lunes, 19 de mayo de 2008
Cine del milenio: Le fils
Por Sasha Strougatski
Al principio de El hijo (Le fils, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, Bélgica, 2002) vemos a Olivier, un hombre de unos cuarenta y pico de años, de anteojos, enfundado en un mameluco azul y encorsetado. Anteojos, mameluco y corset hacen de su cuerpo un bloque que se mueve de manera brusca por los pasillos de un establecimiento. Bruscos son también los movimientos de la cámara que lo sigue. Y aquí el verbo está empleado en su sentido más literal. La cámara de los Dardenne va siguiendo a Olivier apenas unos pasos detrás, lo que nos obliga a ver casi siempre su nuca; es decir: lo que nos impide detenernos a observar el rostro de Olivier para descubrir los motivos de su extraño comportamiento. Pronto sabremos que Olivier espía obsesivamente a Martin, un joven de unos 17 años que asiste a una escuela de carpintería en la que Olivier es instructor. Como el planteo cinematográfico de los Dardenne es muy riguroso, nunca a lo largo de todo el film abandona el seguimiento de Olivier, lo que nos produce una extraña inquietud, como si de pronto advitiéramos que el cine está destinado a fracasar cuando intentamos comprender a un personaje por sus movimientos exteriores. El arte de los Dardenne es admirable no tanto por aferrarse de modo obcecado a este punto de vista, sino porque esa insistencia nos permitirá, llegado el caso, ser contemporáneos de una revelación extraordinaria.
No conviene contar casi nada de lo que esa cámara desasosegada nos va a ir revelando paso a paso. Olivier y Francis saben cada uno de ellos sólo una parte acerca del vínculo que los une. El espectador sabe casi siempre aún menos que ambos. El film es el proceso en el que todos -Olivier, Francis y nosotros- iremos aprendiendo, cada uno lo suyo. El hecho de que Olivier sea el severo instructor de carpintería de este grupo de jóvenes entre los que está Francis trasmite al film una ética del aprendizaje serio y humilde. El trabajo con la madera, la forma en que las manos humanas dialogan con la resistencia, las rugosidades y la pesantez de la materia, tiene una cualidad física que impregna a la obra (como si el film mismo oliera a madera). Sobre esa fisicidad los Dardenne enhebran un sentido metafísico y finalmente religioso (en esto son aprendices aplicados de Robert Bresson).
En muchas películas los personajes saben un secreto que al ser revelado nos produce sorpresa. En otras, el espectador se da cuenta de algo antes que los personajes (el típico ejemplo de Hitchcock donde vemos una bomba a punto de estallar mientras los personajes conversan de temas triviales), lo que nos sumerge en un angustioso suspenso. En El hijo no hay nada de eso, porque lo que está por verse (no encuentro otra expresión más precisa para describir el estilo cinematográfico de los Dardenne) es algo que permanece en la incertidumbre. Ni sorpresa ni suspenso: es el misterio de la libertad humana a la que ni Dios puede anticiparse.
El punto de vista del film se sitúa en el estricto presente en el que las cosas están a punto de ocurrir (o mejor dicho: en el instante en el que las decisiones se van a tomar). Lo que están por hacer Olivier y Francis es filmado en presente continuo (lo mismo podría decirse de los protagonistas de La promesa y Rosetta, los dos films anteriores de los Dardenne). En el depósito Olivier está pensando, lo mira a Francis mientras este examina las maderas, va a decirle algo, se lo dice, le dice... Se trata de una concentración de la atención máxima y a la vez precaria, porque lo que ellos están a punto de hacer ocurre en un instante fugaz pero tiene un peso infinito. La mirada de los Dardenne no acomoda la cámara para que en una posición se vean prolijamente los movimientos y reacciones de los actores, sino que corre desesperada tras ellos. Para eso, cuenta con unos "modelos" (según la terminología bressoniana) difíciles de olvidar: Olivier (Olivier Gourmet) y Francis (Morgan Marinne) no son grandes actores, sino presencias poderosas: hay momentos en que no hacen nada o hacen algo trivial, como comer un sandwich o llevar unas tablas, pero la vibración que se produce entre ellos alcanzaría para alimentar de energía eléctrica a diez ciudades como Buenos Aires.
Austera, la desesperación del protagonista se siente en cada plano. Una película difícil de olvidar.
ResponderEliminarMaravilloso film el de los hermanos Dardenne. Me parece que hay muy pocos filmes que se dedican al mundo del trabajo en general y a la materialidad con la que se trabaja en particular. En este sentido, quizá, podría abrirse un rico diálogo entre la poética de los cineastas belgas y la de Lisandro Alonso que yo no había pensado; esta nota de Sasha me llevó a establecer ciertas analogías.
ResponderEliminarUna de las mejores películas que vi en mi vida, gracias a Oscar Cuervo. No es una película difícil de olvidar. Es INOLVIDABLE. Una obra maestra de Amor.
ResponderEliminarDurante el último BAFICI tuve la oportunidad de ver un film de tema y tratamiento análogo a esta obra maestra de los Dardenne. Era Rebirth (Renacimiento) de Kobayashi Masahiro. En el mismo se restablecia el posible reencuentro entre una mujer cuya hija habia sido victima fatal de una compañera de colegio, y el padre de la victimaria. Durante más de una hora ymedia asistimos a las actividades paralelas de ambos personajes, y al posible encuentro de " perdon" entre ambos. Pero la obsesividad minimal de Kobayashi, nada tiene que ver con la magistral indagación nerviosa de la cámara de los Dardenne. Era imposible ver la pelicula del japonés ( sin embargo, austera, seria, comprometida con lo qu estaba contando) y no relacionarla con Le fils, por proximidad temática, y de tratamiento. Pero allí donde los Dardenne ponian un pulso de angustiante humanidad, en la japonesa uno no dejaba de ver una calculada y por momentos fatigante milimetria de encuadre, de obsesivo minimalismo que terminaba siendo casi mero formalismo. Lei este muy buen post, y me acordé. Digo: las diferencias entre una buena ( aunque repito, por momentos fatigante) pelicula, y una Obra maestra.
ResponderEliminaralejandro ricagno