"Señora, ¿usted es famosa?", me preguntó una de las tres señoras -desconocidas para mí pero amigas entre ellas- con las que compartía un mismo banco de plaza frente al obelisco el sábado 14-11. Después de un instante de desconcierto (yo no sabía qué decir) las cuatro estallamos en una carcajada al unísono. Estábamos haciéndole el aguante a la candidatura de Scioli en el mejor de los climas posible: cordialidad, complicidades tácitas, música, mucha bandera celeste y blanca, baile, canto, mate y multitud de gente. Se aclamaba "Se siente, se siente, Scioli presidente" sin retaceo, sin titubeo, reafirmando lo que nos une, sin que surgieran mezquindades internas y casi sin mencionar al oponente. Quedó claro que elegíamos al representante del país, no al del mercado.
Tenía motivos para estar contenta: me encontraba con ex-alumnos, con colegas, con conocidos y con desconocidos con los que entablábamos buenas migas, como las formidables vecinas de asiento. Observé con regocijo que había grupos de izquierda con pequeños estandartes plegándose a golpe de bombo a nuestra elección "Scioli presidente", también había independientes con buena memoria que decían que Cambiemos devino Volvemos. En los corrillos acordábamos, entre otros temas, que ahora más que al FMI hay que temer a los buitres. En fin, formábamos una comunidad de concordancia heterogénea en la que no hubo pena ni olvido, hubo festejo.
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