The Great Flood (Bill Morrison, música de Bill Frisell, 2014, de lo mejor de este BAFICI)
Cuerpo de letra (Julián D'angiolillo, 2015, de los mejor de este BAFICI)
por Oscar Cuervo
Ya se hizo una tradición para nosotros, una de las más gratas. Después de que termina cada BAFICI, ese domingo a la noche, viene Roger Koza, uno de los mejores críticos argentinos, que además es un gran amigo, y nos soltamos a hablar a agenda abierta de las películas que nos gustaron, de los momentos que nos entusiasmaron, de lo que nos disgustó, de los aspectos discutibles de la programación de cada edición del festival, de las revelaciones, de las decepciones, de grandes películas que pueden pasar grandemente desapercibidas y de la vida lateral que un festival tan monstruoso como el BAFICI propicia. Porque para el que quiere y puede sumergirse en esta esperiencia excitante de ver y ver películas y hablar sobre ellas apasionadamente entre una y otra proyección, el BAFICI es una especie de monstruo intimidante ante el que uno siempre teme sucumbir, que frecuentemente nos produce odio y desaliento, pero cada año encontramos momentos de revelación, goces extremos donde el cine hace el amor con la vida, la historia, la ciudad, el mundo y el poder. Esos momentos de orgasmo justifican el sueño, las corridas, las broncas, el tedio, las contracturas, el estómago arruinado por litros de café y comida rápida y las rencillas entre facciones cinéfilas y políticas.
El BAFICI desde hace 17 años es una experiencia intensa, un agujero en el calendario de esta maldita ciudad de Buenos Aires por el que uno se deja caer con gusto, porque se va a encontrar con amigos y enemigos. Y con miradas que no se hallan en ninguna otra parte.
De todo eso hablamos cada noche de domingo en que el BAFICI termina con el amigo Roger, a quien en el resto del año nos resulta tan difícil volver a ver porque se la pasa viajando por el mundo en su carácter de programador de varios festivales internacionales. Así que el programa post-BAFICI con Roger es para La otra una parte de esa fiesta de cada año.
Quizás en esta última edición hayamos coincidido en que la película que nos gustaría destacar (después de haber hablado de muchas otras) es Cuerpo de letra, de Julián D'angiolillo.
Parece (nos cuenta Roger) que en Hacerme feriante (2010), el primer largo del Julián D'angiolillo (que yo no vi) su cine ya tenía un fuerte anclaje en el estudio de los espacios: históricos, políticos y económicos. En el caso de Hacerme feriante, la película invitaba a descubrir el espacio de la feria de La Salada.
En la 17 edición del BAFICI que acaba de terminar, D'angiolillo presentó su segundo largo, el extraordinario Cuerpo de letra, seguramente la mejor película argentina de las que se presentaron en todas las competiciones de esta edición, curiosamente desapercibida por la mayoría de los críticos. Cuerpo de letra es una de las películas por las que se recordará este festival, aunque los críticos y programadores del festival se hayan olvidado de señalarlo de un modo más enfático. La cosa es que estuvo ahí y realzó la programación del BAFICI, aunque los que la vimos y valoramos su extraordinaria calidad tengamos que hacer un esfuerzo adicional para llamar la atención sobre ella.
Quizá en esta tensión entre lo mucho que hay, las obras notables que quedan un poco invisibilizadas por resortes de la programación o por simple pereza de los críticos (que son quienes tendrían que proponer recorridos alternativos a los que la estructura oficial del festival propicia) y la felicidad que proporciona el descubrimiento de una gema inesperada como Cuerpo de letra se pueda resumir el nudo de sensaciones encontradas que este festival de cine nos produce.
Porque de entre la desemesura de 400 títulos ante los que un espectador desprevenido no puede sino desorientarse, lo primero que surge son los recorridos oficiales: película de apertura, película de cierre, películas argentinas elegidas para la competencia internacional, películas destacadas en los informes de prensa que el propio festival envía, horarios y salas privilegiados para ciertas películas. Sumado a estos factores, podemos agregar la repercusión de las primeras valoraciones de la prensa especializada, las bolas que empiezan a correrse cuando una película se proyecta y ha sido vista por al menos dos o tres críticos. De la articulación de estos mecanismos surge la diferencia entre las "películas de las que todos hablan" y "las películas que están".
De Cuerpo de letra, que estaba en la competencia argentina (y el hecho de haber sido seleccionada es un mérito del festival) se habló poco y nada. Si en lugar de haberse programado 400 películas, el BAFICI este año hubiera tenido 100, Cuerpo de letra tenía que estar. Y si hubiera tenido solo 50 películas o 30, Cuerpo de letra tendría que haber estado de todos modos. El asunto es entonces cómo hacer que un festival consista en algo más que arrojar 400 títulos en la cabeza de un espectador desprevenido y en cambio se transforme en un propiciador de encuentros y hallazgos.
Cuerpo de letra es una obra difícil de reseñar: los críticos no pueden trasmitir su valor mediante una sinopsis de 5 renglones. No se la puede inscribir claramente en ninguna da las tradiciones del ya sobredeterminado (viejo) Nuevo Cine Argentino: no viene del sistema FUC, no se puede comparar con las películas de adolescentes hastiados, no se inserta en una relectura de la nouvelle vague, no es cine de género, no narra la crisis de una pareja, no denuncia nada, no retrata a ningún personaje pintoresco, no sigue la huella de ningún director canonizado. Difícil ponerle etiquetas. Quizás por eso, porque hay que pensar qué se dice de ella, es que los (pocos o muchos) críticos que la vieron no dijeron demasiado. Es en estos momentos cuando la crítica debería servir para algo.
Porque hay que agregar que tampoco es que Cuerpo de letra se trate de una película difícil de ver: por el contrario, es una de las más divertidas que este BAFICI tuvo. Lo que resulta difícil es presentar un comentario que esté a la altura de su valor.
Entonces, tal como Roger nos señala, Cuerpo de letra vendría a continuar la vocación de D'angiolillo por hacer un cine que nos ayuda a ver espacios de un modo nuevo. En este caso, se trata de una frontera: la avenida General Paz, el límite entre la ciudad de Buenos Aires y el inmenso conurbano bonaerense. Esa frontera que no es ni Capital ni Provincia no había sido explorada por el cine argentino, ni por el nuevo ni por el viejo, que nosotros sepamos. Se trata de un espacio denso, porque une y separa dos lugares con una fuerte carga simbólica e histórica, con proximidad espacial y diferencias inconciliables. La General Paz es una especie de zona de nadie por la que cada día pasan miles y miles de autos a toda velocidad y, fuera de eso, todo lo que hay son paredones y puentes con leyendas: políticas, comerciales, religiosas.
Cuerpo de letra se encarga de abrir para nuestra mirada el proceso de escritura de esas palabras que cada día recorremos a los apurones reparando apenas en ellas. Hay grupos de pibes a los que la cámara de D'angiolillo sigue, que se dedican a escribir esas leyendas, que buscan las tipografías más visibles para una mirada apurada, que estudian las formas de esas letras, sus bordes, sus sombras, sus colores de relleno, sus tamaños, el uso eficaz del espacio. Y además, lo que otorga a la película un carácter épico, su brío dramático, esos paredones se convierten en espacios en disputa. Sobre todo en épocas de elecciones se trata de ganar ese espacio, de tapar la escritura del grupo rival, de inscribir sobre los que otros antes inscribieron un nuevo mensaje. Y "antes" significa acá: hace un ratito. A veces, blanquear la pared y escribir arriba ya no alcanza, porque el ritmo frenético con que se escribe, se tapa y se vuelve a escribir es tan rápido que la pintura no llega a adherir a la superficie. Entonces se recurre a mecanismos muy sofisticados de enmascarar las letras del rival para hacer desaparecer las palabras del otro transformándolas en íconos de otra cosa.
Los que se encargan de un trabajo de comunicación tan complejo, intenso y refinado son grupos altamente especializados. Muchachos jóvenes que se mueven entre los autos que pasan zumbando, que calculan el tiempo para llegar antes de la hora en que empieza la veda electoral, para llegar antes o para llegar después que los grupos rivales. No trabajan para los partidos políticos por convicción, sino por encargo. Su especialidad es el significante, el delinear de cerca y rápidamente lo que otro va a tener que leer de lejos. Y ganar el espacio en disputa. Se trata de una lucha en el fondo clásica, que supone una sabiduría arcaica sobre la posesión de los territorios y la combina con problemas de la más contemporánea praxis comunicativa. Muchos de esos chicos han sido reclutados entre grupos de grafiteros que usan esos mismos espacios con fines totalmente distintos, porque en los grafiteros prima la expresividad, el desafío a los códigos, la creación de dialectos e incluso idiolectos, mientras que en los que hacen pintadas políticas o publicitarias se impone la eficacia de la comunicación universal, concisa y despejada.
Es fascinante que el cine pueda hacernos comprender estos mecanismos sin ninguna locución en off, sin ninguna entrevista: confiando en la semiosis de la propia acción y exigiéndole la máxima ductilidad a los recursos cinematográficos (el encuadre, el corte, el seguimiento de grupos de personajes, la toma de sonido directo) para que, encabalgado en el arte de comunicar que estos muchachos despliegan sobre los paredones de las autopistas, este cine pueda construir un metalenguaje que es también una aventura de conquista.
Un espacio surcado por mensajes: no cualquier mensaje, no cualquier espacio. Cuerpo de letra captura la vida en esa frontera suburbana en la que se trama gran parte de la política argentina en cada período electoral. Es decir: es un espacio histórico que preexiste a la película pero a la que ella contribuye a hacer visible. En ese mismo espacio hay avionetas que propalan avisos publicitarios donde se comunican las ofertas de una carnicería, la salvación de las almas mediante algún mensaje evangélico, un espectáculo musical que puede llenar el hueco del fin de semana o una denuncia sobre la proliferación de los barrios privados y una vuelta a la Pachamama: todos estos mensajes pueden salir de los mismos altoparlantes y rebotar en el aire de una tarde cualquiera en el conurbano. La película de D'angiolillo muestra los vínculos entre estos dispositivos de comunicación informal, tan asentados en este territorio inabarcable y decisivo del primer cordón bonaerense.
Lo extraordinario es que este estudio no resulta una tesis sociológica o topológica (aunque de su visión se podrían extraer unas cuantas de ellas), sino una película emocionante, una de las mejores que nos haya dado el cine argentino en los últimos años.
En el programa con Roger Koza del domingo pasado hablamos de
Cuerpo de letra y de unas cuantas otras de este último BAFICI (entre las que se destaca también
The great flood de Bill Morrison, de la que ya escribiremos). Tienen que solo
clikear acá para escucharnos y descubrirlas.