sábado, 27 de marzo de 2021

Federales y unitarios en el cine argentino


por Gustavo Postiglione

La memoria, la verdad y la justicia.  El cine nuevamente como plataforma de ideas viejas que aparecen como novedosas. Un nuevo cine militante y conservador ha nacido que reivindica a los unitarios. Habrá que darle batalla, como en la historia, la reciente y la de siempre.

Hace unos días, luego de ver Concierto para la Batalla de El Tala, de Mariano Yinás, comenté un  post de Twitter donde decían que la película era fordiana, en relación a John Ford. Escribí irónicamente que si en el algo se parecían eran que ambos son conservadores y de derecha y que, si Ford mató más indios que Custer en sus películas, era de esperar que Yinás haga lo propio con los caudillos federales, tal cual lo hizo Mitre, su mentor ideológico. Yinás, o a través de la cuenta del Pampero, su productora, me escribe que me vaya a la concha de mi madre a decirle conservador y de derecha, agregando “pelotudo”. Mi respuesta fue una manito con una V de la victoria peronista. Yinás lejos de sus diatribas intelectuales respondió con su ego y en eso ya perdió el primer round. Se sabe que el que se enoja pierde. A partir de ahí me dediqué a pensar un poco más su película y la de la troupe que lo acompaña. Pero vamos por partes ya que esto no comienza aquí.

Cuando pienso en el cine, también pienso en las ideas que rodean al cine. En el año 2004 edité un libro que se llamó Cine Instantáneo, donde reflexioné sobre mi experiencia como realizador pero también sobre la realidad del cine argentino de ese momento. Escribí: “En los noventa comenzó una búsqueda en el cine que probablemente tenga sus lazos más cercanos con películas y realizadores de los 60, década muy compleja, en donde convivieron experiencias distintas y por momentos encontradas (Torre Nilsson, Antín, Solanas, Birri, Favio). Hoy sucede lo mismo, con una diferencia: falta el debate estético-ideológico. En los sesenta, como en parte de los setenta, se seguían líneas de pensamiento que abarcaban desde el aspecto político-filosófico hasta el estético. Lamentablemente el cine argentino de hoy carece de un debate que sería enriquecedor para la reconstrucción de un cine que comienza a juntar sus pedazos. Un debate que quizás se dé en el campo de la crítica pero que nos deja afuera a los realizadores.” Pasaron 17 años de la publicación del libro y hoy puedo decir que se ven con más claridad los aspectos políticos de los distintos sectores que formaron parte de ese cine de renovación.

Leo que un director presenta en el BAFICI una película que es la primera parte de una saga sobre los mártires unitarios de nuestra historia: Concierto para la Batalla de El Tala. Gracias al streaming del festival puedo ver ese film (o como se lo quiera llamar) y, más allá de sus virtudes y/o defectos, es un objeto pensado para sostener desde el arte cinematográfico un pensamiento ideológico muy claro, por más que eso se ponga en duda en las mismas declaraciones del director. Es muy interesante esta operación, porque avanza en un terreno donde hay pocas propuestas de este tipo. Durante los cuatro años del gobierno conservador-devastador de Mauricio Macri el arco artístico intelectual que lo sostuvo fue bastante pobre, tirando a patético, con Campanella, Brandoni, Betty Sardo y Casero como los principales referentes. Así y todo no hubo obra que lo justificara desde la creación artística. Faltó la novela o la película macrista. Sin embargo creo que hoy tomaron nota y comprendieron que la cultura y el arte son factores fundamentales para hacer y gestionar la política. El peronismo, y en menor medida la izquierda, siempre han tenido grandes cuadros intelectuales y artistas que podían y pueden argumentar con mucha firmeza las ideas del campo popular y la defensa de las causas nacionales. Parte (digo parte y no la totalidad) del nuevo cine argentino y de la nueva crítica han constituido un espacio que tiende a ser la referencia artística e intelectual de los sectores más conservadores, pero al estar vestidos de modernidad son mucho más digeribles que la pobreza discursiva de Alfredo Casero, Juan Campanella o el mismo Brandoni, que parece patinar cada vez que habla. Al ver la película de la batalla del Tala y al leer el libro Diario de la Grieta de Juan Villegas, me doy cuenta de que, de manera orgánica o por sincronismo casual, surgen miradas sobre la realidad (vistas desde el pasado hacia el presente) que pretenden situarse en un lugar un tanto equidistante del conflicto histórico argentino, pero que en definitiva están parados en una vereda muy concreta. Esto es muy alentador, porque se animan a salir a la cancha de manera franca y sincera. Hablar de los mártires unitarios o que un artista -que uno lo supone progresista- diga públicamente que vota a la derecha, es algo que no era moneda corriente en este país. 

Concierto para la batalla de El Tala es una película que podría ser un programa de televisión de Encuentro desde su criterio estético y narrativo, pero con una ideología contraria al canal estatal. Hay algunos momentos para destacar en este film, uno es cuando se utiliza el término "ciudadanos" al hablar de los habitantes del país, en contraposición al concepto de “gente” al que muchos políticos recurren hoy en día -como bien asevera la película. Pero creo que hablar de ciudadanos no es en contraposición a “gente”, sino en oposición a "pueblo". El término "pueblo" es algo casi propio del peronismo. Es un concepto que difícilmente pueda salir de la boca de un conservador liberal, ya que le tienen fobia a esa palabra tanto como al peronismo. Para ellos, pueblo tiene que ver con esa muletilla de calificar de populismo a los gobiernos peronistas para denostarlos. Hablar de pueblo también sugiere una reflexión mucho más profunda, que significaría meterse en categorías sociológicas que están por encima de una visión superficial del hecho histórico. Otro momento de la película en el que me detengo es cuando el equipo técnico canta unos versos a favor de Lamadrid, el protagonista derrotado en la batalla. La canción repite varias veces la palabra “tiranos”, en clara alusión a Facundo Quiroga o cualquiera que se le parezca. Podríamos decir que el tirano es el caudillo oscuro, provinciano, bruto, salvaje y, por ende, peronista. La estigmatización del caudillo federal o de lo que representa para los sectores del poder económico y oligárquico fue definida claramente por Sarmiento en su brillante Facundo y Esteban Echeverría en El Matadero, relato que tuvo su continuación en el siglo XX (no casualmente) con Borges y Bioy, cuando lo re escriben como "La fiesta del monstruo", Lamadrid, en clave antiperonista. Civilización y barbarie algo que define estéticamente al equipo técnico que aparece en el film: el director está en camisa y corbata, como el jefe o gerente de la empresa (camisa blanca y corbata marrón). El resto del equipo en remeras, la mayoría oscuras, como los obreros uniformados de manera que ninguno resalte por encima del gerente y mantengan su anonimato. ¿Quién dirige hoy una película en camisa y corbata? Entiendo que todo en el film es una decisión consciente, y aparecer con ese atuendo ante cámara está pensado desde un criterio ideológico que establece su condición de clase.

No es casual que Beatriz Sardo haya sido una de la invitadas de lujo al estreno de este film, ella bien podría ser la madrina ideológica de la película; su marido, el director Filipetti, es uno de los maestros de Yinás, Villegas y unos cuantos más. Filipetti filmó una película llamada Secuestro y Muerte, sobre el secuestro y fusilamiento de Aramburu por parte de los Montoneros, guión co-escrito junto a Sardo y Yinás. Escritura de la que podría haber participado Isaac Rojas, pero murió unos cuantos años antes. Hay una conexión entre Secuestro y MuerteConcierto para la batalla de El Tala. Son películas militantes de carácter conservador, fundamentalmente anti peronistas, algunos dirían gorilas, pero prefiero no usar ese término. También son películas lights. Porque en definitiva lo que hacen es una operación de crítica al peronismo actual (o kirchnerismo) pero, al trabajar con materiales de la Historia pasada, evitan confrontar directamente con el presente y lo hacen de manera elíptica. Diferente es el caso de Juan Villegas y su Diario de la Grieta, donde desnuda a partir de anécdotas personales sus miedos a mencionar su elección política en sociedad. Su libro termina siendo un claro y sincero manifiesto anti kirchnerista de un director de cine que por momentos parece dudar de sus propias ideas. Es una persona que yo no hubiera imaginado peronista pero tampoco como un votante de la derecha. Si bien no comparto la mirada ni el pensamiento de Viilegas, me parece que es una persona con la que se podría dialogar y hasta debatir, cosa que no haría con Yinás ni Filipetti, aunque tampoco creo que a ellos les interese debatir conmigo. Hay debates que son estériles, más aún cuando las posiciones ideológicas son tan distantes. 

Es interesante la unanimidad crítica hacia Concierto para la batalla de El Tala, inclusive de aquellos periodistas que uno supone no comulgan con las ideas conservadoras. El autor de la película ha logrado con legitimidad y talento seducir con su cine pero también embaucar con su ideología, al mejor estilo Carlos Saúl. Esto tampoco es casual, esa generación de egresados de la Universidad del Cine cursó sus estudios durante el menemismo, que fue el momento de mayor éxito de esa casa de altos estudios, dirigida por un radical que fue director del Instituto Nacional de Cine e hizo grandes negocios en el menemato vendiendo su educación privada por todo el mundo y con buen marketing. Formarse en la década de la pizza y el champán, en medio de la desideologización de una sociedad, tiene sus costos y podemos ver sus resultados. Algún crítico destaca la provocación que significa defender a los unitarios en un país que se ha conformado a partir de la victoria federal. Craso error, Argentina en lo discursivo puede decirse federal, pero desde su constitución como Nación fue unitaria. La traición de Urquiza a los federales en Pavón entregándole el país a Mitre definió el país unitario, ese que dice ha perdido sus batallas militares pero ha ganado todas las políticas. Las provincias siempre estuvieron relegadas a las decisiones macrocefálicas de la ciudad de Buenos Aires y todavía lo están. Y, si algunos piensan que es una provocación defender a los unitarios, es porque no leyeron nunca La Nación, que desde el siglo XIX defiende esos intereses. Es raro que los análisis de la película tomen de manera superficial los aspectos ideológicos y se centren en las cuestiones formales y narrativas. Al ser un film militante, se espera que haya una profundidad conceptual al analizarla. La película desliza (¿ingenuamente?) que los políticos y caudillos de aquel momento eran más íntegros y más nobles que los de la actualidad. Supongo que no hay una carencia de lectura o de formación política por parte del guionista y se trata de otra decisión (¿militante?) para sostener sus ideas. Con solo nombrar algunos referentes de la política del 1800, nos encontramos con hechos y situaciones que hoy escandalizarían a más de un republicano. Podemos mencionar a varios presidentes con muchas más manchas que integridad, Rivadavia, Urquiza, Mitre, los grandes nombres que también fueron grandes corruptos.

En el año 2007 se estrena El Hombre Robado, de Matías Piñeiro, director con muy buen handicap crítico desde -este- su primer film hasta la actualidad. Casualmente, Yinás escribe en el momento de ese estreno: “El hombre robado viene a poner fin a una tradición. Hasta ahora, la vieja causa unitaria no conocía en la literatura más que la muerte y la derrota. Sus epopeyas eran invariablemente trágicas: El unitario de Echeverría era degollado en un obsceno festín de gritos y de barro. Belgrano, en Amalia, se desangraba enamorado y solitario en una quinta de Barracas. Dahlman, abandonado a su suerte, era apuñalado en el Sur". Más adelante Yinás termina con esta frase :“Matías Piñeiro decide poner fin a esta vasta genealogía de mártires, y le opone, apenas, a una serie de chicas enamoradas que recorren a la carrera las calles de la ciudad. 'He aquí la última generación de unitarios', parece decirnos. Una generación bravía, orgullosa, triunfal”.

Luego de leerlo escribí en mi blog el 6 de febrero de 2008 lo siguiente:

“Quien escribió esto es un personaje que ha dicho que su cine ocupa en el cine nacional lo que Sumo en el rock. En los reportajes que le han hecho siempre se ha demostrado ser un tipo inteligente, filoso y en cierta manera provocador. La provocación siempre es bienvenida en cualquier manifestación artística. La provocación en el arte siempre tiende a romper con los esquemas, a proponernos la alteración de lo establecido, es una actitud por lo general vinculada a las vanguardias. Me atrevería decir (aunque a algunos el término les parezca demodé) que la provocación es una actitud de izquierda, en el mejor de los sentidos. Está claro que Sumo fue transgresor y provocador. Pero cuando la provocación incluye comentarios de un tinte ideológico que concuerda con los sectores más reaccionarios de la Argentina ahí -creo- estamos hablando de otra cosa, de esconder bajo una aparente actitud transgresora la idea de darle una nueva cara al clásico conservadurismo argentino, o más precisamente porteño. Una derecha moderna, vinculada a los restos de lo que fue la socialdemocracia de los 80, que de una u otra manera han representado De la Rúa en su momento y Macri hoy, pero que se formaron y enriquecieron durante la década menemista. Pero ¿qué quiere decir con 'He aquí la última generación de unitarios. Una generación bravía, orgullosa, triunfal'? ¿A quién se refiere? ¿A los personajes de la película? ¿A los caudillos unitarios? ¿A él mismo como cineasta-productor-unitario? ¿Se puede estar orgulloso en este país de llevar la bandera de los unitarios? ¿Es esto provocador? 

Tiempos extraños, donde un director se enoja porque lo califican de conservador y de derecha cuando hace más de una década que dice defender los principios de un pasado conservador, tanto en ideas como en prácticas políticas. Ser conservador es justamente intentar mantener modelos e ideas que pretenden no evolucionar ni modificarse. Un artista que defienda de manera tan contundente un pasado primitivo sobre el presente (en términos políticos) es claro que tiene una actitud conservadora. Y el conservadurismo en este país siempre fue de derecha. Y la derecha nunca fue democrática. Quizás haya que regresar a una vieja discusión referida a la obra y la ideología de los artistas. Hace unos días hablaba con algunas personas sobre las actitudes policiales y buchonas de Piazzolla, que luego de haber participado de una cena con Videla en 1977, llegó a acusar de comunistas a los músicos jóvenes de su banda mientras los llevaba de gira a Europa financiado por la dictadura, en una campaña que el gobierno militar quiso hacer a nivel internacional para lavar su imagen. Y el macartismo de Astor no terminó ahí, ya que hasta puso en riesgo la vida de uno de sus músicos -pero eso es parte de otro debate. Lo que no se puede discutir es la genialidad de Piazzolla, su talento y lo que representa para la música nacional e internacional. Es uno de los pocos músicos de los que se puede decir que crearon algo nuevo. Pero también es cierto que ningún tango de Piazzolla habla de su ideología, ni de sus pensamientos delatores o de sus cabronadas. Su música está libre de su parte jodida y trasciende eso mismo. No voy a poner en el mismo lugar que Piazzolla a Yinás, Filipetti, Piñeiro o Villegas, pero hay una clara diferencia entre estos tipos y Piazzolla que no está relacionada con la calidad artística.  La diferencia es que estos directores, escritores, productores, trabajan su obra con el contenido de sus ideas de manera explícita. Es decir, yo puedo conocer las ideas de Piazzolla por sus actos y declaraciones públicas, pero no lo puedo saber al escuchar su música. Y puedo darme cuenta de las ideas políticas de Yinás o Filipetti viendo sus películas o, en el caso de Juan Villegas, leyendo su libro. Es decir, las obras hablan de la ideología política de los autores. En el caso de Yinás, esto se ve más claro en sus guiones para otros y en esta última (Concierto para la batalla...) y quizás no tanto en sus otras películas o serie (La Flor). Es importante que aclare que creo que Yinas es uno de los grandes directores de su generación, pero eso no quita que sus películas (y las de parte de su grupo) representen ese pensamiento arcaico liberal que se funda en una mirada porteña y de clase que ha desdeñado y despreciado históricamente al peronismo, convalidando -por acción u omisión- golpes de estado, gobiernos que destruyeron la economía del país y hasta generando una corriente negacionista que hoy discute la existencia de los muertos de la dictadura.  Estoy convencido de que hay que darle batalla a este pensamiento, pero desde el cine y no desde una bravuconada de Twitter, como la que me provocó escribir este texto. Y, más allá de que me haya mandado a la concha de mi madre o haberme dicho pelotudo, el terreno de la confrontación de las ideas será el propio cine. Las bravuconadas infantiles o los insultos los resolveremos en otros ámbitos, donde las ideas no importan demasiado.

Para terminar creo que Concierto para la batalla de El Tala es un objeto valioso que nos interpela a los que estamos en la vereda de enfrente para contraponerle, ya no desde lo discursivo o lo textual sino desde lo específicamente cinematográfico, nuevas obras que reflejen esa contracara. Dos países confluyen en Argentina y eso no hay manera de cerrarlo o clausurarlo. Esto supone relatos diferentes y contrapuestos, pero también estéticas y narrativas que abran nuevas puertas. Hoy el conservadurismo es parte (digo parte, no la totalidad) de la vanguardia cinematográfica, tanto desde la producción como desde algunos aspectos críticos. Es un espacio que hay que poblar con otras miradas y otras ideas, para que la confrontación sea un poco más pareja y que la Historia también se cuente desde la derrota real y no desde la ficticia.

2 comentarios:

  1. Le doy la bienvenida a este texto que Postiglione publicó antes en su facebook. Un interés que encuentro en él es que sea un cineasta quien lo firma: hay una norma invisible que hace que generalmente los cineastas hablen en voz baja (y mal) de las películas de sus colegas, con algunas excepciones.

    Dos o tres cosas: me complace que Postiglione recoja el guante político que Llinás arroja, porque es una estrategia típica de Llinás la de amagar con decir sin nombrar, para después evadir las consecuencias políticas que se extraen de su discurso. Llinás es gorila desde siempre, desde Balnearios, donde añoraba la distinción aristocrática que había perdido la costa marítima bonaerense desde que los sindicatos peronistas llenaron las playas de las clases populares de las que la película se burla. Llinás tira la piedra y esconde la mano. Habla de mártires unitarios y de gobernantes actuales pero se retrae cuando alguien detecta su obvio conservadurismo barnizado.

    Le gusta presentarse como transgresor pero ni eso es original. La derecha actual asumió una desfachatez retórica para mostrarse desobediente (Milei, Espert, el propio macri son también desobedientes, hacen en política algo muy parecido a lo que Llinás en el cine). La derecha desobedece cuando hay democracia. Pero las espadas de los unitarios que los carteles profusos de su audiovisual evocan con melancolía defendían los mismos intereses que preserva con agresividad hoy la Sociedad Rural. Igual que Sarlo, Llinás se molesta cuando se señala que está alineado con la Rural de siempre.

    Llinás simula añorar la vuelta de la hora de la espada y eso delata la neurótica amargura que caracteriza a sus películas. Es que a la derecha no le basta con apropiarse de la riqueza de los trabajadores: quiere embellecer su vulgar angurria con caligrafía retórica. No quiere solo vencer sino embellecer. Pero la característica más peculiar de las intervenciones anuales de Llinás es su endogamia: su cine se proyecta para un bafici larretizado y se las arregla para que cada otoño una pequeña burbuja tribal le dedique tiempo a su falsa desobediencia, yo mismo alimento la trampa al escribir este comentario. Quizá ese mínimo resarcimiento narcisista es todo lo que Llinás necesita, porque no lo voy a ver nunca empuñando la espada para degollar caudillos federales: la tarea sucia siempre la hacen otros. En este caso, la feroz policía porteña empuña el arma que llinás añora. Lo de él es puro chamuyo, básicamente cobarde. Su alardeo compadrito no asume riesgo alguno, el peligro está hoy en otros lados: no es cine político como La hora de los hornos y menos Juan Moreira, que requerían un coraje civil y artístico auténtico. No va a tener que exiliarse como Sarmiento ni hacerse pasar por muerto como Lamadrid, porque su cine es el que no está vivo. No va a ser secuestrado y asesinado como Raimundo Gleyzer, Pablo Szir o Enrique Juárez, lo que pone su desobediencia gestual en su lugar preciso: es solo retórica. Esa inocuidad es lo que define su política. No va a librar ninguna batalla salvo la de hacerse notar en su espacio anual en el bafici. Y logra que durante diez días se discuta sobre sus extravagancias más que sobre cine. Porque no hay mucho cine del que hablar después de perder una hora con su concierto con notas al pie.

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  2. La trampa en que volvemos a caer, unos pocos, no vayamos a creer que este debate atraviesa el territorio como lo hacía la guerra civil del siglo xix, es ir a ver su producto para conversar un rato sobre sus ademanes. El declinante bafici y Llinás se necesitan mutuamente, para simular que pasa algo en el cine porteño: es una pirotecnia que se hace pasar por fuego de artillería. En eso, el cine de Llinás se parece a los canteros de Larreta.

    Postiglione es generoso: la película no vale un pepino, a los 6 minutos está todo dicho y a partir de ahí hay que esperar una hora para devenir largometraje sin que nada se altere, después de advertir que se trata de filmar sin gracia, sin auténtico interés cinematográfico por la ejecución musical, con verborragia y carteles que no establecen ningún contrapunto con el eje musical, sin tensión formal, con recursos mal y tardíamente aprendidos de Godard, porque para generar la tensión que logra Godard con imagenes, textos, música, ruidos y voces primero hay que habitar una inquietud que Godard conoce y Llinás no. El recurso de los carteles con moraleja y los músicos que tocan todavía le puede parecer novedoso a un crítico tardo, pero lo máximo que logra es tener ganas de volver a ver Prenom Carmen.

    Ultima acotación: no hay tal unanimidad como la que Postiglione señala. Por lo menos hay algunos interesantes textos que rompen esa presunta unanimidad: de Tomás Guarnaccia en https://lasveredascine.wordpress.com/, de Prividera en http://www.conlosojosabiertos.com/concierto-para-la-batalla-de-el-tala/ y de Miguel Peirotti en https://www.asalallena.com.ar/festivales-all/22-bafici-concierto-la-batalla-tala-miguel-peirotti/, textos que anuncian que después de más de una década de ademanes desobedientes a Llinás ya le sacaron la ficha.

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