Ahora que el barullo sobre la encuesta de las 100 mejores (o las 10 preferidas) cesó y Argentina ganó unos días de sobrevida en Qatar, me gustaría volver sobre una cuestión referida a los electores y no ya al diseño de la encuesta.
En el Top 10 abundan películas de enorme ambición formal y temática, algo notable si se considera el desempeño habitual de la mayoría de los que votaron. La ciénaga, todo Favio, La hora de los hornos, Juan, como si nada hubiera sucedido, Tiempo de revancha o Invasión son películas de ambición desmesurada y hoy infrecuente. Así se explica la preponderancia de Martel y Favio en la encuesta, dos de los autores más ambiciosos en sus propósitos estéticos que el cine argentino haya tenido jamás. Desde sus inicios y sin avisar desplegaron universos que hoy se reconocen grandiosos. Será por eso que esas películas son inolvidables hasta en su detalles. Dos autores que se animaron, que nunca se escondieron atrás de los propósitos modestos. No hablo de un carácter de sus personalidades sino de algo que deja huella en cada uno de sus planos. En la citada encuesta, Favio y Martel son claramente los dos cineastas señalados desde los '60 hasta hoy: sumados los votos que ellos obtuvieron el resto queda a una distancia insalvable.
La ciénaga al tope de las preferencias le saca una considerable distancia a la que viene segunda, la notable e igualmente ambiciosa Invasión. El lugar que ocupan en el ranking no puede traducirse linealmente según la progresión de peor a mejor, por ende esto no significa que La ciénaga es mejor que Invasión, pero sí que gravita más en las cabezas del mundillo. Difícil decir cuál es mejor cuando hablamos de películas perfectas en sus propios parámetros. En la ópera prima de Martel, forma y sustancia Martel aparecen ya consumadas, no como el resultado de una serie de ensayos y errores, sino inicio de un programa estético-político que a la vez es su zenith. Si hubo ensayos previos, no los conocemos. Martel salió al mundo con la película modélica. Logró la forma para filmar el espacio íntimo de una burguesía pueblerina venida a menos. La película resuelve en cada plano cómo se filma ese espacio de entropía -la ciénaga-, con una concepción del ambiente sonoro que potencia el espacio de la escena como antes ninguna película argentina había intentado, lo marteliano. La ciénaga es un tajo en la historia del cine argentino aunque su sinopsis diga poco o nada. La montaña de votos recibidos muestra que cineastas, críticos docentes y divulgadores encuestados, el mundillo, reconoce ese inicio grandioso.
Lo mismo y más aún puede puede decirse de la suma de votos acumulados por las diversas obras de Leonardo Favio: 555. Si Favio no encabeza la encuesta, la explicación es simple: la cantidad de sus obras maestras se repartieron los votos. La encuesta, diseñada más o menos, muestra igual que el ángel de Favio sobrevuela en las mentes de casi todos los que en Argentina se dedican al cine en sus diversas facetas. Su ambición no parece de la galaxia que lo vota. En Este es el romance del Aniceto y la Francisca... muestra que posar su mirada sobre personajes y ambientes humildes no lo llevó nunca a achicarse. Aniceto, Francisca y Lucía son criaturas humildes, su fábula casi se resume en el extenso título. Claramente se pregunta cómo filmar el espacio pueblerino en el que estas vidas humildes habitan, pero a Favio no se le ocurría declarar a los periodistas este problema suyo como excusa para justificar un resultado pequeño. Se advierte en cada uno de sus planos, desde el primero, con la llegada del micro al pueblo. Con el raro y extenso plano que muestra la llegada del micro a la terminal y el ambiente provinciano que lo acoge, incluido el balbuceo mental del Aniceto para acercarse a la Francisca, que solo oye el espectador, Favio está creando una forma inaudita. No haría falta la fundación de una Cinemateca Argentina para advertir que esa concepción del cine es excepcional. Esto se repite todo el tiempo, en el rancho donde la pareja vive, en el larguísimo intervalo del baile en el club en que la mirada aguarda el fin de una canción y el principio de la otra, las parejas animándose a poblar la pista, de la cumbia al tango, o en el descampado en el que Francisca, Aniceto y Lucía se turnan para llenar los baldes de agua: ahí aparece una indagación sobre el mundo, incluso una organización económica, a través de lo que el cine puede mostrar y sustraer sin que Favio lo declare: no denuncia, no representa un mundo, lo presenta. Favio no cesa de ofrendar un milagro tras otro. ¿Quién puede olvidarse de esas sorprendentes opciones estéticas?
Echeverría en Juan... pone en un mismo plano durante varios minutos al represor y al joven investigador, el represor acosado por las preguntas que había que hacer en el momento de mayor peligro, el instante más duro de la historia argentina filmado en tiempo real y en plano secuencia. Los dos juntos, como el león y el domador, como quería Bazin. En su momento la película pareció pasar desapercibida, pero después de 35 años finalmente los votantes de la encuesta la valoran como lo que es: la que no pueden olvidarse de poner.
Podría seguir con cada una de ese podio (Invasión, Tiempo de revancha...) hasta toparme con Silvia Prieto, donde aparece otra cosa. Lo llamativo es que quienes sostienen hoy la agenda creativa y crítica del cine argentino actual reconocen en ese top 10 una fila ineludible. Aparto el asunto Cinemateca Ya, sobre el que tanto se ha pontificado y me centro en los títulos elegidos: en ese top 10 (con su debida excepción) se reconoce un impulso artístico al que en la práctica cinematográfica presente se esquiva, como si la invención de formas de Favio o Martel o los gestos de Solanas o Echeverría fueran de una zona vedada e inconquistable, el impulso pretérito de una edad heroica, mientras los habitantes de la era chiquita manipulamos nuestra agendita de tímidas epifanías escondidas entre una modestia jactanciosa. La era Hong, donde se puede filmar setenta veces siete lo mismo y todos van a conmoverse ante el plano de un gato que se cruza.
Situación actual
Época en que cineasta y críticx platican afablemente sobre la insignificancia. Cineasta dice que investiga cómo filmar ese espacio de las treinta cuadras que recorre a diario, aunque en la película no queden huellas de pregunta alguna. Críticx eulogia la epifanía del pajarito que va de rama en rama. El valor agregado de esta artesanía parece ser que los planos fijos luzcan tan desangelados como se pueda y en los cortes no se abra ningún abismo .Porque se ha asumido que la grandeza es una cosa de antaño, lo que ellos mismos votaron en la encuesta.
Ahí se cuela Silvia Prieto, solitaria representante de la era de la insignificancia que aún rige. Rejtman también podría decir que investiga el espacio de una ciudad donde se cruzan, etc., o decir que su película es sobre nada, porque eso es un lenguaje que a todos hoy nos conviene para construir un lugar en este mundo. Silvia Prieto recoge los votos que perdieron todos sus epígonos, al fin y al cabo es la ventaja de los pioneros. El chiste del mingitorio de Duchamp funciona una vez, dos veces, no tres décadas. Lo que llama la atención del top 10 donde se concentran los consensos fuertes es que el reconocimiento de esa lejanía de las preferidas, que se establece como techo inalcanzable, es una renuncia a acercárseles. Con las debidas excepciones: hay hoy artistas ambiciosos sobre los que suelo escribir en el blog, cineastas que jamás se excusan en el chamuyo, pero se los empuja a los márgenes.
(continuará)