La película de Todd Field se instala en el debate actual sobre los abusos y la "cancel culture", pero lo hace desafiando los lugares comunes.
Los presuntos abusos de los que se acusa a la directora de orquesta Lydia Tár -personaje enteramente ficticio encarnado por Cate Blanchett- se parecen bastante a las formas de trasmisión y seducción de los grandes maestros en cualquier materia. Absorbentes, fascinantes, crueles, elocuentes, magnéticos, despiadados. Pero en la cancel culture todo es delito. ¿Quién no tuvo maestros fascinantes y despóticos? ¿Cuántas veces esa fascinación se vuelve un arma de doble filo, te abre un mundo y te hace caer a un abismo? La astucia del director Tod Field consiste en esquivar los caminos de la conversación convencional y las frases hechas para deslizarse por estas zonas resbalosas. Su ventaja es contar con la extraordinaria Cate Blanchett.
El magnetismo, la fascinación, el vértigo y el rapto perturbador -también la confusión que provoca en algunos críticos la película- no son una mera demostración del virtuosismo de una de las mejores actrices del mundo. Blanchett/Tár aparece poseída por el espíritu de la música. Más que una directora de orquesta -un "maestro" como la llaman-, es una pitonisa cuyo cuerpo se ve atravesado por el misterio arcaico de un Dios Desconocido. La aceleración y detención del tempo, los acentos, los suspiros y los quiebres de los fortísimos y los pianísimos orquestales parecen emanaciones de sus movimientos corporales. Así de asombroso es lo que Blanchett y Field logran. La pregunta "¿Se debe separar la obra de la persona?" queda reducida a la banalidad cuando ella se deja conducir por la "intención" de Mahler, Elgar o Bach. Asimismo el extenso plano secuencia en el que debate con un alumno acerca del "misógino" Johan Sebastian Bach no es un simple tour de force. Se trata de una escena clave para lo que vendrá: vemos a Nydia Tár en su mutación de mujer a pitonisa, sus subidas y bajadas del escenario, pensando en voz alta o sonriendo astuta mientras escucha los argumentos expuestos por su alumno Max, él autopercibido pangénero, Black, Indigenous y People of Color (BIPOC). Los silencios pensativos de ella, sus preguntas, irónicas o filosas hasta lo hiriente, la delicadeza casi infantil con la que se pone a tocar El Clave Bien Temperado, su brsuco histrionismo alla Glen Gould, el rodeo con que va deconstruyendo la defensa estereotipada de Max, todo ese proceso se expone en su integridad, sin montaje, sin elipsis espacio-temporales. Ese plano es una forma radical e inevitable del realismo baziniano. En sus ascensos, descensos, detenciones y desplazamientos lo que aparece es la imposibilidad de la escisión del cuerpo de Tár/Blanchett de la música. No es en vano que hacia el final, algunos tramos fragmentarios de ese despliegue aparezcan desde el registro tramposo del celular para hacerle decir otra cosa, más acorde con la infamia de la persecución cancelatoria. Ese contraste entre el plano secuencia inicial y el fake propagado desde un celular habla del cine tanto como del cuerpo atravesado por la música.
La falta de previsibilidad en el rumbo y hasta en el tono de Tár hizo que muchos críticos se sintieran "confusos". Con Spielberg no se confunden porque hace décadas les garantiza lo mismo y no tienen que ponerse a pensar. Lydia es una mujer que cuando hace música pone en juego un erotismo demoníaco y no es difícil enamorarse de ella ni que la posesión de su secreto le sirva para enamorar a otres. En la era de la cancel culture la invocación de estas potencias es arriesgada y provocativa. Que ese embrujo sea ejercido por una hermosa directora de orquesta lesbiana y no por un desagradable macho acosador complejiza las categorías del juicio profano. Ese desliz es lo que más molesta y confunde a quienes buscan normalizar los mecanismos de cancelación.
Donde estos críticos y jueces ven confusión hay deliberada ambivalencia. Field no indica al espectador cuándo y cómo se tiene qué emocionar o indignar, ni emite un dictamen o moraleja. Se vale de las armas del cine: existe un fuera de campo y quedan vestigios de un ligero temblor corporal sobre los cuales el espectador proyecta sus deseos y juicios. Field muestra el resbaloso deslizamiento que va de la seducción al poder y del poder al abuso, para que cada cual ponga la línea donde le resulte insoportable. El cine se especializa en filmar esos deslices y ese es su parentesco con la música. Tár nos lo recuerda.
La mixtura entre acontecimientos reales, soñados o fantaseados -que empieza a reiterarse en los tramos finales de la película, precisamente en el proceso donde el misterio va degradándose en alimento del cotilleo mediático- también es parte de la experiencia humana, pero el cine convencional trata de remarcar la diferencia y Field prefiere confundirlos. Ahí es donde los críticos profesionales señalan las "fallas" del guión.
¿Lydia quiere seducir a la nueva solista que elige para la orquesta o es seducida por ella? La experiencia no es tan cuadriculada como la opinión publicada. El cine existe para reparar en los detalles y señalar hacia el fuera de campo. Para juzgar están los periodistas.
La división del trabajo de la crítica cinematográfica actual tolera y celebra cualquier divague de Tilda Swinton en su aventura colombiana con Apichatpong pero se siente confundida cuando Field inserta una visión onírica en una secuencia aparentemente real. El despliegue de Cate Blanchett es sobrenatural. ¿Cómo no enamorarse de una "maestro" así? Sin ella, la película y las denuncias de acoso son imposibles.
Podra uno coincidir (o no), con sus puntos de vista. Jamas me ocurrio la opcion entre parentesis. Ni en sus criticas cinematograficas o musicales, ni en el plano politico. Lo que jamas podria ponerse en cuestion es su concluyente, a veces formidable capacidad, para poner en palabras lo que pienso, imagino, intuyo, antes de verlo reflejado en sus posteos, como si fuera mi propia vision de las cosas. La critica de Tar, es probablemente de lo mejor que he leido en la blogosfera en muchos años. Gracias por ello.
ResponderEliminarGracias Juan Carlos, pero está exagerando. Trato de escribir como mejor me sale, pero me parece que escribí comentarios mejores que este. Igual, contra el ceño fruncido de gran parte de la crítica, banco mucho Tár.
ResponderEliminarVi que hay discusiones sobre si Tár es una película a favor o en contra de la cancelación. Incluso hay espectadores que aprueban o rechazan la película según adhieran o rechacen la cancel culture. Lo más interesante es que en este sentido Tár es indecidible, porque los actos a causa de los cuales la convertirían en alguien "cancelable" están fuera de campo. Esto logra que el espectador crea ver lo que desea ver.
ResponderEliminarEn cambio, lo que sí se ve es que Lydia Tár es un personaje claroscuro, brillante artísticamente, para lo cual pone en juego una exquisita sensibilidad que se corporiza en su pasión por la música. Vemos también que ella usa ese brillo artístico para ejercer su poder de modo sinuoso. La vemos tentarse por la atracción que ejerce el talento y la belleza de una joven solista. Pero definitivamente la película no muestra ninguna escena en el que su desbordante narcisismo la lleve a cometer un delito. Esa posibilidad está fuera de campo. En consecuencia, la película ni condena ni absuelve a Tár cómo muchos espectadores lo hacen.
Porque el cine no es un proceso jurídico que culmine declarando a alguien culpable o inocente. Tár es una película sobre la música y también sobre el cine y el fuera de campo y la manera como los espectadores completan lo que no ven. Su protagonista es un personaje de ficción que auna rasgos admirables y otros peligrosos, incluso para ella. Es decir: Tár es mucho más interesante que si fuera un alegato a favor o en contra de la cancel culture.
Por último pero no menos importante, contiene una actuación de Cate Blanchett que desborda cualquier elogio. Su potencia construye un personaje inolvidable. Como el director construye la película sobre la potencia de la composición de Blanchett, puede decirse que Tár es una película fuera de serie.