jueves, 19 de julio de 2018

Un condenado a muerte no se escapa

En el abismo (Werner Herzog, 2011)
Cine y pensamiento
Sábado 21 de julio de 2018- 19:30 hs. Ayacucho 483


"Me fascina la idea de que nuestra civilización es como una delgada capa de hielo sobre un vasto océano de caos y oscuridad" dice Werner Herzog. Es una definición de todo lo que ha buscado su cine a lo largo de décadas. ¿Cómo no reconocer su inclinación por mirar el abismo en películas como También los enanos nacen pequeños, Aguirre, la ira de Dios, The wild blue yonder o Un maldito policía en New Orleans? Lo vale para las ficciones que lo hicieron famoso hace 4 décadas, también para sus documentales que tuvieron una circulación más restringida, a pesar de que también en este terreno desarrolló una obra tan extensa como original. Películas como El gran éxtasis del tallador de madera SteinerLecciones de oscuridad o Grizzly man pueden ser consideradas como exponentes de esa misma idea.

En el caso de En el abismo (Into the abyss, EEUU, 2011) la sola descripción de su sinopsis argumental podría llevarnos a corroborar la presunción de esa capa delgada y frágil detrás de la cual nos espera el caos. En un pueblo rural de Texas, año 2001, una noche de joda entre adolescentes descontrolados termina en un triple homicidio. Una década después, dos de los responsables del desastre están encarcelados, uno de ellos, Jason Burkett, con prisión perpetua, mientras el otro, Michael Perry, fue condenado a muerte y va a ser ejecutado pocos días después de que Herzog lo entreviste. Lo inesperado es que el tono con que el director encara esta historia rebosante de violencia es reflexivo y sereno, con momentos de una ironía sutil. Ni un rastro de patetismo o morbo y ninguna intención de usar el dispositivo cinematográfico para propiciar una duplicación del proceso judicial en el que el espectador se vea tentado por confirmar o contradecir la sentencia. La sobriedad es notable para un director que habitualmente no esquiva la desmesura. Si hay algo desproporcionado es justamente la tensión entre el infierno retratado y la apacibilidad de su mirada.



Al principio, Herzog le aclara al condenado que no tiene una particular simpatía por él pero siente el respeto que merece cualquier ser humano y está en contra de la pena de muerte. Desde este arranque esquiva cualquier identificación con las víctimas o los acusados. Los mecanismos de identificación -más aún en el cine americano, con una fuerte propensión hacia la venganza y el castigo para encarar las historias de crímenes- son usados para exacerbar una satisfacción punitiva y ejemplarizadora. Por ende, cuando un cineasta como Herzog se desliga de esos mecanismos, asume una política contra la corriente. A Herzog le atrae mirar el lado despiadado de la comunidad organizada, con la misma curiosidad irónica con que observa la indiferencia amoral de la naturaleza en Grizzly man o el espectáculo devastador de la civilización en Lecciones de oscuridad.

Herzog conversa no solo con los acusados por los asesinatos y con los familiares de las víctimas, sino que se detiene especialmente en los protocolos de la muerte ejercida por el estado, con sus funcionarios encargados de llevar a los condenados a la camilla en la que serán ejecutados y sacar después sus cuerpos sin vida. Los que tienen que cumplir con los últimos pedidos de los condenados o revisarlos para ver si están en buen estado antes de matarlos, o el capellán que los confiesa en el último tramo del pasillo de la muerte. La rutina sistemática del asesinato estatal es un indicio de una crueldad mucho peor que la de los hechos que se pretende castigar. Ese abismo, que no es el de la mera crueldad de la naturaleza, nos asoma hacia una oscuridad más temible. Su sola descripción no requiere énfasis especiales.

Proyección y análisis: coordina Oscar Cuervo. Sábado 19:30 hs en Fundación Iwo. Ayacucho 483.

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