martes, 4 de junio de 2019

Breve historia del planeta verde

Conversación con el cineasta Santiago Loza en La otra.-radio del domingo pasado, para escuchar clickeando acá 


El planeta verde al que alude el título es la propia Tierra, pero la mirada desde la cual observamos el desenvolvimiento de las peripecias es alienígena. El trío protagónico de amigues solitaries vive en la gran ciudad, se levantan al amanecer y con sus conciencias todavía un poco somnolientas salen al balcón a pispear la nada. A causa de una noticia triste, la muerte de la abuelita de Tania, los tres tienen que partir hacia una casona en el bosque sureño en la que les espera un legado, una misión, un ser de latidos lentos y respiración agónica, extrañamente serena. El espacio crepuscular del bosque, entre encantado y arrasado, aporta una atmósfera suavemente fantasmal a la tonalidad de la última película de Santiago Loza, autor en el sentido fuerte, ahora que cierta crítica cinematográfica prefiere esquivar esta categoría. La autoría de Loza no se puede esquivar porque su presencia derrocha incandescencia a lo largo de ya muchas películas, obras de teatro, teleteatros y novelas. 


La fragilidad que caracteriza a los personajes de Breve historia del planeta verde es su rúbrica autoral, así como su graciosa oralidad. Las criaturas de Loza podrán ser bailarines de malambo con problemas kinesiológicos, adolescentes con delirios místicos, solteronas acosadas por lo que no se animaron a hacer en su debido momento o extraterrestres que caen en una época complicada de este planeta en busca de amparo ante el abismo universal. En todo caso: frágiles. El abismo universal está en toda la obra de Loza, pero aquí la proveniencia sideral de una de sus criaturas le confiere a su habitual existencialismo una escala cósmica. También cómica. En este buraco insondable que es el universo, en el que entramos sin salir con vida, transitamos lo inhóspito, pero ciertas amabilidades en los gestos de que son capaces los otros frágiles con los que nos vamos topando nos hacen sentir un poco protegidos. Notable eso de que los frágiles mancomunados mantengan ese poder protector. Estos pequeños cuidados recíprocos que acontecen de vez en cuando atenúan la fiereza del mundo. Loza filma mundos fieros pero crea personajes tiernos y amorosos que los hacen habitables.


A medida que avanza en su obra, nos dice Loza en la entrevista que le hicimos para la radio un domingo a altas horas- que es un período donde se agudiza el desamparo-, su fue haciendo más amateur, alejándose gracias a su libertad conquistada de las exigencias del profesionalismo. Le perdió miedo al ridículo, porque a fin de cuentas los que nunca escribieron cartas de amor ridículas son los verdaderamente ridículos. La ductilidad de Loza, su despliegue en direcciones diversas, es lo que le permitió aligerarse en sus procedimientos, abrirse a la ternura y a un absurdo amable, volverse más accesible, ir directo al corazón del asunto y salir airoso.


Si algo desconcierta en su último cine, es que encara misiones disparatadas con una sencillez que desarma. Sus personajes se permiten hablar de las cosas últimas en tono coloquial, en voz suave, mientras emprenden su viaje con una cartografía precaria. Una película como esta nos reclama entregarnos al poderío de la ficción con una confianza que saben tener los niños cuando escuchan cuentos. Breve historia del planeta verde es eso: un cuento que no nos pide destrezas especiales sino confianza para dejarnos ir porque a alguna parte vamos a llegar.

Todo esto está trabajado con los recursos del cine: Loza nos cuenta que con su habitual camarógrafo -y a veces co-autor- Eduardo Crespo convinieron que para seguir el viaje de los raros por los espacios que habitan o atraviesan había que dotar a la cámara de un movimiento flotante, como si fuera levitando apenas a unos centímetros del suelo. La luz tenue de los amaneceres y los atardeceres australes tiñe a la fábula de un clima de ensueño que facilita aceptar las continuas fracturas de la verosimilitud. Romper los alineamientos genéricos como un niño que juega, con su misma seriedad. La música de Diego Vainer funciona como el sostén continuo que nos lleva a flotar por parajes arcaicos con sonoridad futurista.


Loza no tiene que demostrar su inventiva fabuladora porque su prolífica dramaturgia, desplegada en soportes diversos, es ya bastante evidente. Lo que sus últimas películas lograron es depurar su elocuencia cinematográfica, la elegancia discreta de sus planos, la musicalidad de sus tonos, la rítmica de sus elipsis, la sugestión del fuera de campo, la síntesis de sus resoluciones visuales. Hace más de una década Loza era un dramaturgo que filmaba, hoy es un gran cineasta. 

La conversación que mantuvimos el domingo a altas horas la pueden escuchar clickeando acá. La música la puso Karina, la Princesita.

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