“Fantaseando acerca de la tuberculosis
también es posible estetizar la muerte”
Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas
Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas
Por Eduardo D. Benitez
Morir acunado por qué lengua, en qué morada. Preocupación, tal vez, propia de quien ejerce la práctica de la escritura. De quien elige la escritura como lugar donde habitar. Preocupación que los cuerpos (ya cansados) que protagonizan Los días de Raymundo están contados, viven como una condena lenta y dolorosa.
Dos dimensiones atraviesan la obra dirigida por Diego Echegoyen, cuya puesta en El Kafka Espacio Teatral se da cada viernes. Una cuya acción transcurre sobre el escenario (de diseño y realización escenográfica soberbia) y otra que tiene lugar debajo del mismo, en una suerte de puesta en escena marginal habitada por un escritor en los límites de su desesperación; ¿posible autor de lo que sucede arriba del escenario?
Obra signada por el dolor. Pero… ¿qué dolor? El dolor del exilio de esa patria abstracta que es la lengua, para obtener a cambio un territorio bien preciso: la enfermedad. El dolor de un fallecer bajo el dominio de una lengua (patria) extranjera. A partir de esto, ¿qué nos queda? Un morir españolizado de Chejov y de Carver yuxtapuestos, según el influjo del lenguaje teatral.
Pues así lo reza la misma obra: puesta en abismo del cuento “Tres rosas amarillas” de Raymond Carver. Puesta en abismo del narrador norteamericano expandiendo al escritor ruso. Aunque también se trata de poner en escena un modo de vivir enfermizamente (tanto Carver como Chejov) como motor de producción estética; de experimentar la práctica de la escritura como padecimiento.
Lo cierto es que Raymundo yace en el interior de un hotel. Muy cerca suyo, sin que él siquiera lo sepa, alguien (El Escritor) cuenta su historia (¿sus días?).
De la obra de Echegoyen uno no sale íntegro, se sale con cierta culpa de ver languidecer a Raymundo, de no poder intervenir sobre su destino. Tal vez porque durante lo que dura la obra alguien muere cerca de nosotros y eso pesa. En el teatro (en una puesta tan íntima) la muerte se percibe con otra gravedad que en el cine. Lo inexorable del cuerpo presente tal vez haga más profunda nuestra sensibilidad ante la representación muerte.
Y en Los días de Raymundo… este no es un dato menor. Porque la obra entera está construida sobre la idea de la muerte en un gerundio que jamás concluye. Desde que comienza hasta que termina Raymundo está muriendo. Es un morir constante que se renueva con cada intento de ayuda, de socorro. Un estar muriéndose que define su relación con los demás personajes. O mejor, que define a los demás personajes. La mujer de Raymundo y el doctor (Mario Jursza, de actuación prodigiosa) son casi ecos de su enfermedad. Son un revoloteo histérico (la mujer) y diplomático (el doctor) alrededor de su lecho de muerte. Ecos que se juegan sobre la voluntad de Raymundo.
Las tensiones que se dan entre los tres en el escenario no permiten que Raymundo se desenvuelva tranquilamente en su ejercicio de estar enfermo. El escritor desfalleciente no puede practicar la impunidad del antojado, el reclamo caprichoso propio del enfermo. Es decir: la relación con los otros impide que Raymundo, con sus días u horas contadas, pueda volver a ser niño, visitar por última vez la patria de la infancia.
En definitiva, aquellos que se acercan a Raymundo (aparentemente para ayudarlo) no ejercen sobre él sino una violencia.
Del otro lado, bajo el escenario, la imagen misma del Escritor inmerso en la desesperación del proceso de su producción literaria, también refuerza cierta idea romántica de la vida y del arte. Una maquinaria estético-sentimental que sólo se obtiene a cambio de la vida misma.
Es lo que en última instancia invade nuestra respiración al salir de la sala.
Dos dimensiones atraviesan la obra dirigida por Diego Echegoyen, cuya puesta en El Kafka Espacio Teatral se da cada viernes. Una cuya acción transcurre sobre el escenario (de diseño y realización escenográfica soberbia) y otra que tiene lugar debajo del mismo, en una suerte de puesta en escena marginal habitada por un escritor en los límites de su desesperación; ¿posible autor de lo que sucede arriba del escenario?
Obra signada por el dolor. Pero… ¿qué dolor? El dolor del exilio de esa patria abstracta que es la lengua, para obtener a cambio un territorio bien preciso: la enfermedad. El dolor de un fallecer bajo el dominio de una lengua (patria) extranjera. A partir de esto, ¿qué nos queda? Un morir españolizado de Chejov y de Carver yuxtapuestos, según el influjo del lenguaje teatral.
Pues así lo reza la misma obra: puesta en abismo del cuento “Tres rosas amarillas” de Raymond Carver. Puesta en abismo del narrador norteamericano expandiendo al escritor ruso. Aunque también se trata de poner en escena un modo de vivir enfermizamente (tanto Carver como Chejov) como motor de producción estética; de experimentar la práctica de la escritura como padecimiento.
Lo cierto es que Raymundo yace en el interior de un hotel. Muy cerca suyo, sin que él siquiera lo sepa, alguien (El Escritor) cuenta su historia (¿sus días?).
De la obra de Echegoyen uno no sale íntegro, se sale con cierta culpa de ver languidecer a Raymundo, de no poder intervenir sobre su destino. Tal vez porque durante lo que dura la obra alguien muere cerca de nosotros y eso pesa. En el teatro (en una puesta tan íntima) la muerte se percibe con otra gravedad que en el cine. Lo inexorable del cuerpo presente tal vez haga más profunda nuestra sensibilidad ante la representación muerte.
Y en Los días de Raymundo… este no es un dato menor. Porque la obra entera está construida sobre la idea de la muerte en un gerundio que jamás concluye. Desde que comienza hasta que termina Raymundo está muriendo. Es un morir constante que se renueva con cada intento de ayuda, de socorro. Un estar muriéndose que define su relación con los demás personajes. O mejor, que define a los demás personajes. La mujer de Raymundo y el doctor (Mario Jursza, de actuación prodigiosa) son casi ecos de su enfermedad. Son un revoloteo histérico (la mujer) y diplomático (el doctor) alrededor de su lecho de muerte. Ecos que se juegan sobre la voluntad de Raymundo.
Las tensiones que se dan entre los tres en el escenario no permiten que Raymundo se desenvuelva tranquilamente en su ejercicio de estar enfermo. El escritor desfalleciente no puede practicar la impunidad del antojado, el reclamo caprichoso propio del enfermo. Es decir: la relación con los otros impide que Raymundo, con sus días u horas contadas, pueda volver a ser niño, visitar por última vez la patria de la infancia.
En definitiva, aquellos que se acercan a Raymundo (aparentemente para ayudarlo) no ejercen sobre él sino una violencia.
Del otro lado, bajo el escenario, la imagen misma del Escritor inmerso en la desesperación del proceso de su producción literaria, también refuerza cierta idea romántica de la vida y del arte. Una maquinaria estético-sentimental que sólo se obtiene a cambio de la vida misma.
Es lo que en última instancia invade nuestra respiración al salir de la sala.
Los días de Raymundo están contados
El Kafka Espacio Teatral - Lambaré 866 - Tel: 4862-5439
Viernes 23:00 hs.
Entrada general: $25
Estudiantes y jubilados: $15
El Kafka Espacio Teatral - Lambaré 866 - Tel: 4862-5439
Viernes 23:00 hs.
Entrada general: $25
Estudiantes y jubilados: $15
La muerte se percibe con otra gravedad que en el cine.
ResponderEliminarEs así. Muy bien expresado.
Excelente todo.
Martha Silva