domingo, 20 de julio de 2008
El estado del cine y el estado del mundo
Por Oscar A. Cuervo
En el número de próxima salida de La Otra, nos dice José Luis Guerín: “Hay un lado fastidioso de la cinefilia, el guiño forzado de muchos cineastas que filman la Gran Vía de Madrid como si fuera la 5ª Avenida de Nueva York, y son incapaces de ver sus calles, alienados por una acumulación de referencias, de miradas que remiten a otras películas. Ese guiño es muy empobrecedor a mi juicio y es lo que menos justicia le hace a los creadores a los que intentan emular, porque aquellos creadores eran tipos libres, capaces de ver sus calles. Y estos ya no ven calles, ven sólo películas. Cuando el cine en lugar de servir para ver mejor la vida y las cosas sirve para no ver, se convierte en algo endogámico, cerrado sobre sí mismo, poco fértil”.
Creo que este párrafo sirve para comprender la posición de Guerín en el cine contemporáneo, que se aprecia perfectamente en películas como En construcción o En la ciudad de Sylvia. Y también se aplica al mejor cine que se está haciendo en el mundo desde hace unos 15 años. Una tendencia que aparece en países sin gran tradición cinéfila (aunque no exclusivamente en ellos), de lo que a veces imprecisamente se llama el “cine independiente”. Ha habido una fundación de la mirada en el cine de los comienzos del siglo 20 , que da lugar al gran cine narrativo norteamericano. Y esa mirada se agota en la década del 80. Sus más dogmáticos defensores (como el crítico argentino Ángel Faretta) identifican ese agotamiento con la muerte del cine, sin más. Probablemente no se tomen el trabajo de ver las películas de Guerín, las de Hou Hsiao Hsien, Jia Zhang-ke, Tsai Ming Liang, Apichatpong Weerasethakul, Lisandro Alonso, Raya Martin, Brilhante Mendoza, tampoco las de Gus Van Sant, Aleksander Sokurov y tantos otros, con la excusa de que eso “ya no es cine”.
Es que este cine se ha desembarazado (no gradualmente, sino de manera súbita) de esa sintaxis cinéfila convertida en “deber ser” que terminó por ahogar la mirada cinematográfica, después de haber dado magníficos frutos durante 8 décadas. El cine contemporáneo es lo que es por su situación histórica: porque coexiste con el imperio aplastante de la imagen televisiva y publicitaria, y porque tiene tras de sí la hermosa estela de un clacisismo al que es imposible volver.
Y el cine contemporáneo tiene muchas otras cosas, pero sobre todo es el que se desarrolla en el contexto de una cultura, una política y una economía globalizadas. Esto lo determina, por un lado, desde las condiciones de su producción, distribución y exhibición: ya no se sitúa en el contexto de una “industria” y hay un intento de recuperar cierta actitud artesanal que la tecnología actual facilita; tampoco resulta muy accesible en las salas comerciales dedicadas casi enteramente a los blockbusters (esta semana, Batman, el caballero de la noche). Se difunde azarosamente en festivales de cine, salas de arte y ensayo, cineclubes; se adquiere muchas veces bajándolo de internet y se esparce por medio de copias caseras.
Y por el otro lado, este estado del mundo determina también aquello que este cine muestra: un mundo donde conviven ruinas, desechos industriales, culturas primitivas en fricción con énclaves futuristas: una neobarbarie post-moderna poblada de gadgets, basura, humo, telefonía celular, casuchas de cartón, gentes que en medio de todo eso viven como pueden. Estos cineastas han vuelto a filmar sus calles, a usar el cine para ver mejor la vida en lugar de dedicarse a ejercer una lengua muerta.
De esto se trata el ciclo de cine contemporáneo que empezamos hoy en La Tribu (Lambaré 873, domingos 19:00). Hoy empezamos con I don't want to sleep alone, de Tsai. Y en las próximas semanas seguimos con
LA MUERTE DEL TRABAJADOR (Michael Glawogger, 2005)
SYNDROMES AND A CENTURY (Apichatpong Weerasethakul, 2007)
MALA NOCHE (Gus Van Sant, 1985)
DEAD OR ALIVE (Takashi Miike, 1999)
PLACERES DESCONOCIDOS (Jia Zhang-ke, 2002)
GOOD BYE SOUTH, GOOD BYE (Hou Hsiao Hsien, 1996)
y otras que se irán agregando, algunas sorpresas y algunas visitas.
Esta muy bien eso que expresó Guerín respecto a la ausencia de la realidad en ciertos directores: no ven lo que tienen delante : buscan lo de la peliúcla. Los enejenados por la ficción, por decirlo de algún modo. Ya se trate de cine, TV O CUALQUIER OTRA COSA.
ResponderEliminarViejo problema que no es privativo de los cineastas.
Creo no equivocarme que el tema ya lo planteaba Cervantes de Saavedra en su Quijote. así terminó, pobre. martha
Puede ser que el Quijote lo planteara, no me siento habilitado para establecer la relación. De todos modos, no creo que lo que diga Guerin sea un desvío hacia la ficción o un sumergirse en la imaginación para no ver la realidad.
ResponderEliminarSino una pérdida de capacidad de la mirada y la escucha por someterlas a cliches preestablecidos. La locura del Quijote lo llevaba a ver cosas que otros no son capaces de ver, en cambio la mirada televisiva, publicitaria y el lenguaje anquilosado del cine industrial te llevan a vivir en un deja vu, cuando aún no has sido capaz de ver por vos mismo.
saludos
No sé . Lo veré cuando lea LA OTRA cosa que espero con PALPITACIONES EN EL PECHO y estaré ante el trabajo que hicieron en el BAFICI.
ResponderEliminarMartha
¡Muy bueno!
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