por Oscar Cuervo
Ayer me enteré por el Pájaro Salinas de la muerte de Pablo Chacón y me sentí apenado. A Pablo lo conocí personalmente durante un Bafici, en una caminata entre el Abasto y el Atlas Santa Fe. Durante un tiempo breve , hace 10 años, fue colaborador de La otra, en los comienzos del blog. Antes había tomado contacto con él por las redes sociales, ya que los dos comentábamos en un blog cuyo nombre mejor olvidar.
Cuando él se ofreció a colaborar con La otra acepté inmediatamente: estaba ávido de contenidos, por mi propósito de renovar el blog todos los días, una locura... que todavía mantengo.
A Chacón después le perdí la pista, no supe más nada, me olvidé, hasta que ayer me encontré con la noticia de su muerte prematura. Parece que el Pájaro lo conoció mucho mejor y tiene algo para decir sobre su vida. Yo solo puedo atestiguar que un par de veces discrepamos comentando en aquel blog de triste memoria, pero cuando lo conocí personalmente me pareció un tipo super cordial.
Un par de cosas puedo acordarme de nuestro breve cruce de destinos: cuando sus notas aparecieron en La otra me llamó la atención que fuera hostigado con mucha virulencia por algún o algunos trolls, nunca se sabe. Vi que eso lo perturbaba, traté de minimizar la importancia, pero él se sentía personalmente herido y decía que era alguien que se dedicaba a perseguirlo por todos los medios en los que él publicaba. Me dijo que tenía firmes sospechas de quién era el troll, un personaje conocido en redes sociales, hoy cercano al poder. No sé si Pablo estaría en lo cierto.
Otra curiosidad: en 2008, durante los meses del conflicto con la mesa de enlace, el blog tenía un 5% de los lectores que tiene hoy, pero recibía muchos comentarios, la mayoría anónimos o con nombres de fantasía. Y muchos eran muy agresivos. Se estaba gestando el ánimo fascista que hoy impera en el país. Los blogs fueron en cierto modo el banco de prueba de este ejercicio de crueldad que ahora es moneda corriente. Los trolls eran recontraobsesivos: entraban todos los días a La otra y, no importa cuál fuera el tema, se dedicaban a psicopatear. Supongo que ahora ya no lo hacen porque su discurso es el oficial, así que no necesitan comentar en un blog. ¿O sucumbieron a la locura? De todos modos, su insistencia psicopática era llamativa.
Había toda una fauna que se dedicaba a trollear: firmaban como Néstor Pitroll, eamonn mcdonaugh, Gabriel Muro, un tal César y otros totalmente anónimos. Y siempre repudiaban lo que publicaba. Uno de ellos, quizá el más enfermizo, aludía cotidianamente a un episodio inexistente en el que Pablo Chacón me habría trompeado una noche, en la puerta de un boliche. Nunca entendí la razón de su insistencia, porque el troll volvía a contar la anécdota cualquiera fuera el tema del post. Me acicateaba para que yo admitiera que había recibido una paliza de Chacón, o quería que los lectores lo creyeran para descalificar mis textos, ya que yo nunca escribí sobre mi vida personal. Y volvía a psicopatear una y otra vez, como si yo quisiera ocultar un episodio vergonzante. ¿De dónde salía esa obsesión sin sentido? ¿Sería el mismo troll que amenazaba al blog por publicar los posts escritos por Chacón o se trataba de dos locos distintos? ¿Qué podía tener que ver la sugerencia de una pelea inexistente con una persona a la que yo conocía poco y me llevaba bien con mis posteos políticos? Misterios de las redes sociales, que albergó, o quizás todavía alberga, a estos freaks.
Por lo que cuenta el Pájaro Salinas, los últimos años de Pablo Chacón no fueron buenos. Ojalá ahora descanse en paz.
Como pequeño homenaje, voy a reeditar una detrás de otra, acá mismo, sus colaboraciones con La otra. Es raro: se supone que un blog demanda una escritura en caliente y de vigencia efímera. En favor de las notas de Pablo debo decir que hoy conservan una extraña actualidad:
lunes, 17 de marzo de 2008
(Con este artículo se incorpora Pablo Chacón al staff de La otra)
El empresario Mauricio Macri -actual jefe de gobierno porteño- convirtió en sonsonete de campaña la necesidad de combatir los permanentes piquetes que complican el tránsito en una ciudad atestada de autos (donde jamás se renovó la estructura urbana y vial para soportar su multiplicación) y que redunda en embotellamientos fenomenales y accidentes cada vez más frecuentes. Este no es el espacio para hablar de ese tema, pero podemos sumarlo a otras ideas-fuerza de la política del hijo de Franco: recuperación del espacio público, suspensión de supuestas prebendas culturales, inversiones de riesgo, remoción de empleados públicos, policía propia, palos para recuperar la seguridad perdida, palos para el sindicalismo municipal y otros tópicos que no sólo la clase media y media alta de Buenos Aires compró, al punto de que este hombre, ex presidente de Boca Juniors, ganó en segunda vuelta con el sesenta por ciento de los votos. Los porteños viven ahora bajo el paraíso de Mauricio.
Enumerar los resultados de su gobierno a poco más de tres meses de asumir, tampoco es tema de este artículo. Señalaremos solamente que algunas desavenencias empiezan a estragar su gabinete, escuálido de cuadros políticos.
Empecemos por la invitación al evangelista argentino-norteamericano Luis Palau, que no llegó a la Argentina invitado oficialmente por Macri, pero a quien este, haciendo uso de su potestad como alcalde, le ofreció el Obelisco y adyacencias para sus multitudinarias y espectaculares misas. Estas ceremonias entorpecieron la circulación del transporte público como nunca lo hizo ningún reclamo “piquetero”.
Pero las cosas vienen de antes.
Este cronista prefiere aclarar que un paseo in situ, el viernes a la noche, y la conversación con diversos fieles, lo convencieron no sólo de la crisis de la iglesia de Pedro, que empieza a apoyarse a regañadientes en los evangelistas con objeto de no perder adhesiones al ritmo que viene ocurriendo, sino la desesperación encubierta de la mayoría de los asistentes, quienes encuentran en la religión no sólo una forma banal del opio de los pueblos, sino también un antídoto contra la ausencia de expectativas existenciales.
En las palabras que escuché, además de la condena al aborto y las drogas y los ruegos contra la inseguridad, late el embrión de un foro común, una esperanza de comunidad, una variante de la psicología de masas y una suerte de proyecto a larguísimo plazo (tanto que incluye al trasmundo) que sería necio negar. Moralizar con el prospecto de la alienación suena a diagnóstico adulterado: su causalidad no debería confundirse con los intereses políticos en juego, que incluyen el tráfico de influencias, dinero y la reproducción de una ideología tan reaccionaria como la que en el orden político están jugando Macri y sus aliados, incluido el propio Palau.
Este hombre alto, fornido, de presencia notoria y voz firme, no puede esconder el autoritarismo inercial que hace de él un líder. Ese “sí a la vida” -que quien esto escribe detesta- está pensado precisamente para provocar una oposición falsa: quienes detestan esa afirmación (proabortistas, feministas, tipos que fomentan la libertad de conciencia, la eutanasia, los derechos humanos, el suicidio voluntario, etcétera), serían representantes de un fantasmal eje del mal que diría “no a la vida”; oposición que, en el mejor de los casos, en lugar de fomentar la rebelión y la acumulación de poder personal de marginados y excluidos, los empuja a una tarea de evangelización casa por casa. Para no cargar todas las tintas sobre Macri, hay que decir que Palau ya había sido recibido por Eduardo Duhalde cuando ocupaba el interinato en la presidencia de la nación, y por el “progresista” Aníbal Ibarra quien, aunque para el jubileo no le dio la 9 de Julio -“para no entorpecer el tránsito”-, le ofreció el monumento a los Españoles, circa Palermo Rúcula. El ex alcalde, según fuentes que prefirieron no dar el nombre, habría pagado más de 100 mil dólares para tener su foto con líder religioso y multitud de fondo.
Palau tiene 73 años. Nació en Ingeniero Maschwitz, trabajó como bancario hasta que en 1960 emigró hacia los Estados Unidos, donde se convirtió al pentecostalismo de la mano de Billy Graham, un pastor con entrada libre a la Casa Blanca durante el mandato de Ronald Reagan. La leyenda encuentra a Palau orando junto a Bill Clinton (tras una sesión del ex presidente demócrata con la becaria Lewinsky) y con George W. Bush, después de la tragedia del 11 de septiembre del 2001, el mayor éxito mediático-terrorista de la televisión estadounidense. El lunes pasado Palau dictó en el Milton de Puerto Madero una conferencia titulada Los negocios más relevantes de la vida. Hubo 1500 presentes, a razón de $ 150 la entrada. Saquen cuentas. Por supuesto, el dinero y el poder son una ilusión que a los políticos les hace perder el norte. Aunque el sur también exista.
Las versiones respecto de ese acto son encontradas: pero todas coinciden en subrayar la presencia de Macri y los agradecimientos que dispensó el empresario sobre Palau, aunque se cuidó muy bien de disimular cierta molestia por tener que devolver favores: la cantidad de dinero que el evangelista habría puesto para su campaña electoral por intermedio de Eugenio Burzaco (evangelista convencido, especie de rothweiller preparado en materia de seguridad, un vigilante que responde a Horacio Rodríguez Larreta y número puesto de los primeros bocetos del gabinete Pro; raleado a último momento, dicen, por la presión inédita de la politóloga católica y vicejefa de Gobierno, Gabriela Michetti). El otro contacto clave es la diputada nacional por Recrear -el sello de López Murphy- Cynthia Hotton, evangelista también e intermediaria con los “artistas” que animaron la fiestita del capo di tutti capi en el Obelisco, entre los que figuraban Amelita Baltar y Maximiliano Guerra. El tercer miembro de número es el diputado de Recrear en la Legislatura porteña Marcelo Meis, un representante de la derecha más atrabiliaria, quien logró su objetivo: el Palacio de las Leyes nombró a Palau visitante ilustre. Meis es el legislador que, inmediatamente después de la represión de los cartoneros en Belgrano, pidió (a la manera de Domingo Bussi con los linyeras en 1978) echarlos de la ciudad y no dejarlos entrar nunca más. El otro “notable” que recibió al predicador de la buena nueva sin sotana fue el radical -y vicepresidente de la Nación- Julio Cleto Cobos.
En ese grupo que escuchó en el Hilton a Palau no faltaron figurones: Diego Santilli, Paula Bertol, López Murphy, Francisco de Narváez, Federico Pinedo, el historiador José Ignacio García Hamilton, la titular del bloque de diputados nacionales de Recrear, Nora Ginzburg (impugnada en el INADI por sus declaraciones homofóbicas y antisemitas a un semanario) y el ex ministro de salud de De la Rúa, evangelista histórico, Héctor Lombardo. Faltaron, sin aviso, los peronistas de Macri: Martín Borrelli y Cristian Ritondo. Rodríguez Larreta estaría escondido; Michetti probablemente reunida con su confesor y hombre en las sombras de tan ecuménica visita: el arzobispo primado Jorge Mario Bergoglio, autor de Luz para hoy. Nuevo Testamento en lenguaje actual que prologa la Biblia que recibió, de regalo, cada uno de los comensales.
Para tragar sapos no se necesitan rodilleras.
lunes, 24 de marzo de 2008
por Pablo Chacón
El oficiante mediático de la filosofía, Alejandro Rozitchner, y su esposa, la psicóloga Ximena Ianantuoni, son una pareja moderna, escéptica, divertida, atea. La religión es un peso que creen haberse sacado de encima, y en lugar de Max Weber por sus discusiones circulan Erich Fromm y Paulo Coelho. Supongo que preocupados por sus pequeños, que crecen en un mundo de fanáticos, supersticiosos y comunistas agazapados, el animador cultural y la psicóloga pusieron manos a la obra, dispuestos a salvar al resto del mundo de eso que alguien llamó el opio de los pueblos, la religión.
El resultado es Hijos sin Dios. Cómo criar chicos ateos (Editorial Sudamericana), un manual de autoayuda bajo formato de diálogo, ideal para traficar una pedagogía especular a la que pretenden combatir. Ale y Xime componen un matrimonio angustiado, y sus hijos, que no creen en nada, excepto en las promesas de mamá y papá, al parecer ya son discriminados en la salita rosa y la salita celeste del jardín de infantes. En en semanario, Ianantuoni contó parte del drama: “Alejandro, cuyos padres tienen orígenes judíos y católicos, es ateo desde siempre, en su familia no se profesaban religiones. En cambio yo tuve una formación religiosa, incluso tomé la comunión. Pero a medida que fui creciendo me di cuenta de que el único que está a cargo de uno es uno mismo y que nadie te salva de nada”.
Alejandro es hijo de León Rozitchner, profesor de filosofía, autor de varios libros, entre los que se destaca uno dedicado a la chirinada que los militares armaron en 1982 para intentar recuperar las Malvinas con resultados conocidos. El fue repudiado por intelectuales argentinos exiliados en México, muchos de los cuales apoyaban la guerra pero no a la dictadura, como si quienes tomaron el poder el 24 de marzo de 1976 hubieran sido un “ejército de ocupación” y los civiles, tristes víctimas. La realidad indica que ese golpe de Estado, con las excepciones de rigor, contó con la aprobación de la mayor parte de la sociedad. Pero no fuimos todos, fueron muchos.
Entretanto, cuenta la leyenda, Alejandro, asfixiado por la “personalidad” algo autoritaria de papá León, iba formando la propia, hasta que se destapó como animador radial y televisivo y como liberal rabioso. Rozitchner es nuestro Spinoza, nuestro antídoto contra las pasiones tristes. En sus talleres, boga que boga por romper con el sentido común, escribió libros con el locutor Mario Pergolini, con el músico Andrés Calamaro, ahora con su esposa. Su apoyo a la gestión de Menem, terminó con la paciencia de su padre, avergonzado de verlo como columnista de Mariano Grondona. Eran los Carozo y Narizota de la no ficción.
Hijos sin Dios… es un síntoma del estado actual del pensamiento en la Argentina. Para sus autores, la idea misma de dios es un obstáculo para desplegar un mundo propio, libre, sin coerciones. El libro cultiva el fetichismo -heredero del fascismo- de que insistir con sonsonetes sobre una tabula rasa, la mente de los niños, tiene efectos. En efecto, efectos tiene: pero no se sabe si los buscados. Hijos ateos, hijos homosexuales, hijos religiosos, hijos socialistas, hijos heterosexuales, hijos no peronistas, todo es posible de conseguir si se aplica un método.
El único método para estos liberales “libertarios” es no tener método: la disuasión por la permisividad; o lo que es lo mismo: miente, miente que algo quedará. Pero cuando digo “miente”, no digo que Rozitchner y señora mientan, sino algo peor: que crean que se puede no creer en nada. A diferencia del zen, cuya práctica es milenaria y se circunscribe, si no es una gimnasia new age, a una cultura y a un lenguaje que carece de las nociones de “antes”, “después”, de tiempos verbales y pronombres personales, el matrimonio imagina que no creer en nada es hacerse cargo de uno mismo, destetarse. El zen sostiene una política de la sustracción: cada vez menos creencia, hasta el grado cero de la creencia: romper la identificación con la nada, es el satori.
Y aunque Rozitchner diga que “ser ateo no quiere decir no creer en dios”, la definición canónica de ateísmo es la negación de la creencia en dios. El ateo no cree en nada, el ateísmo es la identificación a nada. Esta política de la adición no tiene salida: identificarse a nada es creer en todo… incluso en dios, pero como después de Nietszche, dios está muerto, en el universo del todo (dónde hasta la fecha nadie abolió las jerarquías) después de dios, ¿quiénes son los siguientes?: mamá y papá, que como auténticos liberales admiten que los niños no tienen que ser necesariamente como nosotros. Aunque el narcisismo se fracture, el clavo del final sería que los jóvenes tomaran los hábitos, pero como no está de moda es probable, no seguro, que se identifiquen a la bulimia, la obesidad, la anorexia, el individualismo, los antidepresivos o al ateísmo: todos productos de consumo.
Si dios está muerto, todo está permitido, incluso otro libro de la psicóloga y el filósofo de Socma. Por ejemplo, ocupándose del danés Soren Kierkegaard, quien decía que la herencia del padre es su pecado y que será la invención sobre cómo valerse de esa herencia la vía para que ésta no recaiga como maldición.
viernes, 28 de marzo de 2008
por Pablo Chacón
Acaso hoy no sea el día más feliz en la vida política de Luis D’Elía, titular de la Federación de Tierras y Viviendas (FTV), sindicado como “piquetero” oficial o fuerza de choque del Frente para la Victoria, el conglomerado que sostiene a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El hombre, ex funcionario, reapareció frente a las cámaras y paparazzi el martes 25 por la noche, cuando los caceroleros porteños invadieron la Plaza de Mayo en protesta por un discurso enunciado por la titular del ejecutivo nacional esa misma tarde, donde dijo que no pensaba dejarse “extorsionar” por los sectores del agro, que llevan ya dieciséis días de paro ininterrumpido, cortado en algunas zonas por la invitación al diálogo que ayer hizo la propia CFK en una reunión político-partidaria en Parque Norte. Aquella noche, D’Elía hizo que sus “piqueteros” despejaran la plaza con métodos no muy ortodoxos, que los caceroleros entendieron huyendo a la carrera por los cuatro costados, tanto de las agresiones físicas como verbales de los representantes del “campo popular”; algunos de los manifestantes resultaron con heridas leves pero imperdonables.
El Instituto contra la Discriminación (INADI) recibió esta mañana una denuncia por medio de los abogados de la Asociación Civil de Defensa Ciudadana; su vicepresidente, Fabián Bergenfeld, precisó que era por “el agravio sufrido por la ciudadanía ante las expresiones discriminatorias del piquetero”, que “se suman a otros hechos de violencia protagonizados por D’Elía actualmente y en el pasado y que merecieron por parte del gobierno un nombramiento en lugar de una condena”. D'Elía manifestó esta vez su “odio visceral por la oligarquía".
También estuvo el jueves pasado en el palco mientras la presidenta desgranaba su discurso de reconciliación con los sectores agrícolas, además de ser defendido por el ministro del Interior, Florencio Randazzo, y por el diputado nacional santafesino Agustín Rossi. Este es un fragmento de la entrevista que tuvo el viernes con Terra Magazine.
-¿Qué pasó, D’Elía?
-¿Y qué va a pasar? Me denunciaron, como hacen siempre. Hablan de odio, que yo los odio. Y sí, lo dije y lo repito. Pero ellos me odian a mí. ¿Y sabés por qué? Porque lo que hice fue parar un golpe de estado.
-¿Un golpe de Estado?
-Sí, un golpe de Estado. Pero prefiero no hacer declaraciones que confundan más. Pero repito: lo que hice fue parar un golpe de estado, y eso no hace con modales de señorita.
-Si es como usted dice, resultó premiado. Ayer estaba en el palco, atrás de la Presidenta.
-Pero escuchame. Todos saben bien quiénes me atacaron, quiénes me denuncian, quiénes me detestan. Lo único que recibí de mis compañeros fueron muestras de respeto y de solidaridad. Desde cuándo un grupo de terratenientes tiene que dirigir las cosas de esta manera, mintiendo, diciendo que falta leche, que falta pan, que falta carne, que falta esto y lo otro. Si todos esos productos están subsidiados directa o indirectamente. Y quiero decir que no recibí órdenes de ningún sector del gobierno de ir a defender la plaza, lo hice por convicción, para luchar contra esa oligarquía repugnante que no se acostumbra a perder los privilegios.
-Anoche, en los supermercados de la zona sur no había carne ni lácteos.
-¿Qué no va a haber? Haber seguro que había, pero estaban escondidos. Era para sacar fotos y hacerle el juego a las patronales. ¿Sabés que pasa con esas medidas? Pueden desembocar en un golpe de estado. Con ese tipo de metodología, porque empezaron así, en Chile voltearon al gobierno popular de Salvador Allende. Y yo defiendo a este gobierno a muerte.
jueves, 24 de abril de 2008
por Pablo E. Chacón
Sobre Historias de diván, el libro del psicólogo argentino Gabriel Rolón, best-seller de exportación, que bajo la excusa de tributar en el psicoanálisis, está contribuyendo a su destrucción. ¿Se imagina un mundo de Rolones? Ex conductor de radio con Alejandro Dolina y Elizabeth Vernaci, el hombre se presenta como un tipo sencillo, que toma mate, se levanta a las 6, se acuesta a las 9, ya está escribiendo su segundo libro, y ha logrado, mediante una pericia comercial envidiable para quien envidie esa pericia, que los escritos autobiográficos se confundan con la causa de la intimidad, ese sujeto tan singular que es todos porque es nadie, nada, nunca.
El top ten de los best sellers argentinos, Gabriel Rolón, acompañante durante quince años de las noches radiales del humorista Alejandro Dolina, es psicólogo, como Jorge Bucay, pero de otra escuela: la comparación que se hizo cuando el autor de Amarse con los ojos abiertos perdió la credibilidad ganada durante años al copiar casi sesenta páginas de un ignoto libro de autoayuda escrita por una profesora española, es una maledicencia que Rolón no puede soportar.
Rolón es un tipo generoso, un buen tipo, que respeta a Bucay a pesar de su desliz porque admite que todos somos humanos y a veces nos equivocamos. “Jorge (por Bucay) es un excelente profesional, un gran escritor, están todos sus libros previos, no se lo puede condenar como se lo condenó”.
Rolón se crió en las pampas, prefiere el aire límpido, las cosas claras, al pan, pan, y al vino, vino: extraño, esa idea de transparencia y literalidad, que se dice lo que se quiere decir, que se dice lo que se sabe, que se sabe lo que se dice, que se quiere lo que se dice querer, que los que aman, aman, y los que odian, odian, es completamente extraña al psicoanálisis, pero no a la amistad. Efectivamente, después de leer Historias de diván (Planeta), los pacientes de Rolón, reconvertidos en personajes de ficción, situados en una historia, o en una trama, deben sentirse identificados consigo mismos y con su amigo, el terapeuta, a quien también oyen decir, por la noche, lo que quieren escuchar. Rolón es un amigo. Extraño: a un amigo, uno no le paga (para que lo escuche). Paga un whisky, sí, al amigo para que escuche su penar y es un amigo, atornille con sus réplicas todas las razones que encuentra para penar y tomar whisky. Rolón es ese amigo que humaniza todo lo que preguntan los oyentes por la tarde, cuando toma el té con Elizabeth Vernaci, chica top del dial criollo.
Rolón es parco, es menos expansivo que Bucay, que padece sobrepeso y cuenta cuentos de la más rancia tradicional oriental, adaptados al vertiginoso mundo global. La velocidad de los tiempos hipermodernos y de la felicidad paradójica, requiere respuestas rápidas a problemas puntuales, y en esos cuentos siempre late una moraleja: el trabajo del paciente es descubrir la moraleja y qué papel o papeles jugaba en el cuento. Los cuentos de Bucay no terminan nunca: después de descubrirse hay que adaptarse y sintonizar la enseñanza eterna que desde el fondo de los tiempos y las latitudes enseña que el hombre es uno solo, la verdad una sola, la cultura una sola y las variaciones, una trampa en la que uno se entrampa con tal de no encontrar la llave del mandala.
Rolón escribe sus relatos en las antípodas de Freud, que no escribía historias donde está primero la verdad y luego, por desagradable que sea, aprender a convivir con esa carga de manera más o menos amable, sino que tomaba notas, redactaba casos clínicos. “El hombre de las ratas” acaso haga reír a más de uno, pero la cuestión es que ese señor que padecía fantasías de ataques con roedores y se lavaba las manos quince mil veces por día, sufría. Sufría y mentía: o mejor dicho, no sabía que mentía, o más, no sabía que mentía a causa de una hipótesis errónea, que lo hacía sufrir menos si funcionaba: el problema del análisis es que las hipótesis o teorías que tienen los sujetos sobre sí mismos, un día no funcionan más, y empieza el dolor. Si la religión es el opio de los pueblos, todo opiómano sabe que un día el opio no hace más efecto y la religión se cae. Preferible una religión sin drogas.
Este señor, que se imagina muy responsable, no creo que sospeche el peso que tienen las palabras, y menos todavía, las palabras de moda. La bipolaridad es un invento de los laboratorios farmacéuticos para vender las mismas drogas de siempre, a precios inaccesibles y bajo otro nombre y otro dispositivo de marketing. “Yo aprendí a acercarme al psicoanálisis a pesar de que a veces no estoy tan cerca de los psicoanalistas”, dijo Rolón a la revista Noticias, que publicó dos tapas con la supuesta bipolaridad de la presidenta Cristina Fernández. Rolón descree del analista que habla poco: es psicólogo, y los psicólogos hablan mucho, y venden mucho (su libro anda por los 100 mil ejemplares).
La excusa que Rolón encuentra para su verdadero papel, el de consejero terapéutico, es que la globalización afectó también al psicoanálisis, que los psicoanalistas no entienden esto y entonces imponen dolor al paciente, para que pueda aprovechar, en ese continuo de sufrimiento, las veinticuatro sesiones que explota la medicina prepaga argentina. Rolón no debería ignorar que los psicoanalistas no trabajan con standards de tiempo, de palabra, de interpretación, de honorarios; no debería ignorar que no están expuestos a evaluaciones o controles, que no trabajan para la medicina prepaga y tampoco para las aseguradoras de riesgo de trabajo. La lectura de este libro recuerda la presencia de Bucay y hasta la de Ugo Cerletti, el inventor de la máquina de electrocutar lóbulos frontales.
NOTA FINAL: si clickean en los títulos de cada post, se encontrarán con la fauna de trolls que les dije.
Qué tristeza
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