La bronca producida por el tarifazo perforó un piso. El ruidazo fue especialmente contundente en barrios y localidades en los que el oficialismo había ganado en noviembre. Por su modalidad, composición social y distribución geográfica, la protesta de anoche, esparcida por localidades grandes y pequeñas de todo el país, integrada por sectores medios y bajos entre los cuales un gobierno de derecha podría encontrar apoyo o a lo sumo indiferencia, da por terminado el período de gracia que el sector despolitizado de la sociedad le concedió al macrismo.
La virtud de esta protesta es también su fragilidad: políticamente desarticulada, dispersa por miles de rincones, sin grandes medios que la amplificaran antes y que intentaron invisibilizarla durante y después, sin liderazgos políticos. Es una protesta virtuosa porque marca la salida a la calle de sectores no identificados con referentes de la oposición, organizaciones sociales o sindicales. Que los había, pero de ninguna manera condujeron las manifestaciones sino a lo sumo se acoplaron a ellas.
¿Por qué esta falta de unidad y organización habría de tomarse por una virtud? No lo será si se prolonga indefinidamente en el tiempo y la bronca se cristaliza en impotencia. Pero hoy por hoy, esta desarticulación es virtuosa: su mayor potencia reside en que no responde a ningún mandato sino a la obscena y descarnada desigualdad imperante. Hay una masa crítica y un liderazgo vacante: buenas y malas noticias al mismo tiempo. La noticia en cierta forma esperanzadora es que el grueso desbalance de la estructura económica sabe abrirse camino y darse a conocer atravesando la podredumbre de la superestructura política, mediática y judicial. Es un aviso para todos: gobierno, opositores más o menos complacientes, sindicalistas pachorrientos o simplemente vendidos, medios que mienten hasta el ahogo. Pónganse las pilas, pongan las barbas en remojo, porque llega el punto en que los diques de contención se resquebrajan. La memoria de 2001 está ahí, en un rincón de la conciencia popular.
El macrismo manejó el ajuste con una torpeza de gestión y una soberbia de clase que terminó por enojar a ciudadanos de a pie que carecen de organización, sectores que no suelen moverse por símbolos ni por tradiciones de lucha, sino por la percepción del malestar cotidiano creciente, gentes que no saldrían a la calle una noche de lluvia y frío si no fuera porque están hartos. En estos meses ya hubo movilizaciones de sectores identificados con el kirchnerismo (las plazas del verano), articulados en torno a la larga tradición de lucha por los derechos humanos (el 24 de marzo), cristinistas puros (el 13 de abril en Comodoro Py), o de férrea organización sindical (el 29 de abril en Paseo Colón e Independencia).
Después de la marcha de todas las centrales sindicales, una de las más grandes de las últimas décadas, vino el veto presidencial a la ley antidespidos y la cooptación de senadores y diputados que fueron elegidos para oponerse y se volvieron oficialistas con el verso de la gobernabilidad. Una cada vez más espesa humareda mediática repitió hasta la exasperación las imágenes de Báez y de López, con el afán de mantenernos entretenidos con novelas góticas. El macrismo pareció tomar un poco de aire para ingresar al segundo semestre con cierto crédito político, basado sobre todo en la defección de la oposición.
El kirchnerismo cayó en estado de estupor por el bizarro episodio del convento y las cúpulas sindicales se mostraron dispuestas a capitalizar su poder de movilización para obtener prebendas corporativas ($$$ para las obras sociales). Cristina parece decidida a esperar que el malestar amorfo decante en un reconocimiento de la diferencia de proyectos entre su gobierno y este. Nadie puede saber cuánto falta para eso, si es que alguna vez pasa.
Un par de días antes del ruidazo ya podía emitirse el siguiente diagnóstico: la derecha política está hoy sobre-representada. A diferencia de lo que ocurrió en gran parte de los 12 años kirchneristas, hoy el 90% de la clase dirigente, oficialistas y "opositores", sindicalistas, jueces, medios de comunicación, está a la ultra-derecha de la población. Este dominio casi completo del escenario político por parte de las clases dominantes parece que animó a los CEOfuncionarios a abusar de las humillaciones que en hechos y palabras le están infligiendo al pueblo.
La manera como se manejó el ajuste tarifario no fue ni abrupto ni gradual, sino de una grosería política sorprendente. Si el gobierno no logró reducir el déficit fiscal ni bajar la inflación, esas cosas que se supone puede lograr un plan de ajuste, las estupideces ofensivas que los funcionarios, empezando por el presidente, declaran todos los días sonaron en los oídos de los sectores menos politizados de la población como un agravio adicional que agotó la paciencia de los mansos.
No hubo una confluencia de militantes hacia una gran marcha, sino vecinos con bronca en miles de esquinas. Los focus groups y las directoras de discurso no están dando resultado y los callcenters no pueden lograr cualquier cosa. Bienvenidos al desierto de lo real.
Me encantó el primer cartelito: "El futuro se construye mejorando el presente. Empeorar el presente para mejorar el futuro es verso."
ResponderEliminarViene a cuento de algo que vengo pensando hace rato: achicar la economía hoy para agrandarla mañana es la peor estupidez que se puede hacer. Regalarle guita a los que tienen que invertir no funciona: las inversiones vienen sólo si la economía está en crecimiento; si achicás el mercado interno, lo que hacés es achicar las inversiones, y toda la plata que regalás se va afuera.
Pensaba en una analogía con los deportes: para saltar hay que tomar carrera, pero el crecimiento o el desarrollo no son saltos, son carreras. No se toma carrera para empezar a correr.
Estamos gobernados por CEOs de empresas; ni siquiera por empresarios, porque a los empresarios nacionales quizá le importe la economía a largo plazo. Pero los CEOs no piensan a largo plazo: ellos están para ganar guita a corto plazo, para "hacer negocios". Y eso es lo que están haciendo en el gobierno: negocios para sus patrones.
Y estos tipos están asesorados por prostitutas con título de economistas; a cambio de guita que pagan los CEOs, les dicen a los empresarios (y después a la gente) lo que los CEOs quieren que oigan. No tengo idea si esos tipos se creen las putadas que dicen, y no tengo idea si las prostitutas disfrutan el sexo. Y no tiene mucha importancia. Como las prostitutas venden su cuerpo por plata, ellos venden su discurso: les pagan por hacer propaganda a los negocios de corto plazo, a la apertura, a la privatización, a la entrega de fortunas a los empresarios a cambio de nada.
Uf, este post era sobre el ruidazo, ¿no? Bueno, me desvié de tema. Pero no tanto: el modelo perfecto de CEO en el gobierno es el ladrón de Aranguren.