Mariano Llinás irrumpió hace unos años en el abúlico panorama del NCA con la voluntad de poder iniciar un nuevo período que abundara en mucho de lo que el resto del cine juvenil de los tardonoventa carecía. Recuerdo a un entonces joven cineasta de la segunda generación del NCA que salía de ver la primera parte de Historias Extraordinarias en su primera proyección en el BAFICI. Me trasmitió la sensación de que se trataba de un instante fundacional, luego del cual nada volvería a ser igual. Básicamente muchos se habían convencido de que la estética de la abstención que practicaba Lisandro Alonso en La libertad o la abulia libidinal de los jóvenes de Rejtman propendía al vaciamiento de la emoción, la peripecia, el vértigo, el suspenso e incluso la capacidad de habla del cine nuevo. Y Llinás consideró que su diferencial debía girar la manija 180° para que sus películas derramaran peripecias, inventiva, ingenio, locuacidad off y on, multitud de personajes, ostentación de ocurrencias, giros y desplazamientos geográficos. Algo así como que el cine independiente demostrara su capacidad de sumar animales salvajes, expediciones a la locaciones exóticas, multilingüismo, espías, momias, continentes, polifonía de narradores y una prosa símil borgiana que dijera todo lo que el hachero de Alonso había callado. No solo que los atributos de su cine fueran aquellos de los que el resto del NCA carecía, sino que se enfatizara esa diferencia hasta presentarla como su superioridad evidente. Y aún así, no haría falta tramitar los subsidios del INCAA sino reemplazarlos por las espaldas financieras de la FUC y otras Fundaciones. Llinás venía a ofrecer su imaginación sin mesura hasta un punto extenuante. A fuerza de su prepotencia inventiva, indexando las posibilidades narrativas, transitando muchos caminos a la vez, privilegiando la acumulación por sobre la nitidez de la forma, la conectiva "y" en lugar de la "o", Llinás logró instalar una imagen opulenta: cuanto más tramas, subtramas, prólogos, derivas, adiciones, epílogos y codas, tanto mejor: acá no se tira nada. A veces le pareció que sus ideas eran tan interesantes que necesitaban ser medidas en centenares de secuencias. Películas como Historias Extraordinarias o La flor se jactaban -desde su inflación- de ser tan exhuberantes que era necesario prolongarlas como si se tratara de un desafío atlético. Los títulos finales por sí solos podrían durar tanto como varias películas y esa proliferación debería valuarse como una virtud. Esta hybris se encarnaba en la personalidad ampulosa de su autor, que quería hacerse notar cada vez que pasaba por un pasillo o entraba a una sala, como un suplemento añadido a su estética. Tanta atención demandante fatigome.
Clorindo Testa es otra cosa. Puedo admitir que los desbordes anteriores se justifican en tanto ensayos que conducen a una pieza de precisión poética, en la que la pulsión aditiva muta en una pluralidad de capas y vectores articulados con eficacia y una economía expresiva en la que la sugestión pega más que el alarde. Hasta la figura rotunda del propio Llinás, cierto desaliño, su enunciación enfática y su endeble convicción, se ofrendan como testimonio de una falla: el aspaviento como señal de incertidumbre, un poco a la manera de Nanni Moretti o Avi Mograbi, autores-protagonistas, portadores de una vulnerabilidad por la que sus películas dejan colar un soplo de afuera. Lo interesante es que su presencia en el plano funciona para poner en cuestión su declarada voluntad autoral.
En realidad se trata de una autopoiesis: una película construida alrededor de una falla. Un plan urdido inicialmente con astucia ante el encargo de la Fundación Andreani -simulamos cumplir con el encargo para traficar otra cosa: algo ya intentado por la productora El Pampero en El escarabajo de oro, con menos gracia y hondura, con el propio Llinás y otros integrantes de su crew notablemente con menos timing para la comedia- para hacer una película sobre Clorindo Testa que no sería sobre Clorindo Testa sino sobre "Clorindo Testa". El juego con la indeterminación de la nominalidad: el título de la película no es el nombre del afamado arquitecto sino el título del libro que su padre, Julio Llinás -librito breve por lo que puede verse en pantalla-, escribió sobre este artista plástico de la Argentina desarrollista. No una película sobre un arquitecto sino sobre un libro que lleva su nombre, ¿a la sazón? escrito por el padre del cineasta. El Llinás de la pantalla abre el espacio de su propia performance -no solo su actuación, sino la película misma- y se apresura a aclarar que esta no será como esas películas en las que los cineastas dicen cosas sobre sus padres. A todos nos vienen a la cabeza un montón de películas en la que sus realizadorxs ajustan cuentas con el legado de sus progenitores, desde La televisión y yo, Fotografías, Ficción Privada, Los Rubios o Cuatreros hasta Adiós a la Memoria, Papá Iván, La sombra o El silencio es un cuerpo que cae, por nombrar solo algunas de una corriente caudalosa en el reciente cine argentino, al borde del agotamiento. La inesperada fragilidad que irá conquistando Clorindo Testa, la película, es que el propio Testa y Llinás Julio, amigos antes que autor y personaje del libro, irán horadando el plan de evasión del cineasta: cómo una película escapa de las manos de su autor, cómo la historia se cuela en ella y el cálculo ficcional es desviado por unos fantasmas más reales que imaginarios. Si la filmografía anterior de Llinás pretendía ser una reivindicación estentórea de la ficción, Clorindo Testa crece a medida que la ficción empieza a dejarse afectar ante la falla de lo real. Menos ingenio y más melancolía.
Algo sucede en el transcurso del film que va haciéndose ante nuestros propios ojos- notable manejo de los niveles narrativos simultáneos que nunca se chocan ni se estorban, sino que se relevan a través de un montaje sincopado, como si la pretensión de la melodía infinita de la obra anterior de Llinás diera lugar a una disonancia compacta- que desvía las previsiones de la astucia, una intervención que no proviene del credo de la ficción de un autor que siempre-se-imagina-todo, sino de un real no calculable.
Todo lo que en la obra anterior de Llinás abrumaba por su voluntad de abrumar acá se retrae ante sombras desconocidas: una intimidad, una rivalidad o un pacto que al propio Llinás se le escapa. Clorindo Testa, la película, se problematiza a sí misma, exhibe su vacilación y se ríe de su propia falta con un dejo de tristeza. Contra la la voluntad omnímoda de ficción de los anteriores mamotretos de Llinás, Clorindo Testa es una irrupción de la verdad histórica, no la narración de una aventura vivida en otro tiempo o meramente imaginada, sino el surgimiento de una verdad presente ella misma en la película. Llinás pone en escena los límites de su astucia y en su fracaso, deja que su película triunfe sobre él.
Hay mucho más para decir, pero por ahora agrego: si Llinás en sus películas anteriores extremó su necesidad de diferenciarse del resto de sus colegas generacionales, acá en sentido contrario se abre con cierta gracia a conversar con la obra de otros: DiTella (ostensiblemente), pero también Carri y Prividera. Ahí donde hacer una película en la que aparezca la sombra paterna empezaba a volverse un incordio, Llinás quizás ha logrado la mejor de todas las películas sobre el silencio del padre corroyendo el corazón de la obra del hijo.
Continuaré alguna vez, si puedo.
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