna novedad periodística que vaya más allá de lo que el mismo imputado había dicho en su única conferencia de prensa secundado por su abogado. La nota no profundiza en ningún aspecto del contexto político en el que el caso se desenvuelve. Casi a desgano Plotkin dice que el padre de una víctima de Cromañón reconoce que Lagomarsino hace varios años se infiltró en su casa, presentándose como un ingenuo fotógrafo que estaba preparando una exposición sobre aquella tragedia. Plotkin lo menciona como al pasar sin darle más crédito, porque la posibilidad de que su entrevistado fuera desde muy joven un espía arruinaría su creación literaria.
Y aún así, la nota tiene un anclaje periodístico: en una serie de fotos acompañadas de epígrafes muy breves, la revista abandona el tono confesional para narrar el "caso Nisman" en términos idénticos a los que lo hace el diario La Nación:
"Conmoción política: cuatro días antes de su muerte, Nisman presentó una denuncia contra la Presidenta por un supuesto pacto de encubrimiento del atentado a la AMIA. El 26 de enero Cristina habló por cadena nacional y deslizó sus hipótesis. El 18 de febrero una multitud marchó en silencio en homenaje al fiscal".
Así nomás Plotkin o los editores de la revista cuentan que son las cosas. No les merece problematizar el sentido de la marcha ni les hace falta aclarar nada acerca de los cuestionamientos que el propio poder judicial hizo a la denuncia de Nisman. Con el mismo candor que le creen a Lagomarsino, Plotkin o la RS le creen a los fiscales y medios opositores convocantes del 18F que hicieron una marcha de "homenaje" al fiscal.
Como un canto rodado. Es solo rock and roll pero me gusta. (OAC)
Para escuchar el programa La otra.-radio analizamos estas curiosas y tardías relaciones entre rock y política, pueden clickear acá.
En el transcurso del programa, escuchamos y analizamos canciones de Charly García, Babasónicos, Andrés Calamaro, Surales, Luca Prodan, Sumo y Palo Pandolfo. Además, leímos textos de Pier Paolo Pasolini y Mariano Llinás.
Oh, casualidad! El único medio periodistico que logró entrevistar a los padres fue TN.
ResponderEliminarLos disfrazaron de viejitos humildes. La madre hablaba, se mostraba orgullosa de sus hijos, el padre también. Se hacían los que no querían hablar, pero hablaron bastantes protegidos por un postigo.