-o "Mirando el 24 de marzo desde el futuro"- La otra.-radio con Martín Pont Vergés y Santiago Mitnik, que se puede escuchar clickeando acá
El enigma de la historia no se encuentra en ningún pasado enterrado, esperando que algún explorador intrépido lo exhume. El enigma de la historia se agazapa en el presente y se llama futuro. Podés morirte cualquier día pero cuando sos muy joven no lo pensás. Cuando viviste los años suficientes como para avistar en algún horizonte la muerte propia, empezás a preguntarte por la historia, mirando no hacia atrás sino hacia ese tiempo inconcebible que ya no vas a ver. Entonces te viene un black out, tu experiencia ya no sirve para nada y todo se te vuelve metafísica. No siento curiosidad por lo que pase conmigo después de mi muerte, porque no va a pasar nada: no espero el Juicio. Me inquieta pensar en el mundo que siga, eso que mi propio fin, cuya cara todavía no conozco, me niega de manera absoluta. Si hay algo drástico, es mi imposibilidad de saber el sentido hacia el que se arroja el tiempo.
A pesar de eso, primero las religiones mesiánicas y después las filosofías del progreso indefinido se dedicaron a sostener que la marcha de la historia nos conduce indefectiblemente hacia lo mejor. No hay evidencias de lo que vaya a ser, no podría haberlas.
Soy un hijo del siglo xx al que se le permite espiar algo de lo que va a traer el xxi. Tuve la suerte de vivir en el planeta junto a los Beatles, Borges, Hitchcock, Bresson, Godard. Por la calle me crucé a Charly y a Spinetta, conversé con Horacio González y con Lucrecia Martel, estuve a metros de Dylan y Leonardo Favio. Viví un tramo considerable de mi vida bajo el gobierno kirchnerista y pude involucrarme con entusiasmo en sus gestas.
También estuve esa noche en la ciudad en la que Videla, Massera y Agosti tomaron la conducción de un estado terrorista que masacró a muchos de mis compañeros. Podría haber muerto yo en esos días de espanto pero en cambio me tocó verlos desaparecer, rehacerme, soportar lo insoportable, convivir con los que mentían que no pasaba nada. La dictadura me agarró fresquito, en ese momento en que a uno le toca tratar de entender cómo viene la mano. El terrorismo de estado fue mi gran pedagogo y creo que nada de lo que yo haga o deje de hacer puede deshacerse de ese aprendizaje. Eso es el 24 de marzo para mí, no la fecha de mi cumpleaños ni la de mi deceso, sino la de mi graduación como habitante de la polis. Todo lo que percibo pasa por ese filtro, cuando leo a Nietzsche o a San Pablo, cuando veo El diablo, probablemente o escucho La hija de la lágrima, cuando camino al lado de mis padres o en las calles me persigo sin razón, siempre soy un cuerpo y un alma marcados por la dictadura. No me estoy quejando. Acá me tienen. También al escribir este posteo o al hacer el programa a la medianoche del domingo soy el que ha sido moldeado por la dictadura.
[Creo que no hay nada que me guste más que hacer radio en la medianoche del domingo, sobre todo cuando llega el otoño, hay algo mágico para mí en ese momento cuando paso una canción que sale por algún parlante y rebota en el aire de la noche casi dormida o insomne, en ese tiempo de nadie en el que me encuentro a conversar con algunas personas, en un recinto público y secreto al mismo tiempo: ¿quién va a estar escuchándonos?]
El programa de este último domingo estuvo dedicado a pensar el 24 de marzo desde una perspectiva que hasta ahora no se me había ocurrido: quise escuchar a personas que no vivieron durante la dictadura porque todavía no habían nacido. Hombres del siglo xxi, jóvenes que nacieron entre el 98 y el 99, que recibieron la onda expansiva del terrorismo de estado por interpósitas personas: por lo que sus padres les contaron o por lo que hablaron en su Colegio. Martín Pont Vergés y Santiago Mitnik son dos militantes muy jóvenes, atentos, curiosos, sensibles. No es que la historia les vaya a ahorrar ningún sacudón por haber llegado después que otros: están descubriendo, como yo, la cara espantosa del macrismo, que alienta a que otros pibes, incluso más pibes que ellos, sean masacrados por la espalda por la cana o linchados por una horda de desquiciados que creen que vale más un teléfono celular que una vida. El rostro del neoliberalismo todavía no se mostró del todo: lo estamos viendo de a poco cada día.
Mi compañero de radio, Maxi Diomedi, nació en Bahía Blanca, la ciudad de los Massot, en las postrimerías de la dictadura. Escribió libros de poesía en los que, si yo mal no entiendo, acá y allá encuentro marcas de lesa humanidad.
Maxi, Martín, Santiago y yo nos sentamos a conversar sobre estas cosas. Hay algo que yo he visto y ellos no; algo que ellos verán y yo no. Es el enigma de la historia que estamos tratando de descular.
De manera no calculada, digamos, aparece en medio de nuestra conversación un audio de Liliana Herrero cuando estuvo hace unos días en Kierkegaard Buenos Aires, y ella critica la idea hegeliana de superación dialéctica:
"Ninguna superación... -dice Liliana-, no pienso la historia en tesis, antítesis y síntesis por las que fuéramos a un progreso indefinidamente. No, mentira, eso se terminó, se terminó con Vietnam, se terminó con Chernobyl, y además ese equívoco espantoso de creer que la tecnología depende de cómo se use. Cuando uno tiene un arma ya tomó una decisión, el horizonte está trazado. Tenemos que pensar la tecnología no de una manera utilitaria, no como que nos sirve para tal o cual cosa, sino como algo que ya tiene recortado, analizado y comprendido el mundo. Nunca pretendí que una versión que yo haga de Yupanqui sea una superación del original. Si caemos en esa equivocación, caemos en un sistema de superaciones, según el cual la historia va indefectiblemente hacia la felicidad, cosa de la que ya podemos empezar a dudar...".
La garganta ardida de Liliana Herrero organiza ahora nuestra conversación de otra forma: Santiago y Martín van a recoger el guante, a reponer un sentido posible del progreso que sostienen con su militancia.
"Hay pocas palabras que hayan tenido tanto uso político como la palabra 'progreso' -dice Santiago-, pero haber, lo hay. Quizás sea interesante pensar qué entendemos como progreso y qué no, qué entendemos como avance tecnológico y qué no, y cómo se ordena la sociedad y cómo se ordena nuestra cabeza frente a estas situaciones. El momento de quiebre de la idea tradicional de progreso es Auschwitz: el progreso no necesariamente es bueno, la técnica sofisticada no necesariamente es buena, pero está. Las sociedades se ordenan en base a eso. Hoy en día el gobierno te pone miles de millones de pesos de trolls en Twitter y por alguna razón extraña, que es muy difícil de comprender, eso tiene un peso político muy importante".
Hay que pensar el progreso desde el triunfo parcial del neoliberalismo. No es el fin de la historia, digo yo -y detrás de Fukuyama reaparece Hegel. El partido no terminó, se está jugando, pero lo van ganando ellos. El sentido posible del progreso hay que pensarlo desde ahí, digo yo, no como si estuviéramos aguardando la llegada del siglo xx, porque ya fue. Hay una tecnología que aplica el sistema para tener confundida la conciencia de toda una población. Ahora la palabra progreso, yo digo, tiene que tener otra cautela.
Martín acota: "El año pasado fuimos con Santi y algunos compañeros más al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en Sochi, en el Mar Negro, organizado conjuntamente por el gobierno ruso y la Federación de Juventudes Democráticas. Y era muy interesante para plantear este tema, porque en él convivían la tradición de los debates de la izquierda comunista con otros encuentros en los que participaban miles de personas que hablaban sobre tecnología, sobre robots, formas de programación y las cuestiones particulares de cada región de Rusia. Y vos ahí tenés una realidad concreta, porque tenés que construir poder también: si sólo lo hace el otro, vos estás en un problema".
Apenas unos tramos de nuestra conversación. Como quien no quiere la cosa, la mirada al 24 de marzo devino, no tan erradamente, en pensamientos sobre el futuro. Que era un poco la idea.
El programa completo lo pueden escuchar clickeando acá.
[Postdata]
El programa empieza con Charly que canta "Estoy andando por las vías del tren/ haciendo cosas que no quiero hacer/ todo esto tiene una explicación/ I'm not in love". Maxi entonces recuerda que cuando recién llegó a Buenos Aires le hizo una entrevista a Hebe en la que ella le contó que Charly le dijo que acababa de componer una canción dedicada a las Madres que decía que estaba andando por las vías del tren y que eso era porque no estaba enamorado.
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