por Lidia Ferrari
Venezuela es un significante. No es un país, ni una forma de gobierno, ni un intento de transformación de la realidad latinoamericana, ni es la República Boliviarana, ni uno de los mayores productores de petróleo del mundo, ni la patria de Chavez. Venezuela es un significante que representa el mal, la destrucción, la negritud, la falta de alimentos, la violencia, es decir, el mal sin atributos. Es el mal sin predicados, sin orientación ideológica, sin perfil político, sin argumentos. Pero el mal no en su esencia de mal, idea abstracta y orientable en el mundo de las ideas. Es el mal del Cuco, del Hombre de la Bolsa, el mal que se encarna en figuras demoníacas que no se reflejan en un fresco de iglesia, sino que se encarnan en el vecino pobre, en la piel un poco más oscura. Se encarna en cualquier figura que represente al que te quiera robar lo poco que tienes (desde un difuso temor inoculado). Venezuela es un sentido condensado, un sentido pleno que no requiere de ideas, ni de explicaciones. Uno de los mayores riesgos de este mundo es que el Nuevo Orden Narrativo Mundial te coloque en el centro de sus operaciones narrativas para ubicarte en el lugar del Mal. Le tocó a Venezuela. Hay razones para ello, pero no importan. No importan las razones, los argumentos, ni las ideologías. Sólo importa que han logrado construir de Venezuela el Significante del Mal. Hay otros dando vueltas y otros se seguirán construyendo. Pero Venezuela es ahora uno de los significantes que condensan un sentido pleno. Difícil tarea recuperar la posibilidad de la ambigüedad o de las contradicciones que ha perdido. Un significante transformado en un signo fijo, y esparcido planetariamente por la gran Centrifugadora de Sentidos Occidental, esa que sabe muy bien construir sentidos para orientar al mundo en la dirección que quiere.
Venezuela es un significante. No es un país, ni una forma de gobierno, ni un intento de transformación de la realidad latinoamericana, ni es la República Boliviarana, ni uno de los mayores productores de petróleo del mundo, ni la patria de Chavez. Venezuela es un significante que representa el mal, la destrucción, la negritud, la falta de alimentos, la violencia, es decir, el mal sin atributos. Es el mal sin predicados, sin orientación ideológica, sin perfil político, sin argumentos. Pero el mal no en su esencia de mal, idea abstracta y orientable en el mundo de las ideas. Es el mal del Cuco, del Hombre de la Bolsa, el mal que se encarna en figuras demoníacas que no se reflejan en un fresco de iglesia, sino que se encarnan en el vecino pobre, en la piel un poco más oscura. Se encarna en cualquier figura que represente al que te quiera robar lo poco que tienes (desde un difuso temor inoculado). Venezuela es un sentido condensado, un sentido pleno que no requiere de ideas, ni de explicaciones. Uno de los mayores riesgos de este mundo es que el Nuevo Orden Narrativo Mundial te coloque en el centro de sus operaciones narrativas para ubicarte en el lugar del Mal. Le tocó a Venezuela. Hay razones para ello, pero no importan. No importan las razones, los argumentos, ni las ideologías. Sólo importa que han logrado construir de Venezuela el Significante del Mal. Hay otros dando vueltas y otros se seguirán construyendo. Pero Venezuela es ahora uno de los significantes que condensan un sentido pleno. Difícil tarea recuperar la posibilidad de la ambigüedad o de las contradicciones que ha perdido. Un significante transformado en un signo fijo, y esparcido planetariamente por la gran Centrifugadora de Sentidos Occidental, esa que sabe muy bien construir sentidos para orientar al mundo en la dirección que quiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario