viernes, 6 de diciembre de 2019

La Argentina con permiso a la crueldad y el alegato de Cristina


por Lidia Ferrari

Impacta la defensa de Cristina. Impacta su fuerza frente a la potencia de los agravios y la impunidad de la justicia que la persigue. No podemos dejar de admirarla. Frente a la potencia abyecta de la persecución macrista con la intención de doblegarla, aniquilarla, ella redobla sus fuerzas. Siempre dijo Cristina que frente a los ataques ella se apoyaba en el pueblo. Cristina se sostiene en aquellos para los que ella es su sostén. La fuerza de Cristina es la de este pueblo tan golpeado pero también tan resistente a los golpes.

Escuchándola en su defensa, escuchamos la crueldad con que se permiten actuar estos sicarios del Poder. Ella recordó que nadie había pensado en que la impunidad de Videla y compañía tendría un final. Los que ajustician la justicia desconociendo el estado de derecho podrían calcular el fin de su impunidad. Pero no es una advertencia. Es una premisa que se desprende de la conciencia de la historia argentina. No sólo apela a un hipotético relato histórico futuro. Evoca la historia inédita de Argentina, donde se enjuiciaron y condenaron los protagonistas del terrorismo de estado. Los argentinos sabemos fabricar monstruos pero también sabemos darles su condena.

Pero duele que se repita una y otra vez esa crueldad de los que actúan con impunidad, como si nunca ella encontrara su límite. Cristina recuperó en su magnífica declaración el estado de derecho. Siendo víctima de una implacable persecución política y mediática nunca se victimizó. Eso la hace admirable modelo para las mujeres.

Al escuchar su valiente, ilustrado y casi desesperado alegato dirigido a quienes se mofan y corrompen toda verdad y toda justicia, además del agradecimiento eterno de contar con alguien de su estatura, surge, espontánea, una pena por nosotros, los argentinos. El dolor de tener que revivir periódicamente estos infaustos momentos donde estos seres, siempre los mismos, ávidos de saquear nuestras riquezas, se imponen desde toda su crueldad y su cinismo.


Los gobiernos neoliberales y saqueadores no nos dejan en paz cuando no la dejan en paz a ella. Dijo en 2015 que no vendrían por ella sino por nosotros. Sabemos que cuando vienen por ella vienen por nosotros. Como sabemos que la fuerza de ella es nuestra, en esa urdimbre entre líder y pueblo, le agradecemos tanto su coraje y su coherencia.

Necesitamos esa fuerza porque intentan horadar en nosotros los deseos de levantar cabeza como país. En ese sentido, la “mesa judicial” macrista y la dictadura de los ’70 muestran que en Argentina hay un permiso de crueldad que se dirige siempre hacia los mismos, a cualquier proyecto emancipatorio que en nuestra patria tiene un nombre, ella lo dijo, y se llama peronismo.

La encarnizada e implacable persecución a un líder político como Cristina es crueldad que se ejerce sobre todo el pueblo argentino. No es sin consecuencias tanta crueldad sobre el tejido social. La misma crueldad, la de la persecución política a grandes líderes como San Martín, Rosas, Perón, es la que sufre Cristina.

Aquellos que creen que el hostigamiento y el agravio se lo hacen a ella no advierten las crueles marcas que nos deja esa violencia jurídica en acción. Los jueces, fiscales, los operadores judiciales y mediáticos, lastiman nuestra trama como sociedad. Nos hieren y, a pesar de que podamos repararnos con gobiernos como el que se inicia ahora, esas heridas dejarán sus marcas. Porque una sociedad que se permite tal nivel de crueldad no deja de lastimarse a sí misma.


Postdata del editor:

Por tercera vez en seis meses Cristina produce una intervención política destinada a provocar un cimbronazo que altera las relaciones de fuerzas que medio año atrás parecían inamovibles. Primero fue la sorpresiva edición del libro Sinceramente, convertido de inmediato en un fenómeno editorial sin precedentes. Pocos días antes de su aparición, ninguna de las usinas mediáticas o los  servicios de información con terminales en el régimen gobernante pudieron preverlo. Su publicación fue sorpresiva, pero más sorpresivo todavía fue el efecto político que produjo. Durante días solo se habló del libro y rápidamente quedó claro que iba a servir como plataforma para una rápida consolidación de su centralidad política. Hasta ese momento todos habían estado especulando entre el piso y el techo electoral que una fórmula encabezada por ella podría tener y cómo su presencia neutralizaría primero a cualquier fórmula opositora, para luego terminar derrotada en un escenario de polarización con el oficialismo, Meses enteros con la misma especulación. Cristina cambió el escenario con un recurso impensado: un libro. 

Pero Sinceramente era apenas el primero de tres movimientos. Días después, un sábado de mayo a la mañana, el país se iba a despertar shockeado por el lanzamiento por las redes sociales de un mensaje en el que Cristina proponía una fórmula que nadie imaginó: Alberto presidente y ella como vice. Si el libro conmovió a la base popular, el video produjo un efecto sísmico pero paradójicamente articulador de la dirigencia peronista, que en horas fue alineándose detrás de la fórmula. 

El resultado de estas dos movidas pudo medirse en las PASO de agosto. La rotunda ventaja que le sacó el Frente de Todos a Juntos para el Cambio tampoco fue medida previamente por ninguna encuesta. El efecto de shock esta vez fue para el propio macrismo, que  vio cómo se astillaba en pocas horas su diseño electoral. De ahí a octubre fue una carrera desesperada para acortar la diferencia. Tardía. El macrismo agotó todos sus recursos para estirarse hasta el 40%, pero ese fue su techo no traspasable.

El establishment local y trasnacional siguió maniobrando para desgastar a la fórmula ganadora. La región entró en una convulsión generalizada, desde Chile hasta Ecuador. El dispositivo imperial hasta ahí se llamaba lawfare y había dejado fuera de carrera a Lula en Brasil, encaramando a un esperpento fascista como Bolsonaro. El macrismo intentó una bolsonarización muy difícil de asimilarse en una sociedad compleja como la argentina. Chile y Colombia, los dos bastiones del neoliberalismo consolidados en Sudamérica se sacudieron por rebeliones populares sin dirección política, mientras en Argentina la derrota neoliberal se dio por la vía institucional. En Bolivia, la reacción apeló a un recurso más primitivo: un brutal golpe de estado que desató una cacería racista de final incierto.


Este lunes, cuando Cristina tenía que presentarse por primera vez a una indagatoria en un juicio oral que reproduce todos los rasgos del lawfare, ella produjo el tercer sacudón. Usó la fuerza del enemigo a su favor. Solicitó que su declaración fuera televisada y previsiblemente el poder judicial en modo lawfare se lo negó. Pronunció durante tres horas y media un discurso de potencia apabullante, que desquició el mecanismo con que en Brasil se había encarcelado a Lula. Si el tribunal con su negativa quería disminuir el impacto de la voz de Cristina, el efecto fue totalmente contrario. Pocas horas después, las tres horas estaban colgadas en varios canales de youtube. Sin haberse trasmitido en vivo completo por ningún medio tradicional, en youtube ya se acerca al millón de reproducciones. Es fácil anticipar que este discurso se va a volver un hito histórico del que difícilmente los jueces serviles salgan indemnes. El recurso de eficacia aplastante de Cristina fue hablar con la verdad: decirle a los jueces y al fiscal, y a través de ellos a toda la sociedad, todas las palabras que la política convencional se calla.

La reacción de la derecha fue tardía e impotente para frenar el shock que el discurso produjo. No recuerdo otro episodio judicial que haya logrado un efecto así en toda la historia argentina. Algunas agrupaciones de magistrados y abogados alzaron sus voces quejosas alegando que ella había lesionado la investidura del tribunal y transgredido las normas judiciales. El discurso mediático fue previsible e ineficaz: le criticaron su tono intempestivo y quisieron simular que el impacto emotivo de la defensa le restaba sustancia jurídica. Pero en sus tres horas y media Cristina expuso implacablemente la perversidad sistemática del lawfare y lo hizo en acto, en el propio elemento judicial en el que hasta ahora el régimen había elegido moverse. La cara de los jueces en el momento en que Cristina decide dar por terminada su intervención dejó a la vista de todos su estupor ante el huracán que ella había desatado en terreno adverso.

Pero la intervención no fue un exabrupto. Las fotos de los días siguientes, Cristina arreglando los detalles del traspaso con la vicepresidenta saliente y ella otra vez reunida con el megabloque de senadores con todos los sectores del peronismo, como quizás nunca se habían juntado en muchas décadas, esas dos fotos muestran que Cristina sigue manejando los tiempos y eligiendo los escenarios de su despliegue político.


Un libro, un video distribuido por twitter y una declaración judicial son los tres eventos totalmente inhabituales en los que ella se afirmó en el centro de la política argentina, a una distancia infinita del resto. Basta con comparar la potencia de esas tres horas y media con el desvaído y contrahecho video que ayer el saliente mostró en cadena nacional. La diferencia es abrumadora.

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