Por Oscar A. Cuervo
La antepenúltima película de mi incursión marplatense de este año fue Ashes of time Redux, la reedición que acaba de hacer Wong Kar-wai de su cuarto largometraje, filmado originalmente en 1994.
Es siempre (casi siempre) una suerte tener un Wong Kar-wai a mano, al cabo de una semana en la que en algún momento cunde el desaliento por la acumulación de pequeñas, medianas y grandes decepciones. Así fue este Mar del Plata para mí, las películas que muchos anticipaban como grandes obras fueron a veces discretos ejercicios de retórica verbal revestidos con imágenes lustrosas (el Of time and the city de Terence Davies); intentos de aggiornar una mirada alla Ozu desbaratados por la ansiedad de ser sobre-explícitos (la de Kore-eda); melodramas que empiezan con elegancia para desbarrancar en alegorías groseras (la de Kurosawa); sobrevalorados telefilms que necesitan 102 minutos para redundar lo que estaba claro en la primera media hora (Vegas: Based on a true story); en fin, una lógica de estirar y estirar una sola idea cinematográfica (y a veces media idea) hasta abarcar lo que dura un largometraje.
Poco cine. Ahí es cuando se agradece la presencia de un título de Wong Kar-wai. Me gusta Wong Kar-wai casi siempre, incluso ahora que ya no está de moda (no me gustó lo último que filmó, My blueberry nights, una versión pasteurizada de sí mismo, adaptado para lo que Wong supone que puede ser digerido por el mercado yanqui). Me gusta incluso la forma que Wong tiene de fracasar. Se sabe que tiene algunas películas perfectas (Con ánimo de amar, The hand, Happy together) sobre amores fracasados; pero también tiene películas fracasadas sobre amores fracasados y me gusta mucho la manera como él fracasa: se empantana en medio de la belleza que es capaz de crear, se relaja y se abandona en una molicie inútil, con una pasión que fácilmente puede asociarse al ensueño masturbatorio.
Casi siempre se usa esta palabra para descalificar un cierto tipo de goce, pero se trata de un uso moralista que ordena encauzar todo goce en un fin productivo. Wong filma amores que nunca han sido, lo que concuerda perfectamente con la pasión masturbatoria. Cuando esa pasión encuentra límites precisos de duración y recursos, la tensión entre lujuria y escasez da lugar a resultados perfectos: The hand es un alto ejemplo de sublimación de la pasión onanista, la de la mano que acaricia las telas de los vestidos que van a contener al cuerpo amado y prohibido, la pulsión modista que anima el primoroso montaje neobarroco del Wong más Puig que se pueda coser.
Pero cuando Wong no encuentra una contención tan precisa, entonces se empantana y filma no una forma posible de la belleza añorada, sino que las filma todas a la vez sin poder decidirse por una. Eso es lo que pasó con 2046: es muy lindo fracasar así, dando lugar a momentos de una belleza tan extática y desbocada. Parece que eso ya le había pasado a Wong en 1994, cuando filmó la versión original de Ashes of time.
No me pregunten de qué trata la historia, porque es difícil precisar todo el juego de reflejos y duplicaciones, de anticipaciones y retornos que anegan la película. Yo puedo mirar sin cansarme un film así, una magnífica ensalada de géneros, espadachines, melodrama, dibujito animado, western, sin entender demasiado para qué lado va la cosa, si es que va para un lado. Es como la superficie de una piel que no se quiere dejar de acariciar, sin justificación posible, por el sólo gusto de hacerlo. Si Wong tuviera en estos casos un mínimo de recato, abjuraría de algunos de esos planos tan hermosos y poco funcionales. Pero Wong es un hombre tentado y, a Dios gracias, cae en la tentación.
Hay una cosa que queda muy clara en cierto momento de la película: en medio de un cast de superestrellas orientales (parece que las hubiera tenido a todas: Tony Leung Chiu Wai, Tony Leung Ka Fai, Leslie Cheung, Carina Lau), cuando aparece Maggie Cheung la película encuentra su centro solar. Maggie hace caducar toda belleza ante su propio esplendor, ella es la perfecta encarnación del deseo en el que uno se puede quedar fijado para siempre: así fue en 2046 y así lo es en Ashes of time Redux. Maggie es quizá la última estrella del cine en el sentido clásico del término, de una sugestión tal como el cine de hoy ya no parece capaz de producir. Wong se da cuenta de que tiene entre manos a semejante prodigio y se detiene largos minutos en ese rostro de forma perfecta, de un misterio que cautiva con mínimos gestos. Se trata del amor entre una cara y una cámara: ver durante unos minutos esa hermosura y después vivir para recordarla.
Oscar: parece que vos te hubieras enamorado tambien.
ResponderEliminarsaludos.
Esperamos:
ResponderEliminarla cara de Maggie
esa tensión entre lujuria y escasez
esa caída en la tentación
esa belleza multiplicada y esa forma de coserla...
ese magnífico fracaso
(ojalá podamos contar con Wong en el Bafici...o en La Otra...)
Saludos
Liliana.
Bello post, Oscar. Este es uno de los WKW que me faltan. En su versión original y en la redux.
ResponderEliminarHabrá que hacer algo.
Gracias, anónimo, Liliana y Galois. Lo ideal sería verla en el Bafici, la copia remasterizada es una orgía de color para ver en pantalla grande y en 35 mm. La copia de la versión original yo la tengo y obviamente también es hermosa, pero no puede competir con el 35 redux.
ResponderEliminarsaludos
Cierto: Wong filma amores que nunca han sido. No se me había ocurrido pensarlo de ese modo.
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