A sus 76 años sería ingenuo esperar algo distinto de Spielberg y The Fabelmans no lo es.
Es notable que a esta altura de su vida siga incapacitado de salir del punto de vista pueril, pero su genealogía cinéfila no da un solo paso más allá del infantilismo que almibaró toda su obra, con la probable excepción de Duel.
Alguna crítica ya le otorga el lugar de clásico, como si la antigüedad gremial contribuyera a clasicizar a un autor. Para hacerlo, hay que olvidar que SS es junto con George Lucas el restaurador tardío de una inocencia falsa que Hollywood impuso en el neoconservadurismo de mediados de los 70.
El otro autor al que se adjudica una persistencia en el clasicismo cinematográfico es Clint Eastwood, una personalidad totalmente diferente de la de SS, puesto que reportan a las dos facciones contrapuestas del proyecto imperial: la globalista (SS) y la reacción libertaria (CE). El cine de Spielberg siempre fue ñoño y el de Eastwood senil con frecuencia también lo es; pero como exponente de la derecha trumpista Eastwood conserva un componente oscuro que hace su obra más sinuosa y compleja, a medida que ha ido modelando su ícono en las diversas coyunturas.
Spielberg es lineal en su puerilidad. Desde lejos no se ve: la crítica local les confiere a ambos la cualidad de "últimos clásicos". Pero Eastwood era renuente al dispositivo tecnológico que pusieron en marcha Lucas y Spielberg a mediados de los 70 y esa fue su marca distintiva desde la reacción contra el nuevo Hollywood, abortado durante el período 1974/77 (años en los que se filmaron El Padrino II, Taxi Driver, Star Wars, Encuentros cercanos del tercer tipo y Magnum Force, emblemas del cine que ya no sería posible en el mainstream hollywoodense unas, tanto como del paradigma que iba a terminar desalojándolas). Estas películas, algo más que obras autónomas, son manifiestos estético-políticos en pugna. Spielberg-Lucas y Eastwood prevalecieron, mientras la visión crítica del americanismo, el amague modernista que se intentó en la primera mitad de los 70 fue siendo desplazada hasta la imposibilidad.
Hoy el modelo que pusieron en marcha SS/GL se inflamó hasta cubrirlo casi todo, mientras Eastwood se preocupó por estetizar la reacción ultra bajo una pátina de pseudo clasicismo elegante. Spielberg no pudo seguir el ritmo frenético de la tecnoligización, que encontró agentes más rentables, y se replegó en su pseudoclasicismo ñoño. Hoy cierta crítica se lamenta porque SS encuentra dificultades para exhibir sus extraños anacronismos ante el predominio irrestricto de Avatar, Marvel y DC.
Olvidan que fue él precisamente uno de los cerebros que sentaron las condiciones de distorsión anabólica que impera en Hollywood. Si es víctima de un sistema de marketing y cálculo empresarial como rector de decisiones estéticas, SS termina siendo una especie de Monsieur Guillotin, el decapitado por el artefacto que inventó.
The Fabelmans revindica el modelo de cine en el que Spielberg dice haberse formado. Tanto él como Eastwood están preocupados por manifestar en sus películas la dignidad de tradiciones que construyeron con cálculo. Cada película que estrenan dice algo así como "el cine debería ser esto, pero ya no es posible y yo soy el último de una especie que desaparece".
El modelo lacrimoso y presuntamente inocente que propone SS en The Fabelman está más cerca de Splendor o Cinema Paradiso que del descalabro desbordado de Tarantino o el laberinto onírico de la(s) Histoire(s) godardianas, para nombrar dos autores contemporáneos que en cada película se preguntan por el destino del cine.
Notable. SS no pudo salir nunca, ni a los 76 años, de la mirada pueril del cine. No tiene el menor derecho de sentirse víctima del monstruo que ayudó a crear.
Comparto tus reflexiones sobre la película, Oscar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Fernando. Abrazo
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