Nietzsche en La otra, un programa para escuchar clickeando acá
Las últimas cartas que Nietzsche escribe a sus pocos amigos desde Turín entre septiembre de 1888 y enero de 1889 son las llamadas cartas de la locura. Empieza a escribir cosas que preocupan a los pocos amigos que le quedan, que ya bastante preocupados estaban por él.
En septiembre le escribe a Meta von Salis: "Mi vida cayó en un cierto desorden en las últimas semanas. Varias veces me levanté a las dos de la mañana, impulsado por el espíritu, y transcribí lo que acababa de pasarme por la cabeza. Entonces escuchaba que mi patrón, el señor Durisch, abría con cuidado la puerta, deslizándose a cazar gamuzas. ¿Quién sabe? Quizás esté también yo cazando gamuzas".
En septiembre le escribe a Meta von Salis: "Mi vida cayó en un cierto desorden en las últimas semanas. Varias veces me levanté a las dos de la mañana, impulsado por el espíritu, y transcribí lo que acababa de pasarme por la cabeza. Entonces escuchaba que mi patrón, el señor Durisch, abría con cuidado la puerta, deslizándose a cazar gamuzas. ¿Quién sabe? Quizás esté también yo cazando gamuzas".
Así in crescendo. Por momentos manifiesta una gran inquietud y en otros una repentina alegría- a Peter Gast, el 30 de octubre: "Me acabo de mirar al espejo y nunca he tenido esta apariencia. De buen humor, bien alimentado y 10 años más joven de lo que debiera permitirse (...) pongo interés en que me vean por todas partes como un extranjero distinguido".
Días después repudia al editor de todos sus libros y le ofrece comprarle los derechos de su propia obra, para que no los siga publicando. El editor le pide 11 mil marcos. Nietzsche no tiene ese dinero. Le escribe a un antiguo amigo, Paul Deussen: "Mi vida llega ahora a su cima: en unos años la tierra temblará bajo un tremendo relámpago. Te juro que tengo fuerza suficiente como para cambiar la cuenta del tiempo. No hay nada de lo que está en pie que no vaya a caer. Yo soy dinamita, más que una persona.". Y ahí nomás le pide a Deussen el dinero prestado: "No se trata solo de un capital enorme, dado que mi Zaratustra se leerá tanto como la Biblia".
Después vendrán las cartas en las que se despedirá de su hermana ("Tú no tienes la menor idea de estar unida con lazos de sangre al hombre y al destino en el que se ha decidido la cuestión de milenios: tengo, literalmente hablando, el porvenir de la humanidad entre mis manos"); otras en las que dice que prepara un memorandum a las cortes europeas para declararle la guerra al Reich y encarcelar al emperador y al Papa y fusilar a Bismark. Algunas las firma como "Fritz", en otras pone "Dionisos" o "Dionisos contra el Crucificado". Hasta que le manda esa carta a su contacto danés, Georg Brandes, que meses antes le había recomendado leer a Kierkegaard, porque pensaba que tenía una posición afín a él. Decíamos ayer, la carta a Brandes dice:
Al amigo Georg: Después de haberme descubierto, ya no es gran cosa el encontrarme. Ahora lo difícil será perderme.
El Crucificado.
Cartas de la locura las llaman. Que provocan en el ámbito de los estudios nietzscheanos del siglo xx y de hoy cierto prurito. Son molestas, qué hacer con ellas. Lo más incómodo es el desliz paulatino entre su última bibliografía autorizada -El ocaso de los ídolos, El Anticristo, Ecce Homo- y estas cartas, dado que la continuidad es manifiesta. ¿Dónde poner el corte entre el filósofo y el loco?
Por esos días caminando por una calle de Turín ve como un cochero castiga a su caballo y tiene un ataque de piedad por el animal, al que abraza, mientras llora sin poder parar. El caballo va a volverse célebre por ese gesto.
Por esos días caminando por una calle de Turín ve como un cochero castiga a su caballo y tiene un ataque de piedad por el animal, al que abraza, mientras llora sin poder parar. El caballo va a volverse célebre por ese gesto.
Nietzsche se desploma y lo llevan a un hospital, en el que se redacta un informe clínico:
"Constitución física fuerte, sin malformaciones corporales. Extraordinaria capacidad espiritual, muy buena educación. Temperamento soñador. Extravagante en materia de dietética y religión. (...) Síntomas de enfermedad actual: manías de grandeza, pérdida de memoria y de actividad cerebral. (...) Afirma ser un hombre famoso, exige constantemente mujeres. Diagnóstico: debilidad cerebral". (Hospital de Turín, 14 de enero de 1889)
Nietzsche delira, en el propio sentido de la palabra, se sale del camino y abre surcos hacia cualquier parte. No hacia cualquier parte. Su Zaratustra va a ser muy leído, efectivamente, quizás no tanto como la Biblia, pero... La tierra va a temblar bajo un tremendo relámpago, es cierto. Puede estar hablando de lo que está gestándose en el interior de su cráneo, pero también puede referirse a lo que va a pasar en el siglo siguiente, que no va a llegar a ver porque muere en agosto de 1900. Pero el horror del que Nietzsche habla, al que quiere oponer un saber jovial, es el los dos siglos siguientes. Una catástrofe que se avecina.
Heidegger y después Foucault van a tomar filosóficamente el problema de la experiencia de la locura de Nietzsche como el punto límite de su pensamiento y por eso mismo ligado internamente a él, no como su abrupta interrupción. El terror que ahí aparece procede de la seriedad de su percepción. Lo que te da terror te define mejor.
Creo: nunca hay que perder de vista que Nietzsche piensa en el seno de la segunda mitad del siglo xix. Por los mismos años andan por Europa algunos otros delirados malditos: Van Gogh, Baudelaire, Rimbaud... El siglo de la revolución industrial, el proceso que va a cambiar la faz de la tierra. La industria avanza de la mano de las grandes invenciones científicas en las que la modernidad da sus frutos contantes y sonantes. Por sus frutos: la chimenea de la que sale un humo espeso va a ser el signo imponente de la voluntad de poder y después de otras cosas. Unos años más tarde con el mismo esquema de producción industrial se van a diseñar campos de concentración, armas de destrucción masiva, la televisión, los celulares y los juegos de realidad indexada. La verdad de la ciencia será evaluada en la medida en que logre que todo funcione. Cuanto más cerrada se muestre la malla del funcionamiento, con mayor insistencia vuelve el terror concomitante. Funcionamiento y terror como las dos fases de la misma estructura.
La jovialidad que Nietzsche promueve en sus textos oficiales es una reacción ante el terror. Si quitamos el terror como antecedente, su alegría se vuelve llana estupidez.
Eso es, creo, lo que Nietzsche tiene para decirnos todavía. No lo escuchamos bien todavía, creo.
De esto hablamos en el programa de anoche en La otra.
Para escuchar el programa de anoche, clickear acá.
Es excelente. Hace muchos años que no leo a Nietzsche.
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